Siete por siete (15): Cable a tierra




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Compendio I


Marisol, en cambio, fue más comprensiva con mi tristeza. Cuando le conté sobre portátil, me preguntó cuándo la repararía.
No supe responderle. Aunque quiero mi máquina, está bastante usada y tiene otros problemas. Además, desarmarla completamente tarda cerca de una hora y otra cosa era encontrar el repuesto.
Pero le aseguré que la información estaba intacta (fotos de nuestras pequeñas, familia, música y toneladas de anime), por lo que buscaría un ordenador nuevo y trataría de descargar el disco de memoria.
Pero mi ruiseñor me descoloca. También preguntó cuándo conocería a Hannah, a lo que respondí que sería difícil, porque ella vive en Perth y la semana libre aprovecha de ver a su prometido.
Ella se lamentó, porque quería “conocer a la competencia”... con una mirada traviesa que me hizo palidecer.
Los primeros días aproveché de tomar el laptop de Marisol y buscar un servicio técnico. Pero tal como Hannah auguraba, no era tan fácil encontrar un lugar donde pudieran repararlo, por lo que tuve que empezar a buscar un reemplazo.
Fiona lucía radiante. La mañana del martes, mientras amamantaba a una de las pequeñas, me contaba lo feliz que se sentía. Su vida empezaba a arreglarse otra vez…
El jefe de Kevin no venía a visitarla desde la conferencia. Según su esposo, estaban trabajando a tiempo completo para sacar el proyecto lo más pronto posible.
Al parecer, Sonia presentó dudas razonables sobre el proyecto y la oficina de Sydney aprovechaba la oportunidad para reforzar su posición.
Con una sonrisa dulce y una mirada serena, me contó que finalmente había encontrado la fuerza para resistirse a la momia y sus compinches.
Aunque al párroco no le gustó, Fiona encontró que Marisol y yo teníamos razón: él no podía chantajearla, sin aparecer como cómplice. Además, riéndose, me contó que la momia temía de Kevin.
No lo culpo, porque es puro musculo.
Lo único que le complicaba era no poder compartir con Kevin su alegría que ya estaba dando leche, por lo que cerré el ordenador, la miré a los ojos y le sugerí que se lo contara cuando lactase cuando apretara sus pechos.
Ella sonrió, dándome un jugoso beso y me preguntó cómo podía ser tan listo, con ganas de hacer algo más. Pero yo estaba más preocupado de encontrar una nueva máquina, a un precio razonable.
El miércoles por la tarde, luego de revisar entre las diferentes tiendas, la dejé cuidando a las pequeñas, tomé mi camioneta y fui a la tienda departamental que más me había convencido.
El vendedor era un típico universitario gordito, de lentes y pecas, que simplemente es fanático por las computadoras.
Le expliqué para qué la necesitaba: que corriera mis programas universitarios, que pudiera modelar y simular y que no se pegara. Preguntó qué modelo tenía y se rió al escuchar mi respuesta.
Pero ante esos tipos, yo me quito el sombrero. No sé mucho de computadoras y antes contaba con el apoyo de mi hermano para elegir un modelo, pero este tipo parecía ser honesto y comprenderme bien.
Tenía un margen en mente de lo que yo requería y lo único que necesitaba era ver los programas, por lo que me pidió el disco, para corroborar los requerimientos.
Le dije que no lo tenía, porque no sabía cómo retirarlo, así que se tomó la molestia de mostrarme por la red cómo podía desarmarlo y sacarlo. Acordamos juntarnos el día siguiente para ver la información y determinar el equipo más apropiado a mis necesidades.
Cuando volví a casa, Marisol y Megan habían regresado y mi esposa preguntó a dónde había ido. Le di las nuevas y se puso muy contenta. Megan, por otra parte, se notaba bien fría.
Cenamos y Megan apenas habló. Aunque me miraba con normalidad, intuía cierta hostilidad en sus ojos.
Mientras lavaba la loza con mi esposa, me explicó que Megan andaba un poco tensa, probablemente por los controles, pero me aseguró que no debía darle demasiada importancia.
Por la noche, me entretuve en el escritorio del dormitorio, desarmando el portátil y rescatando la memoria. Marisol se durmió porque estaba cansada y yo me iba a acostar, cuando sentí ruidos del primer piso.
Baje y encontré a Megan jugando el juego de la porrista con la sierra eléctrica.
Me lanzó un montón de improperios, por haber bajado tan silencioso, pero me senté a su lado a verla jugar.
No era buena. De hecho, la lastimaban bastante y finalmente, la mataron los bomberos de la segunda etapa. Me miró bien enojada y me echó la culpa.
Dijo que la ponía nerviosa jugar eso por la noche. Le confesé que a mí también y me preguntó por qué me gustaba ese juego: si era por la chica o por los muertos vivientes.
Tomando el controlador, le dije que era por los muertos vivientes y abrazándola por la cintura para tranquilizarla, le empecé a explicar los movimientos.
Quería ayudarla, porque se veía tan frustrada, pero estar tan apegada a su cuerpo y su perfume olía tan bien, que empecé a tentarme.
Ella temblaba cuando mis manos guiaban sus dedos para usar los movimientos especiales y su respiración se tornaba lentamente más agitada.
Me pidió disculpas por haber tomado mi consola sin mi permiso, pero quería entender por qué jugaba eso yo y generó un archivo.
No le di mucha importancia y le sonreí. Había estado toda la semana jugando por las noches.
Aunque le gusta el género de terror, esos muertos vivientes le ponían los nervios de punta y la entiendo, porque una emboscada de juegos es muchas veces más tensa que una de una película.
Pero mis consejos dieron resultado y aunque llegó al mismo punto con algo más de 1/3 de energía, puso pausa y me dio un beso.
La traté de contener, pero ella no quería parar. Literalmente, me la tuve que sacar de encima y se enojó, poniéndose a llorar.
Me sorprendí cuando dijo que no era justo que jugara con sus sentimientos, dándole besos y caricias, para ponerme más caliente y terminar haciéndolo con Marisol.
El tono de su voz me dejaba bien claro que se sentía usada.
Traté de abrazarla, para que se calmara, pero ella se resistió y me dio una bofetada bien fuerte. Aunque se disculpó, se lo agradecí, porque sabía bien que me la merecía.
Aún sigo extrañando a Pamela. A pesar que tenía un carácter de mil demonios, era aterrizada.
Su visión de la vida, un poco más sarcástica y cruda, ayudaba a mantenerme centrado. Sinceramente, espero que su novio sepa la calidad de mujer que tiene a su lado.
Apagué el televisor y le pedí que me escuchara. Sabía que me tenía ganas, al igual que yo las tenía con ella, pero quería confesarle todo antes, para que viera el mundo al que deseaba ingresar.
Le conté desde lo que pasó con mi suegra hasta lo que estaba pasando con la vecina y en mi trabajo, esperando que le hiciera desistir o que reprendiera mi moral.
Contárselo en la penumbra, apenas distinguiendo su silueta, facilitó las cosas, porque no quería ver su rostro enfadado.
Cuando terminé, a Megan le costaba creer que una chica tan esforzada, responsable y madura como Marisol pensara de esa manera. Mucho menos se esperaba que yo, siendo “tan caballeroso, centrado y afectivo con mi mujer”, según sus palabras, fuese capaz de vivir una vida como esa.
Entonces, preguntó si había algo en ella que me gustase. Le respondí que sí, que a pesar de sentirse desencantada con su carrera y que no creía tener talento para el estudio como Marisol, era empeñosa y bastaba que alguien la motivara para obtener resultados y que era una virtud que valoraba bastante.
De repente, su sombra se abalanzó sobre mí y me empezó a besar. No me dio tiempo para replicar y estaba desabrochando mi cinturón con deseo.
Perdía el juicio entre sus besos y los masajes que le daba a mi entrepierna. La sentía sollozar, diciéndome que era tan lindo y que quería sentirme adentro.
Aunque estaba tieso de caliente, me superaba mi confusión y le pedí una explicación. Le insistí que todo lo que había dicho era cierto y que no entendía lo que estaba pasando, especialmente por qué sentía la punta de mi glande rozar sus húmedos labios vaginales.
Dijo que no le importaba. Que hacía mucho tiempo que me tenía ganas y que no se atrevía, porque no sabía lo que sentía yo y porque se sentía culpable por Marisol.
Mientras me sentía culpable de no usar preservativo y de estar disfrutando de su estrecho y húmedo canal, Megan confesó que la otra noche quiso intentarlo. Que le dije “tal cual como las veía sus intenciones” y dando un ligero gemido, anunciando su primer orgasmo, agregó que quiso ocultarlo.
Mientras me cabalgaba y yo tanteaba su cuerpo, debajo de su camisón universitario, me confesó que me tenía ganas desde que Marisol llegaba temprano de la universidad y se sentía tan cansada, que se iba a dormir.
Decía que lo único que quería era besarme (obviamente, mientras me daba besos de demostración y nuestros cuerpos empezaban a humedecerse con sudor), porque era tan lindo al ayudarle en sus lecciones.
Jadeando, me reveló que sentía envidia de Marisol cuando le contaba lo que hacíamos por la noche y que cuando se quedaba a dormir en nuestra casa, se masturbaba frenéticamente al escuchar sus gemidos de placer, en momentos que sentía un par de orgasmos entre sus piernas.
Pero ya besándome muy desbocada y cabalgándome con frenesí, me dijo que lo que más le gusto fue esa noche.
Dijo que incluso esa noche (la que estábamos viviendo), estando a oscuras, muchos de sus amigos se habrían propasado, pero yo era distinto.
Le había contado todas esas cosas, para desenamorarla, cuando ella ni siquiera lo sospechaba y que incluso, cuando me preguntó que me gustaba de ella, no dije algo físico, sino un aspecto personal de ella. Otro tierno orgasmo entre mis piernas.
Entrecortada por gemidos, me dijo que no era una persona mala. Que aunque moralmente era malo, yo había tratado de zafarme como un caballero y que eso hablaba mejor que incluso su antiguo novio, que no dudaba tener sexo en el baño de las fiestas.
Mientras trataba de no correrme y disfrutaba de su tierno abrazo, me confesó también que siempre había fantaseado con tener algo con un hombre casado, porque los imaginaba tan maduros y elegantes y que conmigo lo estaba viviendo.
Le pedí disculpas, porque ya no aguantaba más y no había manera que me corriera afuera, por lo que descargué mis ardientes jugos en su interior. Ella se irguió, recibiendo el baño de mi semen con placer y se desplomó sobre mí.
Megan sentía que flotaba y se reía al ver que Marisol no mentía cuando decía que quedaba atrapado dentro de ella.
Le pregunté si le había decepcionado, ahora que sabía lo que pasaba con Rachel, Fiona y Diana y me dijo que no. No le importaba, siempre que le dejara un espacio para ella.
Se escuchaba serena. Mientras me seguía abrazando, le pregunté si podía contarle mis inquietudes, porque necesitaba desahogar mis remordimientos y tener un ancla. Necesitaba “tirar un cable a tierra”, a lo que ella me respondió que no podía ayudarme, porque era tan culpable como yo.
Pero si necesitaba a alguien que me escuchara, que pensara en ella…
Como ya era tarde, le pregunté si quería que la llevase a su cama. Aceptó, pero se fue colgada como si fuera una monita.
Por el primer piso, no hubo muchos problemas. Pero en la escalera fue más complicado. Sentía que la enterraba más fuerte cuando subíamos los peldaños y en 2 ocasiones, casi pierdo el equilibrio: una, porque me dio un intenso beso y la otra, porque tuvo un orgasmo.
Finalmente, cuando llegamos a su dormitorio, preguntó si era posible quedarme un rato más apegada en ella.
Le sonreí y le hice el amor una vez más.


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