Siete por siete (09): Regresando a casa




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Compendio I


Aprovechando que mi ruiseñor duerme y me he desvelado por las pequeñas, les contare de mi Marisol.
No le gusta que escriba de ella. Con suerte la convenzo para que escriba de vez en cuando, pero cuando está conmigo y la menciono, a ella le da vergüenza.
Se pone a darme mamadas o montarme, para distraerme, por lo que trato de hacerlo a menudo.
Creo que va muy de la mano con relatarle que he hecho con las demás.
No lo hago por morbo o para que se excite. Lo hago porque me siento culpable, porque no deseo mentirle y porque todavía pienso que está mal, aunque inexplicablemente a ella “le gusta”…
Y pongo “le gusta” entre comillas, porque a ella tampoco le agrada del todo. Marisol no tiene problemas con que tenga noviazgos con la vecina, mi compañera de trabajo o incluso mi cuñada, su propia hermana.
Pero otra cosa son chicas como Elena o Rachel, que les gusta estar más con hombres. De hecho, tengo que reconocer que Marisol dio un verdadero salto de fe al “prestarme” a Elena, considerando que no la conoce en persona ni por imágenes.
Pero lo que más me gusta de mi esposa es su espíritu competitivo. Ella sabe que las amo de una manera especial, pero no es la misma con la que amo a Marisol.
Le digo que si ella lo desea, yo puedo romper con las otras y me quedaría solamente con ella, algo que Marisol se rehúsa. Sin embargo, cuando vuelvo de faena o de algún viaje como estos, le gusta preguntarme lo que he hecho.
Y aquí empieza la parte que me gusta a mí…
Sinceramente, no tengo quejas de mi esposa. Tenemos relaciones 3 o 4 veces a la semana, cuando mínimo, porque tratamos de recuperar el tiempo perdido en mi turno y ella me complace en lo que yo desee: sabe exactamente qué puntos me vuelven loco cuando me chupa (y soy afortunado, porque lo practica todas las mañanas); le puedo hacer su colita, que siempre me ha gustado y hacerle el amor es refrescante, en especial ahora que su cuerpo se ha desarrollado un poco más.
Pero cuando vuelvo de mis viajes, ella está llena de inseguridades. Le puedo decir que me dieron una mamada deliciosa y ella empieza a mamarla de una manera impresionante; Si le digo que se lo metí lo más adentro posible, ella trata de metérselo de igual manera y si le digo que disfrute de un trasero apretadito… imagino que entienden la idea.
Incluso cuando le digo que beso a alguien y encuentro que sus labios son dulces, es algo que la frustra, pero a mí me encanta de ella.
Sus besos saben a limón. Es decir, son algo ácidos, pero dulces, como si fuera una naranja, pero más fuerte. Y para mí, son los mejores.
Pero a ella le asusta. Le preocupa que me vaya a ir con alguien que me bese con labios más dulces, a pesar que estamos casados y tenemos 2 preciosas hijas.
Y por lo tanto, pasamos unas 2 horas, tras cada viaje, besándonos.
A veces, se pone a llorar, porque no los encuentro dulces, pero me da risa y le digo que a mí me encantan. Ella se enoja y dice que sólo se lo digo para que no se sienta mal.
Entonces la tomó y la siento en mis piernas, como si fuera una hija y le digo que es ella a la que más amo y que siempre querré besarla y obviamente, nos besamos.
Pero al regresar, sabía que lo haríamos como conejos, en especial si le decía que entre Elena y Sonia me dejaron seco.
Me recibió el agradable aroma a carne asada, saliendo del patio de mi casa. Era de noche, pero se escuchaba música en el patio.
Las luces estaban encendidas y dejé mis bolsos en el recibidor. Marché a la cocina y me encontré a Fiona, quien dio un grito de sorpresa al verme llegar.
Marisol escuchó el alboroto y llegó a saludarme. La abracé y la besé, mientras que ella se ponía a llorar.
Le pedí que se calmara, diciéndole que era suyo y que siempre iba a volver y me invitaron a salir afuera.
Habían organizado un asado, por fiestas patrias en mi tierra y Kevin había armado el fuego, asando vacuno y cerdo.
Aparte de mi ruiseñor estaba Kevin, Fiona, Diana, Megan y las pequeñas, en el cochecito, bien abrigadas y durmiendo.
Marisol estaba ansiosa y muy contenta. Esperaba que llegara el viernes.
Le respondí que no podía dejarla, porque era mi esposa, lo que hizo que ellas dieran un gemido de ternura (o quizás, envidia) por Marisol.
Kevin preguntó qué carne quería. Fiona también había hecho pollo asado, por si me apetecía, pero no soy tan bueno comiendo carne.
Papá y mi hermano son carnívoros al extremo de comer carne todos los días. Yo, en cambio, soy más de arroz, legumbres y ensaladas, aunque también aprendí a cocinar carnes, para agradar a Marisol.
Kevin bromeó conmigo, diciendo que me gustaba comer “cosas de mujeres” y mirando a su esposa, le dije que había “cosas de mujeres” que me encantaba devorar, lo que le hizo sonrojarse.
Así que me serví arroz, papitas y ensalada de tomate. Habían instalado una mesa de camping, donde Diana y Megan conversaban sentadas.
Marisol y Megan le contaban sobre la vida universitaria y Diana las miraba con envidia. Le dije que yo la encontraba muy lista y que si quería, debía intentarlo.
Diana tiene problemas de confianza y no se encontraba capaz. Marisol y Megan le dijeron que incluso a ellas les era difícil.
Yo pregunté por qué quería estudiar, si ya estaba trabajando y le iba bien. Me dijo que los pasajeros no siempre le escuchaban.
Me reí, diciéndole que a mí también me pasaba. No todos me hacen caso en trabajo, aunque ella no se refería a eso.
A Diana, con su cuerpo menudito, la trataban como una niña. Le tomé la mano y le dije que no le diera importancia.
La gente que iba y venía la trataba como una niña, pero nosotros, que somos sus amigos, sabemos que es más que eso. Ella se preparó y ha viajado por todas partes, viendo de todo y haciendo de todo. Además, en un momento de emergencia en un vuelo, sería la única que mantendría la calma. ¿Qué importaba lo que pensaran los demás?
Marisol me abrazó y me dijo que por eso me quería. No solamente le gustó a Diana mi comentario…
Como todas me miraban como si fuera un filete, fui a conversar con Kevin.
Me preguntó si había visto a su jefe. Fui sincero y le respondí que le habían tirado el proyecto de catálogos por la cabeza.
Me miró impresionado. Le dije que en medio de la presentación, una mujer se levantó y le señaló todas las fallas de su programa.
Kevin estaba complicado, porque si cambiaban el proyecto, le disminuirían el sueldo.
Le pregunté si no sería mejor así. Me miró como si estuviera hablando en marciano, pero le expliqué que durante los últimos meses de embarazo de Marisol, yo estaba muy complicado, por haber asumido mi trabajo.
Ella apreció que la acompañara en los primeros meses y le recordé que fue gracias a él que pudimos llegar a un hospital, al momento de alumbramiento.
Era algo que él no había considerado y que facilitaba a su jefe para ponerle los cuernos.
También le sugerí que hablara con su esposa respecto a los domingos, sobre sus labores de la iglesia, si acaso se sentía bien haciendo su trabajo. Marisol no había tenido muchos mareos matutinos, pero no todas las mujeres eran iguales.
A Kevin le pareció complicado, porque había sido uno de los sueños de su esposa por bastante tiempo. Le recordé que su esposa también soñaba con ser mamá…
Terminamos la celebración alrededor de medianoche. Kevin se llevó su parrilla y yo me llevé la mesa de camping.
En el camino, Fiona me alcanzó y me preguntó si podía ir a mi casa el día siguiente. Le dije que sí, pero que tenía que considerar que estaríamos con Diana.
No le gustó mi respuesta, porque tenía otras intenciones aparte de cuidar a las pequeñas…
Preguntó qué podía hacer si venía el jefe de Kevin o el sacerdote a su casa. Respondí que si necesitaba ayuda, que me llamara por teléfono.
Kevin me agradeció por cargar su mesa. Yo le agradecí por cuidar a Marisol. Me despedí de su esposa con un beso en la mejilla y regresé a mi hogar.
Le dije a Marisol que quería darme una ducha, porque sabía que me esperaba. Ella y Diana se estaban encargando de lavar los platos.
Mientras cargaba mi equipaje a la habitación, me encontré con Megan, que se preparaba para dormir. Al verme a solas, se puso colorada y aproveché de darles las gracias por cuidar a Marisol.
Ella no sabía de qué hablaba, pero le dije que me sentía más tranquilo si sabía que la cuidaba en la universidad.
Así que la besé en los labios. Tampoco se lo esperaba, ni objetó al respecto. Pero alcanzó a decirme que, si me sentía solo y quería bajar a charlar o jugar, que golpeara su puerta para avisarle.
Me metí en la ducha y me lavé bien lavado. Al salir en pijamas, me encontré con Diana esperando el baño.
Me dio las gracias por mis palabras y me dijo que estaba más aliviada, porque pensó que no me vería en ese descanso, dándome un caluroso abrazo.
Como ya notaba que quería expresar su agradecimiento de otra manera, le dije que esa noche quería estar con Marisol y que además, teníamos visitas.
La consolé, diciéndole que el día siguiente estaría a su completa disposición, con lo que me dejó ir con más facilidad.
Finalmente, abrí la puerta de mi habitación y ahí estaba mi esposa.
En cada interrogatorio, ella viste una prenda sensual y en este caso, ocupaba un camisón blanco, semi- transparente, que no probaba en meses y que ahora, con sus pechos turgentes, la hacían ver divina.
Al ver mi sonrisa de aprobación, me pidió que me sentara en la cama a su lado. Le pregunté cómo estuvieron las cosas en mi ausencia, a lo que ella respondió bastante bien.
Había venido la momia y 2 de sus monaguillos a ver a Fiona, pero Marisol pudo controlarlos.
Y me preguntó cómo estaba Sonia. Respondí que estaba bien, que seguía igual de guapa, aunque se había cortado el pelo y usaba una cola de caballo.
Su cara cambio de una manera graciosa. Marisol sabe que aparte de los pechos, las colas de caballo me vuelven locos y ella empezaba a acomodarse el cabello y tomárselo con un moño.
Me preguntó si se parecía a ella y le respondí que no, porque le faltaban lentes. Se enojó, diciéndome que no tenemos lentes y que nadie más usa en la casa.
Le dije que no importaba, que me gusta verla con cola de caballo.
Me preguntó si vestía más sensual. Le dije que no, porque Sonia siempre ha sido sobria para vestir en la oficina, aunque Elena, por otra parte, mostraba sus encantos.
Me encanta ver a Marisol irritarse así. Me preguntó si sus pechos eran más grandes que los suyos y le respondí que no. Que con la ayuda de las pequeñas, ahora los tenía un poco más grandes.
Eso pareció alegrarle. Entonces, preguntó qué había hecho con Sonia. Respondí que varias cosas, pero ella quería saber los específicos.
Ahí empezaba lo bueno para mí…
Le dije que por las mañanas, me daba una buena mamada, así que ella descubrió mi pantalón y se lo metió entre los labios. Me miraba pidiéndome direcciones, pero yo le decía que debía chupar más fuerte.
Ella lo hacía y se sentía fantástico. Sonreía con los ojos, al verme en tanto placer, pero le dije que jugaba más con su lengua.
Lamía el tronco y preguntaba si lo hacía de esa manera y yo le decía que no, porque me lo lamía entero.
Yo estaba en una nube y le dije que después se lo metía a la boca y empezaba a mamar con más fuerza. Nuevamente, me obedecía y me miraba los ojos. Le dije que lo hacía perfecto, aunque Elena lo hacía más rápido e intenso.
Se esforzaba por subir y bajar igual de rápido, mientras yo contemplaba esa cola de caballo revolotear por todas partes.
Cuando me tenía entre las cuerdas, le dije que ambas se lo enterraban hasta el fondo de la garganta. De alguna manera, lo logró y se tragó todos los jugos de golpe, sin botar una sola gota.
Me preguntó si lo habían hecho así y para su alegría, le dije que ella lo había hecho mejor, porque se lo había tragado todo. Sin embargo, le dije que ellas se encargaban de limpiarme los restos después, orden que obedeció al instante.
Me preguntó si le había hecho el amor a Sonia. Le respondí que si y pidió que le demostrara. Se acostó a mi lado y empecé a besarla.
Le recalqué que los labios de Sonia saben más dulces y ella hizo un puchero de enojo, pero le dije, riéndome, que su sabor a limón era irresistible.
Empecé a acariciar sus pechos y le dije que los tenía más grandes que ella, lo que parecía derretirla.
Me preguntó si había chupado tanto sus pezones y le respondí que sí, porque me había acostumbrado a beber la leche de mi esposa. Ese comentario la llenó de dicha y mis dedos pudieron percibir su primer orgasmo en su tibio agujero.
Cuando desinfle un poco uno, ataque el otro, lo que hizo preguntarme si Sonia lo había disfrutado. Le respondí que sí, pero no tanto como mi esposa, lo que le dio otra agradable sonrisa.
Luego de sentirme satisfecho de sus pechos, me preguntó que más había hecho. Respondí que empecé a penetrarla y ella, con una tremenda sonrisa en los labios, preguntó cómo fue eso.
La besé apasionadamente, mientras ingresaba por su agujero y jugueteaba con su lengua.
Le dije que suspirábamos bien profundo, porque nos habíamos extrañado bastante y me dijo que ella podía imaginárselo.
Le conté como sus piernas envolvían las mías, cosa que también imitó. Luego le dije que acaricie su cara, mientras le decía cosas dulces.
Ella preguntó qué tipo de cosas. Le dije que la amaba, que la había extrañado mucho tiempo, que era mi mejor amiga, mientras iba avanzando por ella.
Con una cara risueña, preguntó si le había gustado. Le dije que sí, que la encontraba parecida a una princesa, al igual que ella, porque sus ojitos verdes la hacen ver majestuosa.
Ella sonreía, mientras se corría otra vez y preguntaba qué más. Le dije que sentía cómo golpeaba la matriz de Sonia y ella se alarmó.
Me preguntó si había sentido eso con ella y le respondí que si, en un par de ocasiones, pero cuando la bombeaba más fuerte.
Me pidió que le mostrara. Yo estaba más que feliz…
No siempre puedo hacerlo. Principalmente, porque Marisol me dice que no quiere quedarse dormida al día siguiente para ir a la universidad.
A ella le gusta, sin lugar a dudas y contenía los gemidos de mis embistes, resaltando su cintura para facilitar mi labor.
La bombeaba enérgicamente y finalmente lograba mi cometido. La cama se sacudía por los bruscos movimientos.
Le pedí que mantuviera su posición, porque estaba llegando al punto y quería mostrarle como inundaba su matriz. Ella me complació y nuestro orgasmo fue arrebatador.
Agotados, me preguntó si era todo y le dije que no. Es mi esposa y adoro estar con ella y cuando le hago el amor, me gusta tanto que me saca fuerzas de no sé dónde.
Le conté que cuando lo hice con Elena fue distinto. Se sorprendió que le hiciera el amor a Elena, porque ella sabía que no la había perdonado del todo por la vez que me sedó y me amarró a la cama, pero le aseguré que había cambiado.
Entonces, desocupe el escritorio del dormitorio y le pedí que se apoyara. Me preguntó por qué lo había hecho de esa manera y le dije que fue porque la había visto una vez en la oficina.
No le agradó mucho, porque dijo que se sentía con la cola expuesta, pero se me hacía agua la boca: el camisón cubría con suerte sus rodillas y sus pechos parecían querer escaparse del sujetador.
Le pedí que se mantuviera, porque se veía genial y al notar que mi voz se quebraba de la excitación, aceptó.
Dijo que no se sentía tan agradable como lo que acabábamos de hacer, pero le respondí que sus pechos le colgaban de una manera muy seductora, por lo que infiltré mis manos por debajo de su camisón para agarrarlos.
Al sentir el calor de mis manos y mientras sentía que empezaba a humedecerse, preguntó si me gustaban más los pechos de Elena. Le respondí que no, que los suyos eran más grandes y esponjosos, como los de su mamá o de su hermana y eso la excitó más.
Arremetía con violencia por su cálido agujerito, mientras que ella tenía la cara planchada sobre el escritorio, amasaba sus pechos con violencia y el escritorio golpeaba insistentemente la pared.
Preguntó si lo me había sentido así y respondí que si, aunque Elena gemía más. Lanzó tremendos alaridos, como si la estuviera matando…
Me corrí en ella por montones. Estábamos cubiertos por transpiración y preguntó si había hecho solamente eso.
Estaba agotada y con esa cara de que lo había hecho bien, pero le dije que también les había hecho la cola.
Ella protestó, porque me he vuelto adicto a hacerle las colas. Pero la besé y le explique que lo hago porque la cola que más me gusta es la de mi esposa.
Fue el quinto traserito que me tocó desflorar y en un momento de nuestra relación bastante complicado. Pero sin lugar a dudas, es el que más me encanta.
Es que sigue siendo el único vestigio de la Marisol original que conocí, aparte de su rostro. Mi novia era flaca como un palillo y su cola, aparte de la carita de ángel que tiene, era el único atributo por el que un tipo podía fijarse.
Me entregó su pompa, fingiendo disgusto. Tal vez, crea que no me he dado cuenta, pero aparte de hacer el amor al aire libre, con el riesgo que alguien nos sorprenda, que le haga la cola es su segundo placer culpable.
A mí me encanta por lo estrecho que es y por los gemidos tiernos que da cuando se la meto. Además, puedo tocar sus pechos o su rajita, para maximizar su placer y de vez en cuando, nos besamos apasionadamente.
Pero sus orgasmos son bestiales si le doy solamente por la cola. Ella no lo admite, pero yo la conozco y por eso me gusta.
En esa ocasión, estaba agotadísima y me pedía que no siguiera, aunque babeaba de placer por labios y entrepierna. Incluso sus pezones estaban erectos y se lo decía y ella se cubría la cara de vergüenza.
Le dije que la amaba y que me encantaba tomarla así, porque ella se entregaba completamente y podía hacer lo que quisiera.
Sorpresivamente, me confesó que también le gustaba que la tomara de esa manera, porque la conozco bien, la quiero y le agarro todos sus puntos que la vuelven loca, de la forma que más le gusta.
Yo le confesé que me encantaba la forma en que me aprieta y dándole un beso, acabé finalmente en ella.
Mi pobre ruiseñor estaba agotado y sin fuerzas para más, pero feliz y me preguntó si eso era todo lo que había hecho con ellas.
Satisfecho y acomodándome para dormir a su lado, le respondí que sí.
Pero sabiendo de antemano cómo se pondría el día siguiente, le conté de cómo me dejaron seco entre las 2…


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