Seis por ocho (87): El legado del delfín




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Compendio I


Tenía que hablarlo con ella. Las cosas empezaban a ponerse inestables, tanto para mí como para nuestra relación.
“Marisol, ¿Cuánto tiempo haremos esto?” le pregunté, mientras la abrazaba, acostados en la cama. “Hablo de lo que estamos viviendo con tu familia. ¿Has pensado cuánto tiempo durara?”
“No lo sé.” me respondió ella, acurrucándose en mi pecho “¿No te gusta?”
La tuve que separar. Tenía que mirarme a los ojos.
“¡Claro que me gusta! Pero ese no es el punto.” Le dije, con un poco de vergüenza. “¿Qué pasaría si eventualmente… me terminara acostando con tu tía?”
Recuerdo que solo pensar en esa frase, me hacía cuestionarme cómo habíamos llegado hasta ahí.
“Pues… eso sería bueno.” respondió Marisol, para el pesar de mi corazón. “Pamela podría reparar su relación y mamá sería más feliz.”
¡No podía creerlo!...
“Amigo, ¡No seas un traidor! ¡Sigue acostándote con más!” pueden pensar, pero lo siento. Llega un punto en donde tienes que decir suficiente.
Eran 5 mujeres. 4 de ellas, viviendo bajo mi propio techo y aunque lo disfrutaba, ya no quería más.
“Marisol, ¿Y qué pasaría si aparte de ella, apareciera otra más?” pregunté, más temeroso.
Marisol parecía más excitada. Empezaba a preocuparme.
“Pues… no sé. ¿Eres capaz?” decía ella, con una mirada de ilusión en sus ojos.
“¡Marisol, no me estás entendiendo!” Le respondí, algo más alterado. “¡Serían 7 mujeres!”
“¡Marco, sé contar bastante bien!” me reprochó ella. “Y si puedes encargarte de 7, no tengo problemas…”
Sé que pueden no gustarles mis acciones, pero tenía que contener esa caja de Pandora. Si las cosas seguían así, todo se haría más difícil. Tenía que plantearlo de otra manera, una que la hiciera entender.
“Marisol, digamos que, hipotéticamente, terminara acostándome con 10 mujeres.” El brillo de sus ojos no me auguraba una buena solución. “Y que todas ellas me quisieran tanto como me quieres tú. Si me dedicara un día para satisfacer las necesidades de cada una, pasaría semana y media sin dormir contigo.”
“¡N-no!” exclamó ella, rompiendo esa cara de ilusión.
“También es posible que haga tríos o cuartetos, pero que no deseen que te incluyamos” agregué, al ver que mi idea parecía funcionar.
“¿Por qué me harían eso?... Yo he sido generosa.” Decía ella, muy preocupada.
“Y también van mis sentimientos…” agregué, arrepentido de lo que había pasado esa tarde con Pamela. “¿Qué pasa si encuentro a alguien más? ¿Alguien que me haga sentir mejor de lo que me haces tú?”
Se cubría la cara y estallaba en llanto. ¡Al fin, un poco de celos!
“¡No, Marco! ¡No puedes!” me decía ella, aferrándose a mí y besándome de una manera muy apasionada. “¡Tú eres mío y siempre tienes que volver a mi lado! ¡Me has hecho tan feliz… y te necesito en mi vida! ¡No puedes dejar de amarme!”
“Ruiseñor, por eso quería preguntártelo.” Le dije, acariciándola con suavidad. “Por el momento, no hemos llegado a eso, pero ya creo que es suficiente. Tengo tu amor y eso me hace feliz.”
Su cara estaba contenta, pero no dejaba de estar preocupada.
“Pero Marco… yo no quiero que termines con ellas.” Me decía con tristeza. “¡Están tan felices contigo y no quiero quitártelas!”
“Entonces, este delfín perderá su sentido…” le dije yo, resignándome.
“¡No, Marco! ¿De qué hablas? ¡Yo aun quiero casarme contigo!” preguntó, muy asustada.
“Lo sé, Marisol. Pero tienes que entender que las estoy amando mucho y ya empiezo a cuestionarme si podré entregarme sólo a ti.”
Ella también estaba complicada. Su percepción no era “tan obtusa”. Pero para ella, tampoco era fácil.
“Marco, yo quiero casarme contigo y ser siempre tu mujer… pero ellas te aman, tanto como yo lo hago.”
“¡Lo sé, Marisol! Y lo entiendo, pero ahora son ellas las que quieren que involucremos a más personas… y me está haciendo dudar.”
“¿Y qué quieres hacer tú?” preguntó, abrazándome los hombros y secando mis lagrimas.
“Lo que siempre te he dicho: tenerte sólo a ti.” Respondí.
Nos besamos y empezamos a hacer el amor. Ella suspiraba sobre mi hombro, a medida que la penetraba. Le encanta sentir mi aroma, al igual que a mí me encanta el olor de su piel limpia con jabón.
Acariciaba sus pechos, lo que la ponía más contenta. Sabía que me gustaban más grandes y al fin, podía complacerme un poco, pero sus besos apasionados eran lo que más disfrutaba.
Me encanta el calor de su cuerpo, a medida que la voy penetrando. Adoro sus ojos verdes, llenados de conformidad y sus sonrisas hacen que su lunarcillo picarón se esconda brevemente, pero no desaparezca.
Sus caderas se han vuelto levemente más amplias y acaricio su vientre, que golpea el mío, en un constante frenesí, como si fuera un barco en el mar.
Sé que son hermosas, pero ella es la mía. Hay cosas que incluso las otras hacen mejor, pero no sabría por qué, pero hacerlas con Marisol es muchísimo más placentero.
Supongo que será porque la amo, porque es mi novia que me patea cuando duerme o porque arma tremendos embrollos, sólo porque su imaginación tiende a exagerar algo más allá de lo normal; tal vez, sea por su corazón generoso y su naturaleza empática, la que me ha hecho feliz tanto a mí, como a las que la rodean, pero sigue siendo ella la única mujer a la que quiero que tenga ese anillo y que por supuesto, sea la madre de mis hijos.
Incluso cuando acabamos y nos acurrucamos en la intimidad, ella sigue pensando en ellas.
“¡Marco, por favor, no rompas con ellas!” me dice, mientras reposa sobre mi pecho. “Me haría sentir que estás rompiendo conmigo también y no quiero sentirme tan triste. Te prometo que me casaré contigo y que trataremos de vivir como tú quieres, pero no las hagas sufrir, ¡Por favor!”
“¡Si tú me lo pides, no lo haré, Marisol!” le dije.
“Además, ellas respetan nuestra relación y sabes que eres mío.” Me decía, mirándome con esos profundos ojos verdes.
A la mañana siguiente, todo parecía normal.
“¡Tienen que comportarse!” les decía Verónica a Pamela, Amelia y Violeta. “Las 3 son niñas bien grandes y si las dejaremos solas, es porque le tenemos confianza.”
Amelia nos miraba con algo de tristeza.
“¡Qué envidia!” me decía. “¡A mí también me gustaría ir!”
Miré a Marisol. No era necesario que dijéramos palabras.
“¡En realidad, también me gustaría que vinieras!” le dije, lo que le hizo iluminarse. “Nunca has ido a un ginecólogo y tarde o temprano, te tocara ir también, así que no sería malo que lo hicieras ahora.”
Verónica nos miró preocupada.
“¿Y qué pasará con Violeta?” preguntó.
Pamela le dio la respuesta, con una gran sorpresa.
“De hecho, tía, quería pedirle si podíamos quedarnos juntas un rato.” Dijo ella, con una gran sonrisa.
“¡Sí!” exclamó Violeta, muy entusiasmada.
“¿Estás segura?” preguntó Verónica. “A veces, puede ser muy complicada…”
Pamela me miró y me dio una sonrisa.
“¡No se preocupe!” le respondió. “La verdad, es que siempre he querido tener una hermanita como ella…”
La cara de Verónica era imposible, pero no podía reírme… pero la gota que derramaría mi vaso sería la misma Violeta.
“¡Si, mamá! ¡Deja que Pamela se quede conmigo!” le pidió la menor de sus hijas. “¡Así, ella me lava las orejas y yo le enseño a lavarse los pechos!”
Marisol y Amelia se rieron, pero disimuladamente, Pamela se acercó a mi lado, muy avergonzada.
“Marco… si mis pechos estuvieran realmente sucios… ¿Tú me lo dirías, cierto?”
Le dije que no se preocupara, que sus pechos estaban limpios y que más tarde, le explicaría por qué se lo decía.
Marisol me miraba con humildad al subir al taxi. Se sentó entre su hermana y su madre y le fue explicando a Amelia lo que hacía ese tipo de especialistas.
Al llegar al hospital, Verónica aprovechó mientras pagaba la tarifa de la carrera.
“Marco… ¿No le has dicho nada… a Pamela?” preguntó, con algo de vergüenza.
“Verónica… ese secreto no es mío…” le dije, acariciándola suavemente en la mejilla. “Pero tienes que decírselo. Pamela te quiere mucho y sé que te comprenderá.”
Ella me besó en los labios.
“Mi hija tuvo mucha suerte…” me dijo, entre lagrimas.
Al obstetra le llamó la atención que vinieran tantas personas a ver a nuestro bebe. Le expliqué que era la primera vez de Amelia en estos lugares y él se mostró más abierto, respondiendo sus dudas y consultas.
Le simpatizó tanto al especialista, que de la nada, le obsequió una caja con pastillas anticonceptivas. Le dijo que para una muchachita “tan desarrollada e inocente como ella”, debía usarlas rutinariamente, sobre todo si tenía un novio.
Colorada como una frutilla, le confesó que su novio la quería mucho y él se preocupaba de hacerlo con preservativo todas las veces, a lo que el médico la felicito en su suerte y le dijo que no estaba de más, en caso de que el preservativo llegara a fallar.
Amelia me miró y sacudió el frasco, como si me dijera que teníamos que probar su efectividad… pero yo sólo le pude sonreír.
Entonces, se escucharon los ruidos del corazón. Mi experiencia en la mina me había hecho ser más perceptivo a las señales… y para mí, claramente, el ruido me indicaba algo más de lo normal…
“¡Este monitor de porquería, que tarda en encender!” protestaba el obstetra con la maquina.
“Doctor” le consulté “¿Es mi impresión… o escucho 2 latidos?”
Ellas me miraron con sorpresa.
“¡Es verdad!” dijo el especialista. “¿Usted también es medico?”
“¡No, señor!” le respondí con humildad, pero no menos tenso. “Sólo soy un ingeniero… pero he trabajado con ondas este último tiempo.”
“¡Lo sabremos en poco tiempo!” dijo, al ver que la pantalla se iluminaba.
Los 3 teníamos tremendos ojos al ver la imagen...
“¡Tenía razón!” dijo el especialista. “¡Son gemelos!”
Amelia y Verónica dieron un grito de júbilo y corrieron a abrazarme. Yo estaba sin sentido… no llegaba uno, sino que 2 bebes al mismo tiempo.
Marisol lloraba de alegría también y madre y hermana también le besaban en las mejillas. Ella me miraba, entre triste y contenta. Sabía que le preocupaba y deseábamos saber cuántas semanas tenían.
“¡Se ven saludables!” decía el doctor. “Por el nivel de desarrollo, creo que son 8 semanas.”
Empecé a rebobinar mi cinta mental. Habíamos perdido 1 semana para la ecografía, 2 más por la ocurridas tras los lunes casuales; otra más por la reunión para compartirme; otra más, por la adquisición de la casa; otra más, por el distanciamiento de Marisol; otra más, por el cumpleaños de Amelia y la última, la estaba mirando directamente en la mano de mi amada prometida…
“¡Marisol, me mentiste!” le dije, entre lagrimas de alegría.
Ella me miró preocupada.
“¡Marco, de verdad, no recuerdo!” me respondió, asustada.
“¡No, boba! ¡No hablo de eso!” le tomé la mano y tomé su anillo. “¡Cuando te lo di, me dijiste que te habías tomado la pastilla!”
Entonces, recordó y se puso a llorar también.
“¡Es tuyo!” me dijo. “¡Mamá, es de él!”
Todas lloraban. El especialista no entendía mucho, pero era un momento emotivo.
“Si lo desean, los bebes están sanos y suficientemente grandes para hacerles una prueba de paternidad.” nos dijo.
“¡No es necesario, doctor!” le respondí, besando la mano de mi amada. “¡Yo la conozco y sé que es solamente mía!”
Y ese fue el final de mi historia… todos felices, a punto de ser papás…
“¡Amigo, me engañaste! ¡Dijiste que ibas a contarme más cosas y que me ibas a avisar con (Final) cuando terminaran tus aventuras.”
Y no les miento, porque les avisaré el final entre paréntesis.
Verán, han pasado algunos meses desde que todas estas vivencias han tomado lugar. Hasta este punto, más o menos, fue la historia que recibieron la madrina de la novia y su madre, el “padrino extraoficial” y una invitada especial. Se los dejé como regalo de despedida de soltero, porque pensé que con eso, podían quedarse con un bonito recuerdo.
Sin embargo, “Mi esposa” me ha insistido en que la reescriba, para no extrañarme tanto en el trabajo y para que pueda explicarles qué fue exactamente lo que pasó en ese casamiento, para poder releerlo y tratar de entender, pero no ha sido la única.
También hay una jovencita que desea que narre sobre nuestra visita a Ayers Rock y lo mágico que fue ese fin de semana, al igual que hay una compañera de trabajo muy interesada por saber mis andanzas desde que me casé.
Y claro está, también hay una “madrileña malhumorada”, que a pesar de rehacer su vida con otra persona, dentro de la universidad, no lo admitirá, pero sigo siendo parte importante de su vida y le gustaría que contara como conoció a Su Excelencia, el Presidente…
Por mi parte, yo ya no me quejo tanto. Simplemente, asumí mi destino y sé que, para bien o para mal, Marisol me compartirá. Así que, para lamento de una persona, que probablemente contratara a un sicario o bien, le pedirá algo de financiamiento a su generosa madre para despacharme, mis aventuras todavía continúan…


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