Seis por ocho (86): ¡Tu madre es un culo!




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Compendio I


Para mí, fue un alivio recibir la llamada de Marisol ese sábado por la noche. Como podrán imaginarse, estuve todo ese sábado “entreteniendo” a Sonia para que no hiciera esa pregunta.
A estas alturas, ya tenía suficiente y no necesitaba más. Siendo completamente honesto, hice todo esto por una razón obvia: tetas.
Amo a Marisol (lo digo todo el tiempo), pero lo único que le falta son pechos más grandes para poder ser completamente feliz. Imagínense ir a hacerle clases, teniendo a una mujer tan seductora como Verónica en casa (Amelia siempre salía a correr), con unos pechos bamboleantes y esponjosos y que, al pasar los años, se pusiera afectuosa contigo... ¡Difícil resistirse!
Pero tuve esos pechos, los de Pamela, los de Amelia y los de Sonia y descubrí lo que siempre dicen: que no se puede juzgar un libro por su apariencia.
Porque detrás de esos pechos y traseros, habían mujeres con distintos problemas, gustos y necesidades y por el momento, podía arreglármelos, pero mi cuerpo estaba empezando a pagar la cuenta y ya no quería más.
Además, no niego que el sexo es delicioso y adictivo, pero también tengo mis propias preocupaciones: estaba mi trabajo, mi magister, mi matrimonio con Marisol y había descuidado las relaciones con mi familia, pero eso no me molestaba tanto, aunque eso no impedía que mamá me llamara todos los domingos para expresar sus opiniones sobre vivir con Marisol y su familia.
Según ella, Marisol estaba abusando de “mi buen corazón” y que estaba algo decepcionada de su futura nuera…
Porque claro, que yo tuviera un “harem en casa” era completamente impensable…
Por eso, quería aprovechar los meses que quedaban, con la intención de que quedaran con buenos recuerdos de nuestras vivencias juntos, aunque el destino opinaría distinto…
Estábamos agotados. Sonia apenas podía pararse y su trasero estaba muy sensible, al punto que no podía sentarse o caminar sin sentir molestias. Sin embargo, estaba muy contenta… Nunca me había visto así y por eso, no se opuso a mi retorno temprano.
Violeta me recibió con alegría, pero la atmosfera era extraña en casa. Algo había ocurrido y no deseaban decírmelo.
Amelia trataba de no mirarme; Pamela estaba muy avergonzada; Verónica me sonreía con una cara mezclada entre simpatía, compasión y benevolencia; y Marisol parecía saberlo todo, pero no quería decírmelo.
No lo supe hasta el día siguiente, dentro del taxi.
“Veras, Marco…” dijo Pamela, con mucho nerviosismo. “Mamá me ha invitado a su casa.”
“¿Pero por qué tengo que ir yo? ¿Por qué no viene Marisol o Verónica?” pregunté, muy confundido.
Se puso roja…
“Pues… no sé bien por qué… pero mamá piensa que tengo una pareja… y bueno…” dijo, mirándome muy preocupada por mi reacción.
Me llevé la mano a la cara. ¡No podía ser!
“¡Sé que no te es grato!” me dijo, muy complicada. “De hecho… si hubiera alguien más, se lo habría pedido... pero…”
Aunque me resultaba incomodo, no me iba a enfadar. Sigue siendo mi “novia aterrizada” y sé que le era más difícil a ella llevarme a su casa, pero ya no podíamos echarnos para atrás. Ahora la amaba también y la apoyaría hasta el final.
La antigua casa de Pamela es muy elegante: está ubicada en un barrio céntrico, pero antiguo, así que no era una mansión de lujo, pero si era una casa mejor a donde estábamos viviendo.
La sirvienta nos hizo que entráramos a esperar en una sala de descanso. Pamela estaba demasiado nerviosa, pero yo estaba impresionado con los cuadros, la alfombra y la elegancia de la decoración y los muebles.
Unos cinco minutos después, apareció la madre de Pamela…
Si he dicho que Pamela parece la novia de un actor de cine o un futbolista, pues su madre parecía la amante del actor o futbolista.
Lucia debía tener unos 38 años. Es un poco más alta que Verónica, pero no tanto como Pamela, pero más rellenita, aunque no se nota porque su amplísimo pecho concentra la mayor parte, que ella no dudaba en exponer con un vestido a la moda, con un tentador escote.
Pamela me contó que era una especie de diseñadora de ropa, que inicio su negocio con el dinero de la separación y como conocía a gente renombrada, le estaba yendo bien con su empresa.
Sus ojos son verdes, sus labios son gruesos, nariz fina y cejas delgadas, que le dan un aire altanero y de malas pulgas. Su cabello es color miel, sedoso y largo hasta los hombros.
A no ser por el color de piel y los ojos, el parecido de Pamela con su madre es impresionante, ya que se ven casi iguales, a excepción de que la hija usa un corte de pelo distinto. Pamela se lo deja bien corto.
Se saludaron y nos sentamos en los sillones. Lucia me miraba con desprecio y desconfianza y no aceptó mis saludos.
“¿Y él? ¿Quién es?” le preguntó a su hija, con una mirada despectiva que me hacía sentir como una porquería.
“Él es mi novio. Se llama Marco.” Respondió ella, aun nerviosa.
“¿Dónde lo conseguiste?” preguntó, ignorándome completamente.
“Pues… era amigo de Marisol… y ella me lo presentó…” mintió, a toda velocidad.
“¡Esa simplona!” Dijo Lucia, con una sonrisa burlona. Pamela sintió mis músculos tensos, pero trató de calmarme. “¡Me llama todos los viernes al mediodía, para contarme cómo te está yendo!... sinceramente, si no fuera familia, ni siquiera le respondería sus llamadas…”
Me estaba cayendo gorda. Podía ser muy guapa, pero no le daba excusa para que nos tratara a Marisol y a mí como si fuéramos mierda.
“¡Me da lo mismo que hagas con tu vida!” le dijo a Pamela, con desprecio. “Si decides enamorarte de un “pobre diablo”, es cosa tuya.”
Pamela también estaba algo enojada…
“¡Marco no es un “pobre diablo”!” dijo la “amazona española”, defendiéndome. “¡Él es un ingeniero muy inteligente y está trabajando para una minera!”
“¡Bah!” exclamó Lucia, sin importarle. “¡No necesito que me mientas! Sé que te gusta follar y la única forma que conozcas a un ingeniero, sería por dinero.”
Quería decirle unas cuantas verdades, pero Pamela me tomaba la mano, para calmarme…
“¿Qué es lo que quieres, mamá?” preguntó Pamela, de muy mal humor.
“Mira, no voy a andar creyendo los cuentos de tu ignorante prima, pero me da gusto verte vestida más normal.” Fue como la única frase de apoyo que dio su madre, desde que se reencontraron, pero no dejaba de ser desagradable. “Hace pocas semanas, me contactaron mis antiguos suegros, tus abuelos paternos, para preguntarme si sabía algo de Diego. Les respondí que desde que te fuiste de la casa, no lo había visto y hace poco me enteré que había sido arrestado.”
“¡Yo no me fui! ¡Tú me echaste!” le respondió con ira.
“¡Y mira lo que has logrado por tu propia cuenta!” dijo Lucia, como si estuviera orgullosa de ello. “Pero eso no importa, quería preguntarte si tenias alguna participación en eso.”
“¡Diego es un mojón!” respondí, bien enojado. “¡Quería llevarse a Pamela a la fuerza!... ¡La amo demasiado, como para dejarla ir sin dar una pelea!...”
“¡Marco!” dijo Pamela, sonriendo ruborizada.
Al parecer, mis palabras cayeron en gracia en Lucia.
“No niego que tienes razón… pero es imposible que un muchachito enclenque como tú pueda confrontarlo.” Dijo ella, sonriéndome muy altanera. “Pero bueno… aparte de eso, Marisol me contó que querías ingresar a la universidad.”
Nos miramos a los ojos con Pamela.
“He estado preparándome mucho.” Le respondió su hija.
“Como sea, no te daré dinero.” Dijo Lucia, mirándola a los ojos. “¡No me engañas, Pamela y sé que te gusta darte la vida fácil! Así que si esperas que te daré algunas monedas por vestirte distinto y armar una actuación, ¡Estás completamente equivocada!”
“¡Mamá!” dijo Pamela, intentando de contener a la “amazona”… “Yo no he venido para pedirte dinero. Fuiste tú la que me llamaste y ya no me importa si me crees o no. Tengo a Marisol y a mi tía y tengo el amor y apoyo de Marco y francamente, no te necesito en mi vida. Sé que tienes muchas comodidades y no lo niego, hay cosas que si extraño, pero puedo decir que finalmente, soy feliz.”
Pamela se llenaba de lágrimas al decir eso y su madre parecía desarmada…
“No te guardo rencor por echarme. Gracias a ello, descubrí muchas cosas que no podría haberlo hecho de otra manera y ahora, me simpatizo. Hay personas que me aman y tienen esperanzas en mí, cosa que tú nunca me has dado, así que no te preocupes. No volveré a pedirte dinero ni apoyo.” Le dijo, mirándola con convicción. “Ahora, si me disculpas, iré una última vez a mi antigua habitación.”
Su madre quedó sin palabras. Me tomó de la mano y la seguí. Fue cuando entramos que se puso a llorar abiertamente.
Era extraño. Pensaba que su habitación estaría llena de posters de cantantes de rock pesado y pintada de negro o gris, pero la verdad era que estaba pintada de blanco, inmaculada, con una alfombra café y con una cama rosada, como si se tratara de una chica normal.
“¡Abrázame un poco más fuerte!” Me pedía ella.
“¡No te preocupes, Pamela!” le decía yo, consolándola. “Tu madre podrá ser bonita… pero es horrible.”
Ella paró su llanto para reírse.
“¿Cómo dices eso?” me preguntaba.
“Es que me apesta.” Le expliqué. “Nos mira con tanto desprecio, que la odio con todas mis ganas. Incluso, la odio más de lo que te odiaba a ti.”
Mi enojo no permitió que replanteara bien mis palabras. Al ver su mirada esquiva, la acaricie y la besé en la mejilla.
“Antes, me molestaba que te estuvieras siempre luciendo, que me obligaras a tener que verte siempre, pero ahora te conozco y me he dado cuenta que eres una mujer muchísimo más tímida que Amelia.” Le dije, acariciando sus cabellos.
Nuevamente, volvió a sonreír.
“¿Más que Amelia?” me miró, con sus ojos desafiantes.
“Pues, si.” Le respondí. “¿Cuánto tiempo pasó para que pudieras decir que me amabas?”
Ella enrojeció.
“Bueno, Marco… eso no es justo.” Me respondía. “Yo nunca le he dicho a nadie mis sentimientos… aparte de Marisol y no creo que me haga más tímida que Amelia.”
“Como sea, ahora eres bella” le dije, acariciando su mejilla. “Antes, eras muy bonita, pero ahora eres bella.”
Ella me miraba, con un brillo en sus ojos.
“¡Gracias!” decía, sonriendo con dulzura.
“¡Tu madre es un culo!, como dices tú” le dije, descargando la última muestra de enojo.
Ella volvió a sonreír.
“¿No es un “trasero”?” preguntó, con una sonrisa coqueta.
Nos reímos y nos besamos.
“Así que esta es tu habitación.” Le dije “Es bien cómoda.”
Pamela se estiró y se tendió en su antigua cama.
“Si, parecen años que no vivía acá.”Me decía ella, con algo de nostalgia. “En realidad, nunca me sentí bienvenida aquí. Por eso, iba constantemente a visitar a Marisol y a mi tía, ya que las sentía como mi verdadera familia. Incluso, recuerdo que muchas veces, intentaba de imaginar a Marisol como mi hermana real, para no sentirme tan sola.”
He descubierto tantas cosas…
“Pamela, ¿Qué piensas de Violeta?” pregunté.
“¿Violeta?, pues… que es una chica pequeña, algo obsesionada con su tamaño. ¿Por qué? ¿Pasa algo con ella?” me preguntó, algo confundida.
Quería decírselo, pero no era mi lugar. Sabía que tarde o temprano, se lo diría Verónica, pero lo mejor era empezar a pavimentar ese camino.
“No le pasa nada, pero ¿No la ves como una hermana?” pregunté.
“La verdad, no.” Me confesó, extrañada por mis palabras. “Es que somos tan distintas, que nunca me he interesado…”
Me acosté a su lado, para verle a los ojos.
“¡Mira! Yo también fui el menor de 3 hermanos y francamente, también tuve que mostrarme como una persona más madura, si quería competir con los problemas que tenían ellos. Para ella, lo único que le queda es decir que no es pequeña, para que no la miremos en menos. Recuerdo una chica gótica que lo único que deseaba era ser el centro de atención… ¿Me entiendes?” le dije.
Me besó de una manera apasionada y distinta. Parecía suspirar, mientras lo hacía.
“¡No sé cómo puedo amarte tanto!” me decía, aferrándose a mi pecho. “¡No sé cómo lo haces, pero cada día te deseo más y más!”
Mi mente empezaba a jugarme trucos. Empezaba a ver a Pamela como una pareja más idónea que Marisol.
Era realista, hermosa, con su propia opinión y encanto. Quería hacerle el amor, ahí mismo…
“Pamela, ¿Aun tomas tus pastillas de forma regular, cierto?” pregunté, entre nervioso y excitado.
Ella sonrío, confundida.
“Si, pero, ¿Por qué lo preguntas?”
“¿Y cómo estás en tus días? ¿Hay riesgos de que puedas embarazarte?”
Sus ojos se llenaban de ilusión, mientras negaba con su cabeza y una amplia sonrisa recibía mi idea.
“Marco… ¿Me estás pidiendo…?” dijo ella, pero ya le estaba desabrochando la blusa y quitando su falda.
La deseaba. Incluso tenía preservativos en el bolsillo (las cosas salían siempre tan raras, que ya los llevaba a todas partes), pero quería hacérselo, sintiéndome en su interior.
Supongo que fue la simple sensación de sentirme dentro de sus labios que hizo que se corriera.
“¡Marco, estás tan caliente!” me decía, besándome el cuello, mientras se empalaba su intimidad.
La sensación era deliciosa. Su rajita estaba tibia, chorreante y apretada. Además, su físico espectacular era demasiado tentador y sus besos, cálidos, dulces y apasionados me hacían volar bien alto.
“¡Por favor…Marco!... ¡No juegues… conmigo!” me suplicaba, mientras la bombeaba. Era increíble. Podía sentirla corriéndose constantemente. “¡Dime que… está vez… te correrás dentro!”
“¡No seas boba, Pamela!” le respondí, con un tono enojado, que pareció entristecerla. “¡Si me corro fuera… mancharé tu cama!”
“¡Tonto!” dijo ella, riéndose y besándome. “¡Ay, Marco!... ¡Ay, Marco!...”
Apretaba sus pechos y ella me movía sus caderas, para que entrara más.
“¡Es tan gruesa!... ¡Tan dura y caliente!... ¡La amo!...” gemía ella.
“¡Quiero comer tus pechos!” le decía.
“¡Cómelos!” me decía ella, muy excitada. “¡Son tuyos y me encanta como lo haces!... ¡Estás ardiendo en mi!”
Nuestro frenesí hacia que la cama crujiera con nuestras embestidas. Le metía unos dedos en el culo.
“¡Si, mete más!” babeaba ella, de placer. “¡Quiero que llenes todos mis agujeros… con tus jugos!”
Esa frase hizo que subiera mi intensidad al bombear, lo que hizo que diera un estruendoso gemido.
“¿De verdad… puedo hacerlo?” le preguntaba, muy excitado. “¿Todos tus agujeros?”
“¡Si, Marco… la adoro!” decía ella, sacudiendo sus pechos de una manera impresionante. “La quiero toda… en mi… ¡Ah!...”
Parecía un pistón de automóvil. Estaba tentado de probar su boca o su trasero primero, pero no podía decidirme. Ambos son tan ricos y en mi indecisión, la bombeaba con más fuerza, lo que la hacía gemir constantemente.
“¡Veo puntos!... ¡Veo estrellas!... ¡Es tan rico!” decía ella, agotada de correrse tantas veces.
“¡Pamela… prepárate! ¡Me voy a correr!” le avisé.
“¡Si, Marco!... ¡Hazlo!... ¡La quiero toda en mí!”
Y cuando me corrí, fue como una explosión. Ella dio unos gemidos intensos, al recibir el primer, segundo y tercer impacto en su vientre.
“¡Es tanta leche!” exclamaba, fulminada por mi orgasmo.
Cayó rendida a mi lado, besándome con mucha felicidad. Nos acariciamos y nos besamos. Cuando me despegué, era el turno de la boca.
“¡No, no la chupes!” le dije yo, al recibir sus mamadas. “¡Quiero que lo hagas con tus pechos!”
Ella estaba más que contenta.
“¿Así que aun te gusta que use mis te… digo, pechos?” preguntó, con una sonrisa deliciosa. “¡Eres un tío pervertido y baboso!”
“Y tú, una guarra, bien viciosa, golosa y “muy guay”…” le dije yo, mientras me lo envolvía. Ella solo sonreía.
Cuando aparecía la cabeza, ella apretaba sus pechos, para lamerlo y meterlo en sus labios. Su lengua era deliciosa y ardiente y no le quitaba los ojos de encima.
Incluso, aprovechaba de darle unos chupones con los labios. Se sentía fenomenal.
“¡Marco… tus jugos… son los más ricos!” me decía ella, mientras me enterraba en esos pechos perfectos. “¡Son espesos… y salados!... ¡Me encanta… beberlos!”
Que me dijera eso, lamiera toda la cabeza y lo chupara de esa manera, me tenía en las últimas. Tuve que enterrar la cabeza en su garganta, una vez que me corrí.
“¡Uy!” exclamaba ella, jugando con sus dedos. “¡Siempre me queda una tirita de tus jugos y nunca pueda beberla!”
Luego me la chupaba, hasta dejarme medio erecto.
“¡Marco, entiérramela en el trasero, por favor!” me decía, presentándome las pompas.
No podía decir que no…
“En realidad… las primeras veces… no quería que… me la metieras por ahí… era virgen… y quería cuidarlo… por si conocía a alguien especial… y bueno… aunque me dolía… me gustaba mucho… y dejé que fueras… el único en probar ese agujero.” Me confesaba ella.
“Recuerdo que… me decías… que lo habías… hecho muchas veces… pero estaba… muy apretado…” le dije.
“¿Y ahora… no lo está?” preguntó, con algo de duda.
“No tanto… como al principio… pero es mejor… ¡Me encanta tu trasero!” le dije.
“¡Pues… a mi trasero… le encanta tu pene!” decía ella, meneándose.
Aunque se había corrido un montón antes, igual lo seguía haciendo mientras la sodomizaba y apretaba sus pechos.
“¡Agárralos con fuerza!” decía ella. “¡Como si fuera una vaca!”
Disfruté bastante de su trasero, hasta que me corrí, llenándola de leche otra vez.
“¡Eres infatigable!” me decía ella, besándome y esperando que me encogiera. “¡Lo hacemos… todos los días… y no te cansas!”
“¡Es que… eres bellísima!” le dije, besando su frente.
Luego de despegarnos, fue a su aparador.
“¡Cielos! ¡Olvidaba que tuviera tantos trajes de cuero!” dijo ella, al ver los colgadores.
“Pamela… ¿No podrías llevarte algunos?” Pregunté.
“Si, eso quería hacer… ¿Por qué lo…? ¡Marco!” exclamó ella, al ver mi erección. “¡Lo hemos hecho 3 veces!”
“Si… pero…” dije, bien avergonzado de mis instintos. “Cuando los usabas… te veías muy guapa… y bueno… nunca creí que lo haríamos juntos.”
Ella sonrió.
“¡Está bien!” dijo ella, sonando algo enojada. “¡Que tío más pervertido! ¿Te parece suficiente que me lleve 3?”
Yo asentía con la cabeza... con ambas cabezas.
“Y bueno, aprovechando que estamos acá… me llevaré algunos camisones para dormir… y algo de ropa interior… un poco más ligera… por si me toca encontrarme con pervertidos.” Dijo, mostrando un hilo dental rojo, a propósito.
Ya quería tirármela de nuevo…
Cuando armamos su nuevo bolso y nos vestimos, nos despedimos de Lucía, que por alguna extraña razón, se veía más sumisa.
“Pamela… siento haberte dicho eso.” Dijo ella. “En realidad, estoy orgullosa de ti… y quiero que sepas, que siempre serás bienvenida a casa.”
“¡Mamá!” exclamó Pamela, entre lagrimas al recibir su primer abrazo.
“Y usted…” me dijo. Al parecer, había olvidado mi nombre. “¡Por favor, siga apoyándola y disculpe mi falta de respeto!”
También me abrazó. Marisol no mentía… eran más grandes y regordetes que los de Amelia.
Regresamos a casa, con una sensación extraña. Verónica estaba muy interesada en saber cómo nos había ido, pero Marisol me sonreía. Creo que es algo bruja…
Pero esa misma sensación que recorría mi espalda 2 días atrás, la sentía extrañamente, al mirar a mi suegra y a Pamela. Realmente, estas cosas me estaban haciendo acelerar los engranajes del matrimonio… y lo que descubriríamos al día siguiente, pues… daría el último empuje.


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