Cuentos para un albañil, Sin códigos - Parte Uno.

Como para que me recuerden soy Mario, el albañil diplomado en otro relato que comparto con ustedes.
Como ya les conté, trabajaba en un centro de salud, no soy de hacer amigos, soy más bien huraño, tenía varios compañeros de mantenimiento, mayores que yo, todos, pero había uno en especial que era con que el que mejor me daba, no éramos amigos ni nos frecuentábamos ni nada, pero nos llevábamos bien, Víctor era un tipo grandote, relleno pero no obeso, pero risa franca y desvergonzada, era como el oficial albañil, pintor, lavador de la ambulancia, tenía varias tareas, me gustaba de él, que no era esos empleados públicos, que se esconden en la cocina del centro a leer el diario hasta las 10 de la mañana y después se quejan del mucho trabajo que hay, si veía el fondo del centro sucio o el pasto alto o basura acumulada, por su propia iniciativa, iba y limpiaba, no le gustaba estar al pedo, eso le trajo algunas alabanzas pero también criticas.
Y se relacionó con una pendeja, que la lleno en el primer polvo o antes y se tuvo que juntar de un día para el otro, con un bebe en camino, el combo incluía un hermanito de la pendeja y la suegra, entre gallos y medianoche, tuvo que construir una pieza, baño y cocina comedor en el fondo de la casa de su vieja y encarar la nueva situación conyugal, en eso que estaba levantando paredes me pide que si puedo darle una mano, con el tema eléctrico y detrás de eso que fui a su casa por primera vez, me había invitado un par de veces que yo por “A” o por “B”, siempre había esquivado, la cuestión que como dice el dicho “por comedido te pasa…” no solo termine haciéndole la electricidad, sino que después albañilería, plomería, salíamos del laburo, comía en su casa y trabajábamos hasta que se iba la luz, casi un mes todo éste tema.
A todo esto jamás la conocí a la pendeja, Víctor hablaba de estaba caprichosa, hincha pelotas por el embarazo pero nada más, después no volví más a lo de Víctor, se afianzo nuestra relación de amistad, pero siempre en el ámbito del trabajo, incluso a pesar de tratarnos más y de tenernos más confianza, me enteré tres días después que había nacido su hijo, jamás me conto, cuando, como, porque, era su vida conyugal y jamás volvió a invitarme a comer un asado un domingo o algo parecido.
Como a los tres meses saliendo de la oficina de personal, veo a Víctor con una pendeja mortal que tenía un bebe en brazos, esperando entrar al consultorio del Pediatra, amago acercarme pensando en que me presentaría a su señora y dejarme conocer a su hijo, mas de educado que por interés y Víctor es como se muestra indiferente y no con ese idioma gestual, de acércate, que te presento, salude cortésmente y pase de largo. Lo que no me fue indiferente, la mortal pendeja, flaca armoniosa, alta, pelo oscuro pero piel blanca, curvas para infarto, calza con botitas y esas camisas con botones para abrir y dar el pecho a bebe por si es necesario, pelo lacio largo suelto peinado natural a mano, la reciente maternidad le daba un aire de 18 años recién cumplidos, pero que sin ese aire daba mucho menos, la cara angelical y más evidente lo era, a lado de Víctor, un tipo de 32 años.
Dos o tres días después desayunando los cinco de mantenimiento al entrar, otro compañero que lo conoce a Víctor de años, en esas bromas de compañeros de trabajo dice al grupo
-mira vos al maestro, que pedazo de pendeja se consiguió y…
Víctor no lo deja terminar la frase, reacciona violentamente y se fueron a las manos, un quilombo de proporciones impensadas, después que los separamos, todos en silencio, Víctor había salido de la habitación, nos preguntábamos que era lo grave que se había dicho, por lo bajo sin decirlo, que boludo celoso.
Dos días después Víctor toca el tema conmigo, yo reclamándole que se le había salido la cadena, confirme esos celos enfermos y entendía porque no me había presentado, no invitado de nuevo a su casa a pesar que de trabaje un mes ayudándolo… todo me cerro, para mis adentro pensé, allá él y su mambo.
Víctor cambió, no fue de golpe, pero en ese año, desde que la embarazo a la pendeja, fue cambiando, de ser un tipo alegre de risa franca, armador de asados, empanadeadas, guapo para el trabajo, con su ropa de fajina pero siempre limpio, pelo cuidado, afeitado, botines limpios, paso a un aspecto descuidado, ropa sucia, mal humor y cada vez que podía se escapaba para hacer su changas de pintura, más que obvio que empezaron las quejas, como compañeros si podíamos lo tapábamos, pero era innegable que daba por las pelotas su actitud.
Un día como a los cinco meses de su hijo, tipo 10 de la mañana, entrando al centro de salud, había estado arreglando las luces del costado, me encara la pendeja, por favor, así de sorpresa, conjunto blanco de saco y pollerita de verano, con una blusa de licra pegada al cuerpo lila, escote generoso, cinturón, cartera y sandalias con taco, rojo, imposible no fijarse en ella, preciosa, cara de que le gusta indisimulable,
- Hola Mario, ¿Cómo estás?
- Hola…
Lo único que pude atinar a decir, así de golpe, enmudecido, tratando, digo tratando de mirarle la cara
- Soy Sofía la esposa de Víctor, no sé si reconoces
Una voz, el tono, por favor, me planto un beso en la mejilla
- que tal como andas, si por supuesto
Creo que dije eso, no estoy muy seguro jajaja
- no lo viste a Víctor, no conozco a nadie como para preguntar
- la verdad que no, estaba trabajando afuera
- lo podes buscar y decirle que lo estoy esperando en la puerta…
Ahí me le quede mirando, nada de por favor, caprichosa mandona, a quien le había ganado…
-sí, espera acá que ya te lo busco y le digo que venga
-bueno dale gracias
Y giro su cabeza como haciéndose que buscaba entre ese mundo de gente, en ese aire de soy importante, anda a hacer lo que te pedí, en dos segundos, de ser la pendeja que me dejaba enmudecido a que se vaya hacer… a la recalcada… obvio que ni me calenté en buscarlo a Víctor, si le dije a la mina de mesa de entrada que esa señora andaba buscando a .. bla bla y no le di mas pelota, cuando volví a pasar de nuevo como una hora después ya no estaba.
Al otro día Víctor me encara y me pregunta de la situación, me di cuenta al toque, que buscaba indagarme a ver si la historia que le había contado la pendeja coincidía con la mía, escueto y conciso relaté, me pidió que te busque, eso hice en la cocina, no te halle, le avise a la mina de mesa de entrada y me fui a la oficina del jefe que me había llamado ¿por? Mirándolo fijamente, dando muestra más que clara que todo, la pendeja sorete, el pelotudo celoso, por una tontera, me habían puesto los huevos al plato.
A partir de allí muy poca bola con Víctor, además que se lo veía poco, a todos tenía bastante molestos, hasta que un martes me da una tarjeta como la de los cumpleaños de los chicos, invitándome al bautismo de su hijo el sábado, corta ahí nomas le dije que no podía asistir por un compromiso, me quedo mirando Víctor en su sorpresa, no solo por mi negativa, sino por la forma; Cuando salimos a la dos de la tarde en eso que estoy llegando a la esquina, en mi moto, de regreso a casa, me para Víctor y me encara, que si me pasaba algo que se lo diga en la cara, ahí me baje de la moto, me saque el casco, me saque la campera, solté el bolso y lo encaro para boxearlo y me dice levantando los brazos,
-para boludo, que te pasa, quiero hablar con vos…
-pelotudo de mierda, que me venís a encarar así…
Nos bardiamos un rato, como dos gallos quiquiriquí, obvio que a pesar de todo eso molesto que teníamos en el medio, no queríamos las manos, algunos curiosos que siempre sobran, mirando a ver si de verdad nos trenzábamos, terminamos los dos en un tugurio de mala muerte dos cuadras más abajo, después del tercer tetra con coca, aflojo la lengua, pendeja caprichosa, el enamorado mal pero mal, desbordado de los celos y que no sabía que mas hacer para complacerla y que además, de esa manipulación enfermiza que él sabía que padecía, con la madre y cuñado por mantener, mas su hijo, no hay presupuesto que alcance, los ojos rojos, la voz temblorosa, la expresión de su cara, la vergüenza, el dolor en el alma, casi con resignación, la mano enorme de Víctor en su cabeza, como rascándose buscando respuestas, como casi buscando disculparse conmigo de su tontera, sinceramente a pesar de pensar que era un salame, me dio pena, había que ponerse en su cuero para entender y yo no debía juzgarlo, teníamos una amistad y son en esos momentos, donde se sabe, si existe o no.

continuara........

3 comentarios - Cuentos para un albañil, Sin códigos - Parte Uno.

galocasto +1
buen relato ....como sigue
Mertus
Muchas gracias, viene pronto los siguientes partes.