Seis por ocho (31): El amor de una madre




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Compendio I


Cuando llegamos a mi deprimente habitáculo, Verónica todavía estaba sorprendida.
“¿Qué es… lo que haces?” me preguntó, al ver cómo la sentaba en mi cama.

Seis por ocho (31): El amor de una madre

Supongo que ya imaginaba mis supuestas intenciones, por lo que no quería poner resistencia.
“Dijiste que querías hablar conmigo”
“¿Pero a estas horas?” me preguntó sorprendida.
Recordé lo que Amelia me había dicho la noche anterior, al haberle preguntado lo mismo…
“¡Es que si no, no podre verte!”
“Sí, tal vez… tengas razón.” nuevamente, sentí esa tristeza en su voz.
“¿De qué quieres hablarme?”
“Pues…quería hablarte, del cumpleaños de Amelia…” por el tono de su voz, era una tangente importante en su preocupación.
“¿Qué hay con eso?”
“Quería pedirte… algo de dinero… para la celebración. Tú sabes cómo es Sergio. Amelia está muy ilusionada, porque será mayor de edad y quiere tirar una fiesta con todas sus amigas de la escuela.”
“¡Ya veo! ¡No tengo ningún inconveniente! Si lo deseas, te acompañaré a comprar lo que necesites, apenas vuelva del trabajo.”
“¡Gracias! ¡Sabía que podía contar contigo!” me dijo, mucho más alegre, pero aun escondiendo lo que le preocupaba.
“¿Eso es todo?”
“Sí.” respondió ella, aunque sus ojos me decían lo contrario “¿Quieres… hacer algo conmigo… ahora… en la noche?”
Lo notaba en sus ojos. No era que ella lo deseara. Lo decía porque creía que yo sí quería hacerlo.
“¡Me gustaría mucho… pero más me gustaría estar contigo! ¡Te he extrañado bastante!”
Su cara dio leves señales de alegría.
“¿De veras?”
“Sí. Me gustaría saber qué has hecho, cómo te has sentido…”
Ella empezaba a enrojecer.
“Pues, he hecho lo mismo de siempre: cocinar, lavar ropa, limpiar la casa…”
“¿Y cómo te sientes tú?” le pregunté, interrogándola con mis ojos.
“¿Yo?... pues, me he sentido bien. Amelia está mucho mejor y Sergio está a mi lado…”
“¿Y qué hay del cariño?”
“¿Cariño?” preguntó ella, con una mirada más real. Empezaba a volver…
“Sí, ¿Sergio ha sido más cariñoso, mientras no he estado o sigue igual que siempre?”
“Él ha sido el mismo de siempre…” me dijo. Sus ojos verdes empezaban a humedecerse.
“Entonces, ¿Sí me has extrañado?”
“¡Claro que te he extrañado! ¡Te he extrañado mucho!” me dijo ella, con una solitaria lagrima, rodando su mejilla.
“… Pero...”
“¿Pero qué?” preguntó ella, cuando la segunda lagrima salía del otro ojo.
“¿Por qué has estado tan distante? Pensé que ya no me querías…”
“¡Sí te quiero!” me dijo, empezando a llorar copiosamente “Pero sé que no debo… por eso he estado así.”
“¿Por qué?” le pregunté. Me sentía contento de que volviera a ser la de siempre.
“Porque Amelia tenía razón. ¡Has vuelto por ella!”
“¡Ya, ya! ¡Tranquilízate!” le dije, acariciándola suavemente entre mis brazos.
“Ella es más joven… es más bonita… y mucho más delgada que yo.” Me decía ella, todavía llorando.
“¿Y realmente piensas que yo sólo veo esas cosas?”
“¿Qué?” ella estaba sorprendida.
“Que si realmente crees que encuentro a Amelia mejor que tú…”
“Pues… sí…”
La besé en sus tiernos labios. Sus ojos, de a poco, recuperaban el matiz que buscaba.
“Nunca pensaste por qué charlábamos tanto cuando iba a hacerle clases a Marisol, ¿Cierto?”
“Pensé… que lo hacías… para congraciarte con nosotros.” me dijo, aun sorprendida.
“En parte, es cierto. Pero también me gustaba conversar contigo, porque te admiraba”
Cada vez, me miraba con ojos más grandes y más vivos…
Era cierto. Siempre la admiré por ser tan hacendosa en su hogar, una madre tan responsable y preocupada de sus hijas y era un agrado conversar con ella, a diferencia de conversar con Sergio.
“¡De hecho, recuerdo que cuando veía a Sergio, tenía celos!” le dije, sonriendo.
“¿Celos?” me preguntaba ella, con ojos desbordantes de curiosidad.
“Pues, sí. Él siempre te ha tenido a tu lado y nunca ha podido apreciarte. Me daba rabia pensar que de haber nacido un par de años antes, tal vez, tu vida habría sido muy distinta a lo que es ahora…”
“¿Estás diciendo que…?” la interrumpí en medio de su revelación.
“Fue en ese momento que me di cuenta que te amaba. Yo estaba enamorado de tu hija, pero era en parte porque veía que nuestro amor, entre tú y yo, era imposible. Por eso, decidí apegarme más a la familia de ustedes y dejar la mía de lado. Siempre creí que ustedes me necesitaban más de lo que lo hacían mis padres y mis hermanos, por eso, sabiendo que aunque lo nuestro nunca podría prosperar, quise brindarte mi apoyo, en lo que fuera que necesitaras.”
Se aferraba a mi pecho y sentía cómo sus lágrimas mojaban mi pijama.
“También quiero a Amelia, pero la quiero por lo mucho que me hace pensar en ti. La veo y me preocupa que vaya a acabar tan infeliz como tú estás ahora y aunque mis instintos me han guiado a experimentar con ella, me da mucho temor que aprenda esas cosas con alguien que a ella no la ame con sinceridad.”
Ella me besaba intensamente, llorando. Su flama se había vuelto a encender. Era la misma que siempre amé.
“Pero eso no significa que te ame menos y por eso estaba preocupado de verte tan distante. Yo quiero que seas feliz, me da lo mismo si es conmigo o con otro, pero yo deseo que te valoren y te aprecien…”
Al decir eso, la fulminé. Nuevamente, empezó a llorar.
“Pensé… que no me querías… y quería olvidarte… pero me gusta tanto cómo me haces sentir…”ella lloraba, desesperada.
“Y empezaste a ver a otros, ¿No es así?” le dije.
“¿Cómo…lo sabes?” me preguntó.
“Hoy te vi… con los hombres del gas.” Le dije, recordando esas atroces imágenes “Algo en mí me decía que tenía que acompañarte y tenía que verte. Entonces, divisé el camión repartidor y recordé lo que me contaste la vez que te disculpaste conmigo. Sabía que estaba pasando y por eso, tenía que verlo con mis propios ojos.”
Ella se sentía más triste.
“Debes creer que soy sucia… que soy una puta.”
La tomé en mis brazos y la besé.
“No lo creo y si lo fueras, ¿Quién soy yo para juzgarte? Yo…enamorado de tu hija y acostándome contigo y con su hermana. ¡No, corazón! Lo que más me dolió fue ver esos ojos marchitos, sin vida. ¡Eso fue lo que me rompió!”
La besé y empecé a acariciarla. Sorpresivamente, empezaba a entender la filosofía de Marisol…
“¡No me importa verte con otros hombres! ¡Lo único que me importa es que tú te sientas bien!... por eso, los odiaba. Tomaban tu cuerpo, sin agradecer ni preocuparse por lo que sientes… y tú, estabas resignada.”
La besé y empecé a sacarle el camisón. Ahí estaban sus lindos y maltratados pechos. ¿Cómo no iba a amarlos? Ella se dejaba hacer. Mi mástil ya se aparecía, entre la ranura de mi pantalón.

tetona

Empecé a penetrarla sin condón. A esas alturas, no me importaba. La deseaba. Quería que se sintiera bien. Quería que supiera que yo me sentía bien con ella.

Suegra

Ella lloraba.
“¡Cuánto la extrañé!” me decía, al sentirme en su interior.
“¡Yo también te extrañé mucho!” le decía, devorándola a besos.
“¡Te amo… tanto! ¡Me duele… el corazón… sin ti!” me decía ella, moviendo sus caderas.
“¡Yo también te amo!” le dije, bombeándola con fuerza.
Acariciaba sus pechos, suavemente, como a ella le gustaba.
“¡Me haces… sentir… tan…bien!”
La besaba y la di vuelta, para que me montara. Tenía que ver esos pechos, saltando sobre mí, para saber que mis sueños de niñez eran reales… y que todo estaba ocurriendo, tal cual cómo lo percibía.
“¡Puedes… hacer…conmigo… lo que…quieras!... ¡Soy…tuya… de cuerpo… y alma!...solo…no me dejes…sin amor…”
Sus ojos brillaban de lujuria. Era mi antigua Verónica. La que siempre imaginé cuando conocí a Marisol.
“¡Come…mis pechos!... ¡Son tuyos!... ¡Me haces…sentir… tan bien!”
Se corría incesantemente en mi verga, mientras la bombeaba. Amasaba sus pechos, con delicadeza y amor, viendo cómo le daba mayor placer.
“¡Hazme… el amor… cuando quieras… y cómo quieras!... siempre…estaré… ahí… para… satisfacerte”
Cada palabra, me hacía ponerme más duro y la golpeaba con más fuerza. ¿Una mujer como ella, entregándose completamente para todos mis deseos?... aun me hago pajas en la ducha, pensando en sus palabras.
“¡Ya… no aguanto… mucho!” le dije, bombeando sin cesar.
“¡Córrete!... ¡Córrete… en mi!... ¡Quiero sentir…tu amor…quemando mi vientre!... ¡Dámelo… dámelo todo!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...”
Y me corrí en su interior. En esos instantes, no existían Marisol, ni Sonia, ni Pamela, ni Amelia. Solo estábamos ella y yo.
“Estoy… tan llena… de ti… ¡Me siento…feliz!” me decía, besándome a los labios.
Yo seguía botando jugos en su interior. Nos abrazamos y dormimos, hasta las 5 y media de la mañana.
Ella volvió a su habitación, sonriéndome como la misma Verónica que había dejado la última vez. Y yo pensaba seguir durmiendo…
“¡Buenos días!” me dijo Amelia, a los pocos minutos. “¡Has conversado mucho con mamá! ¡Ahora te toca conversar conmigo!”

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Metió su mano en mi pantalón y sacó mi tiesa verga.
“¡Feliz cumpleaños, Amelia!” dijo ella, al verla.
Y empezó a darme una mamada matutina.
Sería un cumpleaños inolvidable…


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