Impulso (O el ascensor de la lujuria)

Había algo más que simpatía en esa mirada, se notaba en el aire. Podía percibirse un perfume diferente esa mañana, aquella voz denotaba algo más detrás del inocente saludo, apenas podía disimular un deseo contenido. Y me di cuenta entonces que una cuenta regresiva había comenzado algunos días atrás, de allí en adelante nada sería igual, cada encuentro sería muy significativo y cada uno podía ser el esperado, el deseado, el fantaseado.
Cruzarse con ella durante el día, obligaba a pensar en algo que decir para mantener latente algo inocultable.
Y cuando el momento llegó todo le demás dejó de importar lisa y llanamente, nada más tuvo existencia.
Supe entonces para que eran útiles los ascensores, además.
Pocas palabras, ya no hacían falta. Noté como su corazón latía más rápido, como la sangre llenaba todas las cavidades. Percibí el paso del tiempo, distinto, de otro color. Y los detalles de sus gestos, de su mirada, de su cuerpo entonces se vieron realzados en ese momento.
Tras cerrar la puerta del ascensor y subir hasta el último piso, solo tuve el irrefrenable deseo de comerme su boca y apretar su voluptuoso cuerpo contra el mío.
Percibí que su cuerpo temblaba y no era de frío, su respiración también se había acelerado y me parecía que sus pechos parecían más grandes, por lo menos sus pezones brotaron endurecidos.
Mis manos buscaron su cintura, su piel y se encontraron con la tibieza de un cuerpo blando, redondo, tembloroso.
Sus labios no se resistieron, su lengua jugó con la mía y sus manos supieron buscar debajo de mi cintura, felizmente, instintivamente bajé las mías por su espalda hasta su culo y allí me detuve algún tiempo, las manos me quedaron chicas tratando de acariciar esas redondeces y también empequeñecieron tratando de aplastar un poco sus tetas.
Pero quisimos más, siempre se quiere más.
ella permitió que le bajara la calza y la bombacha, lo suficiente para tocarla, también se levantó el buzo y deslizó su corpiño para exhibir sus tetas grandes, blancas y duras, pesadas. Su panza redonda también con un ombligo pequeño y tibio, flotaba levemente sobre su pubis exageradamente carnoso y peludo, su culo un poco frío, aumentaba la temperatura cuando mis manos buscaron hacia adentro.
Me arrodillé frente a ella y busqué frenéticamente, en ese arbusto negro y encontré una humedad viscosa y oliente.
Sentirla mojada me excitó más todavía, me perdió más todavía y separé con mis dedos esos labios carnosos y calientes, hundí mi cara allí, lamí y chupé, acaricié y penetré con mis dedos esa herida latente y temblorosa tanto como pude, y mucho no podía, ella apretaba mi cabeza contra su sexo enardecido, quería más, la hice girar como para no darle todavía lo que quería y con fuerza separé sus nalgas, ella se inclinó un poco y separó las piernas, hundí la cara nuevamente en ella, sentí más olores y más me excité; deslicé mi lengua hacia arriba y hacia abajo tantas veces que por último, casi la sentí adormecida por el roce contra su culo.
Se agachó tanto como su cuerpo le permitió y separó sus piernas cuanto pudo, de su sexo no dejaba de fluir un líquido blanquecino, tibio, salado que hacía más fácil a mis dedos abrirse paso, tenía los cuatro en movimiento y parecía que podían entrar más, con la otra la froté por delante y ya no podía soportarlo, ella se movía al ritmo de mis manos, gemía, se quejaba, transpiraba, sus labios proferían sonidos que no podía entender, ya casi no podía sostenerse sobre sus piernas, pero no quería dejar de sentir mis manos entre sus piernas y yo no quería sacarlas de ahí.
Ella estaba prácticamente desnuda, sus grandes tetas colgaban pesadamente y se agitaban hacia todos lados, sin control, salvo cuando ella misma se las sostenía o se las apretaba, o se las mordisqueaba levemente.
Cuando no pudo sostenerse más, se acostó en el piso y con las piernas hacia arriba, hundió ella misma mis manos en su sexo mojado, ya le faltaba poco y me decía “seguí, seguí”.
Yo turnaba las manos, primero con una luego con la otra, incluso con las dos juntas.
Hacía calor allí y además había olor, estábamos los dos transpirados y eso más nos calentaba, el calor, el olor, la humedad, todo.
Finalmente acabó con un quejido largo y grave, con espasmos en todo su cuerpo, su sexo palpitaba, parecía una boca que se abría y cerraba nerviosamente, mis manos estaban llenas de su flujo, mi cara, mis labios, sentía su olor metido dentro de mí, pero ella también estaba algo así. Tenía todo el cuerpo humedecido por el sudor y por su propio flujo que yo mismo había desparramado, tenía el olor de su sexo en toda su piel.
La ayudé a vestirse y la invité a mi depto. para que se duchara, yo también debía hacerlo y además, yo no me había desahogado, faltaba ese detalle y ella con una sonrisa me dijo que lo dejara por su cuenta, que sabía como hacerme sentir bien y relajado, que también sabía usar las manos, la boca y por supuesto la lengua.

2 comentarios - Impulso (O el ascensor de la lujuria)

luismiguelito78
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Muy buen relato amigo... nos encantó 🙂

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