Fantasía... ¿O realidad? Capítulo 4

En mi época de estudiante viví en varios pisos compartidos, a cuál peor. Sin embargo, el último año de carrera, tuve la suerte de entrar con un compañero de estudios, Antonio, que llevaba viviendo 3 años en el mismo sitio, y su antiguos compañeros, ya finalizada la carrera, habían dejado libres sus habitaciones. Quedaban otras dos por ocupar, así que pusimos anuncios en la universidad.

Fue Mar la primera que nos llamó, y aunque nos dijo que era española (de una población cercana a la universidad además) tenía un acento latino muy, muy dulce… Quedamos con ella y vino ver el piso. Le encantó. Nos contó que estudiaba Turismo (muy cerquita a mi facultad) y que había estado un tiempo viviendo en México (de ahí el acento). El precio, además, era muy asequible, así que solo quedaba una habitación por ocupar.

Mar era rubia, con la piel muy bronceada y unos ojos verdes que quitaban el sentido. No era especialmente guapa, ni su pecho nada del otro mundo, pero en cambio tenía un culete espectacular. Ya podía imaginar qué clase de ropa interior frecuentaría el tendedero, y la idea me encantaba. Mar se instaló en la habitación del fondo del pasillo, junto a la mía.

Seguíamos teniendo libre una habitación, que muy pronto fue ocupada por Raúl, estudiante de diseño. Bueno, por Raúl y por Elena, la novia, que aunque vivía muy cerca de allí, apenas salía de nuestro piso.

Elena merece mención aparte. Morena, ojos azules, y al igual que Mar, poco pecho, pero culazo increíble. Raúl, además, no le hacía mucho caso (llevaban mucho tiempo juntos) así que muchas veces se lo dejaba en la habitación enfadado y salía al comedor a charlar con nosotros.

Había un buen rollo espectacular en el piso. No eran pocas las veces que nos juntábamos a cenar, cenas eternas regadas generosamente en alcohol, antes de salir de fiesta, y cada vez teníamos más confianza.

Una noche, tras la cena y mientras los demás acababan sus copas, entré al baño a ducharme y afeitarme antes de salir. Pese a que el piso era bastante grande, apenas tenía un baño. Amplio, eso si, y con una ventana que daba a un patio interior (la ventana será protagonista en un próximo relato). Estaba terminando de afeitarme con la toalla anudada a la cintura, cuando de repente se abrió la puerta. Era Elena, que venía con un grado de intoxicación etílica más que evidente, y entre risas me dijo… No te preocupes, no tardo nada; y ni corta ni perezosa, se bajó los pantalones y las braguitas y se sentó en la taza. Ni que decir tiene que la situación me resultaba de lo más excitante, y pese a que continué afeitándome como si nada, no podía evitar mirarla de reojo. Hay pocas cosas que me pongan más caliente que ver a una chica, braguitas por los tobillos, sentada en el baño, así que no tardé en estar empalmadísimo. Ella lo notó, por supuesto, y sin dejar de reír, dijo… Ummmm, vaya… Vaya tatuaje más guapo, ¿no? Jajajaja. Se subió los pantalones y salió riendo…

Esa noche, y los siguientes días, dejé de ver a Elena como la novia de Raúl. Nuestra relación siguió como hasta entonces, pero de vez en cuando intercambiábamos miradas… que prometían. Yo, recordándola cómo la había visto, me excitaba muchísimo. Y más de una vez, cuando no había nadie en casa, me entraban una ganas tremendas de curiosear entre sus cosas para ver su ropa interior, y ¿por qué no? Dedicarle una buena paja en su honor.

Una mañana, Raúl salió temprano de casa puesto que tenía un examen, Mar estaba en la universidad, y Pedro había salido a hacer unas compras. Pensaba que estaba solo en casa, ya que una vez más, Raúl y Elena habían discutido la noche anterior e imaginé que habría dormido en su piso, así que me paseaba tranquilamente en ropa interior por la casa. Al pasar por delante del baño, no pude evitar recordar a Elena sentadita en la taza y enseguida tuve una increíble erección. Pensé en entrar y hacer honor al pensamiento con un tremendo pajazo y allí me dirigí. Y al abrir la puerta del baño… Allí estaba Elena, envuelta en una toalla blanca, secándose el pelo con una pequeña toallita ante el espejo. Estaba espectacular, totalmente empapada, marcando pezones y con ese culazo que prácticamente asomaba bajo la toalla. Ni se inmutó con mi entrada. Me dijo… ¿Ibas a ducharte? Entra, yo ya estoy terminando. No sé muy bien qué me pasó por la cabeza. El caso es que llevaba tiempo buscando una situación morbosa con ella, y pese a no haber alcohol de por medio esa mañana, pensé que sería un buen momento. Así que le dije… Si, tú tranquila, termina lo que tengas que hacer. Me bajé los calzoncillos, empalmadísimo como estaba y entré en la ducha. Haciendo como si no estuviera, empecé a ducharme, y con la cortinilla entreabierta pude comprobar como me miraba a través del espejo y sonreía. Ahora o nunca, pensé. Y empecé a enjabonarme la polla con mucha tranquilidad, despacio, y recreándome con cada movimiento. Estaba cachondísimo. De repente ella salió del baño y creí que le habría molestado, por lo que se me cortó el rollo bastante, así que dejé de masturbarme y me concentré en la ducha, pensando que desde ese momento sería bastante incómodo coincidir con ella en casa. De repente escuché cómo la cerradura de la puerta daba dos vueltas de llave (siempre cerrábamos al salir) así que imaginé que se habría ido a clase. Continué duchándome ya más relajado y aún con una tímida erección por la excitación del momento, meditando en cómo actuar cunado volviésemos a vernos. Y de repente…

¿Me haces un huequecito? Necesito aclararme la mascarilla del pelo, dijo Elena abriendo las cortinas de la ducha y quitándose la toalla mientras entraba. Estaba increíble, su pecho no era tan pequeño como me había parecido con ropa (una 90 generosa) con unos pezones pequeñitos y sonrosados (me encantan los pezones así), tenía el coño completamente depilado, a excepción de una pequeña y finísima línea de vello, y su culo… ¿Qué puedo decir de su culo? Grande, pero redondito y durísimo. No podía creérmelo.

Me quedé totalmente descolocado, aunque no así mi polla que reaccionó de inmediato poniéndose de nuevo durísima, y Elena se colocó de espaldas a mí, obligándome a retroceder, y empezó a aclararse el pelo bajo la ducha. Ya que estoy, me enjabonaré de nuevo, me dijo. Y yo, arrinconado, y con el rabo como una piedra. Me acerqué a ella y me ofrecí a ayudarla, con respuesta afirmativa por su parte, así que llené mis manos de jabón y empecé a enjabonar sus hombros, sus pechos… Cada vez me acercaba más a ella, y su enorme y precioso culo a mí. Mis manos se deslizaron con habilidad hasta su coño y empezaron a acariciarlo. Ella gemía con cada caricia, y mis dedos se adentraban en ella con suavidad. Empecé a recorrer sus nalgas, cada vez más cachondo, y al fin mis dedos entraron en su culazo, que quedó completamente enjabonadito. Un pequeño movimiento hacia atrás y su pedazo de trasero engulló mi polla como por encanto. Con un enorme suspiro me llamó hijo de puta, y se reclino hacia adelante con el fin de acomodarlo. Era lo que estaba deseando, y empecé a follárselo como un loco. Cada vez que la embestía y sus nalgas golpeaban mi cuerpo, me ponía más y más caliente, dándole palmaditas frecuentes en el culo que no hacían sino excitarnos a ambos cada vez más.

Supe de repente que iba a correrme, y se lo advertí. Hazlo en mis bragas, me dijo, descolocándome por completo. ¿En tus bragas? Contesté. Si, en mis bragas. Voy al supermercado, y quiero sentir esa corrida en mi coño mientras hago la compra. Si antes estaba descolocado, eso acabó de completar mi estado, pero obediente, salí de la ducha, cogí sus bragas, y derramé la abundante corrida en ellas, completamente cachondo Y no lo ví…

No ví que en ese momento, Mar, que acababa de regresar de clase, pasaba por el pasillo de camino a su habitación. Ni siquiera escuché abrirse la puerta, que tenía dos vueltas de llave, del calentón que llevaba…

Continuará

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