Entregando a mi esposa -Crónica de un consentimiento Prt 12

Pasamos el fin de semana en casa, yo no podía evitar hacer alguna alusión a la prueba que me había planteado y de la que apenas tenía datos, quería saber más y María parecía disfrutar frustrando mi curiosidad.
La semana transcurrió con cierta tensión flotando en el ambiente, yo no quería ceder a la presión que María intentaba ejercer sobre mi y por eso evité preguntarle, aparentando un desinterés que en absoluto sentía. El viernes a media mañana sonó mi móvil en plena reunión; era María y corté la llamada, ella sabía que si hacía eso la llamaría más tarde, a los pocos minutos recibí un sms que no abrí hasta media hora después, al acabar la reunión. Era de María y decía así
"Como con Roberto, no me esperes para el gimnasio tq"
Roberto, uno de los socios del gabinete en el que trabajaba, el típico investigador transmutado en ejecutivo, desvinculado cada vez mas de la actividad profesional, ególatra, vanidoso, prepotente y machista, ¿qué pintaba María almorzando con semejante ejemplar? Quizás algún asunto del gabinete que requería… no, no tenía sentido; Entonces caí en la cuenta: la prueba, ¿Acaso María intentaba jugar la baza de los celos? No podía ser, no era tan ingenua como para pensar que caería en la trampa. Contesté escuetamente el sms.
"no cuela"
No hubo respuesta; a la una y media intenté hablar con ella pero me colgó. Esperé pero tampoco esta vez respondió; A las dos y media salí del despacho y me fui a casa.
No estaba allí, miré el contestador sin encontrar ningún mensaje; volví a leer su sms "no me esperes para el gimnasio" ¿Cuánto tiempo pensaba estar de sobremesa? Los viernes solemos ir al gimnasio sobre las seis.
Tuve que reconocer que si María intentaba ponerme nervioso lo había conseguido estaba inquieto, pero intenté seguirle el juego; me dije a mi mismo que ella pretendía exactamente esto: ponerme nervioso, hacerme dudar de ella; Sonreí y me armé de toda la seguridad que encontré en mí, pero mi cuerpo denotaba tensión.
El sonido del móvil me sobresaltó, vi que era María, descolgué y escogí mi tono de voz más neutro
"Hola cariño" – respondí; escuché el sonido típico de un lugar concurrido, quizás un restaurante.
"Hola cielo, recibiste mi mensaje verdad?"
"Claro, y tu recibiste el mío, no disimules"
"Llegaré un poco tarde, vete tú al gimnasio y luego te llamo" – hubo un silencio en el que intenté elegir la frase adecuada para demostrarle que no me tragaba su treta pero no tuve ocasión – "por cierto, Roberto me acaba de preguntar por el congreso de Enero, te lo paso y le cuentas, vale? Un beso" – Ni siquiera tuve tiempo de contestar aunque si lo hubiera tenido no habría sabido qué decir, enseguida escuché la voz ampulosa de Roberto, haciéndose el "amiguete", le escuché casi sin entenderle y le contesté brevemente prometiéndole más información – "se la das a tu chica, que como la tengo cerca todos los días ya me la pasará" - ¡imbécil! Este cretino pensaba que podía hablar de María como "mi chica" y tratarme como si fuera un subordinado suyo solo porque ella trabajaba en su empresa.
Intenté analizar desapasionadamente la situación, notaba en mí todos los indicios de la ira, del miedo, de la inseguridad, mi cabeza funcionaba al doscientos por cien imaginando alternativas, pensando que María, con tal de ponerme a prueba, se podía estar metiendo en una situación desagradable. Roberto no perdía ocasión de proclamar sus conquistas, hablaba de sus ligues como si fueran piezas de caza, su cortesía dulzona, su galantería con las mujeres, dejaba traslucir deseo, superioridad, ningún respeto; para él las mujeres eran inferiores, débiles, antojadizas y dispuestas, siempre dispuestas. Ya sabía cómo miraba a María, en alguna convención habíamos cruzado nuestras miradas después de pillarle desnudándola con los ojos y ella misma me había contado las insinuaciones y tanteos que había tenido que resolver con diplomacia en sus inicios en el gabinete. María era una "pieza no cobrada" y eso, para el orgullo hiperdesarrollado de Roberto, era algo que no llevaba bien; Haber conseguido que le aceptara un almuerzo era ya un triunfo y no se iba a quedar ahí.
La desazón que sentía era inaguantable, la imaginé teniendo que soportar sus insinuaciones, supuse que se habría envalentonado y que ya no la dejaría en paz, como hasta ahora.
Entonces fue cuando me cuestioné todo lo que le había propuesto, si me sentía así por un simple almuerzo ¿cómo reaccionaría si se acostaba con alguien?
"Con él no, con él no" me decía a mí mismo. Pero si esto era una prueba, debía afrontarla, mi veta investigadora me decía que tenía que desmenuzar mis emociones, mis dudas, mis miedos… tal y como le había pedido a ella.
María acababa de cumplir 29 años, yo aun no tenía 42, nuestra diferencia de edad se notaba, pero si al principio de nuestra relación yo era un hombre joven de 34 años con una niña de 21, ahora yo ya era un maduro de 42 casado con una joven de 29, me conservaba bien, físicamente estaba en forma, no había ni rastro de tripita cervecera que tanto abundaba en mis colegas, pero las canas, las entradas y las incipientes patas de gallo delataban mi edad, bien llevada pero ahí estaba, tenía éxito con las mujeres y aunque nunca me aproveché de ello, alimentaba mi vanidad y mi ilusión de la eterna juventud.
María estaba más hermosa que nunca, mantenía una figura envidiable, el gimnasio al que yo mismo la había aficionado y el no haber tenido niños la mantenían en las mismas tallas con las que la conocí. Su cuerpo se había desarrollado de la mejor manera posible, su vientre plano, sus nalgas duras, su pecho breve pero hermoso y firme… y su rostro… su boca sensual sin ser exageradamente gruesa, esos ojos negros, profundos, capaces de desarmarme con solo una mirada… ella es consciente del poder de sus ojos sobre los hombres y a veces la he visto usarlo con sutileza para conseguir una buena mesa en un restaurante, cuando yo ya había fracasado en el intento, o para librarse de una multa de tráfico con elegancia sí, pero con seducción no premeditada. Estaba en su mejor momento, en la cúspide de su juventud.
Puse sobre el tapete todas mis dudas, mis miedos, mis complejos… y la imaginé aceptando ese gesto tan impertinente de Roberto que siempre coge a las mujeres de los demás por la cintura… menos a María hasta ese momento, que había sabido pararle en seco con una sonrisa en los labios; Pero supuse que haber conseguido que María aceptase su invitación le habría dado alas, si Roberto la había tomado por la cintura y ella pretendía darme una lección… o si simplemente había decidido poner en práctica todos mis argumentos de que experimentara… si le había permitido eso, Roberto después de tanto tiempo de mantenerle a raya lo habría tomado como un signo de mucho mas. La imaginé en un restaurante aceptando los asaltos de Roberto, esas tácticas burdas que sin pudor había exhibido delante de todos con la mujer de un empleado recién ascendido: una mano en su hombro para afianzar una broma, un jugueteo con sus dedos en la mano de ella, su costumbre de sentarse al lado de la pareja en lugar de enfrente para poder en algún momento bajar la mano y rozar su muslo sabiendo que ella jamás montará un escándalo y menos con el jefe de su marido ¿Aceptaría María este asedio por mi culpa, por probar que se siente?
La desesperación comenzó a aparecer en mí, deseé no haberle dicho nunca todo aquello, deseé…
Una nueva imagen apareció en mi mente, veía a María entrando en un hotel con Roberto, tomando las llaves de una habitación mientras los empleados la catalogan, siendo besada en el ascensor mientras suben a la planta, entrando en la habitación y dejándose desnudar por Roberto.
Comencé a tener una erección y me escandalicé de mi reacción, pero mi cabeza seguía elaborando imágenes: la vi despojándose del sujetador, dejando que él se agachara a quitarle las bragas, le imaginé aspirando su aroma cerca, muy cerca de su sexo, la vi con sus pechos manoseados sin delicadeza por ese hombre. Y por fin la vi follando; mis manos desabrocharon precipitadamente mi pantalón y comencé a masturbarme mientras la imaginaba tumbada en la cama con Roberto encima, penetrándola, follando a su presa, a la nueva pieza de su colección, la más codiciada, la que más se le había resistido. Y me corrí justo cuando la imaginaba recibiendo el orgasmo de Roberto y la vi tumbada en la cama, desnuda, expulsando lentamente el semen hacia las sabanas mientras él, culminada la conquista, se vestía sin dedicarle un minuto de ternura.
Me quité la ropa y me metí en la ducha, pero las imágenes no paraban, ¿qué haría a continuación? ¿Se ducharía ella también? ¿Le bastaría a Roberto un solo polvo o haría que se la mamase? Me volví a excitar, mi pene volvió a erguirse inmediatamente cuando la imaginé de rodillas en la cama y Roberto tumbado mientras ella se introducía su polla en la boca, la vi entregada, humillada ante su jefe, como una puta, como lo que sería a partir de ese día para Roberto… y de nuevo me masturbé gimiendo de placer.
Salí de la ducha y me fui al gimnasio para huir de la soledad de mi casa, supuse que allí me desprendería de esta obsesión, pero no fue así, no podía quitar de mi cabeza las imágenes en las que María era usada por Roberto, y me excitaba al tiempo que lo temía.
María no apareció en el gimnasio y a las siete y media salí de allí; Por el camino llamé a casa pero me saltó el contestador. No estaba aun y de nuevo mi cabeza desarrolló mil escenas.
Al llegar a casa vi su bolso que estaba sobre la mesa del salón y enseguida escuché el sonido de la ducha, entré en el baño de nuestro dormitorio y la vi tras la mampara, de espaldas a mí, dejando que el agua cayera por su espalda. Un escalofrío recorrió mi columna: María no solía ducharse por la tarde salvo en los días muy calurosos de verano. Di dos golpecitos con los nudillos en la mampara y se volvió sobresaltada, enseguida su rostro exhibió una sonrisa y me lanzó un beso. Salí del baño y me preparé un Jack Daniels con hielo mientras intentaba saber cómo debía actuar.
María apareció al poco, secándose aun con la toalla, mostrándome su hermoso cuerpo, nerviosamente inspeccioné su piel buscando huellas, marcas que delatasen algo. Era absurdo, en ningún momento creí seriamente que se hubieran acostado, pero no podía evitar reaccionar así, ella se dio cuenta y me dijo "¿qué me miras? ¿Tengo algo?" – disimulé como pude.
"¿Qué tal con Roberto?"
"Ya sabes, tan estúpido como siempre" – pegué un trago del vaso.
"¿Y como ha sido que fueseis a comer?" – intentaba darle a mi voz un aire de indiferencia, pero dudo mucho que lo consiguiera.
"Tuvimos una reunión y no pude negarme" – seguía allí, desnuda, descalza, secando su pelo y yo buscando en cada milímetro de su piel, espiando su cuello por si veía alguna marca, poniéndome enfermo por momentos. No tenía sentido, no era la primera vez que iban juntos a reuniones fuera de la oficina y sin embargo jamás había almorzado con él
"¿Y por qué no? Le podías haber dicho que habías quedado conmigo y ya está" – inmediatamente me di cuenta de mi error, María paró de frotarse el pelo y me miró.
"¿Estas celoso?" – la risotada nerviosa y exagerada que proferí no tenía nada que ver con la risa de indiferencia que había pretendido.
"No digas tonterías"
"Pues yo diría que sí, que mi marido ultraliberal está celoso" – se burlaba abiertamente de mi y eso me irritó.
" No te equivoques cariño, simplemente te tengo por una mujer con mejor gusto"
" Es decir que, si acaso hubiera dejado a Roberto que… bueno, ya le conoces, en fin que en ese caso tu no estarías molesto, no?" – me inspeccionaba mientras bebía de nuevo.
"Molesto no, sorprendido, no te creía tan precipitada" – estaba siendo agresivo, insultante y no era eso lo que quería.
"¿Sabes? El gabinete se asocia con otro mayor, quizás tenga una oportunidad de hacerme con la dirección de un área" – dijo aquello como si la conversación anterior hubiera terminado y se iniciara una nueva, pero entendí el sentido de aquella frase; me devolvía mi ataque, y me daba una razón para estar con Roberto, algo que salvaba su buen gusto y situaba aquella comida como una estrategia para ascender. No me cuadraba en ella tanta frialdad, pero no quise insistir.
"¿Y de eso habéis estado tratando tanto tiempo? Os habrán echado del restaurante, seguro.
"Si, nos tuvimos que marchar de allí" – se volvió y se marchó a la alcoba; si pretendía que fuera tras ella a pedirle más detalles no lo iba a conseguir, aunque me quedase con la duda. Esa era mi decisión, pero mis piernas me llevaron hasta allí, la encontré poniéndose unas bragas, me dieron ganas de tirarla en la cama y follarla mientras me contaba lo que habían hecho.
"Esto forma parte de tu prueba, verdad?"
"¿Tu crees?" – dijo mientras se subía las bragas y se miraba en el espejo del arCarlos, me estaba excitando por momentos.
"Si, creo que estas poniéndome a prueba, crees que me voy a poner celoso y que voy a pensar que has estado con Roberto, pero te has equivocado, has estado con él, es cierto porque te has encargado de que lo comprobara, pero seguro que habéis ido con más gente, tu sola no irías con ese lobo, y luego quizás te hayas ido de compras para hacer tiempo, ah! Y el numerito de la ducha ha estado muy logrado, la ducha de la adultera para borrar los rastros de su amante" – estaba ironizando pero sin darme cuenta le había contado todos mis temores.
"Entonces, todo está bien, no?" se puso una camiseta sobre su cuerpo desnudo, buscó en un cajón y escogió un pantalón de pijama y salió hacia la cocina.
Como un ladrón entré en el baño y busqué en el cesto de la ropa sucia, encontré las bragas que se había quitado, aun estaban calientes y cuando las iba a desenrollar la oí entrar en la alcoba, tuve el tiempo justo de dejarlas y disimular buscando algo en el arCarlos.
"Voy a poner una lavadora ¿me dejas?" – me aparté y la vi como recogía toda la ropa del cesto. ¿Por qué una lavadora ahora, en ese momento? ¿Por qué esa prisa? ¿Sería acaso una estratagema bien calculada para hacerme creer lo que ella quería que creyese o realmente esas bragas que había tenido en mis manos guardaba la prueba de mis hipótesis?
¿Por qué dudaba de ella? No tenía ningún motivo, en todos estos años jamás había dudado de ella. Volví a recordar mi excitación, por dos veces consecutivas al imaginarla follando con Roberto, ¿Por qué no aceptaba que lo que le había dicho en teoría era real, que me excitaba que se acostase con otros hombres.
No volvimos a hablar del tema en toda la noche, al acostarnos, ambos desnudos como siempre, volví a imaginarla así, tumbada al lado de Roberto después de follar ¿Habrían hablado? ¿Se habrían quedado abrazados? ¿Se habrían besado después? ¿Habrían hecho planes para el futuro?
Note mi erección casi haciéndome daño y me volví hacia ella.
"Bueno, bueno, como estamos" – dijo cogiéndome con su mano e iniciando un movimiento de masturbación.
"Se te da muy bien" – le dije mientras una oleada de placer recorría mi cuerpo
"ya sabes que practico bastante"
"¿Has practicado últimamente?" – me sentí estúpido
"No preguntes mas, disfruta de ello" - ¿qué quería decir? ¿de qué debía disfrutar, de lo que me estaba haciendo o de ser un cornudo?
"Soy un cornudo", me repetía a mi mismo, y cuanto más lo decía mas excitado me ponía. Me subí sobre ella y la comencé a besar, estaba hermosa, bellísima, yo la miraba con otros ojos, imaginando que ya conocía lo que era follar con otro y eso me hizo… admirarla, la engrandeció ante mis ojos y, en un sentido, me hizo darme cuenta de que me tenía que emplear a fondo. Dirigí mi polla hacia su sexo y lo encontré totalmente lubricado, de nuevo la chispa de la inseguridad creció en mi. Me abrazó y me atrajo hacia su boca, después de besarnos no pude evitar la pregunta que pugnaba por salir.
"¿Qué tal llevo la prueba?" – ella sonrió mientras acompasaba el movimiento de sus caderas al mío.
"Bueno, a punto has estado de suspender, pero has reaccionado a tiempo" – iba a preguntarle pero me interrumpió – "por cierto ¿qué hacías hurgando en mis bragas usadas? ¿Te parece bonito?" – buscó mi boca y me beso profundamente, apasionadamente, mientras aceleraba el ritmo con el que se movía, como una serpiente – "mi niño grande, no sabes si ya te he puesto los cuernos o aun no, verdad? Mi cornudo, no sabes si ya lo eres… ni lo vas a saber, por el momento, salvo que te rindas"
"sabes que no me voy a rendir"
"¿Estás seguro?"
"No creo que hayas hecho nada con Roberto, sería absurdo"
"Puede"
"No creo que aguantases que te cogiera por la cintura, han sido muchos años de mantenerte en tu sitio como para echarlo todo por la borda por una prueba. – no contestó, pero yo quería saber, necesitaba saber – "Imaginemos que sí lo has hecho, que le has dejado que te coja, ¿qué habrías sentido?" – nuestros movimientos se habían retardado, ninguno de los dos teníamos prisa por alcanzar el orgasmo.
"¿Por qué no dar el paso?" – su rostro se volvió insolente - "¿por qué no probar que se siente? Todo este tiempo en tensión, siempre manteniendo las distancias, como una lucha constante, es muy cansado, además, quizás darle ese capricho, sin deberle nada, sin ninguna obligación, le hace ser menos arrogante, quizás solo es fachada y en el "cuerpo a cuerpo" es menos de lo que aparenta" – hablaba desde la hipótesis pero me estaba insinuando que le había dejado.
"Pero ya le conoces, no se iba a parar ahí, ¿se sentó a tu lado o enfrente?
"Roberto es muy previsible: se sentó a mi lado"- seguíamos moviéndonos lentamente pero eso no detenía la excitación que crecía por momentos. De su mirada emanaba lujuria.
"¿Y si hubiera puesto su mano en tu muslo, como le hizo a Raquel aquella noche?" – había vuelto al "y si…", a la hipótesis, no me atrevía plantear la pregunta directamente, quizás porque temía que no me respondiese o quizás porque temía la respuesta.
"No sé, quizás se la habría quitado y le hubiese dicho que no se equivocase… o quizás hubiera esperado un poco antes de pararle, solo un momento para saborear la sensación de dejarme tocar" – la última frase la había pronunciado en medio de un gemido, María se tensó y se entregó a un orgasmo largo y profundo, yo no necesité mas para sentir los espasmos que anunciaban mi orgasmo y a pesar de mis masturbaciones de la tarde sentí los disparos de semen en su interior. Caí rendido a su lado.
"No preguntes mas Carlos, si quieres te cuento todo, pero habrás perdido la prueba"
"ya me has contestado entonces" – su cara puso una expresión de no entender a que me refería, pero yo ya sabía la verdad: si preguntándole fallaba la prueba, entonces yo no habría obtenido ya lo que deseaba, como me había dicho al plantear la prueba, luego María hoy no se había acostado con Roberto, ni siquiera le habría dejado dar el más mínimo avance. Sonreí triunfante y María se quedó sorprendida, me conoce lo suficiente como para saber que mi seguridad no iba de farol. La besé y apagué la luz.
Pero a oscuras no necesitaba disimular, la seguridad que había mostrado ante ella estaba lejos de ser cierta, el razonamiento que dos minutos antes me había hecho estar tan seguro hacía aguas por todas partes; Perder la prueba, para mi podía tener un significado diferente al que le podía dar María, perder la prueba para mi era no lograr verla en brazos de otro hombre, sin embargo perder la prueba para María podía significar simplemente que yo no había sido capaz de vivir aquellos quince días sin tener el control de lo que sucedía. No había ninguna garantía pues de que María…

1 comentario - Entregando a mi esposa -Crónica de un consentimiento Prt 12

parejitaamor
Cada vez mejor!!!, ansioso esperando mas!!!