Una tormenta

Es de noche. 2 AM, calculo… y las ganas de ir a mear me sobrepasan. Tengo sueño… a mi edad jode la próstata y me tengo que levantar para ir a mear.

Y no sabés cómo me jode levantarme a mear.

En invierno y en verano.

En invierno, porque me cago de frío cuando salgo del dormitorio donde tengo el tiro balanceado a full.

En verano, por lo mismo, salvo que el aire acondicionado ha convertido a mi dormitorio en una sucursal de Siberia.

Quisiera saber quién fue el hijo de puta que estableció que a los 50 años, te empieza a joder la próstata y de buenas a primeras, a mediados de los 49 años, notás, imperceptiblemente, que se te escapa el pis, querés aguantar, fruncís hasta más no poder, el baño está lejos, salís a paso redoblado y cuando estás bajando el cierre del pantalón, sentís que se te escapa una gota. Pensás en cualquiera, fruncís el orto, a ver si con eso se pasan las ganas, leés en Taringa! que si imaginás tener sexo con una mujer se te van las ganas… (pero sabés muy bien que no podés estar pensando todo el día en sexo), vas a una dietética y pedís algún yuyo salvador que desinflame lo que ya está inflamado… sin resultados. Te negás a que un desconocido, con guardapolvo blanco, en un consultorio, te desvirgue al grito de: ¡¡¡aguante Pérez, aguante que ya terminamos!!!, con la mano enguantada y el dedo del medio envaselinado que sabés va a avanzar hasta lo más profundo de tu más íntimo ser. Das vueltas los ojos, dejándolos en blanco durante un par de segundos que son interminables, respirás hondo y rogás un diagnóstico más o menos favorable.

Todo esto pasa por tu loca cabecita mientras puteás en chino por tener que levantarte a mear.

A las 2 AM.

En invierno y en verano.

(Y en primavera y en otoño).

No sé por qué, pero de repente viene a mi memoria, mientras camino sin hacer ruido por el pasillo desde el dormitorio hasta el baño, lo que me decía mi vieja, cuando era chico: -no te levantes a la noche para ir a hacer pis, porque el monstruo de debajo de la cama te va a atacar-, a modo de amenaza para no joder a los viejos mientras dormían (o hacían algo más interesante).

Quedé paralizado en ese mismo momento por el recuerdo tan vívido de esa frase y me empezaron a transpirar las manos. Volteé la cabeza, buscando algo o alguien que me persiguiera y la luz del dormitorio, que asomaba por la puerta entreabierta me volvió a la realidad, el pasillo estaba vacío y pude comprobar que no había ningún monstruo que me persiguiera, mostrando los colmillos descomunales y chorreando baba por la comisura de los labios, apuntando a mi yugular, como nunca lo había habido. Mentiras de la vieja, pensé… hija de puta…

Divina, como toda madre, pero flor de turra, verdad? Decirle eso a un chico de 5 años…

Estiré el cogote hasta el borde de la baranda que daba a la planta baja, de puro chusma, para comprobar que tampoco había nada anormal y seguí caminando, apurando el paso, porque la sensación de incontinencia iba en aumento a cada segundo que pasaba. Encendí la luz, manoteé debajo del boxer, apunté al medio del inodoro y el chorro salió casi sin pedir permiso.

¡Aaaaaagggggggggggghhhhhhhhhhhhhhh! Respiré profundamente y pensé… ¡qué placer divino!.

Qué descompresión de la vejiga (quería decir). Dos sacudidas rápidas y el mejor amigo del hombre, de nuevo a la cucha.

Antes de apagar la luz del baño, como siempre, bajé la tapa del inodoro, me senté sobre ella, para hacer menos ruido, descargué la mochila y de un salto, me encontré apagando la luz y saliendo casi al trote hasta la habitación. Me metí en la cama, prendí un pucho, controlé la hora del despertador y me acomodé a fumar tranquilo… a oscuras conmigo mismo.

02:05 marcaba el radio reloj en la mesita de luz con esa luz roja de leds hinchapelotas… titilante.

Le pegué dos pitadas más al faso, y de mala gana lo apagué en el cenicero.

Estaba linda la noche como para dormir solo.

Y hacía un año que lo estaba.

Completa, total y absolutamente solo.

Ahí me di cuenta: ¿por qué no hacer ruido si estoy solo?

Completa, total y absolutamente solo dije.

Me había divorciado gracias a Norma, mi amante. La que se bancaba a full que yo tuviera esposa e hija. La que sabía perfectamente que siempre sería la segunda, la ninguneada. Pero que siempre estaba. Para cenar juntos y a escondidas de todos, para acompañarme en mi profesión, para darme la mano, las pocas veces que paseábamos juntos.

Y para decirme que me amaba con locura. Que no quería que me fuera. La que me permitía hacerle el amor como corresponde: con amor.

Esa era Norma.

LA MUJER IDEAL.

Sin prejuicios. Respetuosa de todo. Sumisa, pero a la vez, una fiera indomable que nos se callaba nada. La única que tenía permitido mandarme a la puta que me parió sin que se me moviera un pelo. La que por más que me mandara a la mierda, al minuto estaba diciéndome que no me iba a abandonar.

La pucha.

FLOR DE MUJER, ¿no?

Sentí envidia, amigo lector tramposo e infiel como yo.

Única.

Irrepetible.

Esa era Norma.

Siete años me mordí la lengua para decirle que la amaba con locura, pese a estar casado.

¡Siete años!

(Eso demostraba la prestancia e importancia que ella misma se daba, inalcanzable, como una diosa de mármol con vida propia y con justa razón).

Y lo era. En carne y hueso, era mi Venus.

Se me cerraban los ojos mientras recordaba a Norma.

Rememoraba cómo me hacía el amor y cómo temblaba… y se me ponía la piel de pollo. Tiritaba debajo de las sábanas buscándola. Tratando de tocar esa piel suave, apenas perfumada y extrañando su lengua jugando en mi boca. Mordiéndole los pezones hasta que ronroneara como un gato. Mojando mis dedos en su río vaginal (y siempre me reprochaba diciendo que era egoísta que fuera ella la que más gozaba en esos momentos fugaces), dentro del auto, frente a su casa.

Norma ya no estaba en mi vida. Se había hartado. Sabía que nunca íbamos a pasar una Navidad o un Año Nuevo juntos.

Y era lógico. ¿Qué amante se la banca lejos de su amado?

Ninguna.

Y menos Norma.

Dejé de pensar en ella y traté de dormir.

Así como alejé a Norma de mis pensamientos, el Diablo (vamos a echarle la culpa al Diablo), me jugó una mala pasada: empecé a pensar en mi ex esposa.

Mi esposa (¿o debo llamarla ex?) había sospechado muchísimas veces sobre mis llegadas tarde a casa. Nunca me dijo nada, salvo el clásico -¿no podés avisar adónde estás?-…-te estoy esperando con el Jesús en la boca-…-te llamo al celular y no contestás-…y todos los, clásicos de cualquier pareja… of course. Algo bueno, dentro de todo tenía: jamás falté una noche a dormir con ella. Reconozco que era infiel, pero había otras situaciones familiares que me impedían, por el momento, divorciarme de ella.

Hacía un año que no teníamos relaciones íntimas y siempre le echábamos la culpa al trabajo, a la casa y a lo que se te ocurriera. Ya no hablábamos.

Pensé en los veintipico de años de casados, en la hija adolescente, en el laburo, en la vieja… en ambas familias… y me dormí, sabiendo que no lo iba a solucionar en el corto plazo.

Pero con Norma, con Norma era todo distinto. Charlábamos horas, nos besábamos hasta que se nos paspaban los labios, nos tocábamos sin ningún tipo de pudor. Donde fuera. Como fuera.

No sé cuánto dormí. Desperté y ahí tomé conciencia que habían cortado la luz porque el reloj estaba apagado. Miré alrededor y la casa seguía a oscuras. La noche, que hasta un par de horas antes estaba espléndida y con una luna llena digna de una foto, ahora estaba nublada, relampagueante y con truenos más allá de lo normal.

Me asusté.

Dí vueltas sobre mí y no podía volver a dormir.

Muchos truenos.

Demasiados relámpagos.

La casa temblaba como si fuera un terremoto, más que una tormenta.

Y de repente vi algo, apenas iluminado detrás de un refucilo.

-Es mi imaginación- pensé.

Doblé las almohadas buscando una posición más cómoda (siempre me gustó dormir con varias almohadas) y noté que una de ellas estaba húmeda.

-Dormí con la boca abierta y se me cayó la baba- pensé de nuevo. La acomodé del otro lado y traté de conciliar el sueño de nuevo.

Imposible.

Otro rayo inmenso seguido de un trueno ensordecedor.

Noté sombras en la habitación.

Dos sombras, para ser más exacto.

El otro lado de la almohada también estaba mojado.

-Tengo una pérdida en alguna teja-, sospeché.

Y otro rayo más.

Y otro trueno más.

Y las sombras que había notado, ahora estaban más cerca.

Empecé a cuestionarme el hecho de cenar con vino.

Otro rayo más. La tormenta estaba cada segundo más cerca.

Y las siluetas desaparecieron, como por arte de magia. Me acurruqué en posición fetal y un nuevo rayo y las sospechas sobre las sombras se disiparon totalmente.

¿Qué hace mi ex mujer en mi dormitorio? Porque entre el parpadeo del rayo pude ver su rostro. Dí vuelta sobre el otro lado, tratando de escapar de la visión fantasmal cuando otro rayo me hizo sospechar que quien me miraba de ese lado, era Norma.

Boca abajo. Es la mejor posición para despejar la mente y no pensar boludeces.

Silencio absoluto. La calma que precede a la tempestad.

Habrán sido cinco minutos, más o menos de silencio y quietud.

La tormenta se desató con todo sobre mi casa.

Y sentí un dolor inmenso en la espalda.

Y otro más en los riñones.

Y de nuevo en la espalda.

Y de nuevo en los riñones.

Vomité sangre mientras me levantaba despavorido de la cama y toqué las lesiones en mi cuerpo. Miré mis manos y comprendí que no era agua lo que chorreaba de mis dedos.

Era sangre. De mi propio cuerpo, de mis propias heridas.

Caí al piso, sin fuerzas para moverme y retorciéndome de dolor.

Volvió la luz.

Traté de buscar refugio en el placard pero los cuchillazos eran imparables, sobrehumanos.

Dos manos me sacaron de entre la ropa colgada y me volvieron a tirar sobre la cama… dándome más cuchilladas que por el ritmo y la velocidad eran imposibles de esquivar. Traté de defenderme con las manos y tirando patadas… pero cada segundo tenían menos fuerza… hasta que dejé de pelear contra lo imposible.

Quedé boca arriba, con los brazos abiertos. Y puedo jurar que sentí la última puñalada, ahí, debajo de la vejiga.

Traté de gritar y de esquivar el golpe final.

No pude moverme.

En el último estertor pude ver a mis dos mujeres (mi ex esposa y mi amante), sonriendo con una mueca de locura en sus ojos y peleándose por mi miembro ya seccionado.

Ahí comprendí el mensaje de la tormenta.

No iba a ser de ninguna de las dos.

Nunca más.

1 comentario - Una tormenta

swan28
Muy buen relato!!