El hombre infinito audiocuento (ciencia ficcion)


—Es increíble la ventaja que le lleva a los demás competidores y se aproxima al último tramo donde acelera aún más y cruza la meta… La carrera de los cien metros llanos, olimpíadas 2085 ha terminado y como se esperaba: el japonés Sakamura ha impuesto un nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de dos segundos cuatro décimas, sí, escucharon bien, dos segundos cuatro décimas para correr cien metros. Me pregunto si tendrá sentido seguir compitiendo ahora… Jota Jota
—Yo no sé si habrá más olimpíadas después de esta, pero que este año nos vamos a llevar varias sorpresas… no tengo dudas Romano
—¿Cuáles sorpresas?, si los japoneses, americanos y demás, van a arrasar en todas las competencias, la sorpresa sería si un atleta normal, del tercer mundo, lograse al menos clasificar…
El viejo apagó el televisor apretando un botón en el control remoto; aquello era una reliquia que conservaba desde su juventud. Se levantó con dificultad de la poltrona, que le quedaba muy baja para sus piernas largas, entumecidas, atravesó el salón arrastrándolas pasito a pasito y ya cansado, se paró al pie de una larga escalera a observar; los muchos peldaños que subían hasta su dormitorio. Respiró hondo, y subió despacio, esas escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a cada, paso que daba, y se paró, (nunca había, estado tan, agitado), pensó y se desvaneció rodando escaleras abajo.


Pip…, pip…, despertó en un cuarto blanco, pip…, pip…, era el único sonido que escuchaba; con su vista algo nublada observó a su alrededor y creyó hallarse en el quirófano, de un moderno y muy costoso hospital, por el cual él, nunca había pagado. Sacó su mano derecha de entre las sábanas y la artritis, que se la había dejado deforme y casi inmóvil, ya no estaba. Apretó su puño con tanta fuerza como cuando tenía veinte años… quizás más. Supo entonces lo que había ocurrido y cerró sus ojos: (Señor, se que no te he hablado en mucho tiempo, pero espero que me escuches ahora…), y su oración se vio interrumpida por la repentina aparición de una enfermera, cuyos labios parecían frutillas de enero:
—Padre Antonio, hay un agente de la Federación espacial que desea hablar con usted; le diré que pase…
Y ni bien terminó de decir esto, el padre Antonio quedó solo en la habitación.
Aún desde su camilla, comenzó a observar a su alrededor con mayor detenimiento; no hacía falta ser doctor para saber que los equipos que allí se encontraban eran de última generación, de hecho… (Creo que ni siquiera hay de estos en la Tierra y… quién habrá pagado todo esto…)
—Padre Antonio
—¡Mierda! casi me matás de un susto
-Soy el Agente de la Federación…
—…de las naciones espaciales, ya lo sé
—Habrá notado entonces su mejoría física
—Sí… parece que estiraron a este viejo un poco más
—Técnicamente, usted ya estaba muerto cuando lo encontramos; un infarto y dos huesos rotos, recuerda
—Las escaleras… si
—Pues aquí no hay escaleras, ni siquiera tendrá que caminar, aunque podrá hacerlo si lo desea
—Acercate un poco… para poder tocarte
—¿Tocarme…?
—Sí… para saber si sos de verdad
—Soy real Padre Antonio, todo esto es muy real –y se lo dijo invitándolo con sus manos a mirar alrededor
—Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciudad espacial, porque aquí es donde estamos ahora… ¿verdad?
—En el hospital de la ciudad para ser precisos… sí
—¿Y quién pagó por mi… la iglesia no lo creo?
—No se preocupe Padre, usted fue seleccionado
—¿Seleccionado… para qué?
—Verá… la terraformación de Marte esta en tu etapa final; ya hay científicos y personal militar viviendo allí desde hace más de diez años, y pronto llevaremos a los primeros colonos, familias enteras que precisarán de su… guía espiritual
—Hijo… en este mundo hay miles de sacerdotes, y si hubieras hecho los deberes, sabrías que he tenido algunas discusiones con la iglesia últimamente
—Sí, sabemos que rechazó una propuesta del propio Papa para ser sacerdote aquí, en la ciudad espacial, y por eso decidimos operarlo. Pensamos que tal vez… si viera el lado bueno de todo esto, podría cambiar de opinión
—O sea que fue la iglesia la que pagó
—No, la iglesia no esta nada conforme con que sea usted el nuevo sacerdote de Marte, perdón, dije sacerdote, quise decir Obispo
—Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el Papado a punta de revolver
—Tiene usted un gran sentido del humor Padre
—Pues dígale a quien sea que halla pagado, que lo siento mucho, pero que se equivocó de hombre, les devuelvo la operación y déjenme en donde me encontraron
—Padre… le recuerdo que lo encontramos muerto
—Si así lo quiso el señor, que así sea
—Le diré lo que haremos, si no quiere venir con nosotros lo devolveremos a la superficie, en cuanto a la operación, ya esta paga, tómela como un obsequio
—No se por que desconfío de estos regalos
—Vístase Padre, lo acompañaré al ascensor que lo llevará devuelta a la Tierra
Ambos caminaron en silencio por el corredor estrecho, las luces del piso se iban encendiendo mientras avanzaban, las paredes cubiertas de tuberías y el techo muy cerca de sus cabezas, más adelante estaba oscuro y detrás, oscuro también. Al llegar al lugar, la puerta del transporte se abrió automáticamente.
—¿Esta cosa nos va a llevar a la tierra?
—Esta belleza, sube y baja por un cable de acero trenzado, hay cinco de ellos que nos anclan a la superficie terrestre, funciona como los viejos ascensores… sólo que este lo hace un poco más rápido; por cierto Padre, siempre tuve curiosidad, aquí arriba también se dicen muchas cosas de lo que ocurre allá en la tierra y…
—¿Qué, nunca estuviste allí?
—No, pero tendré oportunidad de hacerlo cuando valla a visitarlo el mes próximo, para saber si ha cambiado de opinión
El Padre ingresó callado al transporte
—Ahorrate el viaje –le dijo estando dentro
—No veremos en treinta días –se apresuró a responder el agente mientras se cerraban las puertas
Efectivamente, el ascensor espacial lo trajo en menos de cinco minutos, de vuelta a la superficie terrestre y apenas se bajó, este ascendió nuevamente a toda velocidad; aunque para su desgracia: (Tenía que ser en el medio del maldito desierto en donde engancharon el cable, y ahora cómo diablos voy a volver a casa), maldecía el Padre Antonio mientras caminaba, lento al principio, pero no tardó en notar la agilidad que tenían ahora sus piernas y aceleró el paso; apoco comenzó a trotar, no muy rápido, testeaba sus músculos, no estaba muy seguro de lo que estos pudieran dar, pero al cabo de unos minutos ya estaba corriendo a toda velocidad y corrió y corrió y siguió corriendo hasta atravesar todo el maldito desierto.
Luego de dos horas de carrera, y estando ya próximo a su casa… entró, apenas cansado.
Fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de madera medio apolillado y repleto de libros, pero no tomó ninguno de los que estaban a la vista; abrió un cajón, y sacó de allí un grueso ejemplar que hacía mucho tiempo no leía, acarició su tapa con cariño, lo extrañaba, después de todo: ese ejemplar lo había acompañado durante toda su vida. Lo abrió de golpe en una página al azar y leyó la primera frase donde cayeron sus ojos:
Juan, versículo 16: y los pobres heredarán la tierra
-Paf-, cerró la Biblia de un golpe al sentir como alguien, abría la puerta de calle sin golpear. La primera en entrar fue una niña pequeña, con tan sólo tres años de edad, aún no había aprendido a pronunciar correctamente ciertas palabras:
-Papaito… papito –y corrió directo hacia él, para aferrarse a su pierna izquierda abrasándola fuertemente.
Detrás, más calmada, entró la joven madre que dejó la puerta entreabierta

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