Cosas de puta

Los ocho años de matrimonio y los seis de noviazgo hacían que para Paola el sexo fuera eso que Luis le había enseñado. Sacate la ropa, abri las piernas, ya acabé y a dormir. A veces escuchaba en la tele a mujeres que daban consejos, que hablaban del orgasmo femenino, del erotismo en la pareja, todas esas cosas que Paola no necesitaba: llevaba una vida tranquila, en la que no valía la pena preocuparse por banalidades como los orgasmos. Una vez se había masturbado en la ducha. Esa noche no pudo dormir, pensó que Luis se daría cuenta de todo, que habría algo en su piel o en su olor que delataría el recorrido de sus dedos, las imágenes prohibidas en su mente.
En el instituto donde ella trabajaba, todos tenían un buen concepto de Paola: responsable, cordial, reservada. No es difícil de entender por qué fue Marcos el primero en advertir sus piernas estilizadas y su cola firme: a sus dieciocho años, con sus pocas herramientas de seducción, las mujeres sólo existían en las páginas de internet y sólo se podía tener acceso a ellas cuando allí no tenían más ropa que un portaligas. Por eso, cuando Paola apareció detrás del mostrador, Marcos se olvidó por completo de lo que en verdad quería preguntar: cuando empezaban los cursos, cuánto costaban y demás inquietudes que ya no valían nada. En cambio, se quedó petrificado frente a ella. Era morocha, delgada, muy delgada como le gustaban a él, cara angelical. Demasiado linda como para animarse a hablarle. Pero además era mayor. Tenía 28 años y lo que para algún amigo suyo hubiera sido la aventura de hablar con una “veterana”, para él era la inhibición de hablar no con una chica, sino con toda una mujer. Como pudo, entre tartamudeos y murmullos, le preguntó por el curso de Literatura Argentina Contemporánea.
No era el curso más popular. Quedaban algunos folletos debajo del mostrador, pero Paola antes pensó que pobre chico, tenía cara de bueno, con esa timidez no iba a disfrutar de ningún curso. Le pidió ayuda más como una forma de aflojarlo que por necesidad. Lo hizo pasar a la sala que estaba detrás del mostrador. El folleto que ella buscaba estaba ahora al alcance de la mano, se lo dio. El le dio una rápida mirada y preguntó por otro curso, el de Literatura del Siglo XX. Ese folleto estaba en lo alto de un armario, para lo cual se valía de una escalera. Le dijo: ya te lo alcanzo.
Subió. La pollera, que antes caía hasta sus tobillos, ahora quedaba a la altura de los ojos de Marcos, que no se animaba a mirar, que transpiraba, respiraba cada vez más fuerte y luego por fin se dejó vencer: alzó la vista como en una plegaria, y lo que vio fue mucho más que una oración. Las piernas eran blancas, largas y tersas. Más allá, la bombacha de algodón se inflaba como el mejor sol. Ella, el folleto en mano, bajó la vista y lo vio. Quiso gritar pero se sintió muda. Pensó: mocoso insolente, una lo ayuda y él se aprovecha. Después pensó: ¿cuándo fue la última vez que Luis me miró? Había que llamar a seguridad, que echen a ese maleducado. ¿Qué bombacha se había puesto esa mañana? Una falta de respeto, eso era. ¿Por qué no uso tangas, con lo bien que me marcaría? Porque Luis dice que esas son cosas de puta. Y entonces ahora Paola repetía por lo bajo: cosas de puta.
Lo miró a Marcos por primera vez. El chico temblaba. Era lindo a su modo, aunque en esa edad que está a medio camino entre un hombre y un sobrino; muy flaco, quizás demasiado, el pelo castaño, los ojos verdes. Bajó un escalón. Marcos no supo qué hacer: miraba y sabía que era mirado. Ella bajó otro escalón. La cara de Marcos quedó entre las pantorrillas. Ninguno cedía, si en ese juego había algo incorrecto, ya no quedaba otro camino que continuar. Con un escalón más, él se encontró por encima de las rodillas, sentía la bombacha sobre su cabeza pero no podía ver, con la pollera como telón. Como un ciego, empezó a sentir olores y texturas. Era nuevo, era real.
Cuando Paola cerró los ojos, percibió su primera humedad. Marcos alzó la cara y apoyó todas sus facciones contra la bombacha, que ya se rozaba contra él. Deslizó sus manos por detrás. Las formas eran perfectas, un culo turgente, redondo, suave. Le bajó la bombacha. Ella dijo lo que nunca había dicho pero siempre había escuchado decir: chupámela. Marcos la ayudó a bajar como de una carroza, la condujo de la mano al centro de la sala. Eso sí, antes había que trabar la puerta y cerrar la ventanilla del mostrador. Cuando él volvió, ella sólo vestía su camisa blanca. Paola abrió las piernas para recibirlo. El, antes, le dio un beso en la boca, que era lo máximo que podía esperar de una mujer. Las lenguas se sintieron raras para los dos. Ella repitió: chupámela. Y él revivió en un segundo la mejor de sus fantasías: ser el objeto de una mujer, satisfacerla sin esperar nada más.
Marcos se vio frente un montón de pelos, en un espectáculo por completo nuevo. La abrió despacio con dos dedos. Estaba húmeda y era, sí, como las de las películas, pero mucho mejor. Primero la tocó apenas con la punta de la lengua, rozó los pelos. Sintió una mano que lo guiaba tomándolo de la cabeza. Los labios de la vagina eran suaves, brillaba su interior. Paola sintió un cosquilleo. No era lo mismo, claro, pero en algo se parecía a esas veces en que la costura del jean le rozaba una y otra vez, sin querer primero, sin poder parar después. Le guió la cabeza un poco más arriba. La lengua de Marcos reconoció un montículo, una esfera que surgía de lo que le parecía la comisura de los labios, la culminación.
Lo lamió primero como a un helado y Paola gimió. El cosquilleo era mucho más que la costura de un jean. Recorrió la esfera de un costado al otro, le dibujó mil formas. El cosquilleo era electricidad, y la corriente nacía en su pelvis, tensaba sus piernas y estallaba en su boca. Sentía las baldosas frías en sus nalgas; sentía que en cualquier momento alguien podía aparecer. Igual gemía. Marcos conoció el sabor del flujo, que no se parecía nada y que era mejor no entender. Quiso beberlo como un coco, llevárselo todo con él. Un dedo se abrió paso en la vagina con facilidad. Adentro sintió un montículo más, que era distinto, rugoso, escondido, secreto: el punto G.
Por unos minutos más, la lengua y el dedo bailaron la mejor de las coreografías; la lengua alternaba círculos y rayos, en la anarquía del goce; el dedo iba y venía, adelante y atrás, como si dijera vení a mí. Y así fue. Paola encontró la electricidad en cada punto de su cuerpo, los pezones atravesaban la camisa, el ano se bañaba en flujo, y su boca no dejaba de gemir. Sintió el roce de la pija por sus tobillos, se acordó de que esa lengua no pertenecía a ninguna de sus fantasías: era Marcos, un total desconocido, un insolente lleno de calentura y ganas de darle satisfacción. Gimió cada vez más fuerte, hasta que la electricidad convirtió al gemido en un gritó agudo, en ojos y puños cerrados, en dame más, no pares, en chupamela, dale, y por último, en un alarido sublime, liberador y final.

12 comentarios - Cosas de puta

88defender
Y despues?????????????????????????????
monica_lov
agendado para leer y volver 😉
sole280
esperamos 🙂 continuacion..
morochadel84
Hummmm!!! Qué rico relato. Super sensual.

Van puntos, recomendación y quedo a la espera de saber cómo esa pija deja de frotar los tobillos y estalla dentro de esa mujer.

Gracias por compartir.
Morochoaltivo19
la fantasia de todo hombre a los 18 , encontrar una chica de 28 que necesitara un pendejo 🤤 . puntos para vos
fulgencioxxx
Muy buen relato!!! espero la continuaciòn!!!
Gracias por compartir.
ARTEMIZZA
super relato, wow sin palabras XD como diria mongomery berns excelenteeee 🙎‍♂️
ikkki
vine solo a dejarte puntos por el otro post!!!!