El laberinto hacia el placer VI

VI

Entraron. Roberto cerró tras de sí con llave. Cándida sintió ganas de salir corriendo. Al mismo tiempo, quería saber qué pasaría si se quedaba. El alcohol repentinamente dejó de tener tanto efecto en ella. Se paralizó cuando él la volvió a tocar.

- Eres virgen, ¿cierto?
- Si. Lo soy – Cándida se sentó en la cama y lo miró para ver su reacción. Esperaba que él sintiera lástima. Lo que pareció experimentar fue solo incomodidad: no quiso mirarla. Tan solo se sentó junto a ella y la abrazó. Estuvieron acostados en la cama abrazados por varios minutos. La respiración de ella se relajó.

- ¿Continuamos? ¿O paramos?
- Continuamos.

Él le puso la mano sobre los pechos y se los acarició, amasándolos lentamente. Ella creía que no se excitaría tan fácilmente, pero no fue así. Luego él le hizo cariño en el área del cuello y la volvió a besar. Roberto introdujo su lengua en el oído de la chica y ella pudo sentir su respiración. Cándida sintió que la humedad aumentaba en su entrepierna. Tuvo un escalofrío. Roberto bajó con su mano y la deslizó debajo del vestido, apretando el pecho derecho suavemente.

Se levantó levemente y pasó su brazo derecho por detrás de los hombros de la chica. Sin dejar de besarla, bajó con la mano izquierda para acariciar sus piernas. Sutilmente, posó su mano sobre sus bragas. Ella se volvió a estremecer y se puso ligeramente tensa. Él sonrió: “estás tan tibia”, dijo.

Con rapidez, se sacó la camisa. Desabrochó el cierre del vestido y lo jaló hacia abajo, dejando el sostén al descubierto: era negro y tan pequeño que apenas le sujetaba los pechos. “Tus tetas… son tan…” y no pudo continuar. Se abalanzó sobre su cuerpo para besarla.

Cándida se empezó a sentir progresivamente asustada y algo arrepentida en la medida en que Roberto iba derribando todas sus barreras, casi deseaba que lo que tenía que pasar, pasara rápido. Él le sacó los calzones casi de un tirón. Se sentía algo obscena al estar con ropa pero aún así desnuda. Roberto deseaba poseerla sin piedad, pero al mismo tiempo parecía ser considerado.

Ella se sentó en la cama. Él, de pie justo frente a ella, se sacó los pantalones. La chica no quiso mirar la erección que tenía casi en su cara: se veía amenazante. Él no tuvo que decirle qué hacer: la miró un poco incómodo deseándolo, y ella por instinto llevó a su boca el falo como si fuera una niña hambrienta frente a un delicioso plátano. Como no tenía base de comparación, no sabía si este miembro era grande, pequeño o medio. Hizo lo que pudo por tratar de chuparlo completo, pero tan solo podía llegar hasta la mitad. Él parecía disfrutarlo, y de vez en cuando dejaba escapar leves quejidos: luego puso su mano detrás de su cuello para instarla a que abandonara la pudorosa intensidad de quien va tanteando algo que hace por primera vez para que lo succionara con la avidez que él deseaba.

Él sacó el pene de la boca de ella y luego se sentó. Ahora ella estaba de pie frente a él. Roberto pasó sus dedos por su vagina, humedeciendo cada rincón. La masajeó por un rato mientras ella gemía, apoyándose con una mano en el hombro de él. “Siéntate encima” le dijo, indicándole su pene. Ahora venía el momento de la verdad, pensó ella.

1 comentario - El laberinto hacia el placer VI

mexicano_al_100
Sigue muy bien la historia, pero deberias de postear mas seguido ... (una sugerencia)