El laberinto hacia el placer II

II

Como dije anteriormente, Cándida era muy, muy pobre. Sus padres tuvieron que hacer grandes sacrificios por ella, tan grandes que ella no tenía idea: su madre trabajaba en un club nocturno y su padre a veces se prostituía, siendo poseído por otros hombres. Cuando la despidieron en el aeropuerto, su madre lloraba grandes lagrimones. Mientras se iba, el padre consoló a la madre con un solo pensamiento: “ahora que estaremos solos, podremos amarnos por toda la casa, incluso en el cuarto de Cándida, sin preocuparnos de hacer ruido, chiquita”. Y la madre sonrió mientras le hacía señas a su hija con la mano.

Los problemas no terminaron para Cándida al cambiarse de país. Cándida pudo darse cuenta de las grandes diferencias entre las chicas de México y las de Miami inmediatamente: en su tierra, las chicas se vestían normalmente, pero allí usaban mucha menos ropa y actuaban de manera más liberal. Cándida tenía una habitación en una casa de estudiantes, y en su primer día vio cosas allí que la espantaron: mucho alcohol, chicas besándose en los sillones e incluso pudo ver a una pareja que tenía sexo en una habitación con la puerta abierta.

Nuevamente se ganó el odio de todas. Cuando llegó, la miraron de pies a cabeza y la despreciaron por su ropa vieja y pasada de moda. Se rieron mucho rato y ella tuvo que aguantar las lágrimas con todas sus fuerzas.

Sus clases eran muy interesantes y eso la entusiasmaba. Se hizo una rutina muy similar a la que tenía antes, pero ahora además tenía clases de inglés intensivas, porque tenía muchos deseos de aprender. Pretendía pasar mucho tiempo en la biblioteca, pero a veces esta pasaba llena (los alumnos acá eran mucho más estudiosos) así que a veces tenía que retornar a la casa de estudiantes, donde muchas veces no podía concentrarse por la fiesta y los ruidos. La única solución era encerrarse en su habitación.

Había un grupo de jóvenes que eran los líderes del campus: eran los chicos que tenían más dinero, y que tenían una confianza invencible. Una de ellas era Vespertina: era la que tenía más poder no solo por su dinero, sino porque los hombres hacían todo lo que ella quería, pues tenía el record de ser la que con más personas se había acostado. La mayoría actuaba como perritos falderos y no podían negarse ante la más ridícula petición.

Estos chicos estaban a cargo de una ceremonia de iniciación donde se le explicaba al novato cómo funcionaban las cosas en el lugar y quiénes mandaban, pero como Cándida no había hecho ningún amigo, no tenía idea de esto. Un día, la biblioteca de pronto quedó vacía y el grupo se le acercó después de haberla estado observando por mucho rato.

- Hola, linda. ¿Qué tal? – dijo Vespertina con una voz insinuante. Cándida se puso nerviosa pues se imaginaba lo que vendría después.
- Ho…hola. Bien, gracias, ¿y tú?
- Muy bien. Vespertina – y estiró su mano.
- Cándida – se presentó.
- Cándida Valente, lo sé. Pero te apuesto a que tú no habías oído hablar de mí.
- No, me temo que no… no he hablado con nadie aquí sinceramente.
- Es raro que no hayas escuchado mi nombre siquiera… soy muy famosa. Hija del empresario Manríquez, y heredera de una gran fortuna.
- Sí, si he escuchado hablar de él…
- ¡Qué linda eres! ¿no, chicos? – dijo, y los hombres detrás de ella asintieron - ¡Qué maleducada soy! Olvidé presentarlos… éstos son Prudencio y Segundo.

Cándida pensó que se había equivocado al pensar mal de Vespertina. Hasta el momento había sido muy amable, aunque era obvio que era bastante engreída y snob. Vespertina la invitó a una fiesta de bienvenida que haría en su casa, y Cándida, para no ser maleducada, aceptó la invitación y decidió asistir al evento.

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