Diana

Diana


Siempre supe que Diana, mi hija, iba a ser una mujer preciosa. De niña era una ricura. Morenita, pizpireta.

A medida que crecía, su cuerpo iba cambiando. De niña se transformaba en mujer. Yo casi no me daba cuenta. Para mí era mi niña.

En la pubertad los cambios fueron más notorios. Se le desarrolló el pecho, se le redondeó el culito.

Evidentemente, ya no era una niña. Pero para mí, sí. Seguía siendo aquella niñita a la que enseñé a nadar en la piscina de casa. A la que consolaba cuando se caía y se hacía daño. Seguía siendo mi niñita.

Mi niñita quiso ser abogada. Siempre fue buena estudiante, así que no le costó entrar en la facultad de derecho. Sus notas siguieron siendo buenas, muy buenas.

Para mí todo cambió un día en que entré en la baño a hacer pis y ella salía de la ducha. Desnuda, con el cuerpo brillante por el agua.

Me quedé petrificado mirándola. Su cuerpo era muy hermoso. Tenía un precioso par de tetas, un vientre plano. Su piel morena, tostada por el sol brillaba mojada a la luz del fluorescente del baño.

Durante unos segundos no nos movimos. Entonces ella volvió a meterse en la ducha y a taparse con la cortina.

-Oh...lo..lo siento, Diana. No sabía que estabas duchándote.

-No importa papi. Debí de cerrar la puerta.

Salí del baño azorado. No me podía quitar de la cabeza el desnudo cuerpo de mi hija. Me di cuenta de que tenía una erección. Mi polla dura como una roca formaba un gran bulto en mi pantalón. Mi hija me había puesto la polla dura. Joder!

Salí al jardín a tratar de calmarme. ¡Qué tetas, que cuerpo!. No me la podía quitar de la cabeza. Sabía que estaba mal. Que era su padre. Que era mi hija.

Me senté al fresco y poco a poco me fui calmando. La polla me volvió a su estado de reposo.

"Es normal que te sintieras excitado al verla así", me dije. "Será mi hija, pero está más buena que el pan. Pero ya pasó".

Pero no pasó. Ya no pude volver a verla como a una niña. Era una mujer, con un cuerpo que me enloquecía.

La miraba de reojo cada vez que podía. Le miraba las tetas. Miraba como meneaba su precioso culito. Su sensual boca. Me empecé a imaginar...cosas. Cosas que hacía con ella. Cosas que ella me hacía.

Quería follarme a mi hija. Sé que estaba mal. Pero eso es lo que deseaba.

Una tarde bajó a la piscina. Llevaba un bañador negro. Yo la observaba escondido detrás de la cortina de mi cuarto. Hubiese preferido que llevara un bikini, pero casi siempre usaba bañadores.

Miré como se daba un baño y luego salía del agua. Su piel mojada me recordó la vez que la pillé saliendo de la ducha. La polla se me puso como una piedra. Me bajé la cremallera y me la saqué.

Mirando como Diana tomaba el sol, boca abajo, me hice la primera paja pensando en ella. Mirando su precioso culito, gordito, respingón. Me imaginé haciendo locuras con ese culito.

Mi corrida fue impresionante. No recordaba una así desde hacía años. Luché por no gritar de placer. Casi echo a perder las cortinas. A ver que le hubiese contado a mi mujer.

Aquella primera paja no fue la última. Le siguieron muchas más. Casi cada día me masturbaba pensando en ella. Y cuando follaba con mi mujer, era en mi hija en quien pensaba.

Todo aquello me atormentaba. Pero no podía evitarlo. Era superior a mí. El deseo animal que sentía por mi hija era mayor que la parte de mí que me decía que estaba mal.

Me decía que sólo eran deseos. Que no había hecho nada. Que nunca haría nada. Sólo imaginaría, nada más.

Pero..hice. Un día, paseando, vi en un escaparate un maniquí con un precioso bikini rojo. Me lo imaginé en el cuerpo de Diana. Estaría preciosa. Entré y lo compré. Pedí que me lo envolvieran para regalo.

No era ni su cumpleaños ni su santo. No había nada especial por lo que hacerle un regalo. Sólo era porque verla con eso puesto sería maravilloso.

Pensé en dárselo cuando su madre no estuviera, pero quizás podría pensar mal. Y si luego mi mujer lo supiera, sería peor. Así que le di la caja cuando estaban las dos juntas, como si nada.

-¿Y esto papi?

-Es que siempre estás con esos bañadores. Ya es hora de que te pongas algo más moderno. Así cogerás mejor el sol.

Diana abrió el paquete. Cuando tuvo las prendas en la mano no sabía que decir. Sólo me abrazó y me dio un beso.

-Gracias papi.

Luego se marchó a su cuarto.

Mi mujer me miraba.

-Muy poca tela, ¿no?

-Jajaja. Mujer, ya no es una niña. Es toda una mujer. Además, todas las chicas usan bikini. Tú misma debería también comprarte uno.

-Ah..y...¿Para mí no hay nada?

La miré a los ojos. La amaba mucho. Había previsto esto, así que metí mi mano en el bolsillo y le di una cajita. Dentro había un colgante precioso. Me abrazó y me besó con pasión.

Esa noche hice el amor con ella. Esa noche no pensé en mi hija. Estaba en cuerpo y alma con mi mujer.

"Así tiene que ser. Es con tu esposa en la que tienes que pensar. Diana ha sido sólo una tentación pasajera. Olvídalo todo", pensé, abrazado a mi mujer después de amarnos.

Me olvidé de mi hija... sólo hasta que al día siguiente, desde mi cuarto, vi como Diana salía al jardín llevando mi regalo. La polla se me puso dura en el acto. El bikini resaltaba su cuerpo de manera espectacular.

Mis ojos estaban clavados en su culo, que meneándose suavemente se dirigía a una tumbona. La roja tela del bikini resaltaba contra su piel.

Dios mío. Que culo tenía mi hija. Un culito perfecto. Redondito, carnoso. Parecía durito, pero turgente. Deseé besarlo, lamerlo. Follarlo. Mi mujer siempre me lo había negado pero siempre lo deseé.

Bajé al jardín. Ella estaba tumbada boca abajo. Me saqué la polla del pantalón. La hice poner a 4 patas sobre la tumbona, le bajé el bikini y le clavé la polla de un sólo golpe hasta el fondo de aquel espectacular culo.

Ella lo meneaba. Gemía de placer.

-Agggggg papi....si...fóllame así.....rómpeme el culitoooooooo..Dale por el culo a tu niñita...ummmmmm cómo lo deseaba.

No aguanté mucho y me corrí, llenándole el culito de mi abundante y caliente leche.

Abrí los ojos. Ella estaba tumbada en la tumbona. Yo la miraba desde mi ventana. La pared estaba llena de semen. A mis pies había un charquito y polla aún palpitaba en mi mano.

Me limpié y después limpié la pared. Diana seguía tomando el sol. Tenía que verla de más cerca, así que bajé al jardín me acerqué a ella.

A pesar de acabar de correrme, al aproximarme y ver su culito tan cerca, no pude evitar que la polla se me levantara otra vez. El bulto era evidente, pero no me importó.

-Veo que te has puesto mi regalo.

Ella levantó la cabeza y me miró.

-Sí, me gusta mucho, papi.

-Te queda muy bien.

-¿Tú crees?

-Claro.

Me tumbé al lado de ella, en otra tumbona. La polla me apretaba en los pantalones. Si ella miraba, vería mi abultado paquete. Pero no me importaba. Quería que viese como me ponía su cuerpo

-Diana, te vas a quemar. Tienes la piel más blanquita en donde estaba el bañador.

-¿Me pones crema, papi?

Eso es lo que yo buscaba. Tocarla, sobarla. Pasar mis manos por su piel. El corazón me latía con fuerza cuando me puse la crema en las manos.

Empecé por sus hombros, masajeando. Sentía mi polla latir también, al ritmo de mi corazón. Ella tenía la cabeza de lado y los ojos cerrados. Mis manos fueron bajando, esparciendo la crema, acariciando.

-Tienes una piel muy suave.

-¿Sí?

-Muy suave. Es muy rico tocarla.

Llegué a sus caderas. Su precioso y respingo culito se movía al compás de mis manos. Deseé meter una mano por debajo del bikini y sobarle aquel tentador culito, pero me contuve. Seguí bajando y le puse crema en sus largas y torneadas piernas.

Estaba tan cachondo. No podía más. Me levanté y le dije que volvía a la casa. Ella me miró. Una milésima de segundo sus ojos quedaron clavados en el bulto que formaba mi tiesa polla. Fueron unos instantes, pero sé que se dio cuenta. Lo sé.

-Hasta luego, papi. Tomaré un poco más el sol. Gracias por ponerme crema

Mientras regresaba a la casa, no dejaba pensar en sus ojos clavados en mi polla. Diana, mi hija Diana, sabía que me había puesto la polla dura. Que a polla de su padre estaba dura por haberla tocado. ¿Qué pensaría de mí? ¿Qué era un monstruo, un degenerado? ¿ O se sentiría bien? ¿Le habría gustado ponerme cachondo?

Entré en la casa y volví a mi otero. Ella seguía tumbada. Se dio la vuelta. Tentado estuve de volver a bajar y ponerle crema por delante. En vez de eso me volví a sacar la polla y me hice una lenta paja, recordando sus bellos ojos mirando mi polla.

Mi mente imaginaba que ella mantenía la mirada en el enorme bulto. Que luego me miraba y se pasaba la lengua por los labios, sensualmente. Yo me acercaba mientras ella se incorporaba. Mi polla quedaba a la altura de su boca. Acercaba su mano y bajaba lentamente mi bragueta, para seguidamente meter la mano dentro y sacarme le polla. Empezaba a mover su mano, lentamente, recreándose en su dureza y su calor. Yo me acercaba más y ella acariciaba su preciosa carita con mi polla. Se la pasaba por la frente, por las mejillas, por los labios. Se la metía en la boca y me le chupaba, lentamente, exasperantemente. Mirándome a los ojos. Y me decía cosas. Que le gustaba mi polla. Que le diese su cremita. Que el sol le quemaría la cara si no le ponía cremita. Imaginé que me hacia correr sobre su carita, sobre su sonriente carita.

Tuve que volver a limpiar la pared.

Mi obsesión por mi hija crecía día a día. Ya la miraba descaradamente. Nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando. Ella tenía que darse cuenta de todo. Pero no me importaba.

La expiaba. Cuando se duchaba trataba de volver a verla, pero siempre cerraba la puerta. Cuando dormía me asomaba a la puerta y miraba como dormía. A veces estaba destapada y podía adivinar sus tetas debajo de la fina tela del pijama.

Ya no podía más. Tenía que actuar. O la hacía mía o me volvía loco. Unos días después volví a pasar por la tienda en donde le compré el bikini. Entré y me puse a mirar las preciosas cosas que había. Me quedé prendado de un conjunto muy sexy de lencería blanco. En su piel morena resaltaría mucho. Era de suave encaje, con una braguita tipo tanga. Su culito quedaría casi desnudo. No pude resistirme a comprárselo.

Esta vez no se lo quise dar con su madre delante. No era una cosa que un padre compraría a su hija. Esperé el momento adecuado, cuando mi mujer salió con sus amigas. Saqué la caja de donde la tenía escondida y fui a su cuarto, en donde estaba a estudiando.

-Diana, te he comprado una cosita

-¿De verdad? Papi, no tenías por que.

-Lo vi y pensé en ti. No me pude resistir - le dije, mirándola a los ojos.

Le di la caja. Ella, como una niña pequeña en el día de reyes, empezó a abrirla. Cuando vio lo que era, me miró, con los ojos abiertos. Estaba asombrada. Miró las prendas, la diminuta braguita.

-¿Te gusta?

-Sí..sí..es...es precioso..pero...

-¿Pero?

-No...nada...Gracias papi.

Noté que estaba confusa.

-Me gustaría ver cómo te queda.

-No sé, papá. Es muy....

-¿No harías eso por mi?

-Está bien.

-Esperaré fuera.

Salí de su cuarto. El corazón me latía con fuerza. Y la polla me empezó a crecer. Esperé impaciente a que ella se pusiera el conjunto.

Cuando abrió la puerta y apareció ante mí, la boca se me quedó abierta. Era la cosa más sexy que había visto en mi vida. Su cuerpo precioso quedaba resaltado con las prendas

-Diana! Estás....preciosa.

-¿De verdad?

-Wow..De verdad.

Me acerqué a ella. Miró al suelo. Noté su azoramiento. Eso la hacía aún más deseable. Tenía que tocarla. Acerqué una mano y acaricié su brazo derecho. Su piel tan suave me hizo estremecer.

-Diana..eres tan hermosa.

Mi mano bajó por la cara interna su brazo, acariciando también su cuerpo, rozando una de sus tetas. Tenía ganas de lanzarme sobre ella, arrancarle las diminutas braguitas, tirarla al suelo y follármela una y otra vez.

Noté que temblaba. Quizás de miedo. Quizás de excitación. Me dije que era de excitación, que le gustaba mi caricia. Seguí bajando la mano. Llegué a su cadera. Ella seguía mirando al suelo. Le di un beso en la frente y me pegué a ella, sintiendo el calor de su cuerpo, sus tetas presionadas contra mi pecho.

Llevé mis manos a su culito. Con aquel tanguita parecía que estaba desnudo. Lo acaricié, lo sobé con ganas, apretándola contra mí. Le restregué mi polla. Quería que notase lo cachondo que me ponía.

-Papá...

Me quedé congelado. ¿Pero qué diablos estaba haciendo? ¿Qué clase de monstruo era? Me separé de ella, horrorizado por lo que había hecho, por lo que quería hacer. Era mi hija. Mi deber era protegerla, cuidar de ella. No podía tocarla así.

-Dios mío...Diana..Lo siento, lo siento...Yo....no....dios mío.

Salí corriendo de la habitación, como alma que lleva el diablo. No dejaba de pensar en lo que estuve a punto de hacerle a mi niña. Me fui a mi habitación. Me senté en mi cama. Las manos me temblaban. Las miré, tratando de calmarme. Pero mis dedos se negaban a estarse quietos. ¿Qué pensaría ahora mi hija de mí? Mi mujer se enteraría de todo. Todos sabrían que clase de hombre era. Tendría que irme de casa.

Pero nada de eso me importaba. Lo que más me dolía era lo que Diana pensaría de mí. Yo la quería con locura. Antes del deseo, estaba el amor. Y lo habría perdido para siempre. Tenía ganas de llorar.

Sentado en mi cama, apretaba los puños. Con ganas de golpearme a mí mismo.

-Papá...

Miré a la puerta de mi habitación. Diana estaba allí. Se había puesto una bata. No pude mirarla a los ojos. La vergüenza me quemaba por dentro. Ella se acercó a mí y se sentó a mi lado.

-Papá...

-Diana, por favor, perdóname. Lo que hice es ......lo siento.

Me cogió la mano. Su piel era tan cálida. Ese contacto me reconfortó.

-Papi...te quiero mucho.

-Mi vida, y yo a ti. Por eso me siento como un...un monstruo.

-No eres ningún monstruo. Eres el hombre que más quiero.

Me abrazó, poniendo su cabeza en mi pecho. Fue como si me hubiese echado un milagroso bálsamo en mis heridas. La abracé con fuerza. Mi niña no me odiaba. A pesar de que no me lo merecía, Diana me daba cariño. No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas.

Entonces hizo algo que me dejó paralizado. Levantó su cabeza y me besó tiernamente el cuello. Yo la tenía abrazado con fuerza, y ella besó el cuello. Todo mi cuerpo se estremeció.

-Diana...¿Qué...?

-¿Por qué saliste corriendo?

-Yo...lo que hacía no está bien.

-Pero a mí no me importó... a mí me... gustó..

Sus labios se acercaron los míos y me besó. Mi hijita me besó. Fue un cálido y tierno beso que me hizo estremecer otra vez. No me atrevía a moverme, estaba paralizado.

Ella cogió una de mis manos y la llevó dentro de su bata, a uno de sus pechos. Mis dedos respondieron apretando suavemente. Lo sentí duro, turgente.

-Papi...¿Me deseas?

-Diana...con cada fibra de mi ser.

-Acaríciame...llevo días deseando que lo hagas....Notaba tus miradas. Notaba tu deseo. Pero no te atrevías. Esas miradas tuyas me...me encendían...

La besé con pasión. Mi mano apretó su pecho. Ella cayó sobre la cama. Sus ojos me miraban. Brillaban. Era tan hermosa. Se abrió la bata, mostrándome aquel cuerpo que invitaba al pecado. La seguía deseando. Quizás más que antes, pero ahora la veía de manera distinta. Cuando antes mi deseo era puramente sexual, animal, ahora era más pasional. Cuando antes deseaba arrancarle la ropa y follarla sin descanso, ahora deseaba acariciarla, admirarla, amarla.

Caí sobre ella y la besé. Nuestros labios se unieron y nuestras lenguas se buscaron hasta encontrase. Mi mano recorrió su cuerpo, tan suave, tan cálido, hasta llegar a sus muslos. Ella gemía en mi boca. Yo en la suya. Desde su rodilla fui subiendo por la cara interna de sus muslos, apenas rozando su piel con la yema de mis dedos. Lentamente llegué a su coñito, enfundado en la diminuta braguita que yo le había regalado.

Lo encontré caliente. Diana abrió ligeramente sus piernas. Acepté la invitación y mis dedos acariciaron sobre la tela.

-Ummmm mi niña...estás..mojadita.

-Aggg es que te deseo, papi....te deseo.

La miré a los ojos. Ella no despegaba su vista de los míos. Mi mano subió hasta su pubis. La punta de mis dedos entró por debajo de la braguita. Sus ojos se entornaron. Sus labios, resecos, se entreabrieron. Mis dedos bajaron lentamente hasta llegar a su mojada rajita. Cuando mi dedo corazón empezó a deslizarse, Diana cerró los ojos y gimió de placer.

-Agggg que...rico...papi...sigue...ummmmm

La empecé a masturbar con suavidad, lentamente, disfrutando de ver reflejado en su rostro el placer que yo le daba. Ya no me importaba mi propio placer. Sólo deseaba complacerla. Con mi otra mano me las arreglé para quitarle el sujetador y liberar sus dos preciosa tetas. Acerqué mis labios para besarlas, para lamerlas. Sus duros pezones entraron en mi boca y mi lengua trazó círculos a su alrededor. Diana gemía cada vez con más fuerza. Mecía sus caderas.

-Ummmm papi..papiiiiiiiiii

La sentí temblar, tensarse, arquear su espalda sobre la cama. Diana se estaba corriendo gracias a mis caricias. Fue algo tan maravilloso, tan bonito, tan distinto de los lascivos pensamientos que me habían consumidos días atrás. Ahora no veía nada sucio, nada pecaminoso. Sólo sentía que el amor que sentía por ella se manifestaba de una manera especial.

Su orgasmo fue largo. Luego su cuerpo se relajó. Abrió los ojos y me miró. Me vi reflejado en ellos.

-Ha sido...maravilloso, papi...que placer me has dado.

Nos besamos otra vez. Mi mano seguía entre sus piernas, ahora sin acariciar. Sólo allí. Y entonces sentí la suya acariciarme. Su mano acariciaba mi dura polla sobre el pantalón.

-Hazme tuya...lo deseo tanto...te quiero tanto...Quiero que tú me hagas mujer.

-Mi vida...¿Estás segura?

-Sí...sólo puedes ser tú.

Se quitó las diminutas braguitas. Pude ver su lindo coñito. Me ayudó a quitarme la camisa, y luego mis pantalones. Cuando me liberé de mis calzoncillos y mi dura polla saltó, la miró. En sus ojos vi muchas cosas contradictorias. Deseo, miedo.

Me tumbé a su lado, y nos besamos una vez más. Nuestros desnudos cuerpos estaban pegados. Piel contra piel. Quedé sobre ella. Mi dura barra contra su pubis. Los ojos de Diana fijos en los míos. Volví a preguntarle.

-¿Estás segura?

-Sí papá...muy segura.

Sin dejar de mirarla, me moví hasta que la punta de mi polla encontró la entrada de su vagina. Estaba muy lubricada, y con un pequeño empujón empezó a entrar hasta encontrar la resistencia de su virgo.

-Hazlo...hazlo!

Empujé y la resistencia se rompió. La sentí estremecerse mientras seguí empujando hasta que estuve completamente dentro de ella. La besé sin moverme. Casi un minuto de suaves besos. Y después, despacito, empecé a entrar y salir de ella. Gimió otra vez de placer. Y yo también. Su vagina era acogedora. Cálida, húmeda, apretada... Moverme dentro de ella era algo sublime.

Aceleré mis entradas y salidas. Nuestro placer aumentó.

-Agggg que...placer....esto...es....agggg papiiii...más...más...

-Te quiero Diana...te quiero...

-Y yo a ti.

Había lágrimas en sus ojos.

-¿Te duele?

-No...no...sólo...siento...placer....

Besé sus ojos y me bebí sus lágrimas. La cama se movía al ritmo de nuestros cuerpos.

Uno de los mejores momentos de mi vida fue cuando la sentí estallar de placer. Cuando sentí como su cuerpo se tensaba, cuando vi como cerraba los ojos con fuerza y sentía su vagina tener espasmos alrededor de mí. Su orgasmo fue arrollador, intenso, largo. Y no dejé de moverme, de besarla, de amarla. Cuando su cuerpo se relajó, seguí. Seguí más rápido, besándola con más pasión, hasta hacerla volver a estallar. Esta vez yo ya no pude aguantar y la acompañé con intenso orgasmo que me nubló la vista. Pero tuve la fuerza de voluntad de salirme de ella a tiempo, para bañar su barriga con mi caliente esencia.

Estuvimos abrazados más de 15 minutos, sin decir nada. Diana fue la primera en hablar.

-Te quiero, papá.

-Y yo a ti, Diana.

Los siguientes días fueron maravillosos. Nos amábamos siempre que podíamos. Siempre con ese dulzura del primer día. Suavemente, sin prisas. Siempre gozando hasta el infinito.

Hasta que un día llegué a casa antes de lo previsto. Deseoso de estar más tiempo con mi hija. La busqué por la casa y no la encontré. Subí a cambiarme de ropa. Al entrar en mi cuarto oí risas en el jardín. Me asomé a la ventana y mi mundo feliz saltó en mil pedazos.

Mi niña, mi adorada niña, mi tierno ángel, estaba follando con un jovenzuelo. La tenía a cuatro patas junto a la piscina y le daba enormes pollazos. Ella le decía que le diera más, que la follara bien fuerte. Vi como la cogió del pelo y tiró de ella.

-Agggggggg fóllame.....dame polla asíiiiiiiiiiii

Hasta mi llegaban su gritos de placer. Conmigo era un ángel, pero ahora la veía como a una zorra. La sangre me empezó a hervir. Sentí rabia, celos. Quien era ese cabrón para follarse a mi niña, en mi casa, en mi jardín.

Salí como alma que lleva el diablo y me dirigí hacia ellos. Estaban tan concentrados que no me oyeron llegar. No soy un hombre violento, pero le di una patada a aquel 'violador' y del golpe se cayó al agua. Diana me miró con cara asustada.

El muchacho también me miró, con pánico en los ojos.

-Tienes un minuto para desaparecer de aquí o te juro que te mato.

No le hizo falta el minuto. Salió de la piscina, recogió su ropa y salió corriendo en menos de 30 segundos.

Me encaré con Diana. Estaba sentada al borde de la piscina, mirándome con sus preciosos ojos ahora llenos de temor.

-Papi...yo...

-¿Papi? Eres...eres una...zorra. Te traté como a mi ángel y resulta que no ere más que una zorrita.

Cuando hacía el amor con ella, sólo habían caricias y al final, la penetraba. La veía tan delicada, tan...No sé. No me atrevía a hacer nada más. No le pedí nada más. Pero ahora ya no era mi ángel tierno. Ahora era sólo una mujer. Y me la iba a follar como se merecía.

Me bajé la bragueta y me saqué la polla. Me acerqué y la cogí con fuerza de pelo, acercando su cabeza a mi polla.

-Ahora cómeme la polla

La muy cabrona. Lo había hecho antes, seguro. Que placer me dio. Sentadita en el suelo, levantando la cabeza para poder tragarse mi polla. Me miraba con esos ojos deslumbrantes, ya sin rastro de miedo. Ahora sólo llenos de lujuria.

Le solté el pelo. No hacía falta que la guiara. Me hizo una mamada espectacular. Se tragaba toda la polla, me miraba sensualmente, se la pasaba por la cara. Joder. Pero si yo la tenía por una tierna jovencita.

-Ummmmm papi....tu polla es la que más me gusta

-¿Cómo que la que más? ¿Cuántas más hay?

-Algunas...

-Eres una...

-¿Zorra?

-Sí.

-Tú me convertiste en una zorra.

-¿Cómo que yo? Pero si te traté siempre con dulzura.

-Sí, pero me hiciste conocer el placer. Y me gusta...A que la mamo bien

-Uf....como sigas así me vas a sacar hasta bilis!

-Ummmmm ¿Quieres correrte en mi boca o en mi carita?

"¿Quieres correrte en mi boca o en mi carita?". Vaya frase. En las películas, cuando alguien entra en un taxi y le dice al conductor "Siga a ese coche", el taxista siempre dice lo mismo "Siempre había deseado que me dijeran eso". Pues mi frase la acabada de decir mi adorada hijita.

-En tu cara. Me quiero correr en tu cara.

-Déjame guapa, papi. Lléname la cara de tu caliente leche.

Yo tratándola como a una reina y me había salido puta. ¿Quién la habría enseñado? Joder. Le daba un abrazo al muy cabronazo. Y después le partía la cara por pervertir a mi niña.

Noté que me llegaba el placer. Ella también lo notó, porque se acomodó bien, se sacó la polla de la boca y la empezó a pajear a escasos centímetros de su precioso rostro. Me miraba y sonreía.

No recuerdo haberme corrido así en mi vida. Mi polla parecía un surtidor. Ella no dejó de sonreír mientras yo, gimiendo de placer, le cubría la cara con mi cálido semen. No quedó parte de su cara sin recibir mi esencia. Su frente, sus mejillas, su nariz, sus labios.

Me quedé mirando mi obra, maravillado. No pudo abrir el ojo derecho, pues se lo cegué de un disparo. Abrió el izquierdo.

-Vaya corrida, Papi.

-Joder, Diana.

-¿Estoy guapa?

-Preciosa.

Cuando se puso a recoger mi leche con sus dedos y a llevársela a la boca, me di cuenta de hasta donde había llegado mi niñita desde que la hice mujer. La polla no sólo no se me aflojó, sino que empezó a dar saltitos en el aire.

No dejó ni gota de semen en su cara. Todito se lo tragó.

La cogí de la mano y con fuerza tiré de ella, hacia la casa.

-¿A dónde me llevas, Papi?

-A estrenarte el culito. Le tengo ganas desde hace tiempo.

-Lo siento. Ya está estrenado.

-Puta!

Me paré y la miré. La muy jodía me miraba chupándose un dedo y mirándome con cara de niña buena.

Volví a tirar de ella. Subimos a mi habitación, a mi cama. La hice poner a cuatro patitas sobre el marital lecho. Le coño le chorreaba. No me pude resistir y enterré mi cara allí, mojándome con su olor a hembra cachonda, salida. Me llené la boca con su exquisito sabor. Ella gemía, restregándose contra mí.

-Así papi...cómeme el coñito..¿Está rico verdad?

-Riquísimo.

-¿Y mi culito? ¿No lo pruebas?

Por supuesto que lo probé. Lo abrí con las manos y lo lamí. Apreté con la lengua y conseguí meterle un poco la puntita.

-Agggggg que rico...fóllame ya....fóllame yaaaaaaaaa

Así, tal y como estaba, con la bragueta abierta y la polla por fuera, le clavé la tranca hasta los huevos en aquel redondo y prefecto culito. Ella gritó, no de dolor, sino de placer.

Fue una larga enculada. Mi reciente corrida me ayudó a aguantar bastante. La hice correr una y otra vez, y más cuando llevé una mano a su coño y se lo froté sin dejar de encularla. Parecía que se estaba orinando encima. No dejaba de soltar jugos y más jugos.

La pregunta me vino otra vez a la cabeza "¿Quieres correrte en mi boca o en mi carita?". Ahora le tocaba el turno a su boca. Cuando noté que ya no podía más, que había llegado el punto sin retorno, le saqué la polla del culo y, agarrándola del pelo, la hice arrodillar delante de mí.

No hice más que metérsela en la boca y mi polla estalló. No fue tan espectacular como la primera, pero fue una buena corrida. Ni una gota salió de su boca. Todo bajó por su garganta hasta su barriguita.

Me quedé mirándola, respirando agitadamente. Ella se sacó la polla de la boca, la cogió y se la pasó por la cara.

-Papi...¿Que Diana te gusta más? La angelical o...

-La zorra. Me gusta más la zorra.

FIN

5 comentarios - Diana

robertoke
Tremendo relato, se me paró la japi. Atrapante!
Si quieres date una vuelta por aqui:

http://buscar.poringa.net/posts?q=robertoke&en=todo&redir=todo
magno007
muy bueno tu relato, no soy fan del incesto, pero como todo es fantasia......adelante