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La Mudanza... Don Antonio... (parte 7)

El día pasó tranquilo después de la visita de Antonio. Ana estuvo todo el tiempo con una sonrisa tonta, como si guardara un secreto. Yo no paraba de pensar en lo que había pasado: él viniendo a casa, las miradas a Ana, la forma en que ella se dejaba mirar. Me ponía celoso, sí, pero también me tenía todo el día medio empalmado.
Por la tarde, Antonio mandó un mensaje al grupo del vecindario: “Esta noche cena en el Miramar, el restaurante de la colina. Reservé mesa para las cuatro parejas. Mi regalo de bienvenida a los nuevos”. Todos respondieron emocionados. Ana me miró con ojos brillantes.
– Qué detalle – dijo –. Y el Miramar es de lujo, me han dicho.
– Sí… Antonio sabe elegir – respondí, el pinchazo volviendo.
Nos arreglamos. Ana se puso un vestido negro largo, elegante, con una abertura alta en la pierna y escote profundo, pero no exagerado. Se notaba que llevaba sujetador sin tirantes, pero el efecto era el mismo: tetas perfectas, marcadas, invitando a mirar. Yo camisa y pantalón bueno.
Llegamos los primeros. Antonio y Marta ya estaban en la entrada. Él de traje claro, ella con un vestido rojo que le quedaba como un guante. Antonio abrazó a Ana un segundo más de lo normal, le dijo al oído algo que la hizo reír.
– Estás preciosa – le dijo alto –. Ese vestido te queda de muerte.
– Gracias – respondió ella ruborizándose un poco –. Tú también estás muy elegante.
El encargado del restaurante salió a recibirnos personalmente.
– Don Antonio, qué placer tenerle de nuevo – dijo –. La mesa de siempre, con las vistas.
Antonio sonrió, orgulloso. Ana me miró impresionada.
– Vaya, aquí te conocen bien – le dijo a él.
– Vengo desde hace años – respondió modesto –. Pero hoy es especial, por vosotros.
Nos llevaron a la terraza privada, mesa redonda con vistas al mar, la luna reflejándose en el agua. El vino que eligió Antonio era espectacular, un reserva que el camarero sirvió con ceremonia. Todos brindamos.
La cena fue perfecta: marisco fresco, carne en su punto, postres caseros. El vino fluía, las risas también. Antonio se sentó al lado de Ana, como siempre. Hablaba con ella de trabajo, de la empresa, de lo bien que encajaría ella. Ana reía, se inclinaba un poco, el escote haciendo su trabajo.
Yo desde el otro lado, al lado de Marta, charlaba, pero no quitaba ojo. Antonio le rozaba el brazo al gesticular, le llenaba la copa antes que a nadie. Ana se dejaba, encantada.
Después de los postres me levanté para ir al baño. Antonio se levantó también.
– Te acompaño.
En el baño, urinarios al lado.
– Ana está radiante – dijo mientras empezaba –. Menudo vestido.
– Sí – respondí.
– No te molesta que la mire tanto, ¿verdad? – preguntó directo.
– No – mentí a medias.
– Me alegro – dijo –. Porque es difícil no mirar.
Terminamos, nos lavamos las manos. Yo saqué el móvil, abrí la galería, la foto de Ana en topless en la playa.
– Mira esto – le dije pasándoselo.
Antonio abrió los ojos, sonrió.
– Joder… qué tetas. Tremenda.
– Guárdatela si quieres – dije con voz ronca.
– Gracias – respondió guardando la foto –. En confianza total.
Volvimos a la mesa. Antonio más animado, Ana con la risita del vino.
Al salir, Antonio propuso:
– ¿Tomamos la última en la piscina? Tengo whisky bueno en casa.
Todos aceptaron. Compramos hielos en una gasolinera de camino.
En el coche, solos, Ana estaba acalorada por el vino.
– Antonio no para de mirarme – dijo riéndose.
– Le enseñé tu foto en topless – confesé.
– ¿¡Qué!? – abrió los ojos –. ¿En serio?
– Sí… en el baño.
– Joder, Alfredo… – dijo, pero la mano fue a mi paquete –. ¿Te puso celoso?
– Mucho – admití.
– Pues a mí me ha puesto cachonda – confesó –. Saber que me ha visto las tetas…
La mano de ella en mi polla, la mía subiendo por la abertura del vestido. Aparqué en la gasolinera, en una zona oscura.
– Aquí no nos ve nadie – dije metiendo mano en sus bragas.
Ana gemía, el coño empapado.
– Me ha llenado la copa toda la noche – dijo –. Y me rozaba el brazo.
– Le gustas – dije metiendo dos dedos.
– ¿Y a ti te gusta que le guste? – preguntó jadeando.
– Sí – confesé acelerando.
Ana se corría casi, cuando un borracho se acercó al coche, golpeando el cristal.
– ¡Eh, qué hacéis ahí! – gritó.
Arrancé rápido, nos fuimos riéndonos nerviosos.
– Joder, casi – dijo Ana –. Llevo un calentón…
El móvil de Ana sonó. Antonio.
– ¿Dónde estáis? Os esperamos en la piscina con las copas.
– Ya vamos – respondió Ana acalorada –. Cinco minutos.
Colgó. Yo la miré.
– ¿Antonio tiene tu número?
– Sí… me lo pidió ayer por lo del trabajo – dijo –. ¿Celoso?
– Mucho – confesé –. Pero me pone.
– Pues esta noche en la piscina… a ver qué pasa – dijo con voz caliente.
Llegamos. Todos ya allí, copas, luces bajas.
Antonio sonrió al ver a Ana.
Y yo supe que la noche acababa de subir otro escalón. 😏

1 comentarios - La Mudanza... Don Antonio... (parte 7)

Seximarc69 +1
Terriblemente caliente se pone esto!!!
Cuckysaurio
Preparate para lo que sigue