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La Mudanza... Nuevas Posibilidades... (parte 5)

<Gracias a los que me han enviado mensaje, me alegra saber que les gusta el relato, lo bueno se hace esperar, en la parte 5 nuevas personas, al final alguien será el afortunado>

Como siempre me levanté de la siesta antes que Ana y bajé a la piscina un rato. El sol de la tarde caía a plomo, pero el agua se veía fresca y tentadora. Según bajaba las escaleras vi que estaba Marta bañándose sola, cosa que me alegró en secreto. Sin ser una mujer de portada, me daba un morbo especial: cuerpo curvilíneo, piel bronceada, esas tetas grandes que se movían con cada brazada. Esta vez lo malo es que debajo de la sombrilla estaba Antonio, su marido, con una cerveza fría y el periódico abierto. Ni levantó la cabeza cuando aparecí. Me quité la camiseta y me tiré al agua sin hacer ruido.

En seguida Marta vino nadando hacia mí, sonriendo con esa cara de mujer que sabe lo que tiene.

– ¡Alfredo! ¿Solo otra vez? ¿Ana sigue durmiendo la siesta?

– Sí, la dejé roncando – respondí riéndome –. Necesita cargar pilas después de ayer.

– Normal, con el calor que hace – dijo ella flotando cerca, las tetas casi saliendo del bikini.

 –. Ayer en la barbacoa no parasteis de haceros ojitos. Me dais envidia sana.

Charlamos un rato en la zona poco profunda. Marta flotaba relajada, el agua le llegaba justo por debajo del pecho. La verdad es que a sus cincuenta y pico estaba tremenda, con ese punto de madurez que me ponía burro. Finalmente salió del agua, se envolvió en la toalla y se fue hacia Antonio. Le dijo algo al oído, él asintió sin dejar el periódico, y ella se marchó a casa todavía chorreando. Yo me quedé nadando un poco más. Al rato Antonio se metió al agua y vino directo hacia mí.

– ¿Qué tal el día, vecino? – me preguntó con voz grave, pero amigable.

– Bien, tranquilos. Hemos estado en la playa un rato.

Antonio conocía todos los sitios. Estuvimos charlando de calas, de restaurantes, de lo bien que se vivía aquí. La verdad es que era majo, más de lo que pensé al principio. Salimos del agua y nos secamos al sol, sentados en las tumbonas.

– Me alegro de que os guste el vecindario – dijo de pronto –. Ana es un encanto… y preciosa. Os dais envidia.

– Gracias – respondí, notando el halago.

– Me recuerda a cuando llegamos Marta y yo hace años. Ella también volvía locos a todos – dijo riéndose –. Al principio me ponía celoso como un tonto, pero luego… aprendes a disfrutar.
Me quedé callado. Antonio siguió, bajando un poco la voz:

– Ya te he visto cómo miras cuando alguien se fija en Ana. Es normal. Pero te aseguro que llega un momento en que eso… te pone.

– ¿Te pone? – pregunté, curioso.

– Sí. A mí ahora me encanta que miren a Marta. Que la piropeen, que se imaginen cosas. Y a ella le gusta saber que todavía levanta pasiones – confesó con naturalidad –. Te contaré una cosa en confianza, pero ni una palabra, ¿eh?
Asentí. Antonio sacó el móvil, buscó algo y me lo acercó discretamente.

– Mira esto.

Era una foto de Marta en una cala, semitumbada en la toalla, tetas al aire, posando con una sonrisa pícara. Joder, estaban enormes, caídas, pezones grandes y oscuros. Me quedé turbado.

– Joder… qué tetas – solté sin pensar.
Antonio se rio bajito.

– Eso digo yo todos los días. La hice el verano pasado. Marta se exhibe porque le pone el morbo. Y a mí me pone que lo haga. A veces hasta dejo que algún vendedor se acerque más de la cuenta para sacarle foto.

Pasó otra foto: Marta con un vendedor ambulante negro al lado, ella en topless, él sonriendo y mirando directo al pecho.

– Estos siempre se acercan a las bonsái – dijo como si nada –. Pero es parte del juego.
Le devolví el móvil, alterado. Las tetas de Marta me habían puesto la polla dura.

– Espectacular Marta – dije sincero.

– Gracias. Pero ni una palabra, que me mata si se entera.

– Tranquilo.

– Bueno, me voy a ayudar a Marta con la cena de esta noche – dijo levantándose –. Va a ser divertida. Y oye… si algún día Ana quiere repetir lo del topless en alguna cala, yo hago fotos como un profesional. O si prefieres, te paso trucos para que salgan bien.

Me guiñó un ojo y se marchó.

Me quedé solo en la piscina, la cabeza dándome vueltas. Lo que me había contado Antonio, las fotos… joder. Me había puesto mal. Tenía ganas de pajearme allí mismo pensando en esas tetas caídas. Pero no tenía fotos de Ana en topless, así que no podía devolver el “favor”. Subí a casa con la polla medio dura y el corazón acelerado.
Ana ya estaba levantada, tomándose un café en la terraza, en camiseta y bragas.

– Qué buena siesta – dijo dándome un piquito largo, la lengua juguetona –. ¿Has bajado a la piscina?

– Sí, un rato – respondí nervioso.

– ¿Y con quién has hablado? Te he visto desde la ventana con Antonio – preguntó con sonrisa pícara.

– Pues… charlando de playas y cosas – dije evasivo.

– Al final os hacéis amiguitos todos – dijo riéndose –. ¿Qué te ha contado el abuelo?

– Nada… cosas de calas – mentí a medias.
Ana me miró fija, luego se rio.

– Mentiroso. Te has puesto colorado. Venga, suéltalo.

– Me ha enseñado fotos de Marta en topless – confesé al final.

– ¿¡Qué!? – abrió los ojos –. ¿En serio?

– Sí… dice que le pone que la miren. Y que a ella también.

– Joder… – dijo Ana mordiéndose el labio –. ¿Y tú qué le has dicho?

– Nada… que Marta está tremenda.

– ¿Y de mí? – preguntó juguetona, sentándose en mi regazo.

– Que si algún día quieres… él hace fotos.
Ana se rio, me besó el cuello.

– ¿Te gustaría que Antonio me hiciera fotos en topless?

– Me mataría de celos… y me correría solo de pensarlo – confesé.

– Eres imposible – dijo rozándome la polla por encima del pantalón –. Pues esta noche cenamos con ellos. A ver si se anima a pedírmelo en persona.

– ¿Lo harías? – pregunté con voz ronca.

– Si tú quieres… tal vez – respondió apretándome más –. Pero solo si me prometes que luego me follas pensando en que él me ha visto las tetas.

– Prometido – dije besándola fuerte.
Ana se rio, se levantó.

– Vamos a ducharnos, que con tanto hablar ya estoy mojada… y no precisamente de la piscina.
Subimos, nos duchamos juntos. Bajo el agua la toqué, ella me pajeó despacio.

– ¿Te ha puesto ver las tetas de Marta? – preguntó juguetona.

– Mucho – confesé.

– ¿Más que las mías? – dijo fingiendo enfado.

– Nunca – respondí chupándole un pezón.

– Mentiroso… pero me gusta – gimió –. Esta noche voy a ponerme el vestido corto. A ver si Antonio se queda con ganas de fotos.

– Y yo con ganas de follarte después – dije metiéndole un dedo.

Ana gimió, me mordió el hombro.

– Pues aguanta… que la noche va a ser larga.
Salimos de la ducha, nos vestimos. Ana con el vestido corto, escote profundo, piernas al aire. Yo con la cabeza llena de imágenes: Marta en topless, Ana posando para Antonio, los vecinos mirando.

Bajamos a la cena. La mesa larga, luces, vino. Todos ya allí. Antonio me guiñó un ojo al verme.
Ana se sentó enfrente de él, sonriendo.
Y la noche empezó… con más vino, más risas, y más miradas de las que yo podía contar.

Los celos seguían ahí, pero ahora eran el mejor afrodisíaco del mundo. 😏

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