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La Mudanza... El Jardinero... (parte 4)

Despertamos con el sol ya alto, filtrándose por las persianas. Ana me dio un beso perezoso y se levantó la primera.

– Voy a hacer café. Tú pon las tostadas, anda – me dijo desde la puerta, con esa voz mandona que me encanta.

Desayunamos en la terraza, hablando de tonterías, del calor que hacía, de lo bien que dormimos. Yo salí a correr mi ruta habitual por el vecindario. Cuando volví, sudado y jadeando, la casa estaba en silencio. Subí arriba, nada. Miré por la ventana del jardín y la vi: Ana en el césped, charlando con un hombre que no conocía. Alto, unos 50 años, camisa abierta, pantalones cortos, piel bronceada de trabajar al sol. Era el jardinero del vecindario, el que pasaba dos veces por semana a cortar el césped y arreglar las plantas. Estaba agachado podando un arbusto y Ana, en shorts cortos y camiseta ajustada, le hablaba animada, riéndose de algo que él decía.

Bajé rápido, todavía con la ropa de correr. Al acercarme, el jardinero me vio y se levantó, limpiándose las manos en el pantalón.

– Buenos días – dijo con voz grave y sonrisa amplia –. Soy Manuel, el que cuida los jardines de la urbanización.

– Alfredo – respondí dándole la mano. Me la apretó fuerte, con callos de trabajar. No me gustó cómo miró a Ana al presentarnos.

– Tu mujer me estaba contando que sois nuevos – dijo él –. Si necesitáis ayuda con las plantas o algo, aquí estoy.

– Gracias – dije seco, poniendo la mano en la cintura de Ana.

Ana me miró extrañada, pero siguió sonriendo.

– Manuel dice que este arbusto necesita más sol, que lo trasplantemos al otro lado – explicó ella.

– Genial – respondí sin mucho entusiasmo.

Manuel siguió trabajando, pero no paraba de hablar con Ana: que si el calor, que si las flores, que si el año pasado hubo una plaga. Ana se agachaba a ayudarle a recoger hojas, el culo en pompa, las tetas marcadas al inclinarse. Él no disimulaba, miraba cada vez que podía.

Sentí el pinchazo clásico. Celos. Pero también esa otra cosa, la que me ponía duro. Me senté en una silla del jardín fingiendo mirar el móvil, pero observando.

Al rato Manuel se acercó a Ana con una manguera para regar.

– ¿Me ayudas a sujetar esto? – le pidió.

Ana cogió la manguera, él abrió el grifo. El chorro salió fuerte y la salpicó un poco. Ana se rio, la camiseta se mojó y se le marcaron los pezones. Manuel se disculpó, pero la miraba fijo.

– No pasa nada – dijo ella –. Con este calor hasta agradece.

Yo desde la silla, la polla ya medio dura, sin saber si intervenir o dejar que siguiera.

Manuel terminó el trabajo, se despidió con un “nos vemos la próxima semana” y una mirada larga a Ana. Cuando se fue, ella se acercó a mí.

– Simpático el jardinero, ¿no?

– Sí, muy simpático – respondí irónico.

– ¿Celoso? – preguntó sentándose en mi regazo.

– Un poco – confesé –. No paraba de mirarte el culo cuando te agachabas.

– ¿Y eso te molesta? – preguntó rozándome el paquete con el culo.

– Me molesta… y me pone – admití.

– ¿Ah, sí? – dijo notando que ya estaba duro –. Pues si quieres, la próxima vez que venga le pido que me enseñe a podar… a cuatro patas.

– Joder, Ana…

– ¿Te gustaría? – preguntó bajito, moviendo el culo despacio.

– Me mataría de celos… y me correría solo de pensarlo – confesé.

Ana se rio, me dio un beso largo.

– Eres un caso. Vamos a ducharnos, que con este calor y tus ideas ya estoy sudando de otra forma.

Subimos, nos duchamos juntos. Bajo el agua, con jabón, me la follé contra la pared, pensando en Manuel mirándola agachada. Ana gemía más fuerte de lo normal, como si también lo imaginara.

Después nos tumbamos en la cama un rato, desnudos, el ventilador dando vueltas.

– ¿De verdad te pondría que Manuel me mirara más? – preguntó de pronto.

– Sí… pero me jodería también – respondí sincero.

– Esa mezcla es la que me gusta de ti ahora – dijo ella –. Antes te ponías serio y callado. Ahora lo hablas… y me haces hablar a mí.

– ¿Y qué te hace hablar a ti?

– Que me excita que te excites – confesó –. Si a ti te pone que me miren… a mí me pone que te pongas tú.

Nos quedamos callados. Yo con la polla dura otra vez, ella con la mano rozándome.

– La próxima vez que venga Manuel… le pido ayuda con el jardín trasero – dijo al final.

– Y yo miro desde la ventana – respondí.
Nos reímos. Pero los dos sabíamos que no era solo broma.

Por la tarde bajamos a la piscina. Manuel ya no estaba, pero Rafael y Luis sí. Y las miradas volvieron. Y los celos. Y la excitación.

El verano en el vecindario se estaba poniendo cada vez más caliente. 😏

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