Todo empezó en la fiesta de Noche Buena en casa de un amigo de un amigo, en un departamento lleno de luces navideñas, música reggaetón a todo volumen y alcohol fluyendo como si fuera agua. Yo llegué vestida con ese minivestido azul que ven en las fotos: pegadito al cuerpo, marcando mis curvas de puta, con los tirantes finitos que apenas sostienen mis tetas grandes y duras, y la falda tan corta que si me agachaba un poquito, se veía mi concha depilada y mi culo listo para ser azotado. No llevaba tanga ni brasier, porque soy una guarra que siempre está preparada para que me cojan en cualquier momento. En la primera foto, me ven de lado, posando con esa carita de inocente pervertida, pero ya sabiendo que la noche iba a terminar con mi coño chorreando semen.
La fiesta estaba llena de gente: familias al principio, pero después de la medianoche, cuando los viejos se fueron, quedó puro hombre caliente, borracho y con ganas de follar. Yo empecé a coquetear, bailando pegadita, rozando mi culo contra sus paquetes duros. Uno me agarró la cintura y me susurró al oído: "Puta, no traes nada abajo, ¿verdad?". Le sonreí y le dije: "Prueba y verás, cabrón". Ahí empezó todo. Me llevaron a una habitación trasera, y el primero me levantó el vestido –como en la segunda foto, donde estoy tirando de la tela para mostrar mi culo desnudo– y me metió los dedos en la concha, que ya estaba mojada de puta excitación.
No pasó mucho antes de que entraran más. Eran como 15 tipos, todos desconocidos: unos altos, otros gorditos, algunos con vergas enormes que me hacían salivar. Se turnaban como en una fila de supermercado, pero en vez de pagar, me pagaban con lechazos. El primero me puso de rodillas y me metió su polla gruesa en la boca, ahogándome mientras yo chupaba como una aspiradora, lamiendo las bolas y tragando saliva mezclada con precum. "Traga, puta ninfómana", me decía, y yo gemía como una perra en celo. Luego me tiraron en la cama, me abrieron las piernas y el segundo me penetró de un solo empujón, rebotando contra mi culo como en la tercera foto, donde se ve mi pose de lado con el vestido subido.
Cada uno tenía su estilo: uno me culeaba despacio, torturándome con embestidas profundas que me rozaban el punto G hasta hacerme squirtear; otro me daba duro por detrás, azotándome el culo hasta dejarlo rojo, gritando "¡Toma, zorra, esto es por ser tan puta!". El tercero me hizo un doble: uno en la boca y otro en la concha, turnándose para que no parara de gemir. Conté al menos 13, pero perdí la cuenta después del décimo porque ya estaba en éxtasis, mi cuerpo temblando de orgasmos múltiples. Me usaron como su juguete: me pasaban de mano en mano, me lamían las tetas, me mordían los pezones, me metían dedos en el culo mientras me follaban la concha. Uno hasta me hizo anal, estirándome el ojete con su verga lubricada por mi propia humedad, y yo gritaba "¡Más fuerte, cabrón, rómpeme el culo!".
La habitación olía a sexo puro: sudor, semen, mi jugo de concha por todos lados. Al final, me dejaron cubierta de lefa: en la cara, en las tetas, chorreando por las piernas. Me fui a casa con el vestido pegado al cuerpo por el sudor y el semen, sintiéndome la puta más satisfecha del mundo. Miren la cuarta foto, donde estoy de frente con el vestido completo –así empecé la noche, pero termino imaginando cómo quedé después.
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