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La mochilera buscando placer

Este relato es una fantasía que tengo hace rato dando vueltas en mi cabeza así que decidí escribirla conmigo como protagonista 🤭
Ahí una breve descripción de mi junto a algo para la imaginación
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Elizabeth tiene 18 años, pero en su mirada hay una mezcla de inocencia rota y una determinación feroz que la hace parecer mayor. Su cuerpo es el de una mujer en la plenitud de su juventud: pechos pequeños y firmes que se marcan bajo las camisetas ajustadas, una cintura estrecha que se ensancha en caderas generosas y unas piernas largas con tatuajes y tonificadas por caminar sin descanso. Su piel es blanca, casi translúcida, con un ligero rubor que siempre sube a sus mejillas. Su cabello es un caos de un anaranjado que le caen sobre los hombros, y sus ojos, de un color miel profundo, parecen observar el mundo con una curiosidad insaciable y un desafío constante. Lleva una mochila gastada a la espalda, llena de pocas pertenencias pero de muchos sueños, y una sonrisa fácil que desarma a cualquiera que se cruce en su camino. Es una libertad ambulante, una alma nómada que ha decidido que su cuerpo es tanto su vehículo como su moneda de cambio.

La mochilera buscando placer
buscando sexo


El sol de la tarde castigaba el asfalto con una furia abrasadora. Elizabeth llevaba horas caminando, el sudor le corría por la espalda bajo la mochila y su pulgar levantado parecía una promesa desesperada en medio de la nada. Finalmente, un viejo camión de carga se detuvo a su lado con un chirrido de frenos. El conductor, un hombre llamado Ramón, de unos cincuenta y tantos años, con el rostro curtido por el sol y una barriga cervecera que le sobresalía de la camiseta, le hizo una señal con la cabeza para que subiera.

"¿Hasta dónde vas, chica?" preguntó, su voz ronca por el humo de su cigarro.

"Tan lejos como me lleve", respondió Elizabeth, dejando caer su mochila en el suelo del camión, que olía a tabaco, a sudor y a gasolina.

El viaje transcurrió en un silencio incómodo durante los primeros kilómetros. Ramón la miraba de reojo, sus ojos recorrían sus piernas desnudas y el contorno de sus pechos. Elizabeth lo sabía, y le gustaba. Se recostó en el asiento, estirándose de forma deliberada, y se pasó la lengua por los labios con lentitud.

"¿Tienes algo para pagar el viaje, muchachita?" preguntó él finalmente, su mano deslizándose hacia su entrepierna.

Elizabeth sonrió. Una sonrisa cómplice y sabia. "Tengo algo mejor que dinero".

Sin más palabras, se desabrochó el pantalón corto y se lo quitó, quedándose en sus diminutas bragas blancas. Ramón tragó saliva, apartándose del volante lo suficiente para mirarla. Ella se acercó a él, se arrodilló en el espacio estrecho del camión en movimiento y le desabrochó los vaqueros. La polla de Ramón ya estaba dura, y saltó fuera de su ropa interior. Era gruesa y venosa, con un olor fuerte y masculino.

Elizabeth no perdió el tiempo. Cerró la boca sobre la cabeza, su lengua jugando con el orificio mientras su mano empezaba a moverse arriba y abajo por el tallo. Ramón gimió, una mano enganchándose en su pelo, empujándola hacia abajo. "Así, zorra, chúpemela toda".

Elena se la tragó entera, sintiendo cómo le golpeaba el fondo de la garganta, ahogándose un poco pero disfrutando de la sumisión. Lo mamó con avidez, con los labios apretados y la saliva goteando por sus testículos. El camión se mecía al ritmo de su cabeza, y ella sentía el poder que tenía sobre ese hombre, sobre ese desconocido que estaba a punto de explotar en su boca.

"Voy a correrme", jadeó Ramón.

Elizabeth no se apartó. Apretó los labios y sintió el primer chorro de semen caliente y salgado golpeando su paladar. Se tragó todo, hasta la última gota, limpiándolo luego con la lengua mientras él temblaba, recuperando el aliento. Se arregló las bragas y el pantalón corto y volvió a su asiento como si nada.

"Gracias por el viaje", dijo con una sonrisa.

Al rato, Ramón la dejó en una gasolinera en medio de la nada. Elizabeth volvió a hacer dedo, con el sabor del hombre todavía en su boca. Esta vez, un deportivo rojo se detuvo. Dentro iban dos chicos jóvenes, quizás de veintitantos años, con caras de niños ricos aburridos.

"¿Necesitas ayuda, preciosa?" preguntó el del copilote, un rubio con sonrisa de chicle.

"Depende", respondió Elizabeth, acercándose a la ventanilla. "¿Qué ofrecéis?"

"Un viaje rápido y un buen momento", respondió el conductor, un moreno de ojos oscuros.

Elizabeth se montó en el asiento de atrás. "Pues mejor que sea un muy buen momento".

El moreno aparcó el coche en un camino de tierra apartado, detrás de la gasolinera. Se dieron la vuelta en sus asientos y la miraron con hambre. "Quítate la ropa", ordenó el rubio.

Elizabeth obedeció. Se quitó la camiseta, revelando sus pechos pequeños y perfectos, con los pezones ya erectos. Luego bajó las bragas. Estaba completamente desnuda en el asiento trasero, su piel brillando bajo la luz tenue del interior del coche.

El rubio se arrodilló en el suelo y se acercó a ella, su boca encontrando la suya en un beso brutal y lleno de pasión. Su mano bajó directamente a su coño, encontrándolo ya mojado y caliente. Le metió dos dedos, luego tres, follandola con la mano mientras ella gemía en su boca. El moreno se había acercado por el otro lado y estaba chupándole los pechos, mordiéndole los pezones con suavidad.

"Quiero que la follemos entre los dos", dijo el rubio, apartándose.

La hicieron cambiar de posición, poniéndola a cuatro patas en el asiento, con su culo y su coño expuestos. El moreno se colocó detrás de ella y la penetró de un solo golpe, haciéndola gritar. Su polla era larga y delgada, y la alcanzaba muy profundo. Mientras el moreno la follaba por detrás como un animal, el rubio se arrodilló frente a ella y le metió su polla en la boca. Elizabeth estaba siendo usada por los dos extremos, una polla en su coño y otra en su boca, y el placer era abrumador. La golpeaban, la llenaban, la llamaban puta y zorra, y ella solo pedía más.

"Quiero probar su culo", dijo el rubio, retirándose de su boca.

Se cambiaron de sitio. El rubio, cuya polla era más gruesa, la posicionó y empezó a meterla por el culo, lentamente, mientras el moreno se metía por debajo de ella y le introducía la suya en el coño. Elizabeth gritó de dolor y de éxtasis. Estaba siendo doblemente penetrada, sus dos agujeros llenos hasta el tope, sus cuerpos moviéndose en una sincronía perfecta. El moreno le mordía el cuello y el rubio le tiraba del pelo, mientras ella se retorcía entre ellos, atrapada en un torbellino de sensaciones.

Los dos llegaron casi al mismo tiempo, llenándola con su semen, uno en su coño y el otro en su culo. Se quedaron así un momento, jadeando, sus cuerpos pegados por el sudor y el sexo. Luego se separaron, se arreglaron la ropa en silencio.

"Te dejamos en la siguiente ciudad", dijo el moreno, encendiendo el coche.

Elizabeth se vistió, sintiendo cómo el semen le goteaba por los muslos. Se sentía sucia, usada y viva. Se sentó en el asiento trasero, mirando por la ventana las estrellas que empezaban a salir. La ruta era larga, y ella tenía mucho cuerpo por delante para pagar el viaje. Y sonrió, porque sabía que cada parada era una nueva aventura, un nuevo pecado, una nueva forma de sentirse libre

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