Por fin nos mudamos. Ana y yo llevábamos meses buscando casa y al final encontramos un chalet adosado perfecto en un vecindario tranquilo, con jardín pequeño y piscina comunitaria. Yo tengo 34, ella 27, llevamos juntos desde la universidad y nos casamos hace tres. Ana es morena, con curvas que siempre llaman la atención: tetas generosas, culo firme y una sonrisa que desarma. Yo siempre he sido el típico marido orgulloso… aunque en la cama, últimamente, las cosas no son lo que eran. No es que tenga problemas graves, pero a veces me cuesta mantenerla satisfecha todo el tiempo que ella necesita.
El día de la mudanza fue un caos de cajas y sudor. Los vecinos salieron a curiosear, como siempre pasa. El matrimonio de al lado, Luis y Marta, nos trajeron una botella de vino para darnos la bienvenida. Luis ronda los 50, alto, canoso, con pinta de haber sido deportista y ahora conservarse bien. Marta es más joven, simpática, muy habladora. Al otro lado vive don Rafael, un viudo de 57 años, jubilado, siempre arreglando el jardín o leyendo en la puerta. Nos saludó con una sonrisa amable y se ofreció a ayudar con las cajas pesadas.
Ana, con unos shorts vaqueros cortos y una camiseta ajustada por el calor, estaba radiante. Noté cómo Luis y don Rafael la miraban un segundo de más cuando cargaban cosas. A mí, en vez de molestarme, me dio un pequeño cosquilleo raro… de esos que intento ignorar.
Cuando terminamos, ya de noche, caímos rendidos en la cama nueva. Todavía olía a pintura fresca. Ana se duchó rápida y se metió desnuda entre las sábanas. Yo no pude resistirme. Empecé besándole el cuello, bajando por sus tetas, mordisqueando sus pezones hasta que se endurecieron. Ella suspiró y abrió las piernas.
Me encanta comerle el coño a Ana. Me podría pasar horas ahí. Su olor, ese sabor dulce y salado a la vez… me vuelve loco. Empecé jugando con la lengua en su clítoris, despacio, en círculos. Ella se removía, gemía bajito. Cuando ya estaba bien mojada, alterné lamidas largas en su entrada con toques rápidos en el clítoris hasta que explotó. Un orgasmo profundo que la hizo apretar mis hombros con las manos y arquear la espalda. Sentí cómo su coño palpitaba contra mi boca, cómo se inundaba de flujos.
Subí besando su cuerpo, deteniéndome en sus tetas, chupándolas con ganas, sobándolas fuerte. Mi polla ya estaba dura como una piedra. La restregué por su entrada, humedeciéndola bien, y poco a poco se la metí entera. Ella cerró los ojos, mordiéndose el labio. Empecé con un bombeo lento, profundo, de esos que nos gustan a los dos porque nos permiten mirarnos y hablar guarradas.
– Joder, qué corrida te has pegado en mi boca – le dije con la voz ronca.
– ¿Te ha gustado? – respondió ella, todavía jadeando.
– Sabes que sí. Me puedes hacer lo que quieras cuando te corres así.
– ¿Cualquier cosa? – dijo con una sonrisa pícara, acelerando ella el movimiento de caderas.
– Lo que quieras.
– Pues estaba pensando… mañana Luis y Marta nos han invitado a una barbacoa de bienvenida. Va don Rafael también y un par de vecinos más.
– Genial – dije, bombeando más fuerte.
– Luis no paraba de mirarme las tetas mientras cargaba las cajas… ¿te has dado cuenta?
Yo aceleré sin querer.
– Sí, me he dado cuenta – confesé.
– ¿Y no te molesta? – preguntó ella, notando cómo me ponía más duro.
– Hombre, es normal. Tienes unas tetas que quitan el hipo.
– ¿Ah, sí? ¿Y si mañana me pongo el bikini nuevo, el que es casi un hilo?
– Ponte lo que quieras – le dije, sintiendo que me acercaba al borde.
– ¿Seguro? Porque con este calor en la piscina comunitaria… todos me van a mirar.
– Que miren – respondí, ya perdido – A mí me encanta que te miren.
Ana se rio, me morreó con lengua y empezó a cabalgarme más rápido. Cambiamos a perrito porque no usamos anticonceptivos y no queríamos riesgos. Se la metí fuerte, hasta el fondo, mirando su culito perfecto. Ella se masturbaba mientras yo bombeaba. Se corrió otra vez gritando mi nombre, y yo saqué justo a tiempo para correrme sobre su culo y su espalda, dejando todo lleno de leche.
– Joder, cómo me has puesto el culo – dijo riéndose mientras se iba al baño a limpiarse.
Yo me quedé en la cama, agotado, mirando el techo. No sé por qué, pero la idea de que mañana todos los vecinos la vieran en bikini… me había puesto como nunca.
Al día siguiente sería la barbacoa. Y algo me decía que las cosas en este vecindario iban a ser diferentes. 😏
El día de la mudanza fue un caos de cajas y sudor. Los vecinos salieron a curiosear, como siempre pasa. El matrimonio de al lado, Luis y Marta, nos trajeron una botella de vino para darnos la bienvenida. Luis ronda los 50, alto, canoso, con pinta de haber sido deportista y ahora conservarse bien. Marta es más joven, simpática, muy habladora. Al otro lado vive don Rafael, un viudo de 57 años, jubilado, siempre arreglando el jardín o leyendo en la puerta. Nos saludó con una sonrisa amable y se ofreció a ayudar con las cajas pesadas.
Ana, con unos shorts vaqueros cortos y una camiseta ajustada por el calor, estaba radiante. Noté cómo Luis y don Rafael la miraban un segundo de más cuando cargaban cosas. A mí, en vez de molestarme, me dio un pequeño cosquilleo raro… de esos que intento ignorar.
Cuando terminamos, ya de noche, caímos rendidos en la cama nueva. Todavía olía a pintura fresca. Ana se duchó rápida y se metió desnuda entre las sábanas. Yo no pude resistirme. Empecé besándole el cuello, bajando por sus tetas, mordisqueando sus pezones hasta que se endurecieron. Ella suspiró y abrió las piernas.
Me encanta comerle el coño a Ana. Me podría pasar horas ahí. Su olor, ese sabor dulce y salado a la vez… me vuelve loco. Empecé jugando con la lengua en su clítoris, despacio, en círculos. Ella se removía, gemía bajito. Cuando ya estaba bien mojada, alterné lamidas largas en su entrada con toques rápidos en el clítoris hasta que explotó. Un orgasmo profundo que la hizo apretar mis hombros con las manos y arquear la espalda. Sentí cómo su coño palpitaba contra mi boca, cómo se inundaba de flujos.
Subí besando su cuerpo, deteniéndome en sus tetas, chupándolas con ganas, sobándolas fuerte. Mi polla ya estaba dura como una piedra. La restregué por su entrada, humedeciéndola bien, y poco a poco se la metí entera. Ella cerró los ojos, mordiéndose el labio. Empecé con un bombeo lento, profundo, de esos que nos gustan a los dos porque nos permiten mirarnos y hablar guarradas.
– Joder, qué corrida te has pegado en mi boca – le dije con la voz ronca.
– ¿Te ha gustado? – respondió ella, todavía jadeando.
– Sabes que sí. Me puedes hacer lo que quieras cuando te corres así.
– ¿Cualquier cosa? – dijo con una sonrisa pícara, acelerando ella el movimiento de caderas.
– Lo que quieras.
– Pues estaba pensando… mañana Luis y Marta nos han invitado a una barbacoa de bienvenida. Va don Rafael también y un par de vecinos más.
– Genial – dije, bombeando más fuerte.
– Luis no paraba de mirarme las tetas mientras cargaba las cajas… ¿te has dado cuenta?
Yo aceleré sin querer.
– Sí, me he dado cuenta – confesé.
– ¿Y no te molesta? – preguntó ella, notando cómo me ponía más duro.
– Hombre, es normal. Tienes unas tetas que quitan el hipo.
– ¿Ah, sí? ¿Y si mañana me pongo el bikini nuevo, el que es casi un hilo?
– Ponte lo que quieras – le dije, sintiendo que me acercaba al borde.
– ¿Seguro? Porque con este calor en la piscina comunitaria… todos me van a mirar.
– Que miren – respondí, ya perdido – A mí me encanta que te miren.
Ana se rio, me morreó con lengua y empezó a cabalgarme más rápido. Cambiamos a perrito porque no usamos anticonceptivos y no queríamos riesgos. Se la metí fuerte, hasta el fondo, mirando su culito perfecto. Ella se masturbaba mientras yo bombeaba. Se corrió otra vez gritando mi nombre, y yo saqué justo a tiempo para correrme sobre su culo y su espalda, dejando todo lleno de leche.
– Joder, cómo me has puesto el culo – dijo riéndose mientras se iba al baño a limpiarse.
Yo me quedé en la cama, agotado, mirando el techo. No sé por qué, pero la idea de que mañana todos los vecinos la vieran en bikini… me había puesto como nunca.
Al día siguiente sería la barbacoa. Y algo me decía que las cosas en este vecindario iban a ser diferentes. 😏
0 comentarios - La Mudanza... Casa Nueva Cuernos Nuevos (parte 1)