El cumpleaños de Elena. Una fiesta con amigos y vecinos. Roberto, como siempre, observaba desde la distancia, pero esta vez su atención estaba dividida entre la fiesta en vivo y la que se desarrollaba en la pantalla de su móvil, conectado a la cámara del dormitorio. Había invitado a su cuñado, Carlos, un hombre divorciado y carismático que siempre había tenido un ojo puesto en Elena.
Mediada la noche, Elena y Carlos "subieron a buscar más hielo". Roberto sabía lo que eso significaba. En la pantalla, los vio entrar al dormitorio. No hubo preámbulos. Carlos cerró la puerta con llave y se acercó a Elena por detrás, abrazándola y besándole el cuello.
"Desde hace años te quiero, Lena", susurró él.
"Solo es una noche, Carlos. Solo esto", respondió ella, volviéndose para besarlo en la boca.
Se desvestían con urgencia, como si temieran que el tiempo se agotara. Carlos la tumbo en la cama, se apartó las piernas y comenzó a comérsela con una pasión desesperada. Elena gemía, arqueando la espalda. "Sí, así, hermano, chúpamela toda", gritó. Roberto sintió un escalofrío. "Hermano". La palabra sonó como una blasfemia y un afrodisíaco.
Carlos se subió sobre ella, y mientras la penetraba lentamente, mirándola a los ojos, le decía cosas al oído que Roberto no podía oír pero que imaginaba. El ritmo fue aumentando, convirtiéndose en una lucha de poder, de años de deseo reprimido. Elena lo envolvía con sus piernas, clavándole las uñas en la espalda. La cámara, colocada en un ángulo estratégico, les mostraba como si fueran actores en una película pornográfica, sus cuerpos brillando de sudor bajo la luz tenue de la lámpara.
Pero entonces, la puerta del dormitorio se abrió sigilosamente. Era Sofía. Entró, se quedó quieta un segundo observando a su madre y a su tío, y luego, con una sonrisa pícara, se desvistió y se acercó a la cama. Se acurrucó junto a ellos y comenzó a besar a su madre mientras Carlos la follaba. La escena se convirtió en un delirio. Un trío incestuoso. Elena, entre gemidos, le decía a su hija: "Ven aquí, mi pequeña puta. Deja que tu tío te pruebe". Carlos, sin dejar de moverse dentro de Elena, metió dos dedos en la vagina de Sofía, que gimió de placer.
Roberto observaba, petrificado. Su esposa, su cuñado y su hija. Una orgía de sangre y lujuria en su propia cama, en su propia casa. Se masturbó con una furia ciega, eyaculando justo cuando los tres alcanzaban un clímax caótico y gritón en la pantalla.
Apagó el móvil. La fiesta continuaba abajo, con risas y música
Mediada la noche, Elena y Carlos "subieron a buscar más hielo". Roberto sabía lo que eso significaba. En la pantalla, los vio entrar al dormitorio. No hubo preámbulos. Carlos cerró la puerta con llave y se acercó a Elena por detrás, abrazándola y besándole el cuello.
"Desde hace años te quiero, Lena", susurró él.
"Solo es una noche, Carlos. Solo esto", respondió ella, volviéndose para besarlo en la boca.
Se desvestían con urgencia, como si temieran que el tiempo se agotara. Carlos la tumbo en la cama, se apartó las piernas y comenzó a comérsela con una pasión desesperada. Elena gemía, arqueando la espalda. "Sí, así, hermano, chúpamela toda", gritó. Roberto sintió un escalofrío. "Hermano". La palabra sonó como una blasfemia y un afrodisíaco.
Carlos se subió sobre ella, y mientras la penetraba lentamente, mirándola a los ojos, le decía cosas al oído que Roberto no podía oír pero que imaginaba. El ritmo fue aumentando, convirtiéndose en una lucha de poder, de años de deseo reprimido. Elena lo envolvía con sus piernas, clavándole las uñas en la espalda. La cámara, colocada en un ángulo estratégico, les mostraba como si fueran actores en una película pornográfica, sus cuerpos brillando de sudor bajo la luz tenue de la lámpara.
Pero entonces, la puerta del dormitorio se abrió sigilosamente. Era Sofía. Entró, se quedó quieta un segundo observando a su madre y a su tío, y luego, con una sonrisa pícara, se desvistió y se acercó a la cama. Se acurrucó junto a ellos y comenzó a besar a su madre mientras Carlos la follaba. La escena se convirtió en un delirio. Un trío incestuoso. Elena, entre gemidos, le decía a su hija: "Ven aquí, mi pequeña puta. Deja que tu tío te pruebe". Carlos, sin dejar de moverse dentro de Elena, metió dos dedos en la vagina de Sofía, que gimió de placer.
Roberto observaba, petrificado. Su esposa, su cuñado y su hija. Una orgía de sangre y lujuria en su propia cama, en su propia casa. Se masturbó con una furia ciega, eyaculando justo cuando los tres alcanzaban un clímax caótico y gritón en la pantalla.
Apagó el móvil. La fiesta continuaba abajo, con risas y música
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