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La casa del cornudo de Roberto 2

La cámara estaba oculta en una estantería del dormitorio, una vista perfecta de la cama. Esta vez, el protagonista era un repartidor de paquetería, un chico llamado Marcos con pinta de buen chico y ojos inquietos. La hija de Roberto, Sofía, de diecinueve años, lo había dejado pasar con la excusa de que necesitaba ayuda con un paquete pesado.

"Es que no lo puedo levantar", dijo ella, con una vocecita dulce que Roberto sabía que era una mentira.

Una vez dentro, el juego cambió. Sofía se sentó en el borde de la cama y se desabrochó la blusa. "No quiero el paquete, Marcos. Quiero otra cosa".

El chico se quedó paralizado, pero solo por un segundo. Se acercó a ella y la besó con una ferocidad que sorprendió a Roberto. La desvistió con brusquedad, tirando su ropa al suelo. Sofía se recostó en la cama, abriendo sus piernas. Marcos no perdió tiempo. Se arrodilló y enterró la cabeza entre sus muslos, lamiendo y chupando su clítoris con una habilidad que contradecía su apariencia inocente. Sofía se retorcía en la cama, con las manos agarradas a las sábanas, emitiendo gemidos agudos.

"Chúpemela toda", ordenó ella. "Méteme la lengua hasta dentro".

Marcos obedeció, y Roberto vio cómo el rostro de su hija se contorsionaba en un orgasmo brutal. Pero no acabó ahí. Sofía lo empujó boca arriba y se montó sobre él, guíandolo hacia su entrada. Se dejó caer, empalándose en su miembro hasta el fondo. Comenzó a cabalgar, saltando sobre él con una energía salvaje, sus pechos pequeños y firmes rebotando sin control. La golpeaba, se rascaba la espalda, lo llamaba "mi puto". Era una escena de una crudeza que excitaba y aterrorizaba a Roberto a partes iguales. Marcos la giró y la puso a cuatro patas, tomándola por detrás como un animal, con tanta fuerza que la cama golpeaba la pared. Ambos llegaron al climax casi al mismo tiempo, gritando y maldiciendo. Se quedaron jadeando en la cama, un enredo de sudor y semen.

Roberto apagó la pantalla, sintiéndose sucio y culpable. Había visto a su hija, a su niña, convertirse en una mujer insaciable. Y, para su vergüenza, se había corrido como un adolescente.
La casa de Roberto 2

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