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Alejandro Y Samira: La Diosa Oscura

Samira era la clase de mujer que no pasaba desapercibida. Dueña de una piel oscura, casi ébano, que contrastaba salvajemente con su cabello rizado y negro. Poseía una figura curvilínea y bien definida, marcada por unas grandes tetas redondas y pesadas con pezones oscuros que invitaban al castigo, y un culo ancho, firme y redondo que prometía un agarre apretado. Su boca era carnosa y su mirada, altanera y desafiante, gritaba una superioridad que disfrute romper.
Alejandro Y Samira: La Diosa Oscura

Samira era la clase de mujer que no pasaba desapercibida. La conocí en un bar, su piel oscura, casi ébano, brillando bajo la luz tenue, con una actitud que gritaba "soy inalcanzable". Era hermosa, con unas curvas generosas que la ropa apenas podía contener. Me acerqué, no para pedirle un trago, sino para desafiarla. Ella me devolvió la mirada con una altanería que me encantó, un reto silencioso que sabía que iba a ganar.
— No te me acerques si no sabes lo que quieres, pibe. Me dijo con un acento que no era de acá, lleno de arrogancia.
— Sé exactamente lo que quiero, y lo estoy mirando. Y lo voy a tener. Le respondí
Le hablé con esa seguridad que tengo, que desarma a las que se creen diosas. En menos de media hora, la tenía agarrada de la mano, subiendo las escaleras de mi departamento. Su desafío se había convertido en curiosidad, y su curiosidad, sabía yo, se convertiría en sumisión.
La empujé contra la pared apenas entramos. Su boca buscó la mía con una urgencia que no esperaba. Era salvaje, demandante. Me gustó que al inicio intentara ser dominante.
Comencé a desvestirla lentamente, rasgando su camisa para quebrar su orgullo. Lo primero que quedó expuesto fueron sus tetas, redondas, pesadas y firmes, con unos pezones oscuros que eran pura invitación. Me quedé hipnotizado. Eran un trofeo.
— Así que te gustan mis tetas grandotas, ¿eh?. Me dijo, jadeando, mientras comenzaba a tocarse y jugar con sus tetas, apretándolas para que los pezones se pusieran más duros.
— Me encantan las tuyas. Son perfectas. Pero no las toques vos, son mías.. Le respondí, apartando sus manos con autoridad y sintiendo la calidez de su piel.
— ¿Ah sí? ¿Y qué vas a hacer con ellas, Alejandro?. Me desafió con una sonrisa lujuriosa, arqueando la espalda para que rebotaran.
— Voy a chuparlas, morderlas y apretarlas hasta que me ruegues que pare. Y vas a aprender a usarlas solo para mí. Le dije, acercando mi boca a su pecho.
Comencé a succionar un pezón con fuerza, haciendo que gimiera de dolor y placer. Ella apretó mis hombros. Mientras tanto, mis manos jugaban con la otra, frotándola con la palma, sintiendo la firmeza de la carne bajo mi agarre. Su pecho subía y bajaba con una respiración acelerada, y el contraste de su piel oscura y brillante con mis manos claras me excitaba.
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La agarré del brazo y la llevé a mi habitación. La tiré sobre mi cama, su cuerpo rebotó suavemente. La agarré y la puse en cuatro, levantando ese culo redondo que tenía, exponiéndome su concha. Comencé a pasar mi lengua lentamente por su vagina.
— ¡Mierda, Ale!. Dijo entre gemidos
Escuché sus gemidos.
El sabor de su vagina era intenso, salvaje, con un toque metálico y dulce que me encendió al instante. Era un sabor a mujer, a deseo puro. Escuchaba sus gemidos rogando que siguiera, su cuerpo temblando.
— Sos tan salvaje, Samira. Tu concha sabe deliciosa. Le dije entre lamidas, saboreando sus jugos que ya se desbordaban.
— ¡Sí! ¡No pares, por favor!. Gritó, aferrándose a las sábanas.
— Vas a pedir todo lo que te dé, puta. Y yo te lo voy a dar. Le prometí, metiendo dos dedos en su interior y lamiéndole el clítoris al mismo tiempo, sintiendo cómo sus paredes me apretaban.
Ella soltó un grito ahogado, su espalda se arqueó. Estaba totalmente a mi merced, gimiendo mi nombre una y otra vez. Sentir su humedad y su calor en mi boca me hacía sentir superior, el dueño de ese placer que solo yo podía darle.
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Ella aún estaba en cuatro, con la cara apoyada en la cama y el culo levantado. Me levanté. Su vagina, hinchada y mojada, chorreaba mis jugos mezclados con los suyos. Me limpié la cara y saboreé sus jugos vaginales. Ella, con las piernas temblando del placer, estaba rendida.
Me subí sobre ella. Puse mi verga, dura y caliente, sobre su culo, lubricado por su propia humedad. Su culo era increíblemente redondo y firme.
— Este agujero es virgen de mi verga, ¿verdad?. Le pregunté con un tono de voz bajo y dominante.
— Alejandro... por favor, no... duele. Me suplicó con la voz temblando.
Comencé a poner mi verga lentamente en su culo.
Su culo apretado era como un guante que me recibía. Al inicio mi verga entró fácil, lubricada, pero mientras más penetraba, más apretado estaba. Ella gritó de dolor y placer.
— ¡Ayyyy! ¡Duele, Ale! ¡Sacala!. Gimió, intentando moverse.
La agarré de las caderas y la clavé. Mi verga estaba hasta el fondo de su culo, sintiendo cada pliegue de su interior.
— ¡Me vas a obedecer, puta! ¡No soy Ale, soy tu dueño! ¡Decime Amo o no me voy a mover de acá!. Le ordené con una voz brutal, clavando más mi verga en su apretado culo.
— ¡No puedo, por favor! ¡Ayyy!. Gritó de dolor.
— ¡Decilo! ¡Este agujero es mío! ¡Sos mi puta personal, Samira!. Le di un golpe con la cadera, una estocada brutal.
— ¡Amo! ¡Sí, mi Amo! ¡Rómpelo! ¡Soy tu puta!. Gritó, su resistencia física y mental se rompió ante el dolor y el placer.
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Después de un buen rato de placer y dolor rompiendo su culo apretado, Samira, mi puta personal, me pidió que me la cogiera por su vagina.
— ¡Amo! ¡Necesito tu verga en mi coño! ¡Quiero sentirte adentro!. Imploró.
Le saqué la verga del culo y salió un sonido de succión sucio y húmedo.
Mi verga, lubricada y caliente, se deslizó hacia su vagina. Comencé a coger su vagina, que estaba igual o más apretada que su culo. Me costaba moverme por lo apretado que estaba. Mientras más ponía mi verga en su interior, más difícil era sacarla. Pasaron un par de minutos.
Comencé a sentir un chorro fuerte y salvaje de su vagina que empujó mi verga.
¡Se corrió tan fuerte que su cuerpo expulsó mi verga de su interior!
— ¡¡Ahhh!!. Gritó, su cuerpo temblando incontrolablemente en el orgasmo.
— ¡Mierda! ¡Sos tan salvaje, puta!. Le dije, con una sonrisa arrogante, viendo cómo su líquido y mi semen chorreaban.
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Samira, después de correrse salvajemente, cayó rendida a la cama. Su cuerpo estaba en total sumisión y rendido, tirado en mi cama, su piel oscura y la forma de su cuerpo eran un espectáculo.
Me acerqué a ella. Con una mano agarré mi verga y se la volví a meter por el culo, sin preguntar.
Me acerqué a su oído.
— Sos mi perra, Samira. Sos mi propiedad, y esto es solo el inicio.. Le susurré con la voz profunda.
— ¡S-sí, Amo! ¡Tuya! ¡Dame más!. Gimió, su voz llena de la adicción que le acababa de inyectar.
Comencé a sacar mi verga casi hasta el inicio de la cabeza y se la volvía a poner toda entera, y así sucesivamente una y otra vez. El contraste entre mi verga y el tono oscuro de su culo era visualmente explosivo. Ella no se movía, aceptando mi dominación.
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Ella, boca abajo, comenzó a agarrar sus nalgas y abrirlas para mí.
— Abrilas, puta. Quiero ver cómo mi verga se come tu culo. Le ordené.
No podía creer lo hermoso que era cómo mi verga entraba por su culo. Su culo, aún abierto, mostraba la forma de mi verga. Ella gemía con las nalgas abiertas, mostrando su completa entrega.
— ¡Mirá cómo entra, Amo! ¡Mirá cómo se abre para vos!. Dijo con la voz ronca.
— ¡Me encanta ver cómo me obedeces, Samira! ¡Sos tan perfecta así!. Le dije, clavando mi verga con cada embestida.
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Samira se corrió por tercera vez. Después caí rendido sobre la cama. Ella se puso al lado de mi verga y me la comenzó a chupar.
— Qué rica está tu verga, Amo. Me dijo, sintiendo sus jugos vaginales y el sabor de su culo en mi verga.
El sabor de mi verga era una mezcla de todo: el sexo anal, el jugo dulce de su vagina y mi propio pre-semen. Era el sabor sucio de nuestra sesión.
— Limpiame, puta. Tragate todo el sabor de lo que acabamos de hacer. Le dije, sintiendo cómo su lengua recorría toda mi verga con devoción.
— ¡Lo hago, Amo! ¡Quiero tu sabor en mi boca!. Dijo, metiéndome hasta el fondo.
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Ella se subió arriba mío, su culo apoyado sobre mí dándome la espalda, y comenzó a acomodar mi verga en su culo.
Mientras comenzaba a cabalgar, ella misma agarró sus piernas y las abrió, dejando su vagina y cómo mi verga cogía su culo al descubierto. Yo agarré su culo, abriendo sus nalgas.
— ¡No te muevas, dejame ver cómo te cabalgo el culo!. Dijo, mirando hacia el espejo.
— ¡Sos mi espectáculo, puta! ¡Cabalgá más duro!. Le ordené, apretando sus nalgas y sintiendo el músculo apretar mi verga.
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Ella seguía cabalgando mi verga por su culo. Ella misma agarró sus nalgas y abrió su culo, aun cabalgando. Se escuchaba cómo sus tetas rebotaban salvajemente con cada embestida.
— ¡Mirá esto, Amo! ¡Estoy cabalgando tu verga anal y te la muestro!. Gritó, su voz llena de un placer que casi rozaba la locura.
— ¡Sí, puta! ¡Me encanta tu exhibicionismo! ¡Sos la más sucia de todas! ¡Dame más!. Le dije, golpeando su cadera con fuerza.
— ¡Mis tetas rebotan solo por vos! ¡Sácala, sácala! ¡Quiero sentir la fricción en mi culo!. Imploró.
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Ella se dio la vuelta y sacó mi verga de su culo. Se la puso en su vagina.
— Quiero ver cómo disfrutas de mi vagina, Amo. Me dijo con arrogancia, pero con la voz temblorosa de la sumisión.
Mis manos fueron a sus caderas. Ella comenzó a cabalgar salvajemente, subía y bajaba sus pies sobre mis piernas. Miraba su cara de placer y cómo esas hermosas tetas rebotaban.
— ¡Mirá, Amo! ¡Mirá cómo me muevo! ¡Soy tuya!. Gritó, moviéndose frenéticamente.
— Me encanta la vista, puta. Tu cuerpo es una máquina de placer hecha para mí. Le dije, clavándola más con mis caderas.
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Me comencé a correr adentro de ella. Ella seguía cabalgando, haciendo que mi verga siguiera corriéndose cada vez más adentro de su vagina. Sentía cómo su vagina no aguantaba la cantidad de semen y comenzaba a chorrearse por su entrada.
— ¡Ay, Amo! ¡Sí! ¡Lléname! ¡No pares, no pares! ¡No lo voy a soltar!. Gritó, apretándome con sus piernas.
— ¡Es tuyo, puta! ¡Mi semen es tu castigo y tu placer!. Gruñí, vaciando mi verga hasta el final.
Alejandro Y Samira: La Diosa Oscura

Ella, exhausta, se levantó un poco y se puso de rodillas al borde de la cama. Yo, con mi verga aún chorreando, la agarré del pelo.
— Limpiame. Le ordené.
Ella, sin dudar, me volvió a chupar la verga. Luego, la agarré de la cabeza y la empujé hasta el borde de la cama, boca abajo. Mi verga estaba sobre ella. Me corrí el resto del semen sobre su espalda y su culo. Ella se dio la vuelta y yo me corrí el resto en su cara.
Ella, de rodillas, con la cara manchada de mi semen, me miró.
— ¿Qué sos, Samira?. Le pregunté.
— Soy tu puta personal, Amo. Tu propiedad. Me susurró, lamiendo los restos de su labio.
— Limpiá ese desastre. Le dije, señalando su cara y su pecho.
— Lo haré, Amo. Es mi honor. Ella limpió cada gota con su lengua.
Su cuerpo, transpirado, marcado y manchado, era la prueba de que otra diosa había caído a mis pies
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Samira, la diosa inalcanzable, es ahora una puta marcada con mi semen que me llama Amo. Le rompí su culo orgulloso y la hice suplicar por mi verga.
¿Quieren ver cómo la obligo a humillarse todavía mas?
Si este post llega a 230 PUNTOS, publico la segunda parte:
Alejandro y Samira: El Espectáculo Prohibido De La Diosa.
¡Demuestren que quieren ver la caída pública de esta diosa!
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Continuación:
Alejandro Y Samira: El Espectáculo Prohibido De La Diosa:
(Próximamente)
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Anterior Post:
Alejandro Y Jazmín: Jugando Con El Peligro:
https://www.poringa.net/posts/relatos/6200879/Alejandro-Y-Jazmin-Jugando-Con-El-Peligro.html
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Próxima Post:
Alejandro Y Elisa: La Venganza De La Tía:
(Próximamente)

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