Las guardias del jueves y sus tangas

Las guardias del hospital siempre fueron eternas. Jueves tras jueves compartíamos la misma habitación de descanso, los dos destruidos después de horas corriendo entre pacientes. Al principio nos dejábamos caer en la cama todavía con los ambos puestos… hasta que la confianza empezó a aparecer, casi sin darnos cuenta.

Una noche, mientras hablábamos medio dormidos, me animé a decirlo:
—Che… ¿por qué no dormimos más cómodos? Acostarse con la ropa llena de hospital es un asco. Yo no tengo drama en quedarme en boxer… si no te molesta.

Ella se rió bajito.
—¿Molestarme? Yo pensé que a vos podía incomodarte.

Nos miramos un segundo. Ese segundo donde todo cambia sin que nadie lo diga. Y desde esa noche empezamos a dormir cada vez con menos. Siempre con respeto, siempre cuidándonos… pero con esa tensión que se sentía incluso en silencio.

Yo igual tenía esa duda en la cabeza cada jueves: ¿cómo puede ser que nunca traiga un short? Pensaba si no estaría “durmiéndome en los laureles”. O quizás simplemente era más cómodo así, total si salía una urgencia uno salía corriendo, se ponía el ambo y listo.

De a poco, su cuerpo empezó a asomar entre las sábanas. A veces el borde de una tanguita, otras el brillo de una tela mínima. Nos divertíamos con eso.

—¿Hoy no trajiste la rojita? —le decía yo.
—Sos un tarado —me contestaba, riéndose.

O ella misma avisaba:
—Hoy vino la “Chiqui Legrand”… —decía, por esa tanga negra chiquitísima que usaba cuando “se quedaba sin tangas limpias”.

—Noooo… entonces que no haya pacientes esta noche —le respondía mientras ella se tapaba la cara riéndose como una nena.

Eran nuestras guardias: largas, agotadoras, pero llenas de esa complicidad silenciosa que ninguno de los dos rompía. A veces le sacaba alguna foto con el celu, solo para joderla.

—Sos un hdp… después borrala —me decía todavía riéndose.
—Sí, sí… después la borro —le contestaba yo.














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