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Bajo la máscara del pecado I

BAJOLA MÁSCARA DEL PECADO
CapítuloI: “¡99 VÍCTIMAS... Y BUSCA LA SIGUIENTE! ¡LA ERA DEL DESTROZO HA COMENZADO!”

El sol cae a plomo sobre los techos de lámina del puesto de periódicos. Unniño con mochila y mirada brillante observa fascinado entre los periódicosamarillentos.
NARRADOR:
En un rincón de la ciudad, los sueños se venden junto a los titulares deldía...
NIÑO(pensamiento): “¡Wow!...¡99 víctimas... y busca la siguiente! ¡La era del Destrozo ha comenzado!...”
 

Bajo la máscara del pecado I

 
NARRADOR:El Gigante delas Islas Volcánicas había llegado al país. Su récord: 99 victorias, ni unasola derrota.
Yahora... busca su número cien.
Juanitomira al vendedor de periódicos, emocionado. Su padre, de aspecto cansado ymanos de obrero, observa desde atrás.
JUANITO:¡Papá! ¡Van ahacer un torneo con doce luchadores! El que gane peleará contra el Gigante...¡Déjame ir, por favor!
VENDEDOR(sonriendo con picardía): Unboleto a estas alturas... ni pensarlo, chaval. Todo está agotado. Yo mismo heintentado conseguir uno... y en reventa cuestan cinco veces más.
PADRE(pensativo, rascándose la nuca): Cincoveces más... caray!
JUANITO(cabizbajo): Entonces...¿no podré ir?
PADRE(decidido): Note preocupes, Juanito. Yo conseguiré ese boleto... a como dé lugar.
Mástarde, al interior de una pequeña casa. Diana, madre de Juanito, los recibe enla mesa. Viste ropa cómoda, tiene el cabello largo, castaño claro con reflejosdorados; ojos verdes llenos de ternura y un aire de mujer fuerte y serena.Lleva un mandil floreado y una sonrisa cálida.
DIANA:Ya era hora,¿eh? La comida se está enfriando. ¿Cómo les fue hoy?
JUANITO(entusiasmado, con los ojos brillando): ¡Mamá! ¡Va a venir “El Gigante del Destrozo”! ¡Yharán un torneo con doce luchadores! El que gane lo enfrentará… y seráhistórico. ¡Ir a esa función sería lo mejor que me pasara en la vida!
DIANA(riendo): ¿Tanimportante es para ti, campeón?
JUANITO:¡Sí! Es misueño... ver esa pelea en vivo.
Dianase queda pensativa mientras sirve sopa a los dos. Su mirada se pierde uninstante.
NARRADOR:Diana recordóalgo. Su jefe, don Armando —dueño de una empresa que patrocinaba la función—,llevaba toda la semana hablando de esos boletos.
DIANA(en voz baja): Mmm...puede que haya una oportunidad...
PADRE(alzando la vista): ¿Dijistealgo?
DIANA(sonriente): Nada...sólo que mañana hablaré con mi jefe. A lo mejor él pueda ayudarnos.
JUANITO(saltando de emoción): ¡Gracias,mamá! ¡Te juro que me voy a portar bien toda la semana!
NARRADOR:Nadieimaginaba que el destino del pequeño Juanito quedaría marcado por esafunción... Bajo la máscara del pecado, la lucha apenas comenzaba.
 
 
CapítuloII: “Los Primeros Luchadores”
NARRADOR:
Esto no es un deporte.
Estono es un espectáculo.
Estoes una fábrica de sueños rotos y leyendas sangrientas.
Bienvenidosa la cuna de héroes y villanos...
Bienvenidosa la Fundación de la empresa luchística con más futuro.
Enel interior un gimnasio industrial. El eco de las cuerdas vibrando y los gritosde los entrenadores llenan el aire. Un grupo de jóvenes entrena bajo lucesfrías, entre costales rotos y el olor a sudor y desinfectante.
NARRADOR:En este lugar,cada caída duele... y cada golpe deja marca.
Unhombre de mirada curtida y barba entrecana observa desde la esquina,sosteniendo una carpeta llena de fichas de evaluación. Es SANTIAGO,alias “El Ojo Clínico”.
Santiagoanota algo en su carpeta, sin quitar los ojos del ring. Los muchachos practicanllaves, caídas y vuelos improvisados. Su gesto es severo, pero su mirada tieneesa chispa que solo tienen los que han visto de cerca la gloria y la ruina.
SANTIAGO(pensando): Tenemoscrudo. Mucho crudo.
Corazonesgrandes, cabezas huecas...
Perohay dos que… huelen diferente.
Esosdos: “EL MURO KARAMAZOV”. Un hombre de complexión brutal, pielbronceada, venas marcadas, mandíbula cuadrada. Su cuerpo parece tallado enpiedra. Cada músculo vibra de tensión contenida. Tiene la mirada fija, fría,sin emoción.
NARRADOR:“El Muro”Karamazov.
Fuerzabruta. Silencioso.
Uniceberg de los encordados.
Dicenque no sonríe... ni cuando gana.
SANTIAGO(pensando): Esetipo no necesita máscara. Ya nació siendo un monstruo.
Yel otro: un joven delgado, ágil, de cabello corto y sonrisa genuina salta sobrela tercera cuerda con elegancia. Es “El Fénix Alarcón”, el más joven del grupo.Sus movimientos son limpios, veloces, casi poéticos.
NARRADOR:“El Fénix”Alarcón.
Novato.Soñador.
Deesos que todavía creen que la lucha puede cambiarles la vida.
SANTIAGO(pensando): Velocidad.Corazón.
Einocencia...
Esoúltimo se le va a quitar pronto.
Santiagocierra su carpeta. En el piso del gimnasio, los jóvenes se miran unos a otrosexhaustos. En las alturas, un ventanal oscuro deja ver a un hombre observandodesde un balcón privado: ARTURO LLAMAS.
Trajeimpecable. Cabello engominado. Reloj caro. Una sonrisa que no llega a los ojos.
ARTURO(hablando por teléfono): ¿Inversores?Claro que tenemos. Lo que vendemos es sangre, sudor... y ratings. Es elnegocio más viejo del mundo.
Mirahacia el ring con una mezcla de soberbia y placer.
ARTURO:Estos son misgladiadores... Son mis posesiones. Y yo puedo hacer lo que quiera con ellos.
Arturocuelga el teléfono y baja las escaleras con paso medido. Santiago lo espera alpie del ring, sin saludar. Ambos se conocen de hace años, y no necesitan fingircortesías.
ARTURO:¿Ya tienesquién será el ganador del torneo?
SANTIAGO(encendiendo un cigarro): Tengodos en mente...
“El Muro” Karamazov y “El Fénix” Alarcón.
ARTURO(arqueando una ceja): ¿Ypor qué ellos?
SANTIAGO:Karamazov esimagen. Presencia. Una bestia que llena el ring sin decir una palabra. Podríaser el rostro de la empresa... o su verdugo.
ARTURO(interesado): ¿Yel otro?
SANTIAGO:El Fénix...tiene carisma. El público lo amará. Pero aún no sabe lo que cuesta volar sinalas.
ARTURO(con una sonrisa fría): Entoncesel público elegirá... ¿El monstruo o el niño bonito? Perfecto. Eso vende.
NARRADOR(última viñeta): Mientraslos reflectores se encendían por primera vez...
Lahistoria de una empresa —y de dos destinos— comenzaba a escribirse con sangre.
 
  
CapítuloIII: “El precio del boleto… el precio de su inocencia”
NARRADOR: El amanecer no siempretrae luz. A veces sólo muestra las sombras que uno intenta esconder bajo elmaquillaje del deber.
Lasoficinas del corporativo Promociones Mercader respiraban ambición y acero.Entre los escritorios relucientes, Diana caminaba con pasofirme, su falda gris ceñida a sus caderas, los tacones marcando un ritmo deeficiencia. Su cabello castaño con reflejos dorados caía en ondas perfectassobre sus hombros. Y sobre su pecho, el gafete de identificación bailabasuavemente con cada paso, descansando sobre el suave tejido de su blusa blanca,que se ajustaba a un par de senos desafiantes de la gravedad, redondos yfirmes, un testamento silencioso de su feminidad que había resistido incluso lamaternidad. Eran el anzuelo inconsciente que atraía las miradas de suscompañeros, y el más preciado y frustrado deseo de un hombre en particular: sujefe.
NARRADOR: Diana Ortega, asistenteejecutiva del director general. Agenda en mano, sonrisa profesional, vozamable. Era la mujer que hacía que todo funcionara... y la única que sabíadecir “no” sin perder la elegancia.
Laoficina del jefe era un santuario de poder: paredes de caoba, un ventanalenorme que devoraba el cielo del centro financiero, un escritorio de cristallleno de contratos y, en un rincón, una botella de whisky a medio terminar comoconfesión de sus vicios.
Ensu sillón de piel negra, Don Armando Salcedo, un hombre robusto decincuenta años con la corbata floja y una mirada que desvestía, revisaba uncontrato mientras sus dedos gruesos hojeaban fotos promocionales de luchadores,evaluando músculos como quien cotiza ganado.
NARRADOR: Armando Salcedo. Dueño, productory depredador. Para él, todas las secretarias eran parte del inventario… Todasmenos una.
Lapuerta se abrió. Diana entró con una bandeja, llevando una taza de caféhumeante. Se la entregó con la sonrisa ensayada de quien ya había descifradolas reglas de ese juego peligroso.
DIANA: Aquí tiene su café,señor. Sin azúcar… como siempre.
ARMANDO (sin mirarla, concentradoen las fotos): Perfecto, Diana… siempre tan atenta.
Ellase quedó frente al escritorio, respirando hondo. Cada latido de su corazón lerecordaba la promesa hecha a su hijo, una quemadura en el pecho que le rogabaque arriesgara su comodidad.
NARRADOR: A veces el amor empujadonde la dignidad intenta detenerte.
DIANA (titubeando, jugando conel borde de su agenda): Señor… disculpe que lo moleste, pero… queríapreguntarle algo.
ARMANDO (alzando la vista, unasonrisa lasciva dibujándose en sus labios): ¿Algo? Cuando una mujer como túpregunta algo, suele ser interesante.
DIANA (con voz baja, casi unsusurro): Es sobre los boletos de la función del sábado… Mi hijo… bueno, élsueña con ir. Me preguntaba si podría conseguir dos, aunque sea en la partealta del recinto.
Armandose reclinó en su asiento, jugueteando con un bolígrafo de oro. Sus ojos larecorrieron sin prisa, como un coleccionista que valora una pieza única antesde hacer su movida.
ARMANDO: ¿Tu hijo, eh? Qué lindo…¿Y para qué quiere una entrada tan cara un niño?
DIANA (tragando saliva,manteniendo la compostura): Porque cree en la lucha… dice que es como verhéroes de verdad vs villanos...
Lasonrisa de Armando se ensanchó. Abrió el cajón superior de su escritorio conlentitud deliberada y extrajo tres boletos que brillaron bajo la luz fría de laoficina. Eran de un dorado ostentoso, con la inscripción: “LUCHA TOTALGLOBAL (LTG) PRESENTA: EL TORNEO DEL DESTROZO – ASIENTOS PRIMERA FILA A15, A16,A17”.
Dianalos miró, boquiabierta. El aire escapó de sus pulmones.
 
 

sexo

NARRADOR: Había visto muchas cosasvaliosas en esa oficina. Pero nunca algo tan brillante… ni tan peligroso.
DIANA (en un hilo de voz):¿Están… en venta?
ARMANDO (con media sonrisa,dejando caer las palabras una a una):Tienen un precio…
Elsilencio se hizo espeso. El zumbido lejano de la ciudad entraba por elventanal. Sus miradas se enlazaron, y en ese cruce de intenciones, un recuerdoirrumpió en la mente de Diana, nítido y punzante...
FLASHBACK- Hace un año. La misma oficina, pero más tarde.
Armando,con aliento a whisky, la había rodeado contra el archivador, su mano gruesabuscando la curva de su cadera.
“Diana...esa falda es un pecado”, masculló cerca de su oído.
Ella,con el corazón en la garganta, no se encogió. En lugar de eso, deslizó su manoy sujetó con firmeza profesional la muñeca de él, alejándolo lo justo paracrear una barrera de aire.
DIANA(en el flashback, voz calmada pero como acero): Don Armando, valoro muchomi trabajo aquí. Y valoro aún más el respeto que nos tenemos. Prefiero pensarque ese gesto fue un desliz y no una propuesta. Le aseguro que mi eficiencia esmucho más valiosa para usted que cualquier... momento de distracción.
Losoltó. Él, sorprendido por la elegancia de su firmeza, retrocedió un paso, lamirada entre frustrada y admirada.
Devuelta en el presente, Diana sintió el sabor amargo de aquel triunfo pasado.Sabía lo que él quería. Y él sabía que ella lo sabía.
NARRADOR(final del capítulo): Aveces el boleto más caro… no se paga con dinero.
Elrostro de su hijo, lleno de esperanza, cruzó por su mente. Pero otra imagen, lade sí misma traicionando todo lo que era, la aferró a la realidad. Bajó lamirada, rompiendo el hechizo venenoso de aquellos boletos dorados.
DIANA: Ese... ese precio no estáa mi alcance, señor. Disculpe la molestia.
Girósobre sus tacones, sintiendo el peso de su mirada en la nuca. Justo cuando sumano tocó el pomo de la puerta, la voz de él, dulce y venenosa, la detuvo.
ARMANDO: Los guardo hastamañana... Tienes la tarde para pensarlo, Diana. Primera fila. Tu hijo... te loagradecerá toda la vida.
Ellasalió sin volverse, cada paso un martillazo en su orgullo.
Alllegar a casa, el contraste era un puñetazo. El aire olía a preocupación. Suesposo, Marcos, estaba hundido en el sofá, la mirada perdida en lapantalla de la computadora, mostrando otra vez una notificación de"Vacante no procede". Llevaba semanas así, y la derrota empezaba atallar líneas en su rostro.
PABLO, su hijo de ocho años,saltó del suelo, con su uniforme escolar aún puesto, y se abalanzó sobre ella.
PABLO: ¡Mami, mami! ¿Y losboletos? ¿Vamos a ver a "El Fénix"?
Dianalo abrazó, enterrando la nariz en su cabello, sintiendo cómo una punta de hielole atravesaba el corazón.
DIANA (forzando una sonrisa quele quemó los labios): Todavía no, mi amor. Mañana... mañana me dice mi jefe sime los consigue.
Esanoche, mientras Marcos roncaba su cansancio, Diana se quedó en la puerta delcuarto de Juanito, mirándolo dormir abrazado a un peluche de un luchador. Sucarita era un mundo de paz e inocencia, un mundo que ella juró proteger.
NARRADOR: En la quietud de lanoche, los demonios de la moral libran sus batallas más crueles.
Depie en la penumbra, Diana luchaba. Por un lado, la imagen de Juanito, enprimera fila, con los ojos brillantes, viviendo el sueño que le prometió. Erasolo un momento, un pequeño cruce de líneas en la arena movediza de su ética.¿No era el amor de madre más fuerte que cualquier principio? ¿No era sufelicidad lo único que importaba?
Peroluego, la otra imagen: ella misma, saliendo de la oficina de Armando,sintiéndose sucia, vacía, habiendo cambiado un pedazo de su alma por trestrozos de cartón dorado. ¿Qué lección le estaría enseñando a su hijo? ¿Que lossueños se compran con el cuerpo? ¿Que la dignidad tiene un precio de oferta?
Unalágrima caliente rodó por su mejilla. El susurro de Armando resonaba en sucabeza: "Toda la vida...". Y el eco de su propia voz,años atrás, diciéndose a sí misma que jamás permitiría que un hombre laredujera a un objeto.
NARRADOR: Dos caminos se abríanante ella, ambos pavimentados con el dolor. Uno, el dolor de defraudar la luzen los ojos de su hijo. El otro, el dolor de defraudar a la mujer que una vezjuró ser. ¿Cuál era el precio más alto? En el silencio de la noche, mientras suhijo soñaba con héroes, Diana comenzaba a entender la verdad más cruda: aveces, la lucha más feroz no ocurre en el cuadrilátero, sino en el corazón dequienes observan desde las sombras.
Lamañana siguiente llegó con un cielo plomizo que se filtraba por la ventana delbaño. Bajo el chorro de la ducha tibia, el agua corría sobre la piel de Dianacomo un intento inútil de purificación. Con los ojos cerrados, dejó que elcalor la envolviera mientras las últimas resistencias se desprendían de ellacomo la espuma del jabón.
NARRADOR: El agua tibia no lavaculpas, solo disuelve máscaras. Y esta mañana, Diana había tomado una decisión.No con la paz de la resignación, sino con la amarga claridad de quien elige elmal menor... o el que simplemente duele menos.
"Loscompraré", pensó, la palabra resonando en su mente como un eco vacío. Sumirada interna se volvió, casi por inercia, hacia su esposo.
 "Marcos... después de todo, él también hafallado." La justificación, afilada y venenosa, brotó de un lugar profundode resentimiento. "No puede proveer. No puede ni siquiera encontrar untrabajo. ¿Por qué debo ser yo la única que carga con la dignidad de estafamilia?" Eran preguntas que no buscaban respuesta, sino permiso. ¿Eranjustificaciones? Sí. ¿Eran también verdades? En ese momento, para su corazónherido, lo eran.
Salióde la ducha y frente al espejo empañado, comenzó el ritual. Se vistió con lamisma elegancia de siempre: la blusa impecable, la falda gris, los taconesdiscretos. Pero hoy, cada prenda se sentía diferente. No se vestía para ella,ni para su trabajo. Cada botón que abrochaba, cada ajuste en la falda, era unpaso más en un pacto que estaba a punto de sellar. Se sentía como una mercancíaque se envuelve a sí misma para la entrega, con una elegancia que ahora leparecía una burla.
Alsalir de su habitación, la escena la esperaba. Pablo, ya con su mochila puesta,saltaba de ansiedad.
PABLO: ¡Mami, hoy es el día!¡Por favor, di que los tienes! ¡Seré la envidia de todos, y tú... tú serás lasuper mamá!
Surostro, lleno de fe absoluta, era un cuchillo. Lo que siguió fue peor. Marcos,en vez de ser la voz de la cordura, de calmar al niño y poner los pies en latierra, sonrió con una nostalgia boba.
MARCOS: Vamos, Diana, ¡haz elmilagro! ¡Imagínate, primera fila! Sería increíble para el pequeño.
Lamiró con los mismos ojos esperanzados que su hijo. En ese instante, cualquierduda residual se evaporó. No solo estaba haciendo esto por Pablo. Lo hacía porla frágil ilusión de normalidad y felicidad que su familia le exigía y que suesposo ya no podía proporcionar. Asintió en silencio, con una sonrisa tensa queellos interpretaron como emoción.
Lallegada a la oficina fue un trance. Cada clic de sus tacones en el piso pulidosonaba a sentencia. Con manos que apenas lograba mantener estables, marcó elnúmero interno.
DIANA(por teléfono, con una voz que no reconocía como suya): Señor... ¿Podría verlo unmomento en su oficina?
Nohubo necesidad de más palabras. La respuesta fue un "Pase" cargado deanticipación.
Alabrir la puerta, lo encontró de pie, junto a su escritorio. No la esperabasentado tras su fortaleza de cristal. Estaba allí, en el centro de lahabitación, y en su mano derecha sostenía los tres boletos dorados, brillandobajo la luz como un talismán perverso.
ARMANDO(con una sonrisa triunfal y húmeda): Ybien, Diana... ¿qué fue lo que decidiste?
Ellano contestó de inmediato. Lo miró en silencio, su mundo reducido a esos boletosy a la figura del hombre que los sostenía. Con un paso que le pesaba como sicaminara sobre lodo, avanzó. Cada centímetro que se acercaba hacía crecer laincredulidad y el deseo en los ojos de Armando. No podía creer su menudasuerte.
Cuandoestuvo a solo un paso de él, alzó la vista. Su voz fue un susurro frágil,quebrado, que contenía un océano de vergüenza y resignación.
DIANA: Que sea rápido, porfavor...
Lasúplica, cargada de una humillación que le partía el alma, fue la chispa queencendió la arrogancia y la excitación en su jefe.
ARMANDO(riendo bajito, acercando su rostro al de ella): ¿Rápido? Eso es lo últimoque será, hermosa... No tienes idea de lo mucho que he esperado este momento.
Sinmás preámbulos, sus labios se aplastaron contra los de ella con una fuerzaposesiva. Su mano libre se enredó en su cabello, mientras la otra, la quesostenía los boletos, se apretó contra su espalda, presionando el cartón doradocontra el tejido de su blusa. Diana cerró los ojos con fuerza, apretando lospárpados. En la oscuridad de su mente, tomó la última decisión que lequedaba: decidió no sentir. Se despegó de su cuerpo, de lahabitación, del sabor a café y ambición de su jefe. Se transportó lejos, a laimagen de su hijo riendo en primera fila, y se aferró a ella como a unsalvavidas en medio de un naufragio moral del que sabía, nunca emergería igual.
Peroel beso fue solo el principio de la entrega. Armando, jadeante y con los ojosvelados por la lujuria, se separó unos centímetros, su aliento calientegolpeando el rostro de Diana.
ARMANDO: De rodillas…
Laorden fue seca, un latigazo que no admitía discusión. Diana, con la miradaperdida en algún punto de la corbata de él, se dejó guiar. Se arrodilló en lasuave alfombra, las manos inertes sobre sus muslos. Él desabrochó su pantalóncon movimientos torpes y urgentes, liberando su erección, que ya palpitaba,gruesa y amenazante.
NARRADOR: Había decidido no sentir.Convertirse en un espectador de su propia degradación. Pero algunos instintosson traicioneros.
Sinque él tuviera que forzarla, Diana inclinó la cabeza. Abrió los labios y lorecibió. Al principio, los movimientos fueron mecánicos, aprendidos de una vidaíntima lejana. Pero Armando no quería pasividad. Él le guió la nuca, marcandoun ritmo profundo y brutal que la hacía ahogarse. Sus bufidos de placerllenaron la oficina.
ARMANDO: Así... ¡Así, maldita sea!¡Qué boca tienes! ¡Que delicia…!
Unade sus manos se enredó con más fuerza en su cabello, mientras la otra bajó paramasajear con rudeza sus testículos, que se tensaban como piedras. Diana,atrapada, intentó de nuevo escapar mentalmente, pero la sensación áspera de supiel, el sabor masculino y salado, y el sonido húmedo y obsceno de su propiaboca siendo usada, la anclaban a un presente del que no podía huir. Eraimposible no sentir el tamaño y la dureza de aquello que le abría la garganta,un recordatorio físico y tosco del poder que él ejercía y ella había cedido.
Cuandoél estuvo a punto de llegar al límite, la jaló bruscamente hacia arriba y lagiró, empujándola contra el frío cristal de su escritorio. Papeles y tazasvolaron por los aires con un estrépito de cristal roto.
Yasí llegó la posesión desde atrás:
Lasujetó de las caderas con fuerza, levantándole la falda. Sin preámbulos, sincuidado, la penetró por detrás con un gruñido animal. Diana gritó, un sonidoentre el dolor y la sorpresa que se ahogó contra la superficie del escritorio.Cada embestida era un golpe sordo que resonaba en su cuerpo, sacudiéndolacontra el cristal. Ella veía, borroso a través del ventanal, la ciudadindiferente.
Pasaronunos minutos y, cansado de esa posición, la arrastró hasta el lujoso sillón depiel. Se sentó y la obligó a montarlo, a enfrentar su mirada triunfal.

ARMANDO: ¡Mírame! ¡Quiero ver cómo te gusta! Quiero ver como disfrutaslo que alguna vez rechazaste…
Ella,obligada, movió las caderas sin convicción, pero cada fricción interna, cadamovimiento que ella misma generaba, encendía un fuego traidor en sus entrañasque la aterraba. Él la observaba, bebiendo su vergüenza como si fuera vino.
Luegola levantó y la empujó contra la pared de madera, junto a un estante de trofeosque temblaron. La tomó de los muslos, enhebrándola de nuevo en él. Esta vez, laprofundidad fue distinta. Un gemidito involuntario escapó de los labios deDiana. Era imposible ignorar la sensación de estar siendo reventada por dentro,de sentir cada centímetro de su grosor abriéndose paso. La resistencia de sucuerpo se quebraba, entregándose a una fisiología que su mente se negaba aaceptar.
Finalmente,la tiró sobre la alfombra, sobre los restos del café y los papeles esparcidos.Se colocó sobre ella, un peso opresor, y la penetró una vez más, mirándoladirectamente a los ojos. Sus caderas chocaban contra las de ella con una furiaposesiva. Diana, exhausta, ya no podía mantener la barrera. Cerró los ojos,pero las lágrimas rodaron, calientes, por sus sienes. Sintió cada embestidafinal, un éxtasis forzado que él celebraba con gruñidos de conquista, hasta queun último y profundo gemido escapó de él, y un calor húmedo se expandió en suinterior.
Élse desplomó sobre ella, jadeante y sudoroso. Diana yacía inmóvil, sintiendo ellatido acelerado de él contra su espalda. El olor a sexo y poder era sofocante.En la mano de Armando, aún apretujados y ahora sudorosos, estaban los tresboletos dorados. Los dejó caer sobre su pecho, sobre la blusa manchada yarrugada.
ARMANDO(jadeante, al oído): Toma.Tu pago... Valió cada maldito centavo.
NARRADOR: Y así, el trato seconsumó. No con la frialdad que ella había planeado, sino con el calor húmedo yvergonzoso de un cuerpo que, a pesar de todo, se había traicionado a sí mismo.La línea entre la transacción y la violación se había difuminado en el sudor, yDiana se preguntaría por mucho tiempo qué parte de aquel espasmo final habíasido solo de él, y qué eco de su propio cuerpo, vencido y traidor, habíaresonado en la oscuridad de su ser.
 
 
CapítuloIV – El día del rugido
Laarena olía a cables pelados, sudor antiguo y expectación nueva. Desde temprano,los luchadores iban y venían entre camerinos, algunos ajustando vendas condedos nerviosos, otros probando micrófonos con murmullos o repasandocoreografías de golpes en sus mentes. Nadie hablaba muy alto: era el tipo desilencio que solo precede al rugido de la tormenta.
Elreclutador, Santiago "Ojo Clínico", observaba a todos con una libretallena de garabatos y un lápiz masticado entre los dientes. Una ansiedad sordale pesaba en el pecho. Aún no sabía cómo cerrar la noche. No tenía claro quiéndebía ganar la primera lucha… ni la última. Solo sabía que esa función podíacambiarlo todo, o enterrarlos a todos.
Fénixy Karamazov esperaban su turno sentados en bancas opuestas. El primero, "ElFénix" Alarcón, sereno bajo su máscara dorada, movía las muñecas encírculos, respirando lento, visualizando el vuelo. El segundo, "ElMuro" Karamazov, con mirada de glaciar, lo observaba sin pestañear,apretando los nudillos hasta que crujían. Entre ellos cortaba el aire unaelectricidad silenciosa. A simple vista parecían de eras distintas, pero sololos separaba un año: 21 y 22 primaveras, cargando sueños y ambicionesdiametralmente opuestas.
—Muchachos—dijo Santiago al fin, rompiendo la tensión con la voz áspera— Escúchenmetodos.
Elresto de novatos se agrupó. Algunos aún terminaban de vendarse los tobillos ode ajustar las rodilleras, pero todos clavaron los ojos en él.
Elreclutador tomó aire y levantó la voz, como si el aire enrarecido del camerinofuera ya el aliento de mil aficionados.
—Estanoche el público va a decidir. No hay favoritos. No hay guion cerrado. Ustedesdos —miró a Fénix y a Karamazov— serán los últimos en salir. La gente, con sugrito, su aplauso, su algarabía… decidirá quién gana.
Unmurmullo de sorpresa recorrió el grupo. Era arriesgado, casi una herejía en elnegocio.
—Luegode eso —prosiguió Santiago, impasible—, el anuncio del patrocinador. Lasmodelos cruzarán el ring con los carteles, se apagará la música y entonces… elganador subirá a enfrentarlo en la estelar. La arena será testigo de una pruebade fuerza… El Gigante de las Islas Volcánicas hará su debut aquí contra uno deustedes y buscará su victoria número 100 a nivel internacional.
—¿Yel resultado final? —preguntó Karamazov, con voz que sonaba a grava movediza.
Elreclutador lo miró, sin pestañear.
—Pierde.—Hizo una pausa cargada de significado— Pero la forma de perder depende dequién gane esta noche. Será distinto cómo pierde Fénix contra el gigante a cómoperderías tú...
Unsilencio espeso, como lodo, cayó sobre el camerino. Fénix bajó la cabeza, lamáscara ocultando el torbellino en sus ojos. Karamazov solo esbozó una sonrisaleve, casi imperceptible, pero sus nudillos se blanquearon. No quería perder...y menos de una manera pactada mal.
Santiagointentó volver a su libreta. Pero su mente era un caos de finales alternativos.No tenía el desenlace escrito. Ni para la primera lucha… ni para la última.Todo dependía del azar, de los aplausos, de un capricho del corazón delpúblico.
Yentonces, sin previo aviso, la puerta se abrió.
Entró ella.
María,la novia de Fénix.
Supresencia cambió la química del lugar de inmediato, como si una brisa limpia secolara en la atmósfera viciada. Era una mujer de porte sereno y mirada firme,de esas que no necesitan alzar la voz para acallar una habitación. Llevaba elcabello rubio liso hasta los hombros, con reflejos dorados que atrapaban latenue luz del camerino y la devolvían con suavidad. Sus ojos, grandes y delcolor del ámbar, tenían una mezcla de dulzura y determinación; el tipo demirada que podía desarmar una pelea o dar valor a un guerrero.
Vestíacon sencillez elegante: una blusa azul marino, pulcra, y unos pantalones decorte perfecto que acariciaban su figura de reloj de arena, con caderasmoldeadas que prometían suculentas nalgas y unos senos de buen tamaño queredondeaban su silueta sin necesidad de ostentación.
 

sexo duro

Perono era su cuerpo lo que realmente capturaba la atención, sino su presencia;había algo en la calma con que se movía, en la seguridad tranquila de supostura, que imponía respeto y dejaba al resto en un silencio reverencial.
—¡Fénix!Al fin te encuentro... —dijo su voz, clara como un manantial— Venía apreguntarte si podré estar en primera fila para verte luchar...
Todoslos luchadores se quedaron inmóviles, como si el tiempo hubiera contenido elaliento por un instante.
Elreclutador, un hombre difícil de impresionar, la observó con el ceñoligeramente fruncido, intrigado.
Perolo que realmente lo desconcertó fue la reacción de Karamazov.
Aquelhombre, un muro de piedra acostumbrado a no mostrar grieta alguna, la observócomo si a través de ella viera el fantasma de un recuerdo largo enterrado.Había deseo en su mirada, sí, pero no el deseo simple que quema y pasa: era unaespecie de hambre emocional, una nostalgia muda y punzante.
Fénixse levantó de un salto, sorprendido.
—Amor…¿por qué no esperaste en la sala como te dije?
Ella sonrió apenas, un gesto que contenía ternura y un punto de preocupación.
—Teníaque verte antes de que subas al ring. —Sus palabras sonaron limpias, sindramatismo, pero en la profundidad de sus ojos había algo más: la curiosidad dequien pisa un mundo nuevo y el miedo de quien ama a un hombre que se juega lavida entre cuerdas.
Elreclutador cerró su libreta con un golpe seco. En ese momento, lo supo con unacerteza absoluta.
Elfinal que no podía escribir… acababa de entrar por la puerta.
“Yatengo mi cierre”, pensó, una idea comenzando a arder en su mente. “Y quizás…también el comienzo de la siguiente historia.”
—Fénix,Karamazov —dijo, señalando con la cabeza— Y la señorita… María, ¿verdad? Venganconmigo.
Losguió a un rincón apartado, lejos de oídos curiosos, donde las sombras eran máslargas y los acuerdos podían sellarse con un susurro.
—Peroseñor… —protestó Fénix con confusión—, ella no vino a luchar ni a ser parte deesto.
Maríalos miraba, serena, sin hablar, absorbiendo cada gesto, cada intención.
—Lepagaremos muyyy bien, te lo aseguro —Santiago se dirigió directamente a ella,ignorando la queja de su novio.
María,inocente y movida por la curiosidad y la lealtad, preguntó con una voz que eraun susurro de seda: —¿Cuánto?
—Mildólares. Por hoy solamente —soltó él, como quien lanza un cebo—. Además,ayudarás a tu novio a ganar y a enfrentarse al gigante en la lucha estelar.
Karamazovno despegaba sus ojos de ella. “Como me gusta la condenada”, pensó, y el deseoen su pecho era una brasa que empezaba a avivarse.
Lanegociación fue rápida, sellada en susurros urgentes. El pacto, una bomba detiempo envuelta en dólares y buenas intenciones. Al final, la lucha se pactó yuna nueva emoción, cargada de peligro y morbo, se hizo presente en el camerino.
Mientrastanto, en la casa de Diana, la atmósfera había sido un torbellino de emoción yexpectativa desde que ella, con mano temblorosa, había entregado los tresboletos dorados.
Elpequeño Juanito vivía cada minuto al límite, contando las horas para ver a sushéroes y al villano que tanto le fascinaba.
Marcos,por su parte, no podía dejar de dar vueltas en su mente a la misma pregunta:¿cómo había logrado su esposa conseguir no dos, sino tres entradas, y paraprimera fila?
—Mibuen desempeño laboral… —fue todo lo que ella dijo, una excusa frágil que él,en su propia frustración por no poder proveer, decidió no examinar demasiado.
Diana,ese día de la función, aún sentía un dolor sordo y profundo, un recordatoriofísico de la transacción en la oficina de Armando. Pero desde el momento en quepusieron un pie en la arena, fueron recibidos con un trato especial. Losempleados, bajo órdenes expresas, los trataron como VIPS, escoltándolos hastasus asientos en primera fila, ofreciéndoles bebidas y comida cortesía de lacasa. Diana intentaba no pensar, sumergiéndose en la euforia de su hijo.
Hastaque lo vio. Armando, sentado enfrente, en la sección de patrocinadores. Sumirada se encontró con la de ella y, con una discreción letal, le hizo un levegesto de cabeza, una señal de "gracias" que solo ella podíadecodificar, un recordatorio mudo de la deuda pagada con su cuerpo. Dianadesvió la vista, una mezcla de gratificación venenosa y asco revolviéndose ensu estómago.
Depronto, las luces principales se apagaron, sumiendo al recinto en una oscuridadexpectante.
Derepente, un poderoso haz de luz blanca iluminó el centro del cuadrilátero,donde ahora aparecía, como surgido de la nada, el anunciador principal. Vestíaun esmoquin impecable y sostenía un micrófono que descendía lentamente deltecho.
ANUNCIADOR(Voz retumbante, llena de grandilocuencia): "¡Buenas noches, damas y caballeros!¡Bienvenidos a la noche que hará temblar los cimientos de la lucha libre!¡Bienvenidos a LUCHA TOTAL GLOBAL!"
Lamultitud estalló en una ovación ensordecedora. Juanito, en primera fila,saltaba en su asiento, agarrando del brazo a su madre.
ANUNCIADOR: "Para abrir estahistórica velada, presentamos una Batalla Real de 12 Hombres! Lasreglas son simples: los luchadores irán ingresando al ring uno por uno, conintervalos de dos minutos. ¡La única forma de eliminar a un oponente esarrojándolo por encima de la tercera cuerda, haciendo que ambos pies toquen elsuelo! ¡El último hombre en pie dentro del ring será el ganador, y obtendrá unaoportunidad futura por el Campeonato de LTG!"
Unestruendo pirotécnico coronó su anuncio. La música de inicio, un riff pesado deguitarra eléctrica, llenó el recinto.
PRIMERINGRESO: "¡Yel primer competidor! ¡Con un peso de 110 kilogramos...
'ELTITÁN' TERRY KOVACS!"
Uncoloso rubio y musculoso, muy joven y con un aire de gladiador moderno,irrumpió en la pasarela, golpeándose el pecho antes de entrar al ring yposicionarse en su esquina, mirando con desdén a la multitud.
SEGUNDOINGRESO (2 minutos después): "¡Yahora! ¡Velocidad y astucia! ¡'LA SERPIENTE' RICKY SLITHER!"
Unluchador delgado y ágil, con máscara verde y movimientos sinuosos, esquivó elataque inicial de Kovacs con una voltereta. La lucha comenzó. Kovacs loembestía con poder bruto, mientras La Serpiente se agarraba a las cuerdas,esquivando y buscando una apertura.
TERCERINGRESO (Minuto 4): "¡Llegandoal ring! ¡El maestro de las llaves... 'EL DOCTOR' MORTIS!"
Untipo lúgubre con una bata quirúrgica falsa entró y se lanzó inmediatamentesobre La Serpiente, aplicándole una llave de cabeza. La lucha se volviócaótica. Kovacs aprovechó para levantar a Mortis y lanzarlo contra las cuerdas,pero este se agarró.
Elritmo era frenético. Cada dos minutos, un nuevo competidor entraba con supropia música y estilo:
"EL CAZADOR" HAWK: Un luchador con máscara de halcón, especialista en ataques aéreos. Eliminó a La Serpiente con un "Plancha desde la esquina" que lo envió volando fuera del ring. "BARBARROJA" JACKSON: Un rudo con una espesa barba roja que se alió brevemente con Kovacs para intentar dominar, pero fue traicionado y eliminado por el propio Titán con un poderoso "Body Slam" sobre la tercera cuerda. "CYCLÓN" CORTÉZ: Un luchador técnico y rápido que logró sorprender a un Kovacs ya cansado, haciéndole una "Tijera Voladora" que lo desequilibró y lo mandó al suelo, eliminando al primer favorito.Parael minuto 18, solo quedaban 5 luchadores sudorosos y magullados en el ring,respirando con dificultad, midiéndose entre ellos. La multitud coreaba,impaciente.
ANUNCIADOR(Elevando la emoción): "¡Yahora, con el número 11! ¡El joven que promete elevarse de las cenizas! ¡Conustedes... 'EL FÉNIX' ALARCÓN!"
La música de Fénix, una mezcla épica de trompetas y guitarra, electrizó elambiente. Él surgió de detrás del telón, su máscara dorada brillando bajo losfocos. Corrió por la pasarela con una energía contagiosa, saltó al ring y, enun gesto que hizo enloquecer a la gente, realizó un "Asai Moonsault"sobre los otros cinco luchadores, limpiando el cuadrilátero en un instante. Laarena rugió.
Juanitoestaba al borde del colapso, gritando sin parar. Diana, con los ojosbrillantes, lo miraba. En ese instante, viendo la felicidad pura de su hijo, unpensamiento cruzó su mente nítido y doloroso: "Valió la pena. Todo estedolor... valió la pena por esto". Fénix, recuperándose, pasó cerca de labaranda de primera fila y, en un gesto espontáneo, le acarició la cabeza aJuanito.
Elniño explotó en un éxtasis absoluto. "¡ME TOCÓ! ¡MAMI, ME TOCÓ ELFÉNIX!" Diana, atrapada en la magia del momento, se puso de pie,aplaudiendo y alentando con una sonrisa genuina que no había mostrado en días."¡Vamos, Fénix! ¡Tú puedes!"
Lapaz duró poco. La música se cortó de golpe, reemplazada por un grave y ominosoredoble de tambores.
ANUNCIADOR(con tono sombrío): "¡Yel último participante! ¡Con la fuerza de una avalancha y el corazón de hielo!¡El número 12... 'EL MURO' KARAMAZOV!"
Karamazovemergió sin prisa, su rostro una máscara de serena determinación. Caminó haciael ring con la pesadez de un predador, ignorando los abucheos. Al subir, nosaludó. Simplemente miró a los cinco hombres que se reagrupaban, y a Fénix, quese ponía en guardia.
Ahoraeran siete. El ring, un caldero de tensión a punto de estallar. Karamazov selanzó como un torpedo humano, derribando a dos luchadores de una solaembestida. Cyclón Cortéz intentó un ataque aéreo, pero Karamazov lo atrapó enel aire y, con un grito gutural, lo lanzó por encima de las cuerdas como sifuera un muñeco de trapo. Eliminado.
Labatalla era un torbellino de cuerpos volando. Fénix, ágil como su nombre,esquivaba los ataques masivos de Karamazov y aprovechaba para eliminar a otroluchador con un "Headscissors Takedown" que lo envió girando fueradel ring. Pero cuando se giró, se encontró cara a cara con "El Muro".Los dos finalistas pactados se miraban, rodeados por los dos competidoresrestantes, que intentaban acercarse sigilosamente.
Karamazovno esperó. Con un movimiento brutal, agarró a uno de ellos y lo estrelló contrala esquina, para luego darle la espalda a Fénix y concentrarse en el otro. Erasu mensaje: "Esto es entre tú y yo. Limpiemos el camino".
Fénixentendió la indirecta. Con un movimiento coordinado, mientras Karamazov sometíaa su rival, Fénix ejecutó una rápida sucesión de patadas voladoras sobre elluchador en la esquina, empujándolo sobre la tercera cuerda hasta que cayó alsuelo. Eliminado.
Deun golpe seco, Karamazov aplicó un "Spinebuster" devastador al suyo,levantó el cuerpo inconsciente y lo arrojó con desprecio por encima de lascuerdas. Eliminado.
Elrugido de la multitud alcanzó un clímax ensordecedor. El ring, ahora manchadode sudor, solo albergaba a dos hombres. El ágil y esperanzador Fénix, y elimpasible y destructor Muro. Se miraron a través de la lona, la promesa de unchoque épico flotando en el aire.
NARRADOR: Y así, entre el clamor demiles, dos destinos se encontraron en el centro del cuadrilátero. Uno, cargadode los sueños de un niño y el sacrificio de una madre. El otro, impulsado porun hambre silenciosa y la sombra de una mujer rubia. La batalla real habíaterminado. Pero la verdadera guerra... acababa de comenzar.
Elrugido de la multitud era un ser vivo que estremecía los cimientos de la arena.En el centro del cuadrilátero, bajo la cruda luz de los focos, Fénix yKaramazov cerraban el círculo. No era solo una lucha; era un choque decosmovisiones.
Fénix,ágil como un felino, bailaba alrededor del Muro, conectando rápidas patadasvoladoras y golpes que hacían girar al gigante, pero que no lograbanderribarlo. Cada impacto sonaba a golpe contra un roble.
NARRADOR: El sueño de un niño y elprecio de una inocencia mancillada cargaban cada uno de los movimientos delFénix. Mientras, una hambruna antigua, avivada por una rubia de mirada serena,impulsaba la furia contenida del Muro.
Juanito,con los nudillos blancos de agarrar la barandilla, gritaba sin aliento:"¡Vamos, Fénix, tú puedes!". Diana, completamente sumergida en elespectáculo, coreaba a su lado, liberando por un momento toda la tensión de losúltimos días. Marcos, quizás identificado con la lucha cruda y sin adornos,vitoreaba a Karamazov. "¡Así se hace, Muro, acaba con él!"
Karamazov,impasible, comenzó a mostrar la superioridad de su físico impresionante.Absorbía los golpes de Fénix como si nada y respondía con la fuerza de unmartillo hidráulico. Un "clothesline" brutal envió a Fénix a girarsobre sí mismo. Un "backbreaker" lo hizo arquearse de dolor sobre larodilla de hierro del Muro. La esperanza comenzaba a desvanecerse.
Entonces,Karamazov lo levantó para su movimiento final: un "powerbomb" queamenazaba con partir al Fénix en dos. Pero en un último destello de agotadaastucia, Fénix se retorció en el aire y empujó con sus pies, haciendo queKaramazov, desequilibrado, se estrellara contra las cuerdas. El gigante seirritó. Era la primera muestra de frustración en su rostro.
Enun arranque de ira pura, Karamazov agarró a un Fénix tambaleante y le propinóun "Spinebuster" tan devastador que la lona del ring retumbó. Fénixcayó como un peso muerto, inmóvil, la máscara dorada girada ligeramente. Elsilencio se apoderó del público por una fracción de segundo.
NARRADOR: Y en ese instante depausa trágica, surgió de entre la multitud, como un ángel bajando a la arena,la figura que todos, en el fondo, esperaban ver.
Era María.Su rubio cabello era un faro en la penumbra. Con el rostro descompuesto por unapreocupación que parecía demasiado real, corrió por la pasarela y se coló entrelas cuerdas, arrojándose sobre el cuerpo inerte de su novio.
—¡Basta!¡Ya basta! —gritó, con la voz quebrada por lo que todos interpretaron comopánico, cubriendo a Fénix con su cuerpo y mirando a Karamazov con ojosdesafiantes y llenos de lágrimas— ¡Si quieres lastimarlo más, tendrás que pasarsobre mí!
Elpúblico enloqueció. Los abucheos hacia Karamazov se volvieron un vendaval deira. Diana, poseída por el drama, se puso de pie y gritó con todas sus fuerzas:"¡Déjala en paz, animal!". Juanito, con los ojos como platos y elcorazón destrozado, empezó a sollozar. "¡No, no la lastimes!"
Karamazov,el villano perfecto, rió con sorna. La mirada que le lanzó a María no era solode desprecio escénico; era el mismo hambre emocional y posesiva que habíamostrado en el camerino. Con un movimiento brusco, le enredó la mano en sumelena rubia, no con brutalidad extrema, pero sí con una fuerza que hizo gritaral público.
—Siinsistes en ser la damisela en apuros... ¡te mandaré a acompañarlo! —rugió,para deleite y horror de todos.
Lalevantó con facilidad, como si fuera una pluma, y la cargó en sus brazos,dirigiéndose hacia la tercera cuerda. El objetivo era claro: lanzarla fuera delring, eliminando a la intrusa de la forma más humillante. La multitud vitoreabaa Fénix y abucheaba con toda su alma al villano.
Perono vieron lo que solo Karamazov y María podían ver. En el instante en que él laalzó, sus miradas se encontraron. En los ojos de él había un destello depregunta, de confirmación del pacto. En los de ella, un pestañeo casiimperceptible, un "sí" silencioso.
Fueen ese preciso segundo, con la atención de todos (incluido Karamazov) puesta enMaría, que El Fénix resurgió.
Comosi su nombre fuera una profecía, se incorporó con un impulso sobrehumano. Laagonía de hace un instante se transformó en un resorte de energía pura.Karamazov, con María aún en brazos, giró la cabeza demasiado tarde.
—¡¡TIJERAVOLADORA!! —gritó Juanito, adelantándose al movimiento.
Fénixsaltó, enroscando sus piernas alrededor del cuello del gigante en un movimientoveloz y letal. El impacto, combinado con el peso de María en sus brazos, fuedemasiado para Karamazov. Perdió el equilibrio, tambaleándose hacia atrás. Conun grito de esfuerzo y rabia, no pudo evitar que su espalda golpeara la terceracuerda, y la inercia hizo el resto. Cayó pesadamente al suelo, fuera del ring,con María rodando de manera segura sobre la lona, lejos de él.
¡ZZZZZZZ! Sonó la campana.
ANUNCIADOR(a todo volumen): "¡¡LOLOGROOOO!! ¡¡EL FÉNIX HA GANADO LA BATALLA REAL!! ¡KARAMAZOV HA SIDOELIMINADO!"
Laexplosión de júbilo fue catártica. El lugar estalló en una ovaciónensordecedora. En el ring, Fénix, jadeante y victorioso, ayudó a María aponerse de pie. Ella se abrazó a su cuello, enterrando su rostro en su hombrosudoroso, en una imagen perfecta de alivio y triunfo. Los focos los bañaron, lapareja de oro, el héroe y la dama, celebrando en medio del éxtasis colectivo.
NARRADOR: Y así, entre lágrimasfalsas y abrazos verdaderos, la primera gran función de Lucha Total Globalencontró su héroe. Pero en la caída de Karamazov, en la mirada que le lanzó aMaría mientras yacía en el suelo, no había derrota. Solo la promesa silenciosade que esta guerra, una guerra por un corazón y por la gloria, estaba muy, muylejos de terminar.
 
 
 CapítuloV: El Precio de la Gloria
Eléxtasis en los asientos de primera fila era palpable. Juanito saltaba abrazadoa su madre, sus gritos de "¡Ganó el Fénix, ganó!" mezclándose con losvítores de miles.
—¡Lovi, mami, lo vi! ¡Fue el más valiente! —exclamaba, con los ojos brillando comoestrellas.
Dianalo abrazaba fuerte, riendo, su propio corazón latiendo con una emoción pura queno sentía desde hacía mucho. Hasta Marcos, por un instante, olvidó suescepticismo y sonrió, atrapado por la magia del triunfo del underdog.
NARRADOR: En la inocencia de unniño y el efímero olvido de sus padres, la lucha libre cumplía su promesa mássagrada: la de un héroe que se alza contra toda adversidad.
Mientras,en el ring, las modelos con shorts diminutos y carteles de "Macho EnergyDrink" recorrían el cuadrilátero. La publicidad hacía su frío recorrido,pero la energía no decayó. Todos sabían que lo mejor estaba por venir: la luchaestelar.
Trasbambalinas, la atmósfera era otra. Fénix, aún jadeante y con el cuerpomagullado por su batalla con Karamazov, se rehidrataba. Su máscara ocultaba elagotamiento, pero no la emoción. Había ganado. Estaba a un paso de loimposible.
Enun rincón oscuro del backstage, lejos del bullicio, dos figuras conversaban ensusurros. "El Muro" Karamazov, con el rostro aún marcado por laderrota, se acercó a la imponente silueta del gigante.
KARAMAZOV(en un inglés perfecto, frío y calculador): Escucha, gigante. A mí me van a pagar tresmil dólares esta noche por mi... actuación. Te ofrezco la mitad, milquinientos, si le das uno que otro golpe de verdad ahí arriba. Solo para quesienta que no está luchando contra un niño de pecho.
ElGigante, inmóvil como un volcán a punto de entrar en erupción, lo miró con susojos apenas visibles. Un gruñido grave, casi inaudible, fue su única respuesta.Una aceptación.
Denuevo, las luces se apagaron. Un solo haz iluminó la entrada. La música épicade Fénix sonó, y él emergió, caminando con una determinación que vencía alcansancio. El rugido fue atronador. Era su noche.
ANUNCIADOR: "¡Y su oponente!¡Procedente de las ardientes Islas Kuraijima! ¡Con un récord de 99 victorias...CERO derrotas! ¡KAIIIIJUUU!"



infiel


Laarena se estremeció con un redoble de tambores tribales y un sonido deerupción. Kaiju surgió de una cortina de humo rojo, su masa corporal bloqueandola luz. Cada paso suyo retumbaba en la pasarela. Era una montaña en movimiento.
Enel centro del ring, el contraste era bíblico: David, con su máscara dorada y suagilidad, frente a Goliat, un titán de músculo y poder primitivo. Y a la gentele encantaba. Gritaban, soñando con el milagro.
Lacampana sonó. Fénix fue un torbete de movimiento, saltando, esquivando,conectando patadas rápidas en las piernas del gigante. Kaiju apenas seinmutaba, avanzando con la lentitud implacable de un glaciar.
Hastaque llegó el primer "golpe de verdad". Un clothesline que Fénix noesquivó por completo. El impacto fue seco y real. Fénix cayó al canvas como sile hubieran disparado, un dolor agudo recorriendo su costado. La multitudcontuvo el aliento.
NARRADOR: El espectáculo tenía susreglas, pero la línea entre la ficción y la realidad era delgada como el filode una navaja. Y esa noche, la navaja comenzaba a cortar.
Fénixse levantó, más lento. Siguió luchando, con el corazón de un héroe, esquivandoataques y arriesgándose con planchas que apenas movían al coloso. Cada golpeque conectaba Kaiju, ahora con un poco más de saña, mermaba al Fénix. El dolorera real. La fatiga era real. Pero el sueño también.
Yentonces, cuando Kaiju parecía aturdido por una sucesión de patadas voladoras yFénix se preparaba para subir a la tercera cuerda, buscando el movimientofinal, una imagen apareció en la pantalla gigante.
Era María.Sus ojos estaban desencajados por el pánico, su rostro pálido. Detrás de ella,con un brazo alrededor de su cuello en un gesto de falsa ternura y verdaderodominio, estaba Karamazov.
—¡Fénix,ayúdame! —gritó ella, su voz quebrada sonando por los altavoces.
KARAMAZOV(hablando directamente a cámara, con una sonrisa siniestra): ¡Me costaste la lucha,Fénix! ¡Y esta preciosidad... ahora me pagará por tu victoria! ¡Me vengaré... ami manera!
Fénixse congeló en la esquina, completamente desconcertado. ¿Era parte del guion?¿Por qué no le habían avisado? Su mirada se nubló entre la confusión y unapunzada de celos genuina.
Loque siguió no estaba en el guion. Karamazov, en un acto de pura audacia ylujuria, giró el rostro de María hacia él. En lugar del beso fingido y rápidoque habían pactado, él se lanzó sobre sus labios con una pasión yvoracidad implacables. No fue un roce. Fue una toma de posesión. Sus labiosse aplastaron contra los de ella con fuerza, su lengua buscando y encontrandola entrada a su boca en un acto húmedo y profundamente íntimo. María, que alprincipio fingió una resistencia débil, sintió cómo su cuerpo se ponía blando,cómo una chispa de electricidad prohibida recorría su espina dorsal. Su mentegritaba que era una farsa, pero sus sentidos, traicioneros, registraban lapotencia bruta, la seguridad animal de aquel hombre.
Fénixlo miró, paralizado. Vio cómo la mano de Karamazov se enredaba en el cabellorubio de María, cómo su cuerpo se fundía contra el de ella. Y dudó.Terriblemente. Eso no parecía actuado.
Esesegundo de distracción, de dolorosa incertidumbre, fue todo lo que Kaijunecesitó. El gigante se recuperó, se acercó por detrás y, con un brazo como unyunque, le propinó a Fénix un "Golpe de Volcán" (unaversión brutal de un "pumphandle slam") que conectó con toda lafuerza bruta que Karamazov había comprado. El sonido del cuerpo de Fénixestrellándose contra la lona fue sordo y definitivo.
UNO...DOS... ¡TRES!
Lacampana sonó. El silencio fue sepulcral, seguido de una ola de abucheos eindignación. Kaiju, el Coloso Invicto, era coronado como el primer Campeón deLucha Total Global. Su récord era ahora 100-0. Pero la victoria sabía a ceniza.
TrasBastidores
Enel vestuario, lejos de las cámaras, Karamazov finalmente liberó a María. Suslabios estaban hinchados, su respiración, entrecortada. Una eternidad habíapasado en ese beso.
—Deberíaabofetearte —susurró ella, sin convicción, buscando su mirada.
Peroen lugar de ira, lo que encontró en sus propios sentimientos fue una confusiónelectrizante. "No puede ser", se dijo, sintiendo un calor que nodebería estar allí. Le había gustado. Le había fascinado la intensidad cruda,el sabor a peligro y a hombre. "Qué hombre...", pensó, y su mirada,antes de reproche, se deslizó inconscientemente por su torso musculoso ysudoroso.
Antesde que pudiera procesarlo, giró y huyó del vestuario, su corazón acelerado poruna emoción que no era para su novio.
Karamazovse quedó solo, un halo de orgullo alrededor de su ser. No había ganado lacorona, pero había ganado algo mucho más valioso: una grieta. Una grieta en larelación del héroe, y una chispa de curiosidad en los ojos de la mujer que lohabía hechizado.
Enla sombra, el camarógrafo bajó su cámara. El reclutador, Santiago "OjoClínico", que lo había presenciado todo, no parecía molesto. Por elcontrario, una sonrisa de profunda satisfacción se dibujaba en sus labios. Eldrama, el morbo, la línea entre lo real y lo fingido... era oro puro.
NARRADOR: Y así, entre lágrimasreales, besos traicioneros y coronas manchadas, no solo se coronó a un campeón.Se plantó la semilla de una guerra que prometía ser mucho más sucia, máspersonal y más rentable de lo que nadie hubiera imaginado. El verdadero espectáculo,al fin, había comenzado.
Estahabía sido la primera transmisión al aire de LTG, y su eco ya era imparable.
Alborde del ring, Juanito, con los ojos enrojecidos y mejillas manchadas delágrimas, seguía aferrado a la barandilla. Había visto caer a su héroe de lamanera más cruel. Pero mientras su padre, Marcos, le ponía una manotranquilizadora en el hombro, el niño miró hacia arriba, con el labio aúntembloroso, y preguntó con una voz cargada de una esperanza inquebrantable:
—¿Y...y cuándo es la siguiente función, papi?
Marcosy Diana intercambiaron una mirada. En los ojos de él, un destello decomprensión hacia esta nueva pasión familiar. En los de ella, un alivioprofundo y complejo. El sacrificio había tenido, al menos, este fruto: lafelicidad pura e inmediata de su hijo, un fuego que ni la derrota más amargapodía apagar.
—Pronto,hijo —respondió Diana, acariciándole el cabello— Pronto.
Mientrasla multitud comenzaba a dispersarse, con la imagen del beso de Karamazov y laderrota de Fénix en sus mentes, no se iban decepcionados. Iban enardecidos, conalgo de qué hablar, de qué quejarse, de qué anhelar. La primera función deLucha Total Global había terminado, pero su leyenda apenas comenzaba a rugir.
NARRADOR: Porque en este negocio,no importa si ganas o pierdes. Lo que importa es que el mundo hable de ti aldía siguiente. Y esa noche, en bares, casas y redes sociales, solo se hablaríade LTG. El primer episodio había terminado. Pero para los héroes, los villanosy los pecadores entre bastidores, la función nunca termina.

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