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19: Analisis causa raiz




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Compendio III


LA JUNTA 19: ANÁLISIS CAUSA RAÍZ

19: Analisis causa raiz

• Por lo tanto, dados los fallos que se han producido en el departamento financiero, quiero proponer a la junta la jubilación anticipada de Horatio. - proclamó Inga, como si estuviera inaugurando un nuevo edificio.

Había oído los rumores por los pasillos y la idea me repugnaba. Habíamos mencionado una y otra vez que los retrasos en las finanzas no podían achacarse a una sola persona. Sin embargo, estos tipos necesitaban a alguien a quien culpar, como si un sacrificio fuera a resolver la situación, y el “destino corporativo” había elegido a Horatio.

Vi cómo Horatio palidecía. El sudor le perlaba en la frente, y por un momento, el único sonido era el zumbido del aire acondicionado, frío, estéril, impersonal.

Edith, nuestra CEO, se recostó en su sillón de cuero, con los dedos entrelazados, observando la sala con calculada indiferencia, como una madre halcón.

Nelson y yo intercambiamos miradas. Ambos sabíamos (y probablemente Cristina, de TI, también) que no era culpa del anciano. Sin embargo, seguían echándole la culpa a él.

Cristina, por su parte, me dedicaba una sonrisa condescendiente. Pensaba que, como Horatio había asumido la culpa, todos sus problemas desaparecerían.

rubia

Simplemente tuve que levantar la mano.

- Disculpa, pero ¿Por qué enviamos a Horatio a casa? – pregunté ya fastidiado.

Se hizo el silencio. Todas las cabezas se giraron hacia mí. Edith permaneció impasible, pero sus ojos se agudizaron. Inga se inclinó hacia delante, con los labios apretados.

• Bueno, Marco, tú mismo lo dijiste durante nuestra última reunión de la junta directiva. - comentó entrecerrando los ojos mientras tergiversaba mis palabras. - Si Horatio no tiene ni idea de cómo hacer circular la información más rápido, está claro que no es el hombre adecuado para el puesto.

puta tetona

Aunque Inga rara vez hablaba antes, verla “más activa” me irritó por su arrogancia.

• Además, - continuó con voz arrogante, pero suave y melodiosa. - no se va con las manos vacías. Le estamos ofreciendo una indemnización millonaria para retenerlo durante algún tiempo.

Volví a mirar al preocupado Horatio. Claro, está un poco gordito y tiene más de cincuenta años, pero aún le queda algo de fuerza.

Inga me exasperaba. Así que volví a levantar la mano como si intentara tocar una campana de iglesia y miré directamente a Edith, como si fuera la profesora de nuestra clase.

- Lo que dije fue que el sistema era lento, pero nunca dije que fuera culpa de TI o de finanzas. Horatio supervisa las finanzas, no la infraestructura de TI. - Mi voz resonó ligeramente en la tensa sala.

Nelson se movió a mi lado. El olor a café rancio perduraba, mezclado con el débil y acre sudor de Horatio.

Cristina se tensó. La mención de TI volvió a provocar sus miradas furiosas, pero yo no me inmuté.

infidelidad consentida

• Sin embargo, conseguiste recuperar la información en un tiempo récord. - Inga agravó el problema.

- ¡Sí, pero porque no seguimos los canales adecuados! - Nunca pensé que Inga pudiera ser tan frustrante. - ¡Gah! ¡Está bien! Viejo, suponiendo que sigamos esta loca propuesta, ¿Cuáles son tus planes para el futuro?

Horatio parpadeó lentamente, con la mirada perdida.

-> ¿Qué? - Me preguntó, claramente conmocionado por esta estúpida idea.

- Horatio, supongamos que, de alguna manera, seguimos adelante con esta loca idea de enviarte a una jubilación anticipada. ¿Cuáles serían tus planes para el futuro? - le pregunté ansioso.

Horatio permaneció inmóvil, con los labios ligeramente entreabiertos, parpadeando como si emergiera de aguas profundas. El silencio se prolongó, espeso, con el leve olor a ozono de los proyectores. Sus dedos temblorosos rozaron la madera pulida: un hombre que había pasado treinta años navegando por hojas de cálculos ahora se ahogaba al aire libre.

Inga se enfadó, pero Edith solo levantó ligeramente la mano para que se callara.

El anciano se derrumbó...

-> Yo... sinceramente... no lo sé. - dijo finalmente.

La voz de Horatio se quebró como madera seca, y la confesión quedó suspendida en el aire frío. Los dedos entrelazados de Edith se tensaron imperceptiblemente.

Lo sabía. El anciano había dedicado su vida a las hojas de cálculo y los informes trimestrales; fuera de esas paredes de cristal, estaría a la deriva, sin ancla.

- Y por eso no podemos dejarlo ir. - Miré fijamente a nuestra CEO. - Edith, cuando mi padre se jubiló del ejército, fue un dolor en el culo. No paraba de arreglar cosas en casa, pintar y pensar en pequeños proyectos absurdos que me obligaban a ayudarle. Mi padre no quería jubilarse, porque estaba hecho para trabajar, y el único momento en el que mi madre y yo encontramos la paz fue cuando encontró otro trabajo que le permitía hacer algo similar a lo que hacía antes.

Inga resopló.

• ¿De verdad estás comparando a Horatio con tu padre? – comentó exasperada.

companera de trabajo

Ignoré su comentario burlón.

- No tengo ninguna duda de que Horatio es bueno en su trabajo. De lo contrario, no habría conservado el puesto de director financiero durante tanto tiempo. Además, imagino que un tipo como él debe de tener muchos contactos en ese mundo. Eso hace que su destitución sea inviable. - Defendí su gordo trasero. - Probablemente, este tipo lo tiene todo planeado hasta el año que viene, sin llevar a su mujer de vacaciones, pero ese no es el problema. Es bueno y, si lo perdemos, provocaremos un vacío de poder.

Inga puso los ojos en blanco.

• ¡Ay, por favor! Pensaba que te alegraría su destitución. - Su voz rezumaba veneno meloso. Inga clavó aún más la daga. - Quizá tu pequeña Ginny podría ocupar el puesto.

19: Analisis causa raiz

Le lanzó a Edith una acusación silenciosa de favoritismo. Suspiré, con el rostro impasible.

- ¡No seas tonta! Ginny tiene talento, pero aún no tiene la experiencia de Horatio. Hay cosas de nuestras profesiones que no se aprenden en los libros. - Mi tono se mantuvo neutro.

Miré fijamente a nuestra jefa.

- Edith, no es culpa suya. ¡Confía en mí! – le imploré.

Inga se inclinó hacia delante, su perfume chocando con el olor agrio del sudor de Horatio.

• Si Horatio tiene tanta experiencia, ¿Por qué no ideó una solución más rápida? ¿Por qué tú y Nelson tuvieron que saltarse los protocolos? - Inga me provocó.

Era evidente que quería jugar duro. Acepté el desafío. Yo también estaba dispuesto.

- ¡Muy bien, Inga! Supongamos que te entrego un nuevo ordenador portátil para tu trabajo. - La miré con seriedad. - Lo configuras, empiezas a trabajar con él, pero de repente se apaga. ¿Es culpa tuya?

Ella parpadeó, sorprendida por mi repentino cambio de tono.

• ¿Qué? – preguntó confundida.

- No, en serio. - Insistí, inclinándome hacia delante hasta poder ver la tenue mancha de delineador de ojos bajo sus pestañas. - Lo vuelves a encender. Funciona bien durante cinco minutos y luego *pfft*. Se apaga. Una y otra vez. ¿Es eso “tu” incompetencia? ¿O es el portátil?

• No, claro que no. - Respondió como un gato a la defensiva. - Es tuya. Tú me diste el portátil.

- ¡Perfecto! - Sonreí con aire burlón. - Pero ¿Qué pasa si, después de revisar el portátil, descubro que funciona perfectamente? El único problema era que no lo habías enchufado, por lo que se agotó la batería. Ahora bien, nunca te dije que tenías que hacerlo, porque supuse que lo sabías. Una vez más, ¿Es culpa mía que tu nuevo portátil fallara?

rubia

Inga se sonrojó y sus uñas bien cuidadas se clavaron en la mesa. La analogía cayó como una piedra en agua tranquila: pesada, innegable. Alrededor de la mesa, se levantaron las cejas. Nelson tosió en su puño, ocultando lo que podría haber sido una sonrisa.

Ella me lanzó una mirada glacial que podría haberme congelado en el acto, pero terminó congelándole la lengua.

- Edith, esto es lo mismo que ocurrió con el departamento financiero: Horatio se presentó al sistema de procesamiento, pero no tenía forma de saber que estaba funcionando por debajo de lo esperado. Tampoco lo sabía el departamento de TI. La única forma de averiguarlo era probando un enfoque completamente diferente. - le expliqué con calma.

Edith se inclinó hacia delante y su mirada se agudizó como una cuchilla.

> Entonces, Marco, ¿Cuál es la solución que propones? Si el sistema en sí es defectuoso, ¿Por qué no lo detectamos antes? – preguntó curiosa por mi análisis.

Las luces del techo zumbaban débilmente, proyectando largas sombras sobre el arrugado traje de Horatio. Inhalé: aroma a café molido y desesperación.

- Nuestros competidores utilizan el mismo software financiero, Edith. Pero, como Nelson y Cristina pueden confirmarte, mientras ellos invierten en actualizaciones periódicas y licencias de integración en la nube, nosotros hemos remendado el nuestro con cinta adhesiva y plegarias. – respondí calmado, para luego mirar a Inga. - Y creo que es tu deber preguntar al departamento de planificación por este percance.

Inga se enderezó de un salto, haciendo que su silla rozara violentamente el suelo.

• Eso es... No me informaron... - Su voz se quebró como hielo fino, lanzando miradas asesinas a Kaori, su asistente, que también estaba en silencio, atónita. Agarró su tableta con los nudillos blancos como la cal. - Edith, tengo que verificarlo con mi equipo.

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Y finalmente, llegó el momento donde Edith tomó la palabra.

> Marco - comenzó Edith, con voz baja y deliberada, como una profesora dictando una clase. - plantea un argumento convincente sobre la negligencia sistémica. - Desvió la mirada hacia Inga, cuyos nudillos estaban ahora apretados contra su tableta buscando resguardo. - Pero Inga, tu departamento aprobó todas las solicitudes de presupuesto de mantenimiento para ese paquete de software durante los últimos cinco años. El rastro documental es más grueso que los viejos manuales actuariales de Horatio.

infidelidad consentida

Inga abrió la boca y luego la cerró como un pez fuera del agua. Kaori, su asistente, se apresuró a desplazarse por su propio dispositivo, cuyo resplandor proyectaba sombras inquietantes sobre su rostro aterrado. El aroma del costoso perfume de jazmín de Inga se mezclaba ahora con algo más intenso: miedo, tal vez, o el olor acre de una inminente ruina profesional.

Edith no esperó. Se volvió hacia Horatio, cuyo temblor había dado paso a una quietud atónita.

> Horatio - dijo con un tono más suave, casi maternal. - Si te quedas con nosotros, ¿Qué necesitarías? Sé sincero.

Las luces del techo parpadearon como para subrayar la pregunta, y su zumbido se hizo repentinamente más fuerte en el silencio sofocante. Los ojos de Horatio recorrieron rápidamente los rostros: la furia glacial de Inga, mi mandíbula apretada, la tensión disimulada de Cristina, el sutil asentimiento de Nelson, antes de posarse de nuevo en Edith.

-> Sinceramente, no lo sé. – Respondió el viejo con voz ronca. - Como dice Marco... supuse que el sistema funcionaba así... pero ahora me doy cuenta de que es algo más grande que yo.

Su voz fue ganando fuerza, áspera pero clara. Sus ojos azules y cansados se llenaron de confianza. Más esperanzados.

-> Quizás... como sugiere Marco... podríamos trabajar juntos... entre los demás departamentos. Pero también, como dijo Inga antes, estábamos cumpliendo con los plazos propuestos. Ahora que sé que las cosas se pueden hacer más rápido, ya no estoy seguro de cómo proceder. – sus palabras me recordaron a ver a un niño dar sus primeros pasos.

Todos contuvieron el aliento. Este no era el hombre conmocionado de hacía unos instantes. Este era Horatio “luchando”.

Edith se recostó en su asiento, con una leve sonrisa en los labios.

> ¡Exacto! – exclamó con satisfacción, como una madre orgullosa de su hijo.

Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la madera pulida.

> Horatio, viejo amigo, tu puesto nunca estuvo realmente en peligro. No cuando tienes décadas de memoria institucional, conexiones con reguladores, inversores cuya confianza reside en ti, no solo en este logotipo. - Señaló vagamente el emblema de la empresa en la pared. - Marco lo entiende. Los competidores se arrancarían el corazón solo por tu agenda de contactos.

Horatio se enderezó y el color volvió a sus mejillas. El sudor de su frente parecía menos pánico y más esfuerzo.

-> ¡Gracias, Edith! – agradeció aliviado, relajando los nudillos que apretaban con fuerza. - Yo... redactaré una propuesta de modernización para el lunes. Con el equipo de TI y el de Marco.

La mirada de Edith recorrió la mesa y se agudizó al posarse de nuevo en Inga. El perfume de jazmín parecía repentinamente empalagoso, casi sofocante contra el ozono persistente.

> Sin embargo. - La voz de Edith cortó el aire, más fría que el aire acondicionado que soplaba por encima. - Todo este... “drama” ... sirvió para algo. Una prueba de estrés.

Hizo una pausa, dejando que las implicancias quedaran en el aire.

> Marco identificó la causa raíz: negligencia sistémica. Previó el vacío desestabilizador que crearía la partida de Horatio. - Sus ojos se clavaron en Inga. - Tú, como jefa de planificación, propusiste eliminar un pilar sin evaluar qué sostenía el techo. Te centraste en el síntoma, la lentitud de la información, y no en la infraestructura deteriorada que lo causaba.

companera de trabajo

El peso de las palabras de Edith petrificó a Inga en el acto.

> Peor aún, - Edith dio un golpecito con una uña bien cuidada sobre la mesa, y el sonido resonó como el martillo de un juez. - ni siquiera eras consciente de que Planificación había aprobado cada céntimo recortado del presupuesto de mantenimiento de ese sistema durante cinco años.

Y como si fuese una guerrera implacable con la lanza, prosiguió…

19: Analisis causa raiz

> Kaori. - la asistente de Inga se estremeció en su asiento. - Recopila todas las solicitudes de mantenimiento que Planificación ha aprobado o denegado para el paquete de software de Finanzas desde 2019. - Volvió a centrar su atención en Inga. - ¿Y tú? Entrega un informe completo antes del final de mes en el que se detalle con precisión cómo igualamos… no, superamos... la velocidad de los sistemas de la competencia. Incluye proyecciones de costes, vías de actualización y opciones de proveedores. Sin excusas.

El rostro de Inga era como el mármol: pálido, rígido, completamente inmóvil. Solo el rápido temblor bajo su mandíbula delataba su furia. Kaori garabateaba frenéticamente en su tableta, con el lápiz táctil arañando como garras desesperadas.

El aroma del alivio de Horatio —una nota débil y cálida de cedro bajo el sudor— se mezclaba extrañamente con la rabia reprimida de Inga. Edith se levantó, y su silla susurró contra la lujosa alfombra.

> Se levanta la sesión. – sentenció en un tono que me hizo pensar en una bomba que se rehusaba a detonar.

No esperó a que se le diera la razón, y sus tacones marcaron un ritmo preciso hacia la puerta. La abrupta despedida dejó un silencio atónito más denso que las carpetas actuariales de Horatio.

Nelson exhaló audiblemente y se desplomó en su asiento.

Cristina me lanzó una mirada de terror, su anterior sonrisa burlona sustituida por ojos dilatados y un sutil rastro de miedo. Alguien todavía no aprendía su lugar...

rubia

Horatio se secó la frente con una mano temblorosa, esbozando una sonrisa vacilante al ver que su calvario parecía haber terminado por fin.

Inga recogió sus cosas con precisión glacial, evitando el contacto visual, con los nudillos blancos alrededor del borde de su tableta.

Kaori me miró con ira, una promesa silenciosa de que esto estaba lejos de haber acabado.

puta tetona

Mientras los demás se dispersaban, Horatio se acercó pesadamente hacia mí. Su andar era rígido y tenso, pero sus ojos brillaban de gratitud.

-> Marco - dijo con voz ronca, extendiendo una mano húmeda. - No sé cómo agradecerte. De verdad.

Hice un gesto con la mano, echándome hacia atrás sin darle importancia.

- No tienes para qué. En serio. - Mi mirada se posó deliberadamente en los botones de su camisa, que parecían a punto de reventar. - Pero Horatio, ese traje está librando una batalla perdida. Quizás deberías cambiar los pasteles de la mañana por un paseo rápido. Tu corazón te lo agradecerá más adelante.

Su sonrisa se desvaneció, sustituida por una leve vergüenza, y luego por una risita.

-> Siempre vas directo al grano, ¿Verdad? – preguntó no muy ofendido.

Me encogí de hombros y recogí mis archivos.

- La vida es demasiado corta para endulzar las cosas. Y hablando de la vida, no creo equivocarme al decir que necesitas equilibrio. ¿Cuándo fue la última vez que llevaste a tu esposa a algún lugar impresionante? ¿Fiji? ¿Santorini? ¿Algún lugar donde no pueda quejarse de tu constante trabajo?

La expresión de Horatio se suavizó, con un brillo nostálgico en sus ojos cansados.

-> Margaret... ha estado insinuando que le gustaría ir a Bali. – respondió ilusionado.

Por un momento, me imaginé tener su edad y seguir hablando así de Marisol.

- Pues resérvalo. - le incité, dándole una palmada en el hombro. - Las bonificaciones del próximo trimestre llegarán pronto. Úsalas. Haz como si fuera una conferencia de accionistas, pero con cócteles en la piscina con tu esposa en lugar de reuniones aburridas.

Las luces fluorescentes zumbaban sobre nuestras cabezas mientras Horatio se reía, con una risa ronca pero sincera. Por un instante, el ambiente corporativo se relajó. Entonces, su mirada se agudizó y su instinto empresarial resurgió.

-> Marco. - dijo bajando la voz mientras Cristina pasaba junto a nosotros, con sus tacones resonando como disparos. - Sobre el sistema... Estoy redactando el plan de modernización, pero necesito que alguien más lo revise. Tus ojos. Tú detectaste sus fallos más rápido que nadie. ¿Podrías... revisar mis resúmenes semanales? - Dudó y luego añadió rápidamente. - Haré que Ginny te los entregue personalmente. Directamente a ti. Es muy inteligente, aprende más rápido que cualquiera de los que he formado. Y tienes razón... necesita más experiencia.

Arqueé una ceja. ¿Entregados en la mano por Ginny? ¡Astuto zorro viejo! Sabía que nunca la rechazaría.

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- ¡Trato hecho! - accedí, asintiendo con la cabeza hacia Nelson, que estaba junto a la puerta esperándome. - Pero, Horatio, más vale que los informes sean concisos. Nada de sagas de veinte páginas. Puntos clave. Tengo mi propio trabajo, ya sabes. Y más vale que Ginny no sea solo tu mensajera: el mes que viene hará la presentación contigo.

La sonrisa de Horatio se amplió, arrugándole las comisuras de los ojos.

-> ¡Hecho! Considérala preparada. - Se dio una palmada distraída en el estómago. - Y... menos pasteles. Más batidos de proteínas. A partir de mañana.


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