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Confesiones de una Puta: El Vagabundo del Callejón


Era una noche de mierda en Concepción, llovizna fina que se metía en la piel como agujas. Tres horas sin un peso, el frío me había congelado hasta los huesos, y yo fumaba el último pucho en el callejón detrás del mercado. Llevaba una falda de cuero negro corta, rota en el borde, una blusa de red transparente que dejaba ver mis pezones duros por el frío, y botas altas hasta la rodilla, con tacones gastados que me hacían tambalear en los charcos. Nada de ropa interior. Era mi uniforme de guerra: provocador, fácil de bajar, imposible de ignorar.

Entonces apareció él: un vagabundo de unos 50, barba enmarañada, ojos inyectados de vino barato y una voz que no pedía, ordenaba.

—Arrodíllate, conchetumadre—ladró, agarrándome el mentón con dedos que olían a cartón mojado—. ¡Cinco lucas y te la meto hasta el fondo, weona! ¡Sin quejas, poh!

No era la renta atrasada. No era el hambre.
Era otra cosa.
Llevaba semanas fingiendo gemidos en moteles con luces de neón, sonriendo a hombres que me pagaban por ser su fantasía de una hora. Y de pronto, en ese callejón, vi en sus ojos algo que no había visto en meses: deseo sin filtro, sin máscara, sin billetes de propina
Quería sentirme tomada, no contratada.
Quería que alguien me sacara la careta de una vez.

Así que asentí.
Me empujó contra la pared, levantó la falda de un tirón, me abrió las piernas con la rodilla y me penetró seco, sin condón, sin piedad. Cada embestida era un mandato: ¡Más fuerte, más hondo! Sus manos sucias me apretaban las caderas por encima del cuero, que crujía con cada golpe. Me mordió el cuello, no de pasión, sino de posesión. ¡Toma, perra culia! ¡Esto es pa’ que aprendai! En menos de un minuto se corrió dentro de mí con un gruñido gutural: ¡Ahí vai, conchetumare! marcando su territorio en una perra callejera.

Me dejó ahí, con el semen chorreando por mis muslos desnudos, la falda arrugada en la cintura, la blusa de red rasgada en un hombro, las botas salpicadas de lodo y semen. Tomé los cinco mil, me bajé la falda, me subí el cierre de las botas y vomité en la esquina.

Y mientras caminaba de vuelta al departamento, con el frío metido en los huesos y el semen todavía caliente entre mis piernas, pensé: No fue por plata. Fue pa’ que me bajaran los humos.
Quería recordar que debajo de la Kathy que cobra por orgasmos fingidos, aún late una mujer que puede ser tomada sin pedir permiso.
Y aunque me doliera el cuerpo, por primera vez en meses, sentí algo real.

1 comentarios - Confesiones de una Puta: El Vagabundo del Callejón

hoyasaxa94 +1
El dia que te visite será en calidad de dueño y amo, y no de cliente.