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18: Imagen corporativa




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Compendio III


LA JUNTA 18: IMAGEN CORPORATIVA

Elegí la mesa junto a la ventana porque me permitía ver la calle. También porque ponía un poco de distancia entre Isabella y la barra, donde dos adolescentes cuchicheaban y trataban de no mirarme como si fuera un animal raro en un zoológico. Sabía que me veía raro en una alegre heladería, pero a Isabella le gustaba, así que no tenía otra opción.

Isabella llegó diez minutos tarde, lo que para ella podría ser una muestra de humildad. Sin diamantes, sin gafas de sol espectaculares, solo una blusa impecable, el pelo recogido y un cansancio bajo los ojos que ningún maquillaje puede disimular si eres madre soltera. Echó un vistazo rápido a la heladería y luego me miró a mí.

18: Imagen corporativa

Se deslizó en el asiento frente a mí sin decir una palabra. Su perfume era tenue, algo floral y barato, pero sus ojos eran penetrantes.

• Banana Split. - le dijo a la cajera sin mirar el menú. - Extra de sirope de chocolate.

El silencio se hizo insoportable mientras observaba a los adolescentes detrás del mostrador reírse entre sus delantales.

• Él paga. - sentenció finalmente mientras hablaba con la vieja cajera.

La bruja casi sonrió de satisfacción.

Deslicé mi tarjeta por la mesa sin protestar. Isabella observó la transacción con desinterés, con los labios carmesí apretados en una delgada línea. Cuando llegó el banana split, una montaña de helado ahogada en sirope, lo pinchó con la cuchara con precisión quirúrgica.

• Así que ahora estás con Alex y Tim. – comentó venenosa sin levantar la vista.

Su voz era baja y aterciopelada, pero con un tono de acero.

• El “príncipe azul de la junta”. - Una gota de nata montada temblaba en su cuchara. - Dime, Marco. ¿Te enseñaron cómo seducir a madres solteras? ¿O solo cómo arruinarlas?

• ¡Tú me debes una explicación! - exigió, cogiendo una cucharada llena.

- Perfecto. -respondí con un suspiro resignado. - Te invité para darte una.

Su cuchara se detuvo en el aire. El sirope de chocolate goteaba sobre el mantel como sangre. Afuera, el tráfico vespertino de Melbourne se difuminaba tras la ventana, con las luces de la calle formando rayas doradas contra el crepúsculo.

• ¡Muy bien! – proclamó acusatoria, apuntándome con la cuchara como si fuera un mazo de juez. - ¿Por qué de repente eres el mejor amigo de Tim y Alex?

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Me incliné hacia delante y bajé la voz. Las adolescentes detrás del mostrador seguían lanzándome miradas furtivas.

- Porque me acorralaron. – admití, explicando la trama. - Nos han visto hablando en los pasillos. Saben que tú y yo... somos cercanos. (Entrecerró ligeramente los ojos.) Quieren consejos. Trucos. Cómo “ganarse el corazón de Isabella”. (Hice comillas en el aire, con amargura.) No quieren tu corazón, Isabella. Quieren un trofeo. Conquistar a una madre soltera.

• ¡Ganarme! – parpadeó asqueada.

- Conquistar, cortejar, seducir... elige el verbo que menos te haga querer tirarme tu helado. - le pedí con un suspiro de cansancio.

Su boca se crispó.

• ¿Y tú has estado... qué... entrenándolos? – preguntó con fuego y acusación en los ojos.

- Intentando que te dejen en paz. - le calmé.

Los adolescentes que estaban junto al mostrador no paraban de susurrar. Oí “magdalenas” y “incluso es más atractivo en persona”. Isabella también las oyó y puso los ojos en blanco con tanta fuerza que pensé que se le vería el cerebro.

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Me incliné hacia ella.

- Ayer me acorralaron. - Proseguí. - Tim incluso sacó su teléfono para tomar notas. Dijo que me pagaría cincuenta dólares por cada “tip de Isabella”. (Sus nudillos se pusieron blancos alrededor de la cuchara.) Les dije que les morderías los dedos si lo intentaban. Entonces Alex ofreció setenta y cinco.

• ¡Déjame adivinar! - dijo, inclinándose hacia mí, dejándome ver parte de ese escote divino. - Les dijiste que me ignoraran.

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- Entre otras cosas. - respondí con una sonrisa burlona.

• Y que fingieran que no les molestaba. - Su rostro se estaba agriando de a poco.

- Sí. – Sonreí, disfrutando del momento.

• Y que no cayeran en mis “tretas seductoras”. ¿Usaste esa frase? - casi siseó, apenas conteniendo la furia.

- Puede que haya usado... palabras similares a esas. – le respondí, extendiendo las manos. - Isabella, me conoces desde hace mucho tiempo. Si quisiera ser un verdadero mujeriego, sería terrible para eso. Me gusta hacerme amigo de mujeres. No me acuesto con ellas solamente una vez. Eso sería... ineficiente. Y grosero.

Ella resopló suavemente y volvió a clavar la cuchara en el helado derretido.

• ¿Entonces, no estás haciendo de celestino para esas hienas? —Su mirada se clavó en la mía, buscando fisuras. — Entonces, ¿Por qué esta repentina cumbre del helado?

- Porque conoces a Tim y Alex. —Le expliqué—. Y te conoces a ti misma. Les dije que dejaran de darte vueltas como si fueras un premio. Ellos lo entendieron como... una táctica. Pensé que quizá tú tendrías algún consejo que darme.

La cuchara de Isabella tintineó contra el plato de cristal. Me estudió, me estudió de verdad, como si estuviera pelando capas. Las luces de la calle proyectaban patrones cambiantes sobre su rostro.

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• ¿Un consejo? - Su voz se apagó, convirtiéndose en humo aterciopelado. — ¿Sobre cómo deberían acercarse a mí?

Se inclinó hacia delante, con los codos sobre el mantel pegajoso. Sus labios carmesíes se curvaron en algo peligroso.

• Bien. Diles esto: me gusta que mis hombres me besen lentamente. Contra una pared. Con las manos enredadas en mi pelo. - Hizo una pausa, dejando que la imagen flotara entre nosotros. — Luego, deslizas esas manos hacia abajo. Agarra mis caderas con tanta fuerza que me dejes moretones.

18: Imagen corporativa

Tragué saliva. Las cosas se estaban descarrilando...

- No puedo hacer eso. Ahora eres madre soltera y no quiero que te vean como un juguete de una noche. - Me sentí perturbado por su mirada.

Dejamos que eso quedara en el aire. Afuera, un autobús silbó al detenerse. Adentro, tras el mostrador, alguien dejó caer una cuchara y el ruido metálico hizo que todos levantaran la vista y luego volvieran a apartarla. Ella tomó otro bocado, ahora más despacio.

• Para que conste. - dijo, con la mirada fija en su taza. - He terminado con los tipos como Tim y Alex. Son agotadores. Chicos a los que les gustan más los espejos que las personas. Yo... ya no soy esa mujer.

- ¡Lo sé! - Asentí con una sonrisa de apoyo.

• Quiero... - Lo buscó con la mirada y luego se encogió de hombros, como si el deseo fuera más pesado de lo que las palabras podían expresar. - Estabilidad. Alguien con carácter. Moral. Un centro. No una actuación.

- En otras palabras, me quieres a mí. - concluí con ligereza, para suavizar el golpe.

• En otras palabras, a alguien como tú. - Me miró a los ojos, sin pestañear esta vez.

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El aire se volvió denso entre nosotros. Su cuchara raspó el fondo del plato, recogiendo las últimas gotas de sirope de chocolate. Afuera, los letreros de neón parpadeaban, bañando su rostro de rosa y azul.

• Pero tú me estás preguntando cómo deberían cortejarme ellos. - Su risa fue baja, amarga. - Pues diles esto: no quiero flores. Quiero que me empujen contra la puerta de un hotel. Que me besen el cuello hasta dejarme sin aliento. - Se inclinó hacia mí y bajó la voz hasta convertirla en un susurro que atravesó el murmullo del salón. - Luego, inclíname sobre la cama. Tómame con fuerza por detrás. Por ambos agujeros. Sin palabras bonitas. Solo... posesión.

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Volví a tragar saliva. No iba a dejarlo pasar. Lo quería. De mí. Sus ojos eran depredadores. Como si me hubiera elegido a mí, entre todos los hombres, para estar con ella. Si necesitaba más confirmación, su mano en mi muslo la proporcionó.

Sus dedos se clavaron en mi carne a través de la tela de mis pantalones.

• Marco - Aclaró, inclinándose tan cerca que su aliento calentó mi oreja. - Ya no estoy hablando de ellos. - El aroma de un perfume barato mezclado con sirope de chocolate llenó mis fosas nasales. - Te estoy diciendo lo que quiero. Ahora.

Lo repitió con ese tono dulce y aterciopelado de Marilyn Monroe. El que me pone a cien al instante. Se dio cuenta y sonrió, satisfecha por lo que estaba creciendo bajo mis pantalones.

Sus dedos se deslizaron más arriba por mi muslo, rozándome peligrosamente cerca. Me olvidé de las adolescentes que estaban detrás del mostrador. Todo lo que veía era a ella: esos labios carmesíes, la oscura promesa en sus ojos.

• Me deseas. -susurró, no como una pregunta, sino como un hecho. Su pulgar presionó contra el creciente bulto en mis pantalones. - Y yo quiero que me lleves a algún lugar privado. Ahora.

Una vez más, era la diva mimada. La mocosa arrogante. Y me gustaba.

Su pulgar presionó con más fuerza, girando deliberadamente. Se me cortó la respiración. Las adolescentes volvieron a reírse, ajenos a la corriente ardiente que corría bajo nuestra mesa. Los ojos de Isabella nunca se apartaron de los míos: oscuros, exigentes, absolutamente seguros.

• ¿Y bien? - preguntó con una voz aterciopelada envuelta en acero. - ¿Tenemos una habitación? ¿O tengo que buscar una pared aquí mismo?

Tragué saliva. Su agarre se hizo más fuerte.

- Acaba tu helado. - le exigí, tratando de mantener la calma y la cordura, pero apenas lo conseguí.

Ella se rió suavemente, con un sonido como de terciopelo arrugado.

• Ya lo he hecho. - Su pulgar presionó con más fuerza contra mi erección. - Te toca. - Sus labios carmesíes se curvaron. - Decide.

Salí de la butaca con movimientos torpes. Las adolescentes ahora nos miraban fijamente, probablemente en el balanceo hinchado debajo de mis pantalones. Isabella me siguió, suave como el humo, deslizando su mano posesivamente en la mía. Su agarre era de hierro bajo la seda. Afuera, el aire nocturno de Melbourne nos golpeó: fresco, húmedo, con olor a gases de escape y lluvia lejana. Los letreros de neón derramaban color sobre el pavimento mojado.

No pude aguantar más. Izzie puede ser una mujer sexy cuando quiere. La besé como si mi vida dependiera de ello. Le agarré el culo mientras ella se aferraba a mi cuello. Aquellos pechos firmes eran una delicia al tacto.

Las adolescentes nos miraban aterradas detrás de nosotros. Una volvió a dejar caer una cuchara. El ruido resonó cuando empujé a Isabella contra la ventana de cristal del salón, y su espalda golpeó con fuerza la fría superficie. Su boca se abrió bajo la mía, hambrienta, exigente, y sabía a sirope de chocolate y algo más oscuro. Sus manos se aferraron a mi pelo, tirando con tanta fuerza que me dolía. Afuera, los faros nos iluminaban como actores en un escenario para los coches que pasaban.

Ella rompió el beso primero, jadeando.

• La habitación. - exigió con voz entrecortada, como la diva de mierda que conocí a principios del año pasado.

Sus caderas se frotaban contra las mías, sin dejar lugar a dudas sobre lo que quería. La odiaba. Nuestra habitación de hotel no estaba cerca de allí y el trayecto en mi camioneta se me haría eterno.

Pero conseguimos subir. Izzie fue misericordiosa. Una vez que me abroché el cinturón de seguridad, me desabrochó los pantalones y se lanzó directamente a mi polla.

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El trayecto se convirtió en un borrón de focos y su boca caliente. Sus labios se deslizaron por mi miembro con un hambre experta, con una mano apoyada en mi asiento y la otra agarrándome el muslo. Cada bache en la carretera la hacía penetrarla más profundo, con su garganta moviéndose a mi alrededor hasta que mis nudillos hormigueaban sobre el volante. Ella no se detuvo, ni cuando pasé por baches, ni cuando gemía su nombre, solo chupó más fuerte, con su cabello oscuro derramándose sobre mi regazo como tinta.

Entramos tambaleándonos en el vestíbulo del hotel, con mi cremallera aún abierta y su blusa torcida. El gerente ya ni se inmutó. Me entregó la llave mientras ella me arrastraba hacia el ascensor. Me empujó contra la pared espejada antes de que se cerraran las puertas y me mordió el labio inferior hasta que sentí el sabor del cobre.

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• ¡La tarjeta! - exigió contra mi boca, con la mano ya buscando en mi bolsillo. Sus dedos rozaron mi erección de nuevo, deliberadamente.

El ascensor sonó. Me empujó dentro de nuestra habitación y cerró la puerta de una patada con el tacón. No había luces, solo el resplandor de las farolas que se colaba por las persianas. Su blusa cayó al suelo. Luego, la hebilla de mi cinturón golpeó las baldosas.

• Contra la pared. - ordenó, empujándome hacia atrás hasta que el yeso se me clavó en los hombros.

Esta vez, su beso fue lento, profundo, posesivo, con la lengua explorándome como si fuera de su propiedad. Sus manos se deslizaron hacia abajo, sus uñas arañándome las caderas antes de agarrarme con fuerza. Me dejó moretones.

Se arrodilló. La luz de la farola reflejaba el brillo húmedo de su barbilla. Su lengua recorrió mi miembro, detenida, antes de tomarlo por completo. Chupadas lentas. Tragos profundos. Los ojos fijos hacia arriba. Su mano se deslizó entre sus piernas. Susurros suaves vibraban contra mí.

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• Apuesto a que ni Tim ni Alex tienen algo tan grueso y jugoso como el tuyo. - comentó burlonamente, apretándolo y dándole un profundo sorbo.

Pero yo la necesitaba. La deseaba. Así que la levanté con un beso. Apreté esos montículos angelicales y me entregué por completo. Ella gimió de satisfacción.

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Mi boca recorrió su cuello, mis dientes rozando su piel mientras la levantaba y la colocaba sobre la cómoda. Sus piernas se enroscaron alrededor de mi cintura, sus talones clavándose en mi espalda. La luz de la calle reflejaba el sudor en su clavícula. La besé más abajo, despacio, deliberadamente, hasta que mi lengua encontró su pezón. Ella se arqueó, jadeando, retorciendo mis cabellos con sus dedos.

• ¡Más fuerte! - demandó.

La mordí. Su grito resonó en las paredes.

Ella soltó un suspiro.

•¡Me estiras tan bien! - Su voz sonaba eufórica.

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La levanté más, presionándola contra el espejo de la cómoda. Su reflejo me miraba fijamente: maquillaje corrido, piel sonrojada, labios entreabiertos. Mis manos se deslizaron hacia abajo para agarrar sus caderas mientras ella me guiaba hacia dentro. Un grito ahogado escapó de sus labios cuando empujé profundamente, haciendo que el espejo traquetease contra la pared. Sus uñas clavaron medias lunas en mis hombros.

Le mordisqueé los pechos, su perfume me volvía loco. Su coño se tensó, claramente disfrutando.

Ella jadeó, arqueando la espalda.

•Fóllame más fuerte, Marco. Hazme gritar. – demandó desesperada.

Sus uñas se clavaron más profundo en mis hombros, casi sacándome sangre. El espejo se empañó con nuestro calor, ocultando nuestro reflejo, solo formas moviéndose en el vapor.

La penetré con fuerza, cada embestida sacudiendo la cómoda. Sus gemidos se hicieron más fuertes, crudos y sin filtros. Echó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su garganta.

• ¡Muerde! – exigió de repente.

Hundí los dientes en su cuello. Se estremeció, gritando mientras sus músculos internos se apretaban alrededor de mí.

Izzie era cruda. Animal. Sensacional. Su coño rebosaba y era refrescante. Sus orgasmos la sacudían hasta lo más profundo, pero yo era la fuerza implacable que presionaba su útero una y otra vez, volviéndola loca.

Sus gritos se convirtieron en gemidos primitivos, guturales, desesperados, mientras le inmovilizaba las muñecas contra el espejo empañado. Cada embestida golpeaba su cuerpo contra el cristal, haciendo vibrar los cajones de la cómoda. El sudor empapaba nuestra piel donde nos uníamos, sus pechos aplastados contra la superficie fría.

• ¡Más! - sollozó, arqueándose violentamente. - ¡Rómpeme!

(More! Break me!)

Obedecí, penetrándola más a fondo hasta que sus muslos temblaron contra mis caderas, su aroma denso y dulce en tu cuello. El sabor de la sal y su clímax la atravesaron de nuevo, sus uñas marcándome con fuego. Sus piernas me envolvieron con avidez.

El espejo se trizó bajo nuestra fuerza y presión. Isabella gritó, un sonido crudo y desgarrador, mientras su cuerpo se aferraba al mío. Su liberación desencadenó la mía; me vacié dentro de ella con un gemido que se desprendió de mi garganta. Nos desplomamos contra la cómoda, respirando entrecortadamente.

Permanecimos pegados, mi polla formando un puente entre nuestros cuerpos. Nos besamos y abrazamos, aunque nuestro deseo mutuo continuaba. Apreté esos majestuosos montículos, haciéndola gemir. Ella hizo lo mismo con mis nalgas, derramando algunos jugos de su coño a nuestros pies.

La habitación olía a sudor y sexo. Isabella recorrió con un dedo mi pecho, con los párpados pesados.

• ¡Tim no podría soportar esto! - murmuró con voz ronca.

Su pulgar rozó mi pezón, haciéndome estremecer. Afuera, una sirena sonaba, lejana e irrelevante.

Finalmente conseguí sacarla. Ella la miró embelesada. Sin que yo dijera nada, se puso a cuatro patas en la cama y sacudió su culo firme y dulce, provocándome.

Me deslicé de nuevo dentro de su húmedo calor por detrás, agarrándole las caderas mientras ella se arqueaba más profundo. Sus gemidos ahogados vibraban contra el colchón. Cada embestida hacía que su cuerpo se estremeciera: la curva de su columna, la tensión de sus hombros, la forma en que su cabello oscuro se derramaba sobre las sábanas como tinta derramada. Ella empujaba contra mí, respondiendo a cada embestida con un movimiento hambriento, su respiración entrecortada.

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• ¡Más fuerte! - exigió con voz entrecortada, retorciendo las sábanas con los dedos. - ¡Márcame!

Al igual que mi esposa Marisol, el culo de Izzie todavía estaba apretado. También como ella, todavía sentía el ardor, el grosor de mi cabeza abriéndola lenta y dolorosamente. Pero una vez que entró, el dolor desapareció.

Sus caderas se empujaban contra las mías, llevándome más profundo con cada embestida. El golpe de la piel resonaba en la habitación en penumbra: húmedo, rítmico, primitivo. Sus gemidos se hicieron más fuertes, amortiguados solo por la almohada que mordía. El sudor brillaba a lo largo de la curva de su columna vertebral mientras yo le agarraba las caderas con más fuerza, con los dedos clavándose en su suave carne.

•¡Sí! - siseó, arqueándose más en el placer. - ¡Así! ¡Justo así! ¡Hazme tuya!

(Just like that! Make me yours!)

Afuera, la luz de neón se filtraba a través de las persianas, pintando rayas en su espalda temblorosa. Me incliné hacia adelante, rozándole el omóplato con los dientes. Ella se estremeció y un gemido escapó de sus labios mientras sus músculos internos se apretaban a mi alrededor como un tornillo de banco. El aroma del sexo flotaba en el aire, denso, almizclado y dulce, mezclado con el olor a ozono de la tormenta.

Sus dedos se aferraron a las sábanas.

•¡No pares! - jadeó, empujando con más fuerza, obligándome a penetrarla más adentro.

Su cuerpo se arqueó, como una cuerda de arco tensa que temblaba bajo mis manos. Cada embestida provocaba un grito entrecortado, crudo y sin filtros. El ritmo se aceleró, como un latido contra el tamborileo de la lluvia, hasta que todo su cuerpo se tensó. Su grito rasgó la habitación, agudo y primitivo, mientras se derrumbaba hacia delante, agotada.

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Para satisfacción de ambos, ella lo estaba disfrutando todo, algo que al principio le parecía imposible. Pero ahora, como soy el único que le folla el culo, lo disfruta plenamente, al igual que mi mujer y algunas de las otras “clientas habituales”.

El chorro de la ducha silbaba y el vapor se arremolinaba a nuestro alrededor mientras Isabella se apoyaba contra los azulejos, con la piel sonrojada. El agua resbalaba por sus curvas, trazando caminos sobre las tenues marcas de mordiscos en sus hombros. Me miraba a través de sus pestañas entrecerradas, con una sonrisa perezosa en los labios mientras se enjabonaba los pechos.

• ¿Sigues tramando venganza? - murmuró, pasando el pulgar por un pezón. - ¿O solo estás admirando el daño que hiciste?

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Se nos estaba haciendo tarde. Ya estaba anocheciendo y los dos teníamos que estar en casa. Yo quería ver a mi mujer y a mis hijos, e Izzie tenía a su hija Lily esperándola. Sin embargo, no podíamos quitar las manos de encima mientras nos duchábamos. Ella estaba tan tentada como yo de empujarla contra los azulejos y follarla. Pero a pesar de sentirme excitado y ansioso por hacerlo, el peso de ser un hombre de familia me mantenía a raya.

Izzie lo entendió. Me besó suavemente, con su cuerpo mojado presionado contra el mío bajo el agua humeante.

• La próxima vez. – prometió con esa voz sedosa y cautivante, deslizando su mano por mi estómago. - Te haré olvidar tu propio nombre.

Sus dedos rozaron mi renovada dureza, haciéndome gemir. Sonrió, con esa peligrosa curva de labios, antes de cerrar el grifo.

Mientras se vestía, Izzie no dejaba de provocarme, inclinándose para mostrarme su culo, sus enormes tetas y su coño al descubierto. Pero yo no iba a caer en sus juegos. Ella, por su parte, no dejaba de mirarme el pene.

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Condujimos de vuelta en un tenso silencio, la cabina de la camioneta cargada de lujuria reprimida. Cada semáforo en rojo era una tortura con sus dedos trazando dibujos en mi muslo.

• La próxima vez, trae cuerda. - murmuró con una sonrisa cuando llegamos a su nueva casa, dejándome estupefacto.

Cerró la puerta de un portazo antes de que pudiera responder, dejándome dolorido y frustrado.

Y sigo sin tener ni idea de cómo resolver la situación de Tim y Alex.


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