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Papá me embarazó en cuarentena

Papá me embarazó en cuarentena


Nota del autor: Relato con contenido que pudiera resultar grosero para ciertas personas. Aclarar que todo es ficción y que cualquier transgresión a los derechos humanos es un acto vil y sancionable en la vida real.

Papá me embarazó en cuarentena




Papá me embarazóen cuarentena.


Mientras el psicólogo ycriminólogo de nombre JJ Quilmes se preparaba para documentar laentrevista, no paraba de pensar en lo hermosa que era Paula. Así se llamaba lajoven a la que estaba a punto de entrevistar.
De un estante sacó el expedientecon el apellido "Díaz" y esbozó una ligera sonrisa. Al abrirlo, susojos recorrieron los nombres que ya le eran tan familiares: Sergio, elpadre; Esperanza, la madre; y Paula, la hija. No pudo evitar que sumemoria regresara a la primera vez que los atendió, cuando acudieron por susproblemas maritales.
La escena surgió en su mente conclaridad. Sergio, con el rostro congestionado por la rabia, golpeó el brazo delsillón: —¿Yo? ¡Me la he pasado trabajando día y noche para que vivan lomejor posible! ¿Y ella cómo me agradece? ¡Acostándose con el instructor! — gritóen el consultorio.
Frente a él, Esperanza estalló.No era solo coraje, era la frustración acumulada de años. Aquella mujerhabía enterrado sus sueños de juventud —viajar, estudiar arte, ser alguien—bajo la losa de un matrimonio prematuro y una maternidad no deseada. La vida deesposa la había quebrado lentamente, vaciándola de ilusiones. Su gritofue un estallido de dolor y liberación: —¡Paula no te lo perdonará! ¡Tepido el divorcio!
Sergio, herido y soberbio,espetó: —Está bien. Paula, y Mike también —añadió, refiriéndose alhermano menor de Paula—, pueden quedarse contigo. Al diablo con todos... estoyharto de esta familia.
Esperanza lo miró con undesprecio infinito y, con una calma gélida que sorprendió al propio Quilmes,concluyó: —Yo también. Estoy harta de esta familia.
pero lo que Sergio no esperabaera que, de la noche a la mañana, Esperanza desaparecería con el instructor,dejando solo una nota de despedida sobre la mesa de la cocina.
La nota, un frío párrafoescrito con prisa, fue leída primero por Sergio. Las palabras, quehablaban de una "búsqueda de la felicidad" y una "libertad porfin encontrada", no le provocaron dolor, sino una rabia negra ycorrosiva. La primera situación de su sufrimiento fue un silenciolúgubre que duró tres días. No fue el típico escándalo de antes; fueun encierro en el taller de la casa, rodeado de las herramientas querepresentaban su vida de proveedor, sin comer, sin dormir, solo escuchando eleco de su propia falla como hombre y como esposo. En la pared, quedó la marcadel puñetazo que destrozó el yeso cuando la botella de whisky no fue suficientepara apagar el fuego de la humillación.
Paula, al encontrar la notaque su padre había arrugado y tirado a la basura, lloró como nunca. Sullanto no fue el estruendoso de su padre, sino un dolor mudo y profundo que sefiltró en las paredes de la casa. La primera situación de su desgarrofue la desaparición de cualquier fotografía de su madre. Esa mismatarde, recorrió la casa como un fantasma, recogiendo cada marco, cada imagen enla que aparecía la sonrisa de Esperanza. No las rompió en un arrebato; con unacalma aterradora, las guardó en una caja de cartón que selló con cinta adhesivay escondió en lo más profundo del armario, como si intentara borrar a latraidora de la historia familiar. Un rencor silencioso y firme echó raíces ensu corazón.
Mientras el hogar seresquebrajaba, Mike, el hermano pequeño, vagaba como un alma en penapor la casa convertida en campo de batalla frío. No entendía lamagnitud de la tragedia, pero sentía el vacío como un frío en los huesos. Buscaríaayuda de ambos, sin encontrarla en ninguno.
Pero pronto Paula reaccionó. Através de la niebla de su propio dolor, vio a Mike, pequeño y vulnerable, ysupo que él no tenía la culpa de nada. Un instinto maternal, prematuro y feroz,brotó en ella. Así que empezó a hacerse cargo.
Día a día, Paula fuemejorando. Las mañanas ya no empezaban con el vacío, sino con larutina de preparar el desayuno para Mike, de elegir su ropa, de ayudarlo con latarea.
Aprendió a descifrar lasetiquetas de la comida, a calcular las porciones, a planchar los uniformes.Mientras ella se convertía en el sostén de la casa, veía cómo su padre, Sergio,seguía emborrachándose más y más. El taller permanecía cerrado y polvoriento.Cuando Paula, con voz temblorosa, le reclamaba que volviera a trabajar, él lamiraba con desdén desde el sillón, rodeado de botellas vacías, y argumentabacon una lógica envenenada: "Tranquila, princesa. Hay ahorros en el bancosuficientes para seguir vivos muchos años sin que yo tenga que mover undedo".
La situación era insostenible."Papá, no es solo el dinero", le suplicó Paula un día, con Mike a sulado. "Necesito que salgas y compres comida. Y necesito... que le enseñesa Mike cosas. Cosas que un padre debe enseñarle a su hijo". Su voz sequebró. Esa fue la gota que colmó el vaso.
Ahí fue cuando volvieron aterapia, ahora padre e hija. JJ Quilmes había logrado, con esfuerzo,convencer a Sergio de que debía dejar la bebida para no perder lo último que lequedaba, y a Paula de que, si bien era admirable su fortaleza, no podía madurarde golpe y cargar con un peso que no le correspondía. Hubo un destellode esperanza, un frágil progreso. Pero entonces, el mundo se detuvo. Lapandemia se atravesó como un muro, y el encierro forzado dejó pendientes lasterapias durante dos largos años, hasta este día en que Quilmes recibía aPaula.
Cuando su secretaria le anunciópor el interfono que había llegado Paula Díaz, Quilmes guardó el expediente enun cajón y, con un nudo de anticipación y preocupación en el estómago, sedispuso a atenderla.
—Que pase... —le dijo, intentandoque su voz sonara neutral.
La puerta se abrió y Paulaentró en el consultorio. Quilmes contuvo un leve suspiro de asombro. Estabatransformada respecto a la última vez que la recordaba. La adolescenteangustiada había dado paso a una mujer. Podría decirse que era lapersonificación de una "niña rica": rubia, de ojos azulespenetrantes, alta y con una figura esculpida por el tiempo —pechos generosos,cintura delgada y piernas bien torneadas que se insinuaban bajo su vestido. Suaspecto era impecable, radiante incluso. Nadie que la viera apostaría a que, enmedio del caos de la cuarentena, había vivido una experiencia tan tremenda yhabía cargado con una responsabilidad tan abrumadora.
Pero Quilmes sabía que detrás deesa fachada perfecta se escondía la razón de esta entrevista, que iba mucho másallá de una sesión de terapia. El padre de esta chica, de nombreSergio, se encontraba en proceso penal por la aparente violación de su hija. Laspiezas del caso se estaban moviendo y todas las diligencias eran cruciales parael esclarecimiento de los hechos. Esta entrevista, esta misma conversación, erauna de ellas.
Quilmes tomó su bolígrafo yacercó el grabador.
—Buenos días, Paula. Empecemos—dijo suavemente— Entrevista a Paula Díaz, 20 años de edad. Julio de2022.
Quilmes observó la tensión en loshombros de Paula, su mirada fija en un punto de la pared. Sabía que necesitabaromper el hielo.
—Paula, antes de empezar, quieroque sepas que este es un espacio seguro. Puedes tomarte tu tiempo —dijo con unasonrisa profesional, empujando un vaso de agua hacia su lado de la mesa.
Paula ni lo miró. Solo asintióbrevemente, sus manos aferradas al borde de su silla. El silencio se hizopesado. Quilmes comprendió que la comodidad era inalcanzable. Decidió ir algrano.
—Dime, Paula… ¿cuándo comenzótodo?
En medio de lágrimas que apenaspodía contener, Paula trató de guardar la compostura. Su voz fue un hilo devoz.
—No recuerdo, doctor… todo es unborrón.
—¿Y si empezamos desde la últimavez que vinieron a verme, antes de la pandemia? —sugirió Quilmes, suavizando eltono.
Paula cerró los ojos, como sibuscara en la niebla de su memoria. Poco a poco, comenzó a hablar con másfluidez, encontrando un punto de anclaje en un recuerdo menos doloroso.
—Después de sus consultas, todomejoró… por un tiempo. Papá empezó a salir a comprar cosas, retomó su trabajoen el taller, y hasta nos volvió a poner lista la piscina que tenemos en casa.Recuerdo que un domingo nadamos mucho y estuvimos riendo y conviviendo muybien… —Hizo una larga pausa, su rostro se nubló— Aunque también recuerdo queesa fue la primera vez que…
—¿Qué recuerdas, Paula? Dime, notemas a nada; he visto y escuchado de todo en esta profesión —la animó Quilmes,inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Fue la primera vez que noté cómomi padre me miraba distinto —confesó ella, avergonzada.
—¿Distinto? ¿A qué te refierescon "distinto"?
—Como… como hombre —susurró—Recuerdo dos veces ese día. La primera, cuando salí del agua y me tendió latoalla, su mirada no se encontró con mis ojos, sino que recorrió todo micuerpo, desde los pies hasta la cara, y se detuvo demasiado tiempo en mi pecho.Me sentí desnuda. La segunda fue durante un jugueteo con Mike en el agua. Él seunió y, en un momento de risas, me agarró por la cintura para levantarme. Fuesolo unos segundos, pero pude sentir… algo duro y caliente pegado contra misnalgas. La sensación fue espeluznante.
En ese momento, la mente deQuilmes, un laberinto retorcido y oculto tras su fachada profesional, comenzó acalentarse. La voz quebrada y juvenil de Paula relatando esa violación delímites, ese primer contacto ambiguo pero cargado de intención lujuriosa,encendió una chispa malsana en él. No era compasión lo que sentía, sino unaexcitación clandestina. Ansiaba escuchar más, quería que cada detalle suciosaliera de esos labios inocentes.
—Pero no pasó a más —continuóPaula, sacudiendo la cabeza como para alejar el recuerdo— Creo que todorealmente comenzó cuando hubo el encierro y nos mandaron de la escuela a casapara continuar los estudios vía remota… Desde entonces, Sergio decidióque por cuestiones de seguridad sanitaria nos quedáramos solos en casa: mihermano Mike, él y yo…
—Por Sergio terefieres a tu padre? —preguntó Quilmes, sabiendo la respuesta, pero queriendoencauzar el relato.
—Así es.
—¿Siempre le has llamado por sunombre?
—No. Lo llamé así desde que él mepidió que lo hiciera… creo que se me volvió un hábito, pero difícilmentevolvería a llamarlo papá… no después de lo que vivimos.
Aquello fue como un disparodirecto a la perversión de Quilmes. La idea de que esta joven, con su cuerpo demujer y su voz sensual, se negara a decir "papá" pero se vieraforzada a hacerlo, le resultaba profundamente excitante. Quería grabar en sumente la voz sexy de Paula diciendo esa palabra en el contexto de una confesióntan íntima y sórdida.
—Hagamos un esfuerzo —dijoQuilmes, con una suave pero firme autoridad— Llámalo 'padre' o 'papá' paraefectos de la entrevista, para que tenga más validez, ¿quieres?
Paula, ignorante del juegomalsano en el que participaba, asintió con resignación.
—Cuéntame, ¿cómo fueron losprimeros días de cuarentena? —preguntó él, preparándose mentalmente para elfestín.
—Pues recuerdo que mipadre siempre estaba bebiendo desde muy temprano, retomó la bebida… yme encomendó la tarea de cuidar a mi hermano y atender la casa.
—Por ‘atender la casa’ terefieres a…?
—Hacer la comida, lavar ropa,aseo, cuidado de mi hermano e incluso atenderlo a él con todo lo que mepidiera… por ejemplo, llevarle una cerveza o…
—No tengas miedo de continuar.Entre más rápido me cuentes todo, esto acabará —la presionó Quilmes, su voz unsusurro lleno de falsa empatía.
—Pues… fue por aquél entoncescuando papá comenzó a tener acercamientos hacia mi persona—dijo Paula, forzándose a usar la palabra, sintiendo cómo quemaba su lengua— Aveces me veía pasar y me miraba con descaro... Al principio intenté tomarlocomo broma, pero luego empezaba a murmurar palabras como "divina","qué sexy", "mamacita", "quiero…" y bajezas deesa índole. O ya luego me susurraba al oído cosas como “hoy luces más buena queninguna”, “cómo me gustaría ser tu novio”, “te caes de buena”. Cadapalabra era una mano invisible que le arrancaba un pedazo de su inocencia. Éltomaba confianza, y ella sentía cómo las paredes de su propia casa se cerrabana su alrededor, transformándola de hija a objeto.
—¿Y tú qué hacías? —preguntóQuilmes, casi sin aliento.
—¿Pude haber hecho algo?—respondió Paula con una amargura infinita— En ese momento no se me ocurriónada, y ahorita tampoco… —Hizo una pausa, tragando saliva— Luego comenzó aacariciarme las nalgas o intentar amasarme los senos cuando estaba lavandotrastes y me agarraba desprevenida por detrás.
Relató una situación: Paula estabafregando una olla, concentrada. Él se acercó sigilosamente. "Qué bonitoculito te está saliendo, mi princesa…", murmuró mientras su mano apretabacon fuerza una de sus nalgas, hundiendo los dedos en la carne. Ella se quedóparalizada, el agua caliente quemándole las manos.
Relató otra: Intentabaalcanzar un plato en el estante alto. Él se colocó detrás, rozándola porcompleto. "Déjame ayudarte, princesa", dijo, pero en lugar de tomarel plato, sus manos subieron directamente a sus senos, apretándolos con rudezaa través de la blusa. "Ya no eres una niña, qué bueno…", susurró sualiento cargado de alcohol en su nuca.
—Yo le pedía que parara, pero medecía que estaríamos encerrados por mucho tiempo y que la vida sería menosaburrida si jugábamos a ser novios… Mis súplicas cada vez le importaban menos—continuó Paula, su voz temblorosa— Y ya cuando él tomaba todo esto a juego,incluso al pasar cerca de mí o agarrándome desprevenida, me daba nalgadas.
Recordó una: Cruzando la salaen shorts, una palmada seca y fuerte resonó, dejando un escozor y una mancharoja en su piel. "¡Así me gustan, firmes!", rió él desde el sillón.
Y otra: Bajando las escaleras,él subía. Al cruzarse, su mano se estrelló contra su trasero con fuerza,haciéndola perder el equilibrio. "Uy, perdón, se me fue la mano",dijo con una sonrisa que no era de disculpa, sino de posesión.
Quilmes escuchaba, absorbido,cada detalle alimentando su morbosidad, mientras anotaba meticulosamente en suexpediente, ocultando su excitación tras la máscara del profesionalismo.
—¿Nunca intentaste escapar opedir auxilio? —preguntó Quilmes, sabiendo que la respuesta ahondaría en sudesesperación.
—¡En casa es imposible! —explotóPaula, con un temblor de rabia e impotencia— Papá tiene todo un circuito decámaras y la alarma siempre está activada. Además… ¿a dónde iba a ir? ¿A lacalle, en medio de una pandemia, sin un peso? Y lo más importante… ¿cómoiba a abandonar a mi hermano? Mike era lo único puro que quedaba en esa casa.Si me iba, ¿quién le daba de comer? ¿Quién lo abrazaba cuando tenía pesadillas?¿Quién lo protegía… de él? El miedo a lo que le pudiera pasar a Mikesi me iba era más fuerte que mi propio miedo.
—Los días siguieron así como tecuento —continuó, agotada—, hasta que, cuando teníamos como tres semanas deencierro, papá organizó una carne asada junto a la piscina. Aunque no queríaser partícipe, emocionó tanto a mi hermano que él me pidió, o mejor dicho mesuplicó, que nadara con él y jugáramos.
Recuerdo que salí dispuesta ameterme en short y un camisón, pero papá me detuvo en el pasillo. "Parauna ocasión especial, un traje especial", dijo, y me hizo vestir un bikinique él mismo había salido a comprar para la ocasión. Era diminuto, deun color negro intenso, con un diseño de tiras finas que se anudaban en lacintura y el cuello. La tela, escasa y elástica, apenas contenía mis pechos yse hundía peligrosamente en mis caderas, resaltando cada curva de mi cuerpo deuna manera que me hizo sentir terriblemente expuesta.
Y así fue que me les uní a la"diversión" en familia. Recuerdo que al salir, mi hermano corrió aabrazarme y, con una sonrisa de oreja a oreja, me soltó: "¡Paula, papá medijo que tú podías ser mi nueva mami!".
Mike, inocente, le preguntó asu padre: "¿De verdad, papá? ¿Paula puede ser mi nueva mami como en laspelículas?".
Sergio, con una mirada cargadade intención hacia mí, respondió: "Claro, hijo. Las familias a vecescambian, y Paula ya es toda una mujer".
Más tarde, Mike me tomó de lamano y, con una seriedad infantil, me dijo: "No te vayas, Paula. Si eresmi nueva mami, te quedarás para siempre, ¿verdad?". Esas palabrasme helaron la sangre. Eran adorables y aterradoras al mismo tiempo, y Sergio nopodía disimular su excitación al ver cómo su plan tomaba forma.
Ya después, mi padre le dijo aMike: "Métete a la piscina, campeón. Mamá Paula y yo te alcanzamos en unminuto, tenemos que platicar de unos asuntos importantes de papás…".
Llegué a donde estaba papá, juntoa la parrilla de ladrillo que empezaba a exhalar un humo aromático. Las brasasbrillaban anaranjadas bajo la carne. Él, con un delantal y una cerveza en lamano, parecía la imagen del padre de familia perfecto, una farsa macabra. Medijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos: "A que no sabes lo que meacaba de decir tu hermano…". Yo solo lo miré, sin contestarle, el nudo enla garganta apretándose. Y él, envalentonado por mi silencio, continuó:"Me dijo que le gustaría mucho que fueras su nueva mami". Guardésilencio, no quise ahondar más.
Sergio saboreaba con la miradacada centímetro de mi cuerpo, recorriendo las tiras del bikini que se clavabanen mi piel. Se acercó, tomándome de las manos con una falsa dulzura.
—Paula, ya tienes edad paraasumir el papel de mujer de esta casa —empezó, su voz un hilo seductor yautoritario— Y Mike cada día necesita más de una madre. Podemos ser una familiade verdad, tú y yo. No tienes que decir que no… ya ves lo feliz que harías a tuhermano.
Mis problemas para decir queno eran un muro de miedo y confusión. ¿Cómo negarse a "ser unafamilia"? ¿Cómo destruir la ilusión de Mike? Él usaba el amor de mihermano como un arma. Mientras mi mente buscaba desesperadamente una salida,una negativa que no sonara a traición, él se acercó más, tomándome de la mano ymirándome de frente, sellando su propuesta perversa con una sonrisa depretendiente.
—Ya tienes edad para asumir elpapel de mujer de esta casa… y Mike cada día necesita más de una madre.
Fue así que, mientras mi hermanojugaba en la piscina, alejado y ajeno a la situación, mi padre me empezó atratar como su "novia". Dejó de hablarme por Paula y me decía"mi amor", "cariño". Mientras Mike chapoteabafeliz, él se inclinaba y me susurraba al oído: "Eres la reina de estacasa, mi amor", pasando un brazo por mi cintura con una familiaridad queme hacía estremecer. Luego, en voz más alta, para que Mike lo oyera,dijo: "¡Vamos a jugar con Mike, mi vida! Y ahorita que se duerma, teenseño un truco en la alberca… te va a agradar mucho, créeme".
Fue así que los tres comenzamos ajugar en la piscina y, mientras Mike se divertía, mi padre, ya con un descarogigante, me acariciaba las nalgas debajo del agua y me besaba en el cuello ylos hombros, jalándome hacia su cuerpo y haciéndome sentir su dureza entre misnalgas.
—¿Y qué fue lo que sucedió?—preguntó Quilmes, tratando de disimular su erección ajustando la posicióndetrás del escritorio.
—Recuerdo que Mike salió de lapiscina exhausto de tanto jugar. Papá le llenó un vaso enorme con jugo denaranja y lo bebió gustoso. No pasaron ni diez minutos cuando Mike ya roncabaprofundamente en un camastro, vencido por un sueño repentino y pesado.
Mi padre me miró entonces conuna satisfacción voraz. Tomándome de la mano con firmeza, con una autoridad queno admitía réplica, me dijo: "Ven conmigo. Vamos a nadar un rato". Yme llevó de vuelta a la piscina. Tan pronto como nos sumergimos en la aguatibia, me rodeó con sus brazos y me besó apasionadamente, mientras sus manosenloquecían sobre mi cuerpo adolescente, tierno y firme, explorándolo como sile perteneciera.
—Le pedí que me respetara, quepor favor entrara en razón —continuó Paula, con la voz quebrada por elrecuerdo— Pero lo que vi en sus ojos no fue un padre, sino un hombreenloquecido, absorto en la idea de su "nueva familia". No me veía amí, veía un objeto, un papel que yo debía cumplir.
—Ya tienes edad, Paula —me dijoentre besos húmedos y urgentes— Déjate de tonterías y acepta tu nuevaresponsabilidad. Tu lugar está conmigo y con Mike… me siguió besandomientras me sobaba las nalgas, las tetas, y estaba como poseso, prácticamentedesvistiéndome por completo. Yo, entre jadeos ahogados, solo alcanzaba asuplicarle: "Papá, para… por favor, piensa lo que estás haciendo… estoestá mal, no deberíamos…". Pero mientras más le rogaba, más seencendía. Mis palabras, en lugar de hacerlo razonar, parecían echarle gasolinaal fuego de su lujuria. Con cada caricia profunda, cada mordisco en mi cuello,sentía cómo mi propia fuerza y mi conciencia se disolvían en un mar deconfusión y terror paralizante.
—En eso sentí —prosiguió,conteniendo un sollozo— como con una mano liberaba su pene del bañador y loposaba, palpitante y ardiente, justo a la entrada de mi vagina. Traté de juntarlas piernas con todas mis fuerzas, de gritarle que no, pero es demasiadofuerte. Y en cuestión de segundos, ya me tenía ahí, rozando con mis labiosvaginales, aún vírgenes, la punta húmeda y dura de su pene, mientras sus dosmanos, aferradas con fuerza a mis nalgas, me subían y bajaban rítmicamente,frotándome contra él, usando mi propio cuerpo para su placer, preparando elterreno para la invasión.
—Él ya empezaba a bufar deplacer, y sus ojos se derretían en un charco de lujuria pura.
—"Llegó el momento dedejar de ser la princesa y ocupar el lugar de la reina…" —me dijo con unasonrisa torcida y victoriosa, en un tono que destilaba una perversión extrema.Y al decirlo, con un empuje brutal, comenzó a hundir su pene en mi virginalvagina.
—¡Tranquila! —la interrumpióQuilmes, sintiendo una imperiosa necesidad de ajustarse el pantalón bajo elescritorio. La escena, narrada con esa voz entrecortada y sensual, loestaba volviendo loco de excitación. —Debes continuar relatando… ¿Quésentiste? ¿Cómo fue la experiencia? Necesito todos los detalles, Paula, o estojamás parará…!
—Pues… —susurró ella, cerrandolos ojos como si reviviera el trauma—, sentí como me desgarraba por dentro. Supene es demasiado grande, y aquella primera vez, mientras más se hundía, mássentía que nunca acabaría de metérmelo todo. No fue sino hasta que sentí cómomis nalgas quedaban reposadas, aplastadas, encima de sus testículos sudorosos,que supe que la tenía toda adentro. Era una sensación de estar siendoreventada, abierta de una manera para la que mi cuerpo no estaba preparado; undolor agudo y profundo que se mezclaba con la humillación y la extraña certezade que mi vida, tal como la conocía, había terminado.
—Papá comenzó a bufar como untoro y, mientras me clavaba besos húmedos en la boca, sus embestidas comenzarona tomar más fuerza y velocidad.
—El agua de la piscina semovía y hacía una especie de olas con un chapoteo sordo y constante… Papáestaba perdido en el deseo y la lujuria, ya nada le importaba. Se podíaescuchar el jadeo ronco de él, mis gemidos ahogados de dolor que trataba desofocar, y las palabras obscenas que me susurraba al oído: "Eres tanestrecha, mi amor… me vas a hacer venir… así, apriétame más… tu hoyo esmío…".
—¿Y tu hermano?
—En ese momento supe que lehabía dado de beber una especie de somnífero, porque en ningún momento sedespertó. Digo, con el ruido de mis gemidos de dolor y los gritos de placer demi padre, estoy segura de que, solo porque nuestra casa está a unos dos kilómetrosdel vecino más cercano, nadie nos escuchó. Él gemía gruñendo "Sí, mireina, así… gime para papá…", y yo no podía evitar soltar quejidos agudoscon cada embestida que sentía hasta el fondo.
—¿Por cuánto tiempo te estuvo…follando?
—No lo sé… pero sí fue muchotiempo, o al menos así lo sentí. Recuerdo que, en el parlante conectado víaBluetooth a mi celular, comenzó a sonar una canción de Katy Perry:"Teenage Dream". Jamás la olvidaré; era de mi playlist favorita. Escucharla letra que habla de vivir el sueño adolescente, de sentirte eléctrica,mientras mi propio padre me desfloraba con una violencia posesiva, fue unaburla macabra. En ese momento, un pensamiento cruzó por mi mente confusa:"¿Esto es hacerme mujer? ¿Así es como se supone que debe ser?". Sentíque mi inocencia no solo era robada, sino que era escupida y pisoteada.
—Ese día, tu padre eyaculódentro de ti?
—Sí… —confesó Paula, con unhilo de voz— Fue la primera vez que sentí cómo mi vagina era inundada por eselíquido espeso y caliente. Sentí cómo me llenaba de semen, en pulsacioneslargas y poderosas, y papá parecía no terminar de soltarlo, gruñendo como unanimal mientras se vaciaba en mi interior.
Cuando terminó, estuvo un ratomás dentro de mí, como poseyéndome, y luego, liberando mis nalgas yamagulladas, me soltó y me besó en los labios para decirme: —"Ya eres mía…Ahora sí eres la mujer de esta casa, la madre de Mike, pero lo más importante:ya eres mi mujer… Te acabo de conquistar con lo más efectivo que hay en lavida… —dijo, haciendo una obscena alusión a su propia verga.
—Salimos de la piscina y,mientras esperábamos a que mi hermano despertara, papá me continuaba tratandocomo su ahora "esposa". Me besaba y me acariciaba ya a su antojo. Dehecho, cuando mi hermano despertó, papá habló con él y le dijo que, oficialmente,yo era su nueva mami…
—¿Qué dijo tu hermano?
—Es muy inocente… la idea lefascinó. Desde entonces me dice "mamá"… y papá se mostraba orgulloso,al tiempo en que le decía que nos casaríamos en cuanto terminase la cuarentena.
—Al día siguiente me compróestos dos anillos de compromiso y marital… —le mostró los delgados y anillos aQuilmes, su mano temblorosa— Hasta ahora caigo en cuenta… que los sigo usando…
La sesión había llegado a unpunto crítico. Quilmes, con la respiración entrecortada, sabía que lo peor—o lomás excitante, desde su retorcida perspectiva—aún estaba por ser revelado.
—Continuamos la tarde en eljardín —prosiguió Paula, su voz convertida en un susurro fatigado— Él,eufórico, como si hubiéramos estrenado una nueva vida y no hubiera destrozadola que teníamos. Encendió la parrilla y asió la carne. Mike, aún adormilado,jugaba en la orilla de la piscina, cuyas aguas quietas ocultaban el crimen queacababa de cometer contra mí. Yo, por mi parte, me senté en una tumbona,envolviéndome en una toalla como si fuera una armadura, tratando de que mispiernas dejaran de temblar. El dolor entre mis muslos era un recordatorioconstante, un latido sordo que marcaba el fin de mi inocencia. Papá no dejabade sonreírme, de servirme comida con un gesto de posesión, actuando como sieste fuera nuestro primer día de muchos juntos.
Luego, cuando oscurecía, entramosa casa y papá me pidió que durmiera a Mike y que me pusiera un vestido negroque tengo, muy bonito, el mismo que usé en la fiesta de mis 18… No quería, perosabía que, después de lo ocurrido en la piscina, negarme ya no era una opción.La línea se había cruzado y él tenía el control total.
Apenas dormí a mi hermano, fui albaño. Al orinar, sentí un ardor punzante y luego, al limpiarme, vi en el papelhigiénico un líquido espeso, blanquecino y lechoso, mezclado con hilos de mipropia sangre. Era abundante, y ver cómo manchaba el agua del inodero meprodujo una náusea profunda. Esa sustancia era la prueba física de miviolación, la marca de su posesión saliendo de lo más íntimo de mi cuerpo. Supuse,con un escalofrío, que era el semen de mi padre, ya contaminándome por dentro.
Luego fui a mi habitación, mecambié y bajé a la sala, donde papá, emocionado, me esperaba con una botella deDom Perignon.
—Esta botella me costó más de mildólares —anunció con orgullo, sosteniéndola como un trofeo—. Es del año de tunacimiento, ¿sabes?
Mientras hablaba, sus ojos medevoraban. Yo llevaba el vestido negro de mi decimoctavo cumpleaños, un modeloceñido de tirantes finos que se acentuaba en la cintura y realzaba mis curvas.La tela, suave y oscura, contrastaba con la palidez de mi piel. Él la mirabafascinado, y pude ver en sus ojos el recuerdo mórbido de la primera vez que lousé. Recordé que aquel día, durante la fiesta, su mirada se había posado en mícon una intensidad que en ese momento no supe descifrar. Ahora lo entendía:aquél día sé que pensó porque él mismo me lo confesó: “Si no fueras mi hija, meencantaría no solo desvirgarte, sino tenerte como mujer a mi lado. Lástima queseas prohibida, y dichoso el fulano suertudo que lo haga”. Ahora, ese"fulano suertudo" era él, y su dicha era mi pesadilla. Luegome extendió una copa de cristal fino.
—No tengo ganas de beber, papá…Quisiera irme a dormir —supliqué, con la poca energía que me quedaba.
—Nada de eso, ya abrí la botella—replicó, su tono amable pero inflexible—. ¿Por qué mejor no bebes una copa yen diez minutos te dejo marcharte?
Cedí. Bebí, y a los pocos minutossentí cómo la habitación comenzaba a dar vueltas y mis párpados pesaban comoplomo. Una niebla espesa nubló mi conciencia.
Recuerdo que medio despertabasolo para percatarme, a través de un velo de sombras y jadeos, de que papáestaba encima de mí, follándome de nuevo como un poseso. Mis sentidosestaban embotados por el somnífero, pero el dolor atravesaba la niebla. Veía,entre mis párpados semicerrados, su figura sudorosa moviéndose sobre mí en lapenumbra, y escuchaba sus bufidos roncos, como los de un animal, mientrassentía cómo su verga, enorme y despiadada, me abría de nuevo, partiéndome endos con cada embestida brutal.
Gemía y gemía, un quejido débil einvoluntario, mientras sentía cómo su pene entraba y salía de mi vagina a unritmo descomunal. Quise detenerlo, empujarlo, gritar, pero ni siquiera podíamantener los ojos abiertos. Mi cuerpo era un peso inerte, un juguete para sulujuria desenfrenada.
Cuando desperté, me di cuenta deque estaba completamente desnuda en mi habitación. Mi vagina me ardía con unaintensidad insoportable y un olor a sexo rancio y sudor era tan embriagante queme provocaba arcadas. Miré el reloj: ya era casi medio día. Me alisté parasalir, sintiéndome sucia y destrozada, y al bajar me encontré con mi padre yMike riendo frente al televisor.
—¡Hola, mami! —me gritó Mike ycorrió a abrazarme. Yo, confundida y con el corazón en un puño, perocon una ansiedad innata por protegerlo y darle la normalidad que anhelaba, lorecibí en mis brazos, abrazando su pequeño cuerpo con una mezcla de amordesesperado y profunda tristeza. Mi padre también se acercó y, tras un“Hola, amor, creí que nunca despertarías…”, me besó en los labios con unafamiliaridad conyugal y continuó su rutina como si nada hubiera pasado. ¿Era yola única anormal en esta familia? ¿La única que sentía que el mundo se habíapuesto patas arriba?
Más tarde, le pedí unaexplicación sobre el día anterior. Él, sonriendo como si compartiera un secretodelicioso, me dijo:
—Anoche fue nuestra noche debodas, amor —me besó y continuó— Esta mañana estuve platicando con Mike y ledije que de regalo de cumpleaños le compraría un PlayStation, pero me dijo queya eso es aburrido si no tiene con quien jugar. ¿Sabes qué quiere el travieso?
Guardé silencio, un nudo deterror apretándose en mi estómago.
—Pues quiere que le regale unhermanito o hermanita —soltó una risa burlona—. Ja, ja, le dije que haremostodo lo posible... Su excitación era palpable; sus ojos brillaban conuna chispa perversa ante la idea de usar mi cuerpo no solo para su placer, sinopara un fin tan retorcido. Yo, por dentro, sentía cómo el pánico se enredaba enmis venas. No era solo su violación; era la planificación fría de convertirmeen la madre de mi propio medio hermano. Pues tenemos las semanascontadas para conseguir ese regalo, mi amor.
Cuando acosté en la noche a Mike,mis miedos se hicieron realidad. Mike me dijo, con su voz inocente: “Platicandocon papá, le dije que ahora que tú eres mi nueva mami, quiero una hermanita ohermanito para jugar”.
Apenas iba hacia mi habitacióncuando papá me interceptó en el pasillo y me dijo, tomándome del brazo: “Venconmigo… tenemos que empezar a envolverle su regalito a Mike”.
Me llevó a su habitación —la másgrande de la casa— y, mientras me besaba con una urgencia hambrienta, medesnudaba y me decía: “¿Sabías que esa vagina tuya me tiene loco? Jamás penséque fueras tan virgencita… Desde tu cumpleaños número 18 envidié al tipo que tedesvirgara, y la vida es tan benevolente que me ha regalado ese privilegio,reservado única y exclusivamente para papi, luego de la partida de tumadre. Lo veía como un regalo divino, un derecho que el destino lehabía concedido por haber esperado, una fruta prohibida que finalmente caía ensus manos. ¡Eres divina! Y ahora esta reina le dará vida a unaprincesa o príncipe…”.
En cuestión de segundos me tuvodesnuda y a su merced en la cama. Me folló en cuanta posición quiso, y aúnrecuerdo cuatro de ellas: primero de perro, con mis mejillas aplastadas contrael colchón y él agarrándome de las caderas con fuerza; luego de lado, con unapierna alzada sobre su hombro, permitiéndole una penetración profundísima;después sentada sobre él, a horcajadas, obligándome a cabalgarlo mientras élmasajeaba mis pechos con rudeza; y finalmente, de misionero, para poder mirarmea los ojos y ver su triunfo en mi mirada perdida. E involuntariamente,comenzó a arrancarme uno que otro gemido de placer, un traicionero reflejofísico que él comenzó a ver como un reto. Mi padre, con la pericia deun depredador que aprende los puntos débiles de su presa, descubrió cómomoverse, qué ángulos buscar, para que mi cuerpo, contra la voluntad de mimente, respondiera. Escuchar esos pequeños sonidos le animaba a darme más ymás, a prolongar la agonía buscando esa reacción que lo envalentonaba. Sialgo he de reconocer es que papá tenía demasiado aguante… Creo que debía beberalgo, porque a su edad no creo que sea normal estar follando más de una hora aese ritmo frenético.
Cuando me tuvo de nuevo enposición de misionero, me dijo, jadeando: “¿Sientes cómo el pene de papi seajusta a la perfección a tu vagina? Eso es porque ya te has moldeado a mí… ycon el tiempo será mejor… ¿Quieres que te llene de leche? ¿Quieres que papieyacule en ti? ¿Hmmmmm, sí? ¿Eso es lo que quieres? ¿Que papá llene tu conchitacon este líquido para hacer bebés? Pues aquí está, mi amor!! La máquina paracrear bebés funcionando a plenitud... Gózalo... goza tu próximo embarazo...asume tu tarea de reina, HMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!!!”.
Cerré los ojos e, indefensa,sentí como una vez más ese líquido hirviendo me inundaba por dentro.
“¡Siente cómo este trozo de carnede papi te llena y te riega todo el terreno fértil, mi amor! —exclamó conactitud perversa— ¡Siente cómo este trozo de carne que te dio vida ahora estácreando una nueva en tu matriz... el tronco de la vida! ¡Te juro que no mecansaré de hacerte hijos!”.
Papá colapsó exhausto encima demí. Mi vagina era una piscina de semen para ese entonces. Quise ponerme de pie,con urgencia, para limpiarme, para huir de ese olor y esa sensación, pero papáno me lo permitió. En su lugar, me posicionó de cuchara, abrazándome pordetrás, con sus piernas entrelazadas con las mías.
“Así ayudamos un poco a que losespermas corran hacia su objetivo…” me dijo sonriendo, y luego me aprisionó ensus brazos para no dejarme escapar. Durante la noche, y ya entrada lamadrugada, volví a despertar sintiendo el familiar peso y movimientosobre mí, su respiración acelerada en mi nuca, y la penetración vaginal, yacasi rutinaria, que comenzaba de nuevo. Mi cuerpo había aprendido a noresistirse, a ahorrar fuerzas. Era un saco de arena, inerte, esperando a que latormenta pasara.
A la mañana siguiente nosdespertamos casi al mismo tiempo porque Mike pedía entrar al cuarto.
—¡Enseguida voy, Mike! —le grité,al tiempo que papá y yo nos vestíamos con la premura de quien esconde unsecreto.
—No cabe duda de que esa vaginaestá más que llena de líquido para hacer bebés —murmuró él, mirándome consatisfacción—. Si continuamos así, en pocas semanas ese abdomen dejará de serplano y comenzará a crecer una hermosa barriguita.
Lo miré con todo el odio que pudereunir en mis ojos, pero a él le importó poco. Se limitó a seguir viendo cómome vestía, como un dueño admirando su propiedad, y luego salimos juntos enbusca de Mike.
-Ese día, mi papá nos puso unapelícula en la sala y mientras Mike la miraba sin pestañar, él me teníaabrazada a él, acostados los dos en el sofá. Sus manos exploraban mi cuerpo conuna familiaridad que me hacía sentir incómoda, pero sabía que no podía resistirme.Mientras me besaba, sus dedos se deslizaban por mi espalda, acariciando cadacurva con una intensidad que me hacía estremecer. Mike, absorto en la película,no se daba cuenta de nada. De hecho, en un momento, papá, ya muy excitado, lepidió a Mike que se acercara más al televisor. Y así, al estar más alejado mihermano, papá jalo una colcha y la acomodó de tal forma que hizo una casitapara que se la mamara. Luego, acomodó la colcha cubriéndonos, haciendoinvisible a los ojos de Mike como me subía en su verga y me hacía cabalgarlohasta vaciar todo su semen. Gemí sin querer, pero no pasó del gemido. Cuandoeyaculó dentro, mi padre me besó en los labios.
Al finalizar la película, papá meordenó quedarme en posición fetal durante 20 minutos, con el mismo ritual parapropiciar el embarazo. Mientras tanto, él subió con Mike a jugar en su cuarto.Me quedé allí, inmóvil, sintiendo cómo el semen de mi padre se movía dentro demí, imaginando mi futura vida como madre y esposa de mi propio padre. La ideame llenaba de una mezcla de miedo y excitación que no podía controlar.
Por la noche, la rutina deacostar a Mike, irme a bañar y al salir en bata, mi padre me interceptó."A dónde vas?" "Voy por mi ropa…" "Nada de eso, noperdamos el tiempo… vamos a nuestra habitación… De hecho, ya me cansé de andartepersiguiendo, eres mi mujer y tu lugar está a mi lado. Así que de hoy enadelante dormirás a mi lado… Mañana mismo te ayudaré a mudar todas tus cosas anuestra habitación marital… Tu cuarto pasará a ser el cuarto de nuestra futurahija…"
Apenas entramos, cerró la puertacon cerrojo y nuevamente me folló hasta vaciarme todo su semen en lo profundode mi vagina. Caíamos dormidos y luego me despertaba en la madrugada y mevolvía a follar, siempre cambiando de posiciones a la hora de eyacular. Eraobvio que estaba más que decidido… y yo más que segura de que lo lograría.
Papá estaba extasiado y cada vezme pedía involucrarme más en el sexo. Obligada, tenía que fingir mis gemidos. Aveces, quizás involuntariamente, se me escapaba uno que otro real. Papá mepedía que le dijera que me gustaba el sexo y que él era mi rey. Por eso, aveces yo gemía y le decía: "Fóllame rico, mi rey… No cabe duda de que eresel rey de esta casa… Fóllame y demuéstrame por qué eres mi rey Sergio!!","Enséñame por qué este pito merece un cuerpo como el mío…", "Metienes loca con tu pene, papito lindo", "Este pene es mío y de nadiemás!" o "Lléname de leche… Hazme tuya y hazme un hijo…" Esosiempre le volvía tan loco que generalmente era cuando vaciaba toda su leche.
De hecho, al pasar de los días,aprendí que si quería que terminara pronto, debía moverme y decirle cochinadasque lo descontrolaran y lo hicieran acabar. Involuntariamente, por eseentonces, comencé a sentir mis primeros orgasmos que me volvían loca de placer.Papá veía esto como un premio.
"Cada vez coger contigo esmás rico… Estás hecha una hembra de campeonato! Y lo mejor es que yo soy tudueño…" me decía, sintiéndose macho alfa. Y sintiendo que poco a poco meconvencía a tomar el papel de esposa. Y quizás así era.
Una mañana nos llevó al garaje ynos mostró su carro nuevo, un BMW elegante y del año 2020. "Quién diríaque a mis 48 añotes iba a conducir un BMW del año y traer una preciosa modelode 18 añitos de esposa… Qué dichosa es la vida!" lo dijo orgulloso yexcitado.
Durante dos o tres semanas, mefollaba diario, quizás cuatro o hasta cinco veces. Me follaba a la hora dedormir, cuando despertábamos, e incluso en la cocina o donde pudiera. Mi vaginase acostumbró a siempre estar llena de su semen, y cuando tuvo que llegar miperiodo, este jamás llegó. Contaba los días de atraso, y cada día eran mássesiones de sexo con mi padre.
Papá sacó sus cuentas, y cuandoya llevaba varios días de retraso, me hizo una prueba casera que confirmó loesperado. Ese día hubo celebración en casa. La felicidad de Sergio erapalpable, con el BMW en casa y una modelo joven de esposa y embarazada, susueño se había hecho realidad.
Papá organizó una deliciosacomida junto a la alberca, y Mike estuvo feliz. Convivíamos como una verdaderafamilia, una familia que nunca tuvimos por culpa de mi madre. Ya le llamaba porsu nombre a mi padre, y él se dirigía a mí como todo un esposo. Dejó deacecharme como antes, y ahora era todo un caballero. Creo que de cierta forma,me fui acostumbrando a él. Sus caricias ya no se sentían como antes; ahora mellenaban de placer, al igual que sus besos y su pene. Por dios, su pene mevolvía loca. Supongo que guiada por las hormonas del incipiente embarazo, peroahora ya no esperaba a que él me lo pidiera. Apenas entraba a la habitación, meapresuraba a quitarle la ropa, luego le mamaba el pene hasta dejárselo brillosoy terminaba montándolo hasta que me vaciara todo su semen. Me encantaba queMike me dijera mamá y me llenara de mimos. Era una vida enferma, lo sé, pero meencantaba, amaba esa vida.
En ese momento, Paulita reaccionóy cayó en cuenta de lo que estaba diciendo. Miró a Quilmes, y este, sonriendo,le dijo: "Apenas cambiaste de postura, he parado la grabación… No debespreocuparte, Paulita."
"Como psicólogo analíticodel caso, estoy obligado a reportar el incesto que el ginecólogo hizo menciónen el reporte del nacimiento de tu bella hija… Pero también soy hombre yentiendo los instintos animales. Tu padre dio un paso extremo, pero no lo juzgoporque eres una mujer realmente hermosa. Así que dime, ¿quieres que declaren atu papá inocente? O mejor dicho… ¿quieres que tu esposo quede enlibertad?"
Paula lo miró nerviosa y,secándose las lágrimas, le dijo: "Va a pensar que estoy loca, pero sí…Quiero que mi esposo esté de vuelta en mi casa. Ese médico entrometido quereportó el incesto… Sí, al inicio, mi padre me orilló a tener relaciones con él,pero la verdad es que a mi padre lo he aprendido a amar como hombre, y ahora nopuedo vivir sin él. Me hace tanta falta por las noches que si sigo durmiendosin él, le juro que me muero…"
Quilmes estaba excitadísimo.Apenas Paula le pidió que absolvieran a su padre, hizo un pacto con ella."Lo haré a cambio de sentir lo que tu padre siente a diario… Con turelato, me has puesto la verga al mil y no puedo dejar que te vayas sin tenerte…"
Apenas se puso de pie, Quilmesliberó su pene y se lo dio a mamar a Paulita, a quien no le quedó de otra másque hacerlo. Paula mamó con culpa, pero se empezó a justificar que lo hacía porsu nuevo esposo, Sergio, y se la mamó deliciosamente. "HMMM, qué rico lochupas… Se ve que tu papi te ha enseñado bastante bien…"
Paula se maravilló con el pene deaquel hombre. Solo había experimentado con el de su padre, y el de Quilmesparecía ser el doble de grueso y tamaño. Con trabajos pudo mamarlo, y ni quedecir cuando lo hizo montarlo. "AAHHHHHHHHHHHHH…" Gimió con fuerzaPaula al tiempo en que Quilmes comenzaba a follarla. "HMMMM, qué estrechocanalito tienes!!! No cabe duda de que las chavas de 18 son carne fresca paranosotros los animales de más de 40…"
"AAHHH, SIIII, CÓJAME,DOCTOR… DEMUESTREME QUE TANTO LE GUSTA MI CUERPO!" Esto último enloquecióa Quilmes, y en cuestión de minutos le vació toda la leche a Paula."AAAHHHHHHH, HMMMMMMMMMMMMM, OOOOHHHH…" Gimieron con fuerza. Luego, Quilmesla despidió, indicándole que en su consultorio estaría siempre su vergaesperándola para esos días de soledad mientras salía su padre.
Sobra decir que, aun cuando elpadre de Paula ya está en libertad, Paulita sigue visitando ocasionalmente aQuilmes, y, con la excusa de terapia, no hace más que montarle la verga deliciosamente.Principio del formulario
 

2 comentarios - Papá me embarazó en cuarentena