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Compendio III
LA JUNTA 17: DOMINIO I
A los pocos días de la reunión, acababa de disfrutar de un agradable almuerzo y estaba ocupándome de mis asuntos cuando me interrumpió Cristina, la jefa de TI, que irrumpió en mi oficina como si fuera suya.
• ¡Marco! - exclamó con ese tono violento que normalmente significaba una declaración de guerra.
Tenía una mirada diferente. Era algo más ardiente e intensa al habitual, como si acabara de descubrir que su consolador favorito se le habían acabado las baterías a punto de llegar al orgasmo.

Respiré hondo, levanté la vista de mi ordenador y la miré a los ojos. Parecía absolutamente furiosa.
- ¿Qué puedo hacer por ti, Cristina? – consulté, tratando de mantener la calma.
Entrecerró los ojos mientras se acercaba a mi escritorio.
• ¡Sabes perfectamente qué! – espetó en un furibundo grito. - ¡Me tendiste una trampa! Julien no tenía derecho a interrumpirme durante la reunión de la junta. ¡Sabes que tenía razón sobre Isabella!
Me sentí molesto. Isabella es mi amiga (con beneficios) y le conseguí un trabajo porque estaba en desgracia. Nadie más en la junta sospechaba que tuviera un pasado tan colorido (una antigua socialité, la esposa divorciada de un concejal corrupto), pero Cristina, en su arrogancia, se atrevió a descubrir su tapadera. Así que no me contuve.

- Cristina. - comencé, con voz firme e indiferente. - Tienes que aprender cuándo mantener la boca cerrada. No eres mi jefa, y desde luego no eres la jefa de esta empresa. Ahora, si ya has terminado con tu rabieta, sal de mi oficina. Tengo trabajo que hacer.
Por supuesto, ella no lo aceptó. Seguía viéndome como el ingeniero de minas simplón que había llegado a este entorno corporativo gracias a la generosidad de nuestra CEO, Edith. Pero, a diferencia de la mayoría de los demás miembros de la junta, yo obtenía resultados y era capaz de resolver problemas.
Las mejillas de Cristina enrojecieron intensamente y apretó los puños con fuerza.
• ¿Crees que puedes hablarme así? - preguntó con desdén, inclinándose sobre mi escritorio, con los pechos presionando la tela de su blusa. - ¡Te costará el trabajo por hacerme esto!
Me recosté en mi silla, sin apartar la mirada de ella.
- Cristina. - repliqué con calma. - Quizás, deberías cuidar cómo me hablas. Sé cosas sobre ti que podrían arruinar tu carrera.

Sus ojos se agrandaron y, por un momento, pareció genuinamente asustada. Sabía que yo no fanfarroneo con desconocidos. Yo sabía sobre su vida secreta como dominatrix, la que ella creía haber ocultado tan bien. La que la hacía sentir tan poderosa, hasta ahora, cuando se dio vuelta la tortilla.
Lo descubrí por casualidad: mi esposa, Marisol, fue al baño durante una de esas estúpidas cenas corporativas y escuchó accidentalmente a Cristina y Madeleine. En aquel entonces, ella era la ama de Madeleine. Pero después de que yo empezara a acostarme con Maddie, su relación se rompió.
Exhalé, pellizcándome el puente de la nariz.
- Mira. Si estás aquí para jugar a ser ama, búscate a otra persona. No tengo tiempo para tus juegos. Ni para tus perversiones. – Demandé irritado por su actitud.
Todo su cuerpo se quedó inmóvil.
• ¿Qué... me acabas de decir? – preguntó atónita.
La miré fijamente a los ojos.
- Ya me has oído. Lo sé desde hace tiempo. No sabes borrar tus huellas. La gente habla. Y los baños no están insonorizados. – respondí con saña.
Se quedó paralizada, con los labios entreabiertos y los ojos apenas ocultando el terror. Para una mujer que vivía controlando todo, el silencio era más estridente que cualquier grito.
• ¿De qué estás hablando? - preguntó con una mezcla de furia y miedo en la voz.
Suspiré en frustración. En realidad, no era la primera vez que se lo sacaba en cara. Todavía recuerdo esa fiesta de Halloween donde Maddie y Cristina me interrumpieron al llevarme a mi ruiseñor a mi oficina para comérmela. Pero, aun así, mantuve el control.
- ¡No te preocupes! - le respondí con inmerecida mayor suavidad. - Tu secreto está a salvo. A diferencia de ti, yo no mezclo los negocios con el placer, o al menos, no tan abiertamente como tú. Pero haces un buen trabajo en TI. No voy a arruinar eso. - Me incliné hacia adelante, con voz firme. - Pero si vuelves a atacarme o a las personas que me importan, eso es diferente. Entonces, tendremos un problema.
Cristina me miró a los ojos, buscando una mentira o un truco, pero no encontró ninguno. En cambio, encontró una pared de acero y determinación. Sabía que no estaba fanfarroneando. No me importaban los juegos de poder ni los dramas corporativos. Lo único que me importaba era el resultado final. Y en ese momento, ella lo estaba amenazando.
Su pecho se agitaba y no pude evitar apreciar la forma en que sus pechos se tensaban contra la tela de su blusa. Eran enormes, fácilmente una copa F, y la forma en que se movían era hipnótica. Pero eso no era lo importante en ese momento. Lo importante era que ella se había pasado de la raya y lo sabía.
- Ahora, te agradecería que salieras de mi oficina para que pueda volver al trabajo. – ordené con voz firme y confiada.
Los ojos de Cristina brillaron con algo parecido a la derrota. Sabía que la habían vencido, al menos por ahora. Con un resoplido, dio media vuelta y empezó a marcharse, pero yo aún no había terminado con ella.
- Pero antes de que te vayas... - le dije con voz severa. Se detuvo, dándome la espalda, con los hombros tensos. - Si quieres conservar tu trabajo y mantener tu orgullo, vas a tener que aprender modales.
• ¿Qué estás insinuando? - Se dio la vuelta lentamente, entrecerrando los ojos.
Me levanté, rodeé el escritorio y me acerqué a ella.
- No estoy insinuando nada, Cristina. Estoy diciendo una verdad. Tienes que aprender a respetar. Y voy a empezar a enseñarte ahora mismo.

Abrió aún más los ojos y dio un paso atrás, pero yo ya estaba demasiado cerca. Me puse de pie y crucé los brazos. Se sintió acorralada, a pesar de que era libre de marcharse. Cristina sabía que yo no era tipo con el que se pudiera jugar.
- ¡Desnúdate! - le ordené con firmeza, y mi voz resonó en la silenciosa habitación.
Cristina se quedó boquiabierta y me miró con una mezcla de sorpresa e indignación.
• ¿Perdón?
No me inmuté.
- ¡Ya me has oído! - demandé con voz fría y dura. - ¡Desnúdate! ¡Ahora mismo!
Debo confesar que era la primera vez que hacía algo así. No es uno de mis fetiches manipular a los demás o tratarlos mal. Pero sabía que, si quería jugar contra Cristina, tenía que ser “el perro más grande”. Sin embargo, eso no significaba que no fuera a divertirme en el proceso.
Sus ojos buscaron en los míos cualquier indicio de broma o engaño, pero no encontraron ninguno. Yo hablaba muy en serio, y ella lo sabía. Con un resoplido, comenzó a desabrocharse la blusa, con las manos temblorosas por una mezcla de ira y algo más, ¿Miedo? ¿Excitación, tal vez? A medida que cada botón se deslizaba por la tela, sus pechos se hinchaban, amenazando con salirse del sujetador.
- ¡Para! - grité, paralizándola en el acto. - No estás llegando a casa después del trabajo. Estás intentando seducirme. ¿Es eso lo mejor que puedes hacer? - le desafié.

Sus manos se detuvieron a mitad de desabrochar y me miró con ira, pero pude ver el calor en sus ojos, el deseo que no podía ocultar.
• ¡Está bien! – murmuró por lo bajo. - Pero esto no cambia nada.

Mientras se quitaba la blusa, le siguió el sujetador, revelando sus pechos en todo su esplendor. Eran enormes, cada uno una obra de arte, con montículos perfectamente redondos y firmes coronados por grandes areolas rosadas y pezones erectos que pedían atención. Mi polla se agitó en mis pantalones y sentí una sonrisa burlona en mis labios. Esto iba a ser interesante.
A continuación, se quitó la falda y salió de ella con la elegancia de una mujer que sabía moverse con tacones. Verla solo con bragas y medias era suficiente para hacer hervir la sangre de cualquier hombre. Sus muslos eran gruesos y poderosos, y la forma en que su culo se movía ligeramente al caminar era una prueba de su figura curvilínea. Sin embargo, para mi sorpresa, noté un cable con correas que sobresalía de su coño: llevaba un vibrador.

- ¿Y qué es esto? - pregunté, señalando el dispositivo.
Su rostro enrojeció aún más y dio un paso atrás, tratando de cubrirse con las manos.
• No es... asunto tuyo. - tartamudeó.
- Al contrario. – exclamé triunfante, mirándola con recelo. - Es mucho asunto mío cuando afecta al rendimiento de mis compañeros de la junta directiva. ¿Qué es esto, Cristina? ¿Un pequeño incentivo para el lugar de trabajo?
Tengan en cuenta que yo seguía junto a mi escritorio y ella estaba a unos cinco metros de mí. Así que, en cierto sentido, se desnudó por decisión propia.
- ¡Quítate eso! - le ordené, señalando el vibrador.
Ella me miró con una mezcla de vergüenza y rebeldía, pero se agachó y se desabrochó el artilugio, sin apartar los ojos de mí.
Mientras se quitaba el vibrador, su coño temblaba, claramente ansioso y húmedo. Sostuvo el dispositivo en su mano, y el suave zumbido ahora era perceptible. Finalmente, estaba completamente desnuda, con las bragas y las medias en un charco alrededor de sus tobillos.
- ¡Quédate ahí! - le ordené, mientras cogía mi teléfono. - ¿Hola? Sí, soy yo. Te necesito en mi oficina ahora mismo.
Unos momentos más tarde, la puerta se abrió y entró Madeleine, la jefa de Recursos Humanos. Tenía una expresión de desconcierto en el rostro hasta que vio la figura desnuda y vulnerable de Cristina. Abrió mucho los ojos y me miró en busca de una explicación.
• ¡Madeleine, gracias a Dios! - dijo Cristina al ver entrar a la rubia explosiva en la oficina. - ¡Mira lo que me ha hecho hacer!

Madeleine me miró con ojos interrogantes. Era una mujer voluptuosa de 38 años con cabello rizado que le caía en cascada sobre los hombros y enmarcaba su rostro redondo y angelical. Sus pechos, de una generosa talla DD, siempre eran una distracción en la oficina, especialmente con las blusas ajustadas que le gustaba llevar. Su figura era testimonio de buenos genes, con una cintura estrecha y un trasero que podía hacer que a cualquier hombre se le hiciera la boca agua.

- ¡Sí, claro! - repliqué en voz baja y peligrosa. - ¡Maddie, por favor, cierra la puerta con llave! No quiero más interrupciones.
Los ojos de Madeleine se dirigieron rápidamente a la cerradura y volvieron a mí, con una mirada de comprensión. Se acercó e hizo lo que se le había pedido, y el clic de la cerradura resonó en la habitación como un disparo. Se volvió hacia nosotros, con la curiosidad despertada.
Cristina estaba conmocionada y expuesta. Madeleine ni siquiera me hizo preguntas.
- Madeleine, - dije, señalando a Cristina. - creo que nuestra querida directora de TI tiene algo que le gustaría mostrarte.
La mirada de Madeleine pasó de mí a la mujer desnuda y temblorosa que tenía delante. Sus mejillas se sonrojaron ligeramente, pero no dijo ni una palabra. Era una profesional y sabía que, en el mundo empresarial, las cosas no siempre eran lo que parecían.

• ¡Él me obligó a hacerlo, Madeleine! ¡Lo juro! - suplicó Cristina de nuevo, mientras Madeleine se fijaba en el cable colgante del vibrador que tenía en la mano.
- Sí, desde esta distancia, obligué a Cristina a desnudarse en mi oficina. - exclamé con sarcasmo.
Madeleine abrió mucho más los ojos, pero permaneció en silencio. Era la jefa de Recursos Humanos y estaba acostumbrada a lidiar con todo tipo de dramas en la oficina. Pero esto era definitivamente algo nuevo.
- Lo siento, Madeleine. - exclamé con un tono más severo - Pero hay que ocuparse de esto. Ha estado causando problemas y creo que es hora de que aprenda cuál es su lugar.
Madeleine asintió con la cabeza, todavía asimilando la escena. Sabía que no debía cuestionarme en una situación como esta. Su propio pasado conmigo había sido... complicado. Teníamos una historia propia, un secreto que nos unía en más de un sentido.
o Bueno, supongo que Marco tiene razón. - sentenció Maddie, siguiéndome el juego. - Es muy sospechoso que estés desnuda en su oficina, Cristina, especialmente con un vibrador en la mano mientras Marco está en su escritorio. Creo que este es un claro caso de acoso sexual, según nuestras políticas corporativas.

Madeleine dio un paso hacia Cristina, y esta se echó hacia atrás, con la mirada saltando entre nosotros como un animal acorralado.
• ¿Qué vas a hacerme? - preguntó con voz temblorosa.
Dejé el teléfono grabando sobre el escritorio y me recosté en la silla, observando la escena con una sonrisa burlona.
- No voy a hacerte nada, Cristina. Pero Madeleine y yo vamos a tener una pequeña charla. Y ya que estás aquí, más vale que te hagas útil.
Sus ojos se agrandaron al darse cuenta de lo que estaba insinuando.
• ¡No puedes hablar en serio! – susurró, sobrepasada por la situación.
Levanté una ceja, con expresión inflexible.
- ¡Oh, sí que lo estoy! – exclamé sonriendo confiado. - Madeleine, ven aquí.
Madeleine obedeció, con pasos lentos y deliberados. Sabía lo que se avecinaba y sabía que estaba a punto de conseguir algo más que un simple rumor de oficina para añadir a su colección.
- ¡Maddie, por favor, quítate las bragas! - le ordené con una voz gentil y cortés, indicándole que se subiera a mi escritorio, justo delante de Cristina.
Las mejillas de Madeleine se tiñeron de un tono más oscuro de rosa, pero no discutió. Sabía lo que se avecinaba. Sabía que la habían pillado en una situación que iba a cambiar para siempre la dinámica de poder en la oficina. Con manos temblorosas, enganchó los pulgares en la cintura de la falda y la bajó, dejando al descubierto su tanga blanco de encaje. Salió de él y lo apartó de una patada, quedando ante nosotros solo con la blusa, las medias y los tacones.
- ¡Buena chica! - le felicité con voz suave como la miel. - Ahora, abre las piernas para Cristina.
Madeleine dudó un momento, pero hizo lo que se le ordenaba. Se subió a mi escritorio, con las piernas bien abiertas, mostrando su coño a la mujer que acababa de amenazarme. Era un claro recordatorio de quién estaba realmente al mando aquí.

- Ahora, Cristina. – continué satisfecho, disfrutando del juego de poder. - Quiero que te disculpes por tu comportamiento. Y lo harás de una manera que demuestre que realmente entiendes cuál es tu lugar.
Sus ojos parpadearon entre el coño expuesto de Madeleine y mi cara, con una mezcla de horror e incredulidad. Pero sabía que no tenía otra opción. Con un respiro tembloroso, dio un paso adelante y se arrodilló frente al coño húmedo de Madeleine.
Los ojos de Madeleine se encontraron con los míos, con una pregunta silenciosa en ellos. Asentí con la cabeza y ella se inclinó ligeramente hacia atrás, permitiendo a Cristina un mejor acceso. Las piernas de la rubia temblaban, pero permaneció en su posición, sin apartar los ojos de los míos, mientras abría más las piernas, ofreciéndose a la mujer que acababa de amenazar con arruinarnos a ambos.

La mano de Cristina se cernió sobre el coño de Madeleine y, por un breve instante, pareció contemplar la posibilidad de desafiarme. Pero el miedo a que su secreto saliera a la luz era demasiado grande. Con un suspiro de derrota, se inclinó y tocó tímidamente el clítoris de Madeleine con la lengua. El contacto fue eléctrico y vi cómo la tensión en la habitación se hacía cada vez más densa, cargada de una mezcla de ira, miedo y una excitación innegable.
Madeleine echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un suave gemido. Estaba claro que, a pesar de las circunstancias, disfrutaba de la sensación. En cuanto a Cristina, la dinámica de poder estaba cambiando ante sus ojos. Su papel dominante se había invertido y ahora era ella la que estaba de rodillas, sirviendo.
- ¡Muy bien! Maddie, ¿Lo está haciendo bien? —pregunté con una sonrisa.
Madeleine abrió los ojos de golpe y se encontró con mi mirada.
o Mhm... sí. - jadeó con voz cargada de deseo.

Me recosté en mi silla, con mi polla ahora completamente erecta y dolorosamente oculta bajo mis pantalones.
- Sigue. - le ordené a Cristina, con un gruñido de satisfacción en mi voz.
Ella obedeció, moviendo su lengua con más confianza sobre los pliegues de Madeleine. Las caderas de la rubia comenzaron a balancearse ligeramente, su cuerpo traicionándola mientras se perdía en la sensación.
Mientras los observaba, no pude evitar sentir una sensación de victoria. Acababa de darle la vuelta a la tortilla a la mujer que pensaba que podía manipularme. Y ahora era ella la que estaba siendo controlada, la que estaba siendo utilizada para el placer. Era una sensación embriagadora, una que nunca antes había experimentado.
Los gemidos de Madeleine se hicieron más fuertes, su cuerpo respondía a las caricias de Cristina. Sus pechos se agitaban con cada respiración, sus pezones duros y erectos, pidiendo atención. Extendí la mano y pellizqué uno, lo que le arrancó un grito ahogado y una mirada de sorpresa a Cristina.
Aunque al principio la había obligado a hacerlo, Cristina estaba claramente disfrutando mientras comía el coño de Maddie. Su lengua se hundió profundamente en el coño de Maddie y chupó el clítoris de su antigua amiga como si estuviera enamorada de él.
- Bien. – exclamé satisfecho con lo que veía, acariciando el muslo de Maddie mientras se retorcía en mi escritorio. - Estás aprendiendo rápido.

Cristina levantó la vista, con los ojos brillantes de ira y necesidad.
• ¡No soy tu maldita mascota! - gruñó, pero su voz estaba teñida del mismo deseo que pintara los rasgos de Maddie.
- Quizás aún no. – le aclaré, acariciando mi polla erecta a través de los pantalones. - Pero estás en mi oficina, de rodillas, con la boca en el coño de otra mujer. A mí me pareces bastante sumisa.
Los ojos de Cristina brillaron con una mezcla de ira y excitación, pero no se detuvo. Sabía que estaba en una situación precaria y no iba a dejar que su orgullo arruinara todo por lo que había trabajado.
Di otro paso hacia adelante, observando la escena con satisfacción por el costado.
- Ahora, veamos si puedes hacerlo mejor. – le ordené con voz ronca. - Haz que se corra.
Cristina entrecerró los ojos, pero no dejó de lamer el coño de Madeleine. Al contrario, aceleró el ritmo y pasó la lengua por el clítoris de Maddie con una ferocidad renovada. Los gemidos de Madeleine se hicieron más fuertes, llenando la oficina con el dulce sonido de la sumisión. Sus piernas comenzaron a temblar y su respiración se volvió entrecortada a medida que se acercaba al límite.
Madeleine apretó los ojos con fuerza y su cuerpo se retorció bajo la presión de la hábil boca de Cristina. Sus manos se aferraron al borde del escritorio, con los nudillos blancos por la tensión.
o Oh... oh... sí... – jadeó la rubia con voz desesperada, como si recibiese alivio a gotas.
Los ojos de Cristina estaban pegados al rostro de Madeleine, observando cada espasmo, cada pequeño ruido que hacía. Estaba claro que, a pesar de su enfado, también disfrutaba del poder que ahora tenía sobre su colega. El vibrador quedó olvidado en el suelo, y el único sonido en la habitación era el ruido húmedo y baboso de su lengua contra los pliegues de Madeleine.
A medida que la respiración de Madeleine se volvía más entrecortada, me acerqué y extendí la mano para acariciar los pechos de la rubia. Sus pezones estaban duros como piedras, suplicando mi caricia, y no la decepcioné. Los acaricié entre mis dedos, sintiendo cómo se tensaban aún más mientras ella gemía. Su cuerpo se arqueó, empujando su coño más cerca de la boca de Cristina.
La morena levantó la vista, con los ojos brillantes por una mezcla de ira y lujuria. Sabía que la estaban utilizando, pero no podía negar la emoción que le producía todo aquello. Su excitación era evidente, su coño brillaba de deseo.
- Sigue. – ordené autoritario, con la mirada fija en la escena que tenía ante mí. - Haz que se corra para mí.
Los ojos de Cristina brillaron con rebeldía, pero sabía que no tenía otra opción. Redobló sus esfuerzos, haciendo girar su lengua alrededor del clítoris de Madeleine con precisión experta. Los muslos de la rubia temblaron y sus caderas se arquearon involuntariamente al acercarse al clímax. El aroma de la excitación llenó la habitación, haciendo que mi polla palpitara con mayor insistencia.
Madeleine contuvo el aliento y dejó escapar un fuerte gemido al alcanzar el clímax, con el cuerpo temblando de placer. Di un paso atrás, dándoles un momento para recuperarse, disfrutando de la vista de las dos poderosas mujeres en diversos estados de desnudez y desorden.

Cristina se apartó, con las mejillas sonrojadas y la respiración entrecortada. Me miró con una mezcla de ira y resentimiento, pero pude ver la chispa del deseo en sus ojos. Era una bestia salvaje que acababa de ser domesticada y no sabía muy bien cómo procesarlo.
- Ahora, vas a ayudarme y lo vas a hacer con ganas. Maddie te guiará. -proclamé con voz firme.
Madeleine bajó del escritorio, con las piernas temblorosas por el intenso orgasmo. Me miró con una mezcla de confusión y excitación. Asentí con la cabeza hacia mi polla, que ahora se tensaba contra mis pantalones. Se humedeció los labios, comprendiendo lo que se esperaba de ella. Se arrodilló y me desabrochó el cinturón, sin apartar los ojos de los míos.

• ¡Oh, Dios mío! - exclamó Cristina, mientras Maddie la sacaba de mis calzoncillos. -¡Es enorme!
Madeleine sonrió con orgullo, después de haberlo probado varias veces.
o No es enorme. Está ligeramente por encima de la media. Pero es bastante gruesa y sabrosa. - explicó, mirándome con complicidad.
Cristina se quedó mirando mi polla, con los ojos muy abiertos y las mejillas sonrojadas. Se humedeció los labios inconscientemente mientras la contemplaba. Estaba claro que se sentía intimidada e intrigada por el tamaño de mi virilidad.
- ¡Vamos, Maddie! ¡No seas tan codiciosa! – bromeé, disfrutando de su refrescante mamada. - Se supone que debemos darle una lección, ¿No? ¿Cómo va a aprender si no practica?

Madeleine se rió y sacó mi polla de su boca con un sonido audible. Miró a Cristina, que seguía arrodillada y desnuda.
o ¡Te toca! – le ordenó con un guiño.
Los ojos de Cristina se posaron en mi polla y luego volvieron a mí, con una mezcla de ira y excitación en su mirada. Pero no protestó. Ahora sabía cuál era la situación. Con un resoplido, se inclinó y su aliento caliente rozó la punta. Su lengua rosada se asomó y lamió el líquido preseminal que se había acumulado allí. Era un espectáculo único: la ardiente directora de informática, ahora una participante sumisa en este inesperado juego de poder y deseo.

Pero Maddie no había terminado. Empezó a besar la base y a lamerme los testículos mientras Cristina se ocupaba de la punta. Era un espectáculo digno de contemplar: dos sexys zorras corporativas compartiendo mi polla.
Sus bocas suaves y húmedas trabajaban al unísono, cada una ansiosa por demostrar su valía, por mostrar su sumisión. Mientras se turnaban para chupármela, podía ver el brillo competitivo en sus ojos. Estaba claro que ambas habían estado esperando este momento, estar bajo mi control, servirme.
Cristina fue la primera en romperse, con los ojos llorosos mientras me tomaba tan profundo como podía. Se atragantó y se echó hacia atrás, con las mejillas hundidas y los labios estirados alrededor de mi grosor.
• ¡No puedo! – se quejó atragantada, con la derrota grabada en sus hermosos rasgos. - ¡Es demasiado gruesa!
- ¡Sí, está bien! – le respondí, mirando a Maddie, que me miraba con ojos ilusionados. - Tú tampoco te merecías mi semen. Aún tienes que aprender. ¡Vamos, Maddie, toma tu recompensa!
Los ojos de Madeleine se iluminaron y volvió a meter mi polla en su boca con renovado entusiasmo. Chupó y lamió con toda la pasión y habilidad que tenía, hundiendo las mejillas mientras me metía profundamente. Sus manos agarraron mis muslos, clavándome ligeramente las uñas, instándome a soltar mi carga.
Podía sentir los celos de Cristina. Maddie lo tomó como una campeona. En ese momento, podía hacerme una garganta profunda casi sin problemas. Y le encantaba complacerme y acariciarme.
- ¡Mírame, Cristina! - le exigí. - ¡Mira cuánto quiere complacerme!

Sus ojos se clavaron en los míos, la ira en ellos ahora mezclada con algo más, ¿Envidia, tal vez? Observó cómo la cabeza de Madeleine se movía arriba y abajo, con las mejillas hundidas y los ojos cerrados en éxtasis. Sabía que ella quería ser la que me diera placer, la que tuviera el poder.
- Ella sigue las reglas. No me interrumpe mientras trabajo. Entiende cuál es su lugar. ¿Lo entiendes tú? - le pregunté, mientras sujetaba la cabeza de Maddie para que me tomara más a fondo.
Cristina asintió con la cabeza, sin apartar los ojos de la escena erótica que se desarrollaba entre nosotros. Su propia excitación era palpable en la habitación, el aroma de su deseo se mezclaba con el aroma del poder y la sumisión.
- ¡Bien! - exclamé, acariciando cariñosamente el pelo de Madeleine mientras ella continuaba con su entusiasta mamada. - Ahora vas a ver cómo hace que me corra.
Los ojos de Madeleine me miraban con entusiasmo, ansiosos por el desafío. Chupaba con más fuerza, acariciando mi miembro con su mano mientras trabajaba mi polla con habilidad experta. Verla tan ansiosa y obediente solo sirvió para llevarme más cerca del límite.
Cristina observaba, con su propio coño reluciente de deseo. Era la jefa de informática, una mujer acostumbrada a tener el control, pero allí estaba, viendo cómo otra mujer me daba placer. Podía ver cómo le daba vueltas a la cabeza, empezando a comprender que me había subestimado.
Madeleine me tomó más a fondo, sin quitarme los ojos de encima. Era una profesional en esto, su boca se ajustaba perfectamente a mi polla. Su lengua bailaba por la parte inferior y me tragaba mientras me llevaba hasta el fondo de su garganta. La visión era hipnótica y sentí cómo la tensión en mis testículos aumentaba.
- ¿Ves, Cristina? – me burlé, con la voz tensa por el placer. - Esto es lo que pasa cuando sabes cuál es tu lugar. Te recompensan.
Madeleine cerró los ojos y me tomó hasta el fondo, con los músculos de su garganta contrayéndose a mi alrededor. La sensación era exquisita y sentí que me acercaba al límite. Ella sabía exactamente cómo empujarme, gracias a sus habilidades perfeccionadas en nuestros encuentros anteriores.
Los ojos de Cristina estaban pegados a la escena, su propia excitación crecía con cada embestida. Pude ver cómo su mano se deslizaba hacia su coño, sus dedos frotando su clítoris mientras observaba. Era una mujer al límite, desesperada por liberarse, pero negada por sus propias acciones.
- ¡Maldición, Maddie! - gemí, sacudiendo las caderas mientras me acercaba al clímax. - ¡Me vas a hacer acabar ya!
Abrió los ojos de golpe y asintió con la cabeza, con las mejillas sonrojadas por la excitación. Redobló sus esfuerzos, moviendo su mano más rápido, trabajando con la boca como si fuera la misión de su vida. Podía sentir cómo aumentaba el calor, cómo crecía la presión, hasta que finalmente no pude contenerme más.
- ¡Trágatelo! - le ordené, y los ojos de Madeleine se abrieron con expectación.
A medida que se acercaba mi clímax, los ojos de Madeleine se llenaron de lágrimas, pero no se apartó. En cambio, me tomó más profundo, apretando su garganta alrededor de mi polla mientras se preparaba para tomarme por completo. Con una última y potente embestida, me corrí, y mi semilla caliente brotó en su boca. Ella tragó, sin apartar los ojos de los míos, en un acto de sumisión definitivo.

Cristina observó conmocionada cómo Maddie tragaba cada una de mis descargas. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.
- ¡Buena chica! - le felicité, acariciándole la cabeza a Madeleine como si fuera una mascota bien educada. Ella me miró, con una mezcla de orgullo y lujuria brillando en sus ojos. - ¡Has estado increíble! ¡Te has ganado tu recompensa!
Madeleine se levantó, con las piernas aún temblorosas, y se inclinó hacia mí, presionando sus pechos contra mi pecho.
o ¡Gracias, Marco! - susurró con la voz cargada de satisfacción.
Empecé a quitarle la blusa a Maddie. Sus increíbles pechos parecían estar pidiendo a gritos ser liberados.
• ¿Qué estás...? - preguntó Cristina, pero entonces se fijó en mi polla, que seguía hinchada.
o ¡Oh, tú no lo sabes, Cristina! - comentó Madeleine mientras se apoyaba contra la ventana, como había querido hacer la última vez. - Cuando Marco se corre, su polla se hincha durante un rato y puede volver a hacerlo por segunda vez.
La besé en los labios.
- ¡Buena chica! Pero esta vez, Cristina va a ser castigada por portarse mal. - señalé en tono burlón. - Va a tocarse con su propio vibrador mientras nos ve follar. ¿Qué te parece, Maddie?
Los ojos de Madeleine brillaron de emoción.
o Creo que es una idea brillante. - respondió con voz ronca.
Se quitó la blusa, dejando al descubierto sus grandes y redondos pechos con sus pezones rosa oscuro, que ya estaban erectos y pidiendo atención.
Me volví hacia Cristina, que ahora estaba sentada sobre sus talones, con su excitación evidente mientras nos observaba a Madeleine y a mí.
- ¡Ya has oído a la señorita! – le ordené, señalando el vibrador que había en el suelo. - ¡Cógelo y haz lo que te han dicho!
Giré a Maddie contra la ventana. Estaba encantada. La última vez, quería que la follaran a lo perrito con los pechos apretados contra la ventana. La cogí sobre mi escritorio. Pero ahora, como “recompensa”, iba a conseguir lo que quería, mientras Cristina nos vería follar.
Cristina cogió el vibrador y, sin apartar la mirada de nosotros, lo encendió. Empezó a zumbar, con un sonido bajo pero insistente, un recordatorio constante de su inminente castigo. Empezó a tocarse, con los ojos vidriosos por una mezcla de excitación y resentimiento.

- ¿Estás lista, Maddie? ¡Quiero llenarte otra vez! - le pregunté con un tono dulce y entusiasmado.
o ¡Sí, Marco! - respondió, con los ojos fijos en los míos.
Se recostó contra el frío cristal, con los pechos presionados contra él, dejando un rastro de condensación.
Me coloqué detrás de ella, con la polla aún gruesa y dura, ansiosa por poseerla de nuevo.
- ¡Abre más las piernas! - le ordené, y ella obedeció, arqueando el cuerpo con anticipación.
Podía ver la humedad de su coño, brillando con su deseo, y supe que estaba lista para mí.
Mientras la penetraba por detrás, no pude evitar sonreír al ver a Cristina. Sus ojos estaban pegados a nosotros, el vibrador en su mano moviéndose al ritmo de mis embestidas. Estaba atrapada en una prisión creada por ella misma, obligada a ver cómo Madeleine y yo reclamábamos nuestro placer.

Madeleine gimió cuando la llené, con sus paredes apretándome. Estaba tan húmeda, tan lista, y todo era gracias a la dinámica de poder que había establecido. Ahora era mi participante voluntaria, ansiosa por complacer y obedecer.
Cuando empecé a follarla fuerte y rápido, no pude evitar mirar a Cristina. Estaba acariciando su clítoris con el vibrador, sin apartar los ojos de nosotros. Respiraba rápido y superficialmente, y tenía las mejillas sonrojadas por la excitación y la ira. Era una visión deliciosa, verla luchar contra sus propios deseos y la necesidad de someterse.

- ¡Mírame, Cristina! - le ordené con voz baja y autoritaria. Ella giró la cabeza y clavó sus ojos en los míos. – Tú también quieres esto, ¿Verdad? ¡Aprieta tus pechos, puta inútil!
La mano de Cristina se disparó hacia su busto, sus dedos apretaron sus grandes pechos y sus pezones se endurecieron aún más mientras me veía tomar a Maddie por detrás. El vibrador quedó olvidado en su otra mano, la visión de nosotros follando era demasiado para ella.

Los gemidos de Maddie se hicieron más fuertes, llenando la habitación, y el sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba a través del cristal. La oficina era ahora nuestro patio de recreo, un lugar donde no se aplicaban las reglas habituales.
- ¿Qué tal se siente, Maddie? ¿Es tan bueno como querías? - le pregunté mientras la aserruchaba, sujetándola por la cintura.
Madeleine asintió con la cabeza, cerrando los ojos con cada embestida.
o ¡Sí, Marco! – jadeó en respuesta, con una voz que mezclaba placer y deseo.

La mano de Cristina se movía más rápido, sus pechos rebotaban mientras se apretaba y pellizcaba los pezones. El vibrador yacía olvidado en su regazo, el único sonido en la habitación era el golpe de la carne y los gemidos de placer.
Me incliné sobre Madeleine y le susurré palabras dulces al oído.
- Vas a correrte para mí, ¿Verdad? - le pregunté con una voz grave que hizo que su cuerpo se estremeciera.
o ¡Sí, sí! - gimió ella ansiosa, con los ojos cerrados y aferrándose desesperadamente a la ventana plana, lo que solo aumentó la intensidad del momento.
La visión del cuerpo de Madeleine estirado y ofrecido a mí era más de lo que podía soportar. Me empujé contra ella, moviendo las caderas con un ritmo animal. Sus gemidos se hicieron más fuertes, su cuerpo temblaba con cada potente embestida. Pero yo estaba lejos de haber terminado. Miré a Cristina desafiante. Ahora sabía que, si se comportaba, podría estar allí. Mientras Maddie comenzaba a sentir un orgasmo tras otro, Cristina y yo mantuvimos un duelo de miradas.

Su mano trabajaba febrilmente sobre su clítoris, sin apartar los ojos de los míos, con el vibrador ahora olvidado en su regazo.
- Estás muy cerca, ¿Verdad, Maddie? - consulté, observando cómo el placer contorsionaba sus rasgos. - Lo deseas con todas tus fuerzas.
o ¡Sí! - suplicó, con la voz tensa por la necesidad. - ¡Por favor, Marco!
Sus súplicas solo me estimularon más, mi polla la penetraba con una fuerza que hacía temblar la ventana.
- ¡Cristina, quiero que veas cómo Maddie se corre para mí! Quiero que veas lo bien que se siente al someterse. - Le ordené, sin apartar los ojos de los suyos.
Cristina apretó la mandíbula, pero no podía apartar la mirada. Observó cómo el cuerpo de Madeleine se tensaba y sus pechos rebotaban contra el cristal mientras se acercaba al clímax.
o ¡Voy a correrme otra vez, Marco! ¡Ahhh! - jadeó Madeleine con voz entrecortada mientras otro orgasmo la embargaba.
- ¡Eso es! - La animé con voz suave y grave en medio de la densa tensión que se respiraba en la habitación. - ¡Córrete para mí, nena!
El cuerpo de Madeleine respondió a mis palabras, su coño apretando con fuerza mi miembro mientras alcanzaba el clímax. Gritó mi nombre, su orgasmo recorriendo su cuerpo en oleadas que yo podía sentir en lo más profundo de ella. Sus ojos se pusieron en blanco y se inclinó hacia la ventana, sus pechos dejando huellas húmedas en el cristal frío.

La mano de Cristina se detuvo, olvidando el vibrador en su regazo mientras observaba el clímax de Madeleine. Respiraba con dificultad, su propia excitación alcanzando un punto álgido mientras contemplaba la escena ante ella. Nunca había visto a una mujer perder el control de esa manera, y era embriagador.
Y mientras permanecíamos unidos, apreté los pechos de Maddie por detrás. Ella se rió cuando le pellizqué los pezones y le besé el cuello. Mientras tanto, Cristina nos miraba con puro deseo.
Pero una vez que pude retirarme, me compadecí de ella.
- ¡Ahora, Cristina! ¡Límpianos! - le ordené mientras recuperaba el aliento.
Sus ojos volvieron a la realidad, dejó el vibrador, aún húmedo con sus propios fluidos, y se acercó a nosotros, moviéndose con una nueva sensación de urgencia. Se arrodilló ante nosotros, su excitación en marcado contraste con la fría ira que había mostrado antes. Tomó el clítoris de Maddie en su boca y la rubia gimió de placer.
- ¡Bien! - la felicité, acariciándole el pelo mientras ella se esforzaba por limpiar el coño de Maddie. - ¡Estás aprendiendo!

Cristina lo aceptó sin protestar, su ira ahora sustituida por una nueva sensación de sumisión. Lamió y besó cada centímetro del coño de Maddie, su lengua siguiendo el camino que acababa de recorrer mi polla. Era un acto humillante, pero lo realizó con una pasión sorprendente.
Madeleine la miró con una mezcla de lástima y satisfacción, con la respiración aún entrecortada por los intensos orgasmos. Acarició el pelo de Cristina mientras la limpiaba, cerrando los ojos con placer.
o ¡Buena chica! – La felicitó, las palabras saliendo como si siempre hubiera sido ella la que mandaba.
Cristina se metió mi polla en la boca, haciendo girar la lengua alrededor de la punta mientras saboreaba a Maddie en mí. Era minuciosa, sin apartar los ojos de los míos mientras lamía y chupaba, ansiosa por demostrar que podía ser una buena sumisa. Su boca estaba caliente y húmeda, y pude sentir el cambio de poder en la habitación cuando aceptó su papel.

Madeleine se recostó contra el escritorio y observó con una sonrisa de satisfacción cómo Cristina me atendía. Sus ojos brillaban de placer y yo sabía que estaba disfrutando más que nunca. La emoción de ver cómo el poder de otra persona se desmoronaba ante ti era un potente afrodisíaco, y ella estaba embriagada por él.
- ¡Muy bien, chicas! ¡Hora de vestirse! -dije, dando una suave palmada, en vista que Cristina se estaba “apasionando” en dejarme limpio. - ¡Tengo trabajo que hacer y las dos me están interrumpiendo en mi oficina!

Ambas me miraron, con las caras sonrojadas y los ojos vidriosos de lujuria. Madeleine se enderezó, con los pechos aun agitándose con cada respiración, y empezó a recoger su ropa. Cristina, sin embargo, permaneció de rodillas un momento más, con los ojos brillando con algo que parecía sospechosamente una derrota.
- Cristina, espero que mantengas nuestro pequeño... “acuerdo” en secreto. ¿Entendido? - ordené con firmeza.
Sus ojos se clavaron en los míos, con un destello de rebeldía antes de asentir, asimilando la realidad de su nueva posición.
• ¡Sí, Marco! – murmuró por lo bajo, con una voz que mezclaba ira y sumisión.
Se tomó su tiempo para vestirse, con movimientos deliberados y calculados, como si intentara recuperar algo de control sobre la situación.
Pero mientras Maddie se ponía la blusa y Cristina se subía las bragas, se me ocurrió una idea traviesa.
- ¡Espera! – las detuve con una sonrisa burlona. - Maddie, ¿Se te está saliendo el semen por tu tanga?
Madeleine se miró y se sonrojó deliciosamente.

Metió la mano debajo de la falda y sacó la tela húmeda, dejando al descubierto su coño reluciente.
o ¡S-sí, lo está! – tartamudeó insegura.
Me reí satisfecho.
- ¡Muy bien! Como pequeña recompensa, Maddie, vas a intercambiar bragas con Cristina. - le propuse con una sonrisa.
Madeleine abrió mucho los ojos y me miró con una mezcla de sorpresa y emoción. Asintió con entusiasmo y Cristina apretó la mandíbula, pero no discutió. En cambio, se quitó sus propias bragas húmedas y se las entregó a Madeleine, quien las tomó con un temblor en la mano.
- ¡Ahora, póntelas! - le ordené, y Cristina obedeció, con movimientos espasmódicos mientras se subía la tela húmeda por las piernas y las caderas.
El aroma de nuestra excitación combinada llenó la habitación, y no pude evitar sentir una emoción de poder al verla llevar la prueba de su propia sumisión.
Madeleine volvió a ponerse las bragas de Cristina, con la humedad de mi semen pegada a su piel, lo que la hizo retorcerse ligeramente. Me miró con una mezcla de vergüenza y excitación.
o ¡Gracias, Marco! - murmuró, con las mejillas aún sonrojadas por sus orgasmos.
Pero entonces me di cuenta de algo crucial...
- ¡Lo siento, Cristina! – la interrumpí con una sonrisa maliciosa. - ¡Qué tonto soy! Se me olvidó decirte que te pusieras tu juguete.
Sus ojos brillaron de ira, pero sabía que no tenía sentido discutir. De hecho, su vibrador seguía mojado en el suelo. Así que, una vez más, tuvo que quitarse el tanga (bueno, en este caso, el tanga de Maddie), bajárselo, ponerse el vibrador y volver a ponerse el tanga.

La escena era tan erótica que mi polla empezó a despertarse de nuevo, y Madeleine no pudo evitar reprimir una risita.
o ¡Me encantaría verlos a los dos en acción! - me susurró mientras se ponía su propia falda y sus ubres rozaban mi espalda.
- ¡Lo harás! - le prometí con un guiño. - Pero ahora, vuelve al trabajo.
Pero mientras Cristina se ponía el sujetador, le señalé:
- Es muy atrevido por tu parte usar un vibrador en el coño en el trabajo. Sin embargo, será mejor que empieces a considerar que también te voy a follar el culo.
Sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa.
• ¿Qué? – preguntó estática.
Madeleine contuvo una risita, con la mano sobre la boca, mientras observaba la conversación.
- ¡Vamos! - bromeé. - No me dirás que eres virgen por el culo, ¿Verdad?
Las mejillas de Cristina se sonrojaron y me miró con ira.

• ¡No te atreverías…! – espetó insegura, con una voz que mezclaba enfado y desafío.
La miré con los ojos entrecerrados.
- Ya estamos con esa actitud otra vez, Madeleine. No sé. Ella me está obligando a hacer algo al respecto. – comenté en un tono burlón y despótico.
La risita de Madeleine se convirtió en una carcajada.
o ¡Ay, Marco! ¡Eres tan malo! - exclamó manoteándome con los ojos brillantes de picardía. - Pero a ella le encantará tanto como a mí.
Cristina miró a Madeleine con intensidad, pero no dijo nada y terminó de vestirse. Sabía que había cruzado una línea conmigo y ahora estaba pagando el precio. En cuanto a mí, no pude evitar sentir una punzada de emoción al pensar en presionarla aún más.
- ¡Ahora, márchense! - les ordené, despidiéndolas con un gesto de la mano mientras detenía la grabación de mi celular. - Recuerden, ni una palabra sobre esto a nadie. ¿Entendido?
Ambas mujeres asintieron, con expresiones que mezclaban miedo y emoción. Madeleine se volvió hacia mí por encima del hombro, con los ojos brillantes por la promesa de futuros encuentros.
o ¡Gracias, Marco! - exclamó con dulzura, y supe que lo decía en serio.

Cuando se marcharon, no pude evitar sentir una sensación de poder y control que nunca antes había experimentado. La oficina estaba bajo mi mando, y estas dos bellezas pechugonas eran mis peones voluntarios en este juego de tronos corporativo. La idea de que volvieran a sus escritorios, con el secreto de nuestro encuentro oculto bajo sus ropas, era casi insoportable.
Pero entonces, me quedé mirando mi ordenador inactivo. No había trabajado nada y aún me quedaba una hora y media. Además, tenía que ventilar de alguna manera o disimular el olor a sexo de mi oficina.
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