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169/1📑Vacaciones Calientes - Parte 1

169/1📑Vacaciones Calientes - Parte 1

El viaje familiar había comenzado como todos: risas, conversaciones triviales, planes de excursiones y largas sobremesas. Lorena, de 22 años, se había resignado a pasar unas semanas en la casa de campo de su tía, aunque no esperaba que algo distinto ocurriera.

Hasta que lo conoció.

Su tía estaba casada con Jorge, un hombre mayor y serio, pero lo que a Lorena le llamó la atención fue el hermano menor de él: Mateo. Apenas lo vio, sintió un cosquilleo en la piel. Era alto, de hombros anchos, con un aire despreocupado que lo hacía parecer mucho más joven que Jorge. Tenía una sonrisa ladeada que parecía esconder secretos, y cuando la miraba, Lorena sentía que la desnudaba con los ojos.

El primer par de noches apenas cruzaron palabras, entre el ruido de la familia y la rutina de los días. Pero aquella tercera noche, el calor del verano obligó a todos a dormir con las puertas abiertas para que circulara el aire. Lorena, desvelada, salió al pasillo en silencio con la intención de buscar agua.

Fue entonces cuando lo vio.

La puerta de la habitación de Mateo estaba entreabierta. La luna iluminaba lo suficiente para dejar ver su silueta en la cama. Él dormía boca arriba, apenas cubierto por una sábana que no alcanzaba a taparlo por completo. El pecho desnudo, el abdomen marcado… y algo más.

Lorena se quedó inmóvil, con el corazón acelerado. Entre las piernas de Mateo se levantaba una erección evidente, poderosa, que tensaba el bóxer y marcaba cada detalle. Ella tragó saliva, fascinada, incapaz de apartar la vista. Nunca había sentido tanta curiosidad por un hombre.

Se acercó un paso, luego otro, hasta quedar casi en el umbral de la puerta. Sus muslos temblaban y la respiración se le agitaba. La imagen de aquel bulto firme la tenía hipnotizada.

De pronto, Mateo abrió los ojos lentamente. La sorprendió mirándolo. En lugar de incomodarse, sonrió con calma.
—¿No podías dormir, Lorena? —preguntó con voz ronca, aún medio dormido.

Ella enrojeció, pero no se movió. Su mirada bajó otra vez a la entrepierna. Mateo lo notó y, con descaro, se bajó el boxer, dejando su erección al descubierto. La pija dura y palpitante brillaba bajo la luz tenue.

—¿Esto es lo que te tiene tan intrigada? —susurró.

Lorena sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Quería huir, pero sus pies no respondían. Se mordió el labio, acercándose unos pasos más hasta entrar a la habitación. El silencio de la casa hacía que cualquier roce pareciera un trueno.

Mateo se sentó en la cama, con el pene duro apuntando hacia ella.
—Ven… tócalo. No digas nada, solo hazlo.

Lorena obedeció casi sin pensarlo. Sus dedos temblorosos rozaron aquella piel caliente, dura y suave a la vez. La sensación la electrizó. Mateo soltó un gemido grave y le tomó la mano, guiándola para que lo acariciara más fuerte.

Ella no podía creer lo que estaba pasando. Nunca había tenido algo así tan cerca, tan prohibido y excitante al mismo tiempo. Se arrodilló frente a la cama, acercando su rostro a la punta húmeda. Mateo la miraba fijamente, respirando agitado.

Cuando su boca se abrió para envolverlo, supo que esa noche marcaría su vida para siempre. El hermano de su tío la había atrapado en un deseo del que ya no había retorno.


Lorena tenía la pija de Mateo en la boca, deslizándolo despacio entre sus labios, sintiendo cómo se endurecía todavía más con cada movimiento. Él gemía grave, sujetándole el cabello, marcando el ritmo.

Entre jadeos, ella se apartó apenas un instante, mirándolo con los ojos encendidos:
—Me encanta tu pija… es tan grande… no puedo dejar de tocarlo.

Mateo soltó una risa baja, perversa, y le apretó el mentón para que lo mirara fijo.
—Sabía que eras una puta desde la primera vez que te vi —le susurró con malicia—. Esa mirada tuya lo delataba.

Las palabras la hicieron estremecer de placer prohibido. Sintió un calor recorrerle el vientre y las piernas. Mateo se levantó de la cama de un tirón y la alzó con fuerza, obligándola a ponerse de pie frente a él.

—Ya disfrutaste de lo mío… ahora es mi turno —dijo con voz ronca—. Quiero verte desnuda.

Con manos temblorosas, Lorena comenzó a quitarse la camiseta, revelando sus pechos jóvenes y firmes. Mateo la observaba como un depredador, con la erección todavía palpitante, mientras ella se bajaba el short y quedaba solo en ropa interior.

—Más… —ordenó él, y ella obedeció, deslizándose la tanga lentamente hasta dejar su vagina húmeda a la vista.

Mateo sonrió satisfecho y la empujó con suavidad hacia la cama. La recostó boca arriba y se inclinó sobre ella, besándola primero en la boca, con un beso profundo y hambriento, para luego descender por su cuello, sus tetas, atrapando sus pezones con la lengua hasta hacerla gemir.

—Quiero saborearte toda —murmuró contra su piel.

Su boca bajó por su vientre, dejando un rastro húmedo de besos que la hacían retorcerse. Cuando llegó a su concha, Lorena ya estaba completamente entregada, con las piernas abiertas, respirando rápido y gimiendo.

Mateo la miró desde abajo, sosteniéndole los muslos.
—Prepárate, putita… esta noche voy a devorarte.

Y sin más, hundió la lengua entre sus pliegues, haciéndola arquearse de placer inmediato, mientras sus gemidos llenaban la habitación prohibida.

 Mateo la devoraba sin compasión. Su lengua exploraba cada rincón de su conchita, saboreando su humedad, succionando con fuerza hasta arrancarle jadeos desesperados. Ella se agarraba a las sábanas, retorciéndose bajo su boca, incapaz de resistir ese placer prohibido.

—Dios… Mateo… me vas a volver loca… —gimió con la voz quebrada.

Él levantó la cabeza, con los labios húmedos, y la miró con una sonrisa torcida.
—Apenas estamos empezando, putita.

Se subió sobre ella, apoyando su pija dura y caliente contra la entrada húmeda de su vagina. Lorena lo sintió palpitar, grueso, amenazante, y abrió más las piernas, suplicante.

—Por favor… quiero sentirte dentro.

Mateo la sujetó de las muñecas contra la cama, inclinándose sobre su oído.
—Te voy a coger tan fuerte que mañana no vas a poder mirarme sin recordar lo puta que te volviste conmigo.

Con una embestida profunda, la penetró de golpe. Lorena gritó de placer, arqueando la espalda al sentirlo llenarla por completo. Él comenzó a moverse con fuerza, cada estocada haciéndola chocar contra el colchón. El sonido húmedo de sus cuerpos se mezclaba con los gemidos descontrolados de ella y los gruñidos de él.

—Dios… ¡me encanta tu pija! —gimió Lorena, con los ojos cerrados, sintiendo cómo la invadía una y otra vez.

Mateo la sujetó de la cintura y la levantó, colocándola sobre él. Ahora era ella quien lo cabalgaba, moviéndose con desesperación, mientras sus tetas rebotaban frente a su rostro. Él atrapó un pezón con la boca y mordió con fuerza, arrancándole un grito ahogado.

—Eso… muévete más rápido, puta —ordenó, dándole una nalgada que la hizo gemir todavía más.

Lorena obedeció, cabalgando con energía, sintiendo cómo cada embestida la llevaba más cerca del clímax. Mateo la miraba extasiado, dominando su cuerpo con las manos en sus tetas, en sus caderas, empujándola hacia abajo para que lo tragara entero.

—Te voy a llenar toda adentro, y quiero que lo sientas hasta mañana —gruñó entre dientes.

Lorena lo abrazó, mordiéndole el hombro, y alcanzó un orgasmo intenso que la dejó temblando. Su vagina se contrajo con fuerza alrededor de él, exprimiéndolo, y Mateo, sin poder contenerse, estalló dentro de ella con una serie de embestidas salvajes, llenándola por completo.

Los dos quedaron jadeando, pegados uno al otro, sudorosos, con la certeza de que aquella noche había sellado un secreto imposible de olvidar.

puta


La mañana siguiente, Lorena intentaba disimular el cansancio y las marcas en su cuerpo. Había dormido apenas un par de horas, con la piel todavía temblando de lo que Mateo le había hecho. En el desayuno, él actuaba como si nada, conversando con su hermano y con su cuñada, riéndose de anécdotas familiares.

Pero bajo la mesa, sus miradas se cruzaban con un fuego que nadie más notaba.

—Oye, Jorge —dijo Mateo de pronto, fingiendo naturalidad—, estaba pensando llevar a los chicos al lago hoy. ¿Qué te parece si Lorena viene conmigo a ayudarme? Seguro a ella también le divierte.

Los padres de Lorena aceptaron de inmediato, sin sospechar nada. Para ellos, todo parecía un simple paseo familiar.

Horas más tarde, Mateo cumplió la primera parte de su plan: dejó a sus sobrinos con unos primos que habían organizado una tarde de juegos. Luego condujo un poco más, hasta un claro escondido cerca del lago, donde el silencio reinaba y nadie podía interrumpirlos.

Apenas apagó el motor, se giró hacia ella con esa sonrisa torcida.
—Ya estamos solos… justo como quería.

Lorena sintió un cosquilleo en el vientre.
—¿Y el lago? —preguntó con inocencia fingida.

—El lago eres tú, putita… y pienso bucear entero —contestó él, acercándose a besarla con hambre.

En cuestión de segundos, Mateo la recostó sobre el asiento trasero del coche. Sus manos bajaron por su ropa, quitándosela con urgencia.
—Desnúdate toda… quiero ver este cuerpo solo para mí.

Lorena obedeció, quedando completamente desnuda frente a él, con los pezones duros y la vagina húmeda de anticipación. Mateo se bajó el pantalón y liberó su pene erecto, grueso y palpitante.

—Ahora demuéstrame cuánto lo quieres —ordenó, llevándole la cabeza hacia su entrepierna.

Lorena le tomó la pija con las manos, acariciándolo despacio, y luego abrió los labios para envolverlo por completo. Lo mamaba con ganas, chupando profundo, mientras Mateo gemía y la sujetaba del cabello, marcando el ritmo con embestidas en su boca.

—Eso es… trágatela toda, puta… —gruñó, disfrutando cada movimiento.

Después la levantó y la sentó sobre él. Su pija entró de golpe en su concha, llenándola por completo. Lorena gimió fuerte, cabalgándolo con desesperación, rebotando contra su pelvis una y otra vez. Sus gemidos llenaban el coche, húmedos y salvajes.

De pronto, Mateo le mordió el cuello y le susurró con voz perversa:
—Ahora quiero tu culito.

Ella lo miró con ojos encendidos, dudando un instante, pero el deseo la venció. Se inclinó hacia adelante, ofreciéndole sus nalgas. Mateo escupió en su mano, lubricó la entrada y, con un empuje lento pero firme, comenzó a abrirse paso. Lorena gritó, mezclando dolor y placer, pero pronto sus gemidos se volvieron gemidos de pura lujuria.

—Así… apriétame bien… —jadeó él, clavándose más hondo.

La tomó por la cintura y la cogió fuerte, alternando embestidas en sus dos agujeros, hasta que el clímax los arrasó. Cuando estuvo a punto de correrse, la sacó y la tumbó de espaldas.

—Quiero ver cómo te ensucias para mí… —murmuró, y con unas últimas caricias frenéticas, descargó todo su semen caliente sobre sus tetas, bañándola.

Lorena, jadeante, se pasó los dedos por la piel brillante y lo miró con una sonrisa traviesa.
—Eres un enfermo… y me encanta.

Mateo rió, dándole una nalgada.
—Y apenas estamos empezando.

cogida


El coche todavía olía a sexo. Lorena estaba recostada en el asiento trasero, jadeante, con el cuerpo brillante por el sudor y los pechos cubiertos con las gotas calientes que Mateo le había dejado. Sus pezones seguían duros, y entre sus muslos sentía la mezcla húmeda de sus propios jugos y lo que él le había regalado dentro.

Mateo la contempló un momento, satisfecho, y le acarició la mejilla con la mano áspera.
—Mírate… —susurró con voz grave—. Una buena putita, llena de mis fluidos… justo como quería.

Lorena sonrió, mordiéndose el labio. Le encantaba escucharlo hablar así, con ese tono grosero y posesivo que la hacía temblar.
—¿Y ahora qué vas a hacer conmigo? —preguntó, provocándolo.

Mateo se echó hacia atrás en el asiento y encendió el motor.
—Ya que te portaste bien, voy a cumplir la promesa. Te voy a llevar al lago de verdad. Pero no creas que es solo para pasear… —dijo, mirándola de reojo con esa sonrisa torcida.

Ella rió nerviosa, mientras intentaba ponerse la ropa a medias. Pero Mateo no se lo permitió del todo: le arrancó la blusa otra vez, dejándola solo con la tanga, y condujo hasta un rincón oculto entre árboles, donde el agua del lago brillaba bajo el sol de la tarde.

—Ven, putita—ordenó, bajándose del coche—. Quiero verte desnuda bajo el agua.

Lorena, excitada por la travesura, se despojó de lo poco que llevaba y corrió hasta el borde, entrando al lago con un grito de placer por el frescor. Mateo la siguió, completamente desnudo, con la erección aún orgullosa.

En el agua se abrazaron, sus cuerpos mojados deslizándose uno contra el otro. Mateo la besó con fuerza, hundiéndola un poco, y luego la levantó de las caderas para que se aferrara a él con las piernas alrededor de su cintura. Su concha se abrió de nuevo para recibirlo, y esta vez la cogio dentro del lago, con el agua salpicando alrededor, mientras los gemidos se mezclaban con el rumor de la naturaleza.

—Eres mía, Lorena… —gruñó contra su oído—. Aquí, ahora, y cada vez que yo quiera.

Ella lo cabalgaba en el agua, las tetas flotando contra su pecho, el cuerpo entero temblando de placer. Sabía que era una locura, que alguien podría descubrirlos, pero en ese instante solo existía él y la forma en que la poseía sin reservas.

El lago se convirtió en su refugio y en su cómplice, sellando un secreto cada vez más oscuro entre los dos.

putita


pija grande

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