La oficina ya estaba cerrada, pero como ocurre casi siempre, me quedé unos minutos más para asegurarme que la Compañía cubriera unas pólizas cuyos pagos estaban atrasados. Recibo el conforme, y entonces me levanto para agarrar mi bolso y ya irme a casa, cuando se escuchan golpes en la puerta de vidrio.
Por supuesto que me sobresalté, ya que eran golpes fuertes, insistentes. Me asomo al pasillo y veo a un hombre alto, con el rostro endurecido por la furia, reclamando que le abriéramos.
-¡Tres horas esperé al mecánico! ¡Y el remolque ni siquiera apareció!- gritaba enajenado, mostrando el carnet que lo identificaba como socio nuestro.
-¿Que hago? ¿Le abro?- pregunta asustada Euge, la única empleada que quedaba a esa hora, y que al igual que yo, ya se estaba yendo.
Le digo que espere, y acercándome a la puerta, le digo al hombre que le vamos a abrir, pero que primero se tranquilice.
Cuando parece haber recuperado un poco la calma, abro y lo hago pasar.
-Me dejaron tirado en la ruta, la puta madre...- insiste, en el mismo tono beligerante que antes.
-Julio...- le digo, leyendo su nombre en el carnet -Si sigue gritando y no me explica que le pasó, no voy a poder ayudarlo-
Casi no había forma de tranquilizarlo, el tipo seguía bufando, y puteando al Seguro, a la Compañía, al auxilio mecánico, e incluso hasta a mí, que trataba de contenerlo y tranquilizarlo.
-¿Estás bien, Mary?- me pregunta Euge, manteniéndose a resguardo en el pasillo, el celular en la mano, por si tiene que llamar a la policía.
Lo veía al tipo, que era una mole, inclinado amenazante sobre mí, que apenas llego al metro sesenta, y temía por mi integridad física.
-Sí, tranquila. Andá, que yo me encargo- le digo.
-¿Segura?-
-Sí, no te preocupes, sé cómo manejarlo...- le insisto.
La acompaño hasta la puerta, y tras despedirme de ella, vuelvo con el socio, que sigue enceguecido de furia, agitado, los puños preparados como si estuviera listo para boxear. Su enojo llenaba la habitación.
-¡Tres horas...! ¡Tres horas esperando como un pelotudo que aparezca el servicio que pago religiosamente todos los meses...!- sigue despotricando, exaltado.
-Por favor, si pasamos a mi oficina, ahí voy a poder fijarme bien cuál fue la razón de la demora...- le digo, siempre en tono suave, atento.
-La razón es que tenés un servicio de mierda...- insiste.
Pese a su vocabulario, y a sus malas maneras, viene conmigo a la oficina. Le pido que siente, y le sirvo un vaso de agua.
-¿No tenés algo más fuerte?- me pregunta.
-Es para que te relajes, no para que explotes...- le aclaro, sonriéndole, tuteándolo ya.
Me mira como si no supiera si seguir gritando o calmarse. Por suerte, toma el agua y parece tranquilizarse un poco, no demasiado, pero ya era un avance.
Mientras busco en la base de datos su patente, prende un cigarrillo, no se puede fumar en la oficina, pero no pienso decírselo.
Leo el reporte del pedido de auxilio mecánico, y no encuentro nada que justifique una demora de tres horas. Podría llamar a la empresa responsable del servicio, pero con él en ese estado, un volcán a punto de entrar en erupción, no lo creía conveniente.
-Mirá, no lo tomes como una justificación, pero hay muchos motivos por lo que se pudo demorar el servicio mecánico... El tráfico, un accidente...- intento explicarle, pero la cara se le vuelve a transformar en un gesto duro, adusto.
-¿Me estás agarrando de boludo...?- se exalta.
Veo que tiene el vaso vacío, así que me levanto y me apuro a llenárselo de nuevo.
-Lo que puedo hacer es un reclamo...-
-¡Reclamo, una garcha...!- me interrumpe con un grito.
-Tranquilizate Julio...- le digo, apoyándole una mano en el hombro -Te va a hacer mal ponerte así...-
-¿Y como querés que me ponga? Me hicieron perder un día de laburo...- repone, mirándome ahora de una forma distinta, con una furia más aplacada, mucho más contenida.
Mi mano sigue sobre su hombro, presionando suave, el pulgar moviéndose a modo de caricia, mientras que el humo del cigarrillo dibuja una nube entre los dos, volviendo el ambiente más espeso, casi íntimo.
Casi puede palparse la tensión sexual que se origina entre ambos...
Me doy cuenta de que debería retirar la mano, para evitar cualquier posible malentendido, pero como ya está empezando a calmarse, la dejo un rato más, intentando transmitirle paz, serenidad... Aunque lo que él parece percibir es algo muy diferente.
Me pone una mano en la cintura, y la presiona con suavidad. Me lo quedo mirando.
-¿Que hacés...?- le pregunto, sacando mi mano de inmediato.
-Nada que no estés buscando- me dice, apretando un poco más fuerte.
-¡Jajaja...! No estoy buscando nada- le digo.
Trato de alejarme, de retroceder un paso, pero agarrándome ahora con las dos manos, me atrae hacia él, y poniéndose de pie, me mantiene sujeta contra su cuerpo.
-¿Estás segura? Porque yo creo que sí...- me insiste.
Estamos juntos, de frente, casi pegados, mi cara a la altura de su pecho. Con solo un abrazo podría quebrarme todos los huesos, pero en vez de eso, me suelta y me sonríe, como si me hubiera hecho una broma. Me quedo mirándolo acusadora, inquisitiva, pero enseguida mi mirada cambia, y ahora soy yo la que reacciona, colgándome de su cuello, besándolo con fuerza, con urgencia.
En un primer momento se sorprende, pero enseguida me vuelve a agarrar, ahora de la cola, y me levanta como si fuera una niña. Sin dejar de besarlo, enredando mi lengua con la suya, enlazo mis piernas en torno a su cintura, apretándome contra su cuerpo.
-¿Me querés coger...?- le pregunto, y con la voz ronca por la excitación, casi que le reclamo: -¡Cogeme...!-
Me lleva, así cargada, hasta el escritorio. De un manotazo tiro todo lo que hay encima, para que pueda recostarme de espalda sobre el mismo.
Se echa encima mío, besándome, lamiéndome el cuello. Yo misma me desabrocho la camisa, y levantándome el corpiño, le ofrezco mis pechos para que se despache a gusto y piacere.
Déjandome los pezones todo babeados, me desabrocha el pantalón, y tras sacármelo de un tirón, junto con la bombacha, arremete contra mi concha, ya húmeda y encendida.
-¡Que rico olés...!- me dice, aspirando profundamente el aroma de mi intimidad.
Cada lengüazo que me aplica, me hace estremecer, vibrar de placer y emoción. Mi clítoris parece un nervio al desnudo, reaccionando violentamente ante cada estímulo.
Déjandome la concha también hecha una sopa, se levanta y se baja el pantalón, pelando una pija acorde al tamaño de su cuerpo.
Con el apuro lógico del momento, me bajo del escritorio y echándome de rodillas delante suyo, se la agarro, golpeándome con ella la cara, como si me estuviera autoflagelando. Se siente dura, caliente, maciza. Se la chupo con unas ganas incontenibles, tratando de meterme dentro de la boca el mayor trozo posible.
Con el pijazo chorreándole baba y preseminal, me levanta de prepo, y dándome una fuerte palmada en la cola, me reclina sobre el escritorio.
-¡Ahí... tengo forros en el cajón...!- le digo, señalándole el lugar, mientras me quedo inclinada, esperándolo, una ansiedad trepidante recorriéndome todo el cuerpo.
Tras revolver todos los cachivaches que tengo guardados, encuentra la caja de preservativos, se pone uno y vuelve a colocarse tras de mí, su erección alzándose brutal, amenazante.
Usándola como mazo, me pasea la pija arriba y abajo, frotándomela por toda la brecha.
-¡Dale... cogeme!- lo apuro, abriéndome yo misma las nalgas.
Me la pone justo en la entrada, me agarra de la cadera, y mediante un empujón firme y sostenido, me la entierra hasta los huevos...
¡Aaaaaahhhhhhhhhhhh...! ¡Es una delicia...!
Me la mete y se queda quieto, disfrutando las contracciones de mi sexo en torno a su formidable volumen... Entonces me agarra de las tetas, apretándomelas bien fuerte, como si quisiera exprimírmelas, y me empieza a bombear, duro y parejo, haciéndome estremecer toda con cada arremetida.
No hay nadie más en la oficina, solo estamos nosotros, por lo que podemos gritar, patalear, expresarnos del modo que queramos.
Tras un buen rato de meter y sacar, se sale, retrocede unos pasos y apantallándose la poronga, exclama:
-¡Es un volcán lo que tenés ahí...!-
Le doy un empujón, hago que se siente y sacándole el forro, todo lecheado, le chupo la pija, yendo hasta muy abajo, chupándole los huevos, el hueco por debajo, lamiendo con avidez y voracidad toda esa estructura que parece querer detonarme la garganta.
Se la estoy chupando, comiéndosela hasta la mitad, un poco menos quizás, cuando me agarra con sus dos manazas la cabeza, y empujándome hacia abajo, me hace comer todo el resto.
Me ahogo, los ojos se me llenan de lágrimas, pero así y todo, me la aguanto, respirando por la nariz, déjandome violentar la tráquea por tan descomunal aparato.
Cuando me suelta, me levanto, y escupo una mezcla de saliva y líquido preseminal, tratando de recuperar el aire con grandes bocanadas.
Le pongo otro forro, y me siento encima suyo, de espalda, metiéndome todo su vergazo hasta la matriz, prácticamente. Ahora soy yo la que se queda quieta, con todo eso adentro, disfrutando de cómo la carne se comprime para llenarme hasta el último rincón de la concha.
Cuando me empiezo a mover, lo hago despacio, exhalando un plácido suspiro cada vez que se hunde en mí.
Sosteniéndome en los apoyabrazos de la silla, me deslizo a lo largo y ancho de ese mazacote duro, venoso... arriba, abajo... guardándomelo todo, bien hasta los huevos.
Me deja cabalgar un rato, a mi propio ritmo, tras lo cual me agarra fuerte, clavándome los dedos en la piel, y arremete desde abajo...
PAP PAP PAP PAP PAP PAP PAP...
... haciéndome acabar una y otra vez.
Sin sacármela, se levanta de la silla, y llevándome cargada de nuevo hacia el escritorio, me pone boca abajo, y desde atrás, me descose a pijazos.
Terrible garche...!!! Todavía me parece sentir los bombazos en mi interior...
El polvo que nos echamos, juntos, encadenados, revalida la tensión sexual que se había originado entre nosotros. Esa era la razón de por qué, de un momento a otro, ese hombre había pasado de putearme y querer destrozar la oficina, a cogerme con una brutalidad deliciosa. Había descargado en mí, toda la bronca, la frustración de aquel día...
-Al final le voy a terminar agradeciendo al mecánico que haya tardado tanto...- repone, retrocediendo un par de pasos.
Se saca el forro, y se queda ahí parado, goteando leche todavía, mientras yo me empiezo a palpar toda la zona íntima, comprobando que todo esté en su lugar después de la tremenda biava que me había dado.
Iba a estar un par de días con marcas y moretones, pero todo parecía estar bien.
Agarra una caja de pañuelos de papel que está en el suelo, que había volado del escritorio con el resto de las cosas, y me da un manojo para limpiarme. Cuando está por limpiarse él, le digo:
-¿Me dejás limpiártela?-
Obvio que sí. Revolea la caja de pañuelos y se acerca, entregándome esa porción de su cuerpo que, aunque en reposo, sigue ostentando un calibre intimidante.
Me pongo de rodillas y se la chupo, ávida, ferozmente, saboreando ese dulce néctar con el que está impregnada. Le chupo también los restos que le mojan los pendejos, lamiéndole grata y dedicadamente toda la zona del pubis.
Se la dejo limpita, seca, casi como recién lavada, tanto es así que ya ni siquiera hacen falta los pañuelos.
Ahora sí, nos vestimos y lo acompaño hasta la puerta.
-Espero que haya quedado conforme con la respuesta que le dimos a su reclamo...- le digo, ya en mi rol de Productora Asesora de seguros.
La puta quedó en la oficina.
-¡Muy conforme...!- exclama.
Nos damos un pico, y se va, dejando el eco de su perfume en el aire, y la certeza de que aquella historia todavía no ha terminado...


Por supuesto que me sobresalté, ya que eran golpes fuertes, insistentes. Me asomo al pasillo y veo a un hombre alto, con el rostro endurecido por la furia, reclamando que le abriéramos.
-¡Tres horas esperé al mecánico! ¡Y el remolque ni siquiera apareció!- gritaba enajenado, mostrando el carnet que lo identificaba como socio nuestro.
-¿Que hago? ¿Le abro?- pregunta asustada Euge, la única empleada que quedaba a esa hora, y que al igual que yo, ya se estaba yendo.
Le digo que espere, y acercándome a la puerta, le digo al hombre que le vamos a abrir, pero que primero se tranquilice.
Cuando parece haber recuperado un poco la calma, abro y lo hago pasar.
-Me dejaron tirado en la ruta, la puta madre...- insiste, en el mismo tono beligerante que antes.
-Julio...- le digo, leyendo su nombre en el carnet -Si sigue gritando y no me explica que le pasó, no voy a poder ayudarlo-
Casi no había forma de tranquilizarlo, el tipo seguía bufando, y puteando al Seguro, a la Compañía, al auxilio mecánico, e incluso hasta a mí, que trataba de contenerlo y tranquilizarlo.
-¿Estás bien, Mary?- me pregunta Euge, manteniéndose a resguardo en el pasillo, el celular en la mano, por si tiene que llamar a la policía.
Lo veía al tipo, que era una mole, inclinado amenazante sobre mí, que apenas llego al metro sesenta, y temía por mi integridad física.
-Sí, tranquila. Andá, que yo me encargo- le digo.
-¿Segura?-
-Sí, no te preocupes, sé cómo manejarlo...- le insisto.
La acompaño hasta la puerta, y tras despedirme de ella, vuelvo con el socio, que sigue enceguecido de furia, agitado, los puños preparados como si estuviera listo para boxear. Su enojo llenaba la habitación.
-¡Tres horas...! ¡Tres horas esperando como un pelotudo que aparezca el servicio que pago religiosamente todos los meses...!- sigue despotricando, exaltado.
-Por favor, si pasamos a mi oficina, ahí voy a poder fijarme bien cuál fue la razón de la demora...- le digo, siempre en tono suave, atento.
-La razón es que tenés un servicio de mierda...- insiste.
Pese a su vocabulario, y a sus malas maneras, viene conmigo a la oficina. Le pido que siente, y le sirvo un vaso de agua.
-¿No tenés algo más fuerte?- me pregunta.
-Es para que te relajes, no para que explotes...- le aclaro, sonriéndole, tuteándolo ya.
Me mira como si no supiera si seguir gritando o calmarse. Por suerte, toma el agua y parece tranquilizarse un poco, no demasiado, pero ya era un avance.
Mientras busco en la base de datos su patente, prende un cigarrillo, no se puede fumar en la oficina, pero no pienso decírselo.
Leo el reporte del pedido de auxilio mecánico, y no encuentro nada que justifique una demora de tres horas. Podría llamar a la empresa responsable del servicio, pero con él en ese estado, un volcán a punto de entrar en erupción, no lo creía conveniente.
-Mirá, no lo tomes como una justificación, pero hay muchos motivos por lo que se pudo demorar el servicio mecánico... El tráfico, un accidente...- intento explicarle, pero la cara se le vuelve a transformar en un gesto duro, adusto.
-¿Me estás agarrando de boludo...?- se exalta.
Veo que tiene el vaso vacío, así que me levanto y me apuro a llenárselo de nuevo.
-Lo que puedo hacer es un reclamo...-
-¡Reclamo, una garcha...!- me interrumpe con un grito.
-Tranquilizate Julio...- le digo, apoyándole una mano en el hombro -Te va a hacer mal ponerte así...-
-¿Y como querés que me ponga? Me hicieron perder un día de laburo...- repone, mirándome ahora de una forma distinta, con una furia más aplacada, mucho más contenida.
Mi mano sigue sobre su hombro, presionando suave, el pulgar moviéndose a modo de caricia, mientras que el humo del cigarrillo dibuja una nube entre los dos, volviendo el ambiente más espeso, casi íntimo.
Casi puede palparse la tensión sexual que se origina entre ambos...
Me doy cuenta de que debería retirar la mano, para evitar cualquier posible malentendido, pero como ya está empezando a calmarse, la dejo un rato más, intentando transmitirle paz, serenidad... Aunque lo que él parece percibir es algo muy diferente.
Me pone una mano en la cintura, y la presiona con suavidad. Me lo quedo mirando.
-¿Que hacés...?- le pregunto, sacando mi mano de inmediato.
-Nada que no estés buscando- me dice, apretando un poco más fuerte.
-¡Jajaja...! No estoy buscando nada- le digo.
Trato de alejarme, de retroceder un paso, pero agarrándome ahora con las dos manos, me atrae hacia él, y poniéndose de pie, me mantiene sujeta contra su cuerpo.
-¿Estás segura? Porque yo creo que sí...- me insiste.
Estamos juntos, de frente, casi pegados, mi cara a la altura de su pecho. Con solo un abrazo podría quebrarme todos los huesos, pero en vez de eso, me suelta y me sonríe, como si me hubiera hecho una broma. Me quedo mirándolo acusadora, inquisitiva, pero enseguida mi mirada cambia, y ahora soy yo la que reacciona, colgándome de su cuello, besándolo con fuerza, con urgencia.
En un primer momento se sorprende, pero enseguida me vuelve a agarrar, ahora de la cola, y me levanta como si fuera una niña. Sin dejar de besarlo, enredando mi lengua con la suya, enlazo mis piernas en torno a su cintura, apretándome contra su cuerpo.
-¿Me querés coger...?- le pregunto, y con la voz ronca por la excitación, casi que le reclamo: -¡Cogeme...!-
Me lleva, así cargada, hasta el escritorio. De un manotazo tiro todo lo que hay encima, para que pueda recostarme de espalda sobre el mismo.
Se echa encima mío, besándome, lamiéndome el cuello. Yo misma me desabrocho la camisa, y levantándome el corpiño, le ofrezco mis pechos para que se despache a gusto y piacere.
Déjandome los pezones todo babeados, me desabrocha el pantalón, y tras sacármelo de un tirón, junto con la bombacha, arremete contra mi concha, ya húmeda y encendida.
-¡Que rico olés...!- me dice, aspirando profundamente el aroma de mi intimidad.
Cada lengüazo que me aplica, me hace estremecer, vibrar de placer y emoción. Mi clítoris parece un nervio al desnudo, reaccionando violentamente ante cada estímulo.
Déjandome la concha también hecha una sopa, se levanta y se baja el pantalón, pelando una pija acorde al tamaño de su cuerpo.
Con el apuro lógico del momento, me bajo del escritorio y echándome de rodillas delante suyo, se la agarro, golpeándome con ella la cara, como si me estuviera autoflagelando. Se siente dura, caliente, maciza. Se la chupo con unas ganas incontenibles, tratando de meterme dentro de la boca el mayor trozo posible.
Con el pijazo chorreándole baba y preseminal, me levanta de prepo, y dándome una fuerte palmada en la cola, me reclina sobre el escritorio.
-¡Ahí... tengo forros en el cajón...!- le digo, señalándole el lugar, mientras me quedo inclinada, esperándolo, una ansiedad trepidante recorriéndome todo el cuerpo.
Tras revolver todos los cachivaches que tengo guardados, encuentra la caja de preservativos, se pone uno y vuelve a colocarse tras de mí, su erección alzándose brutal, amenazante.
Usándola como mazo, me pasea la pija arriba y abajo, frotándomela por toda la brecha.
-¡Dale... cogeme!- lo apuro, abriéndome yo misma las nalgas.
Me la pone justo en la entrada, me agarra de la cadera, y mediante un empujón firme y sostenido, me la entierra hasta los huevos...
¡Aaaaaahhhhhhhhhhhh...! ¡Es una delicia...!
Me la mete y se queda quieto, disfrutando las contracciones de mi sexo en torno a su formidable volumen... Entonces me agarra de las tetas, apretándomelas bien fuerte, como si quisiera exprimírmelas, y me empieza a bombear, duro y parejo, haciéndome estremecer toda con cada arremetida.
No hay nadie más en la oficina, solo estamos nosotros, por lo que podemos gritar, patalear, expresarnos del modo que queramos.
Tras un buen rato de meter y sacar, se sale, retrocede unos pasos y apantallándose la poronga, exclama:
-¡Es un volcán lo que tenés ahí...!-
Le doy un empujón, hago que se siente y sacándole el forro, todo lecheado, le chupo la pija, yendo hasta muy abajo, chupándole los huevos, el hueco por debajo, lamiendo con avidez y voracidad toda esa estructura que parece querer detonarme la garganta.
Se la estoy chupando, comiéndosela hasta la mitad, un poco menos quizás, cuando me agarra con sus dos manazas la cabeza, y empujándome hacia abajo, me hace comer todo el resto.
Me ahogo, los ojos se me llenan de lágrimas, pero así y todo, me la aguanto, respirando por la nariz, déjandome violentar la tráquea por tan descomunal aparato.
Cuando me suelta, me levanto, y escupo una mezcla de saliva y líquido preseminal, tratando de recuperar el aire con grandes bocanadas.
Le pongo otro forro, y me siento encima suyo, de espalda, metiéndome todo su vergazo hasta la matriz, prácticamente. Ahora soy yo la que se queda quieta, con todo eso adentro, disfrutando de cómo la carne se comprime para llenarme hasta el último rincón de la concha.
Cuando me empiezo a mover, lo hago despacio, exhalando un plácido suspiro cada vez que se hunde en mí.
Sosteniéndome en los apoyabrazos de la silla, me deslizo a lo largo y ancho de ese mazacote duro, venoso... arriba, abajo... guardándomelo todo, bien hasta los huevos.
Me deja cabalgar un rato, a mi propio ritmo, tras lo cual me agarra fuerte, clavándome los dedos en la piel, y arremete desde abajo...
PAP PAP PAP PAP PAP PAP PAP...
... haciéndome acabar una y otra vez.
Sin sacármela, se levanta de la silla, y llevándome cargada de nuevo hacia el escritorio, me pone boca abajo, y desde atrás, me descose a pijazos.
Terrible garche...!!! Todavía me parece sentir los bombazos en mi interior...
El polvo que nos echamos, juntos, encadenados, revalida la tensión sexual que se había originado entre nosotros. Esa era la razón de por qué, de un momento a otro, ese hombre había pasado de putearme y querer destrozar la oficina, a cogerme con una brutalidad deliciosa. Había descargado en mí, toda la bronca, la frustración de aquel día...
-Al final le voy a terminar agradeciendo al mecánico que haya tardado tanto...- repone, retrocediendo un par de pasos.
Se saca el forro, y se queda ahí parado, goteando leche todavía, mientras yo me empiezo a palpar toda la zona íntima, comprobando que todo esté en su lugar después de la tremenda biava que me había dado.
Iba a estar un par de días con marcas y moretones, pero todo parecía estar bien.
Agarra una caja de pañuelos de papel que está en el suelo, que había volado del escritorio con el resto de las cosas, y me da un manojo para limpiarme. Cuando está por limpiarse él, le digo:
-¿Me dejás limpiártela?-
Obvio que sí. Revolea la caja de pañuelos y se acerca, entregándome esa porción de su cuerpo que, aunque en reposo, sigue ostentando un calibre intimidante.
Me pongo de rodillas y se la chupo, ávida, ferozmente, saboreando ese dulce néctar con el que está impregnada. Le chupo también los restos que le mojan los pendejos, lamiéndole grata y dedicadamente toda la zona del pubis.
Se la dejo limpita, seca, casi como recién lavada, tanto es así que ya ni siquiera hacen falta los pañuelos.
Ahora sí, nos vestimos y lo acompaño hasta la puerta.
-Espero que haya quedado conforme con la respuesta que le dimos a su reclamo...- le digo, ya en mi rol de Productora Asesora de seguros.
La puta quedó en la oficina.
-¡Muy conforme...!- exclama.
Nos damos un pico, y se va, dejando el eco de su perfume en el aire, y la certeza de que aquella historia todavía no ha terminado...


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