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136📑La Obsesión de Laura

136📑La Obsesión de Laura


Daniel no era un hombre cualquiera. Tenía 40 años, un cuerpo trabajado sin exagerar, barba bien recortada con algunas canas que le daban ese aire maduro que a Laura le revolvía el estómago. Siempre había sido educado, serio, pero con una mirada que hablaba más de lo que él decía. Lo conoció en el cumpleaños 60 de su padre, una reunión tranquila, hasta que él apareció con una camisa blanca ajustada y un vaso de whisky en la mano.

Desde el primer momento en que lo vio, Laura supo que quería provocarlo.

Ella, con 22 años recién cumplidos, labios rojos, vestido corto y sin sujetador debajo. Disfrutaba sintiéndose deseada, y más si era por un hombre que le duplicaba la edad. Intercambiaron miradas, charlaron en la cocina mientras los demás bailaban, y entre broma y broma, ella deslizó su número en su celular, sin que su padre lo notara.

Los mensajes comenzaron tímidos: “¿Cómo estás?”, “Hoy vi tu auto en la oficina”, “Me acordé de vos cuando pasé por tal lugar...”.

Una noche, después de varios días de tensión, Laura le escribió directamente:

—Sé que estás separado, Daniel… y también sé que te gusto.
Él tardó en responder.
—Sos una chica hermosa, Laura. Pero soy muy grande para vos.
—Eso no me importa. Yo te deseo.
—Buscate a alguien de tu edad, que te dé lo que necesitás.

Ese mensaje la dejó temblando. ¿Cómo podía rechazarla? ¿No se daba cuenta del calor que él le provocaba? Esa noche no pudo dormir. Se tocó pensando en él, en su barba rasposa entre sus piernas, en esas manos grandes sujetándola del cuello mientras se la cogía con fuerza. Se corrió dos veces, empapando las sábanas.

Una semana después, después de una ducha caliente, decidió que no iba a esperar más. Con el corazón acelerado, puso el celular en modo retrato, se soltó la toalla, se arrodilló sobre la cama, abrió las piernas y se tomó una foto. Senos erectos, pezones duros, la piel húmeda brillando bajo la luz, y su vagina completamente afeitada, abierta, hambrienta.

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La mandó sin texto.

Cinco minutos. Diez. Silencio. Y luego:

—¿Qué carajo estás haciendo, Laura?

Ella no respondió. Solo le mandó un mensaje:

—Lo que vos no te animás.

Dos horas después, a las once y media de la noche, le llegó otro mensaje:

—Abrime la puerta. Estoy afuera.

Laura bajó descalza, abrió la puerta, y ahí estaba él: Daniel, con la mirada desencajada, los labios apretados y un bulto evidente en su pantalón.

—No vine a charlar —dijo él, entrando y cerrando la puerta tras de sí.

La empujó contra la pared y la besó como un animal que había aguantado demasiado. Su boca devoraba la de ella, sus manos la recorrian y la sujetaron de las nalgas, levantándola en el aire.

—Te dije que eras muy chica… pero vos no sos ninguna nena —murmuró entre jadeos.

Laura envolvió sus piernas en la cintura de él, sintiendo el grosor de su erección frotando contra su concha mojada. Lo guió hasta el sillón del living, se desnudaron con prisa y allí él la sentó encima de su pija dura como piedra. No hubo preámbulos. Sin condón, sin preguntas. Solo piel con piel.

—¡Dios…! —gimió ella mientras lo sentía entrar lentamente en su vagina— Estaba tan mojada…

Daniel le mordió el cuello, sujetándole las caderas con fuerza, haciéndola rebotar encima de él, mientras le besaba las tetas. Cada embestida era un castigo, una confesión, una guerra de deseo.

—¿Así te gusta? ¿Esto querías, putita provocadora?

—¡Sí! —gritó ella, clavando las uñas en sus hombros— ¡Cogeme como si no hubiera mañana!

La sala se llenó de jadeos, golpes de piel, sus gemidos ahogados y los gruñidos graves de él cuando se corría dentro de ella, con un rugido de placer salvaje. Pero Laura no se detuvo. Lo quería todo.

Lo montó hasta dejarlo sin aliento.

Esa noche se la cogió tres veces: en el sillón, contra la pared y en la cama de su padre.

La obsesión de Laura recién comenzaba. Y Daniel, aunque no lo admitiera, ya estaba atrapado.

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Daniel intentaba concentrarse en su trabajo, pero no podía. La imagen de Laura desnuda, con la piel mojada y las piernas abiertas, seguía viva en su cabeza desde aquella noche en su casa. Había jurado que no volvería a caer, que sería una única vez, un desahogo… pero ella no se lo iba a permitir.

Un lunes por la mañana, mientras preparaba un informe, su celular vibró. Era un mensaje de Laura.

—“Pensando en vos, papi 😈” —decía el texto.
Y debajo… otra foto.

Ella, acostada boca abajo sobre la cama, completamente desnuda, con las piernas entreabiertas y un espejo captando su reflejo. Su culito redondo, perfecto, marcado por las manos que claramente lo habían apretado la noche anterior. El texto de la imagen lo fulminó:

—“Así amanecí… pensando en tu lengua, en tu pija… y en mi culito listo para vos.”

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Daniel maldijo en voz baja. Su pija palpitaba bajo el pantalón. No podía más. Le respondió con un solo mensaje:

—Hoy, 9pm. Mi departamento. Vos y yo. Y tu merecido.


Laura llegó puntual, vestida como una puta elegante: vestido ajustado negro sin ropa interior, labios rojos, y tacones altos. Apenas cruzó la puerta, Daniel la empujó contra la pared.

—¿Así que sos una putita que no deja pensar? —le susurró con voz grave.

Ella le sonrió, provocadora, y se mordió el labio.

—Te caliento, ¿no? No podés sacarme de tu cabeza…

—Puta atrevida —repitió él, abriéndole el vestido de un tirón, dejándola completamente desnuda—. Vas a tener tu merecido.

La tomó del cabello y la arrodilló frente a él. Sacó su pija dura, gruesa, caliente. Ella la miró como si fuera un premio.

—A ver si esa boca es tan buena como para hacerme olvidar el infierno que me hacés pasar en el trabajo…

Laura lo tomó con ambas manos, y empezó a chuparlo despacio, con los ojos clavados en él. Lamía la cabeza, lo recorría con la lengua, y luego se lo tragaba hasta la garganta, dejando que la saliva le chorreara por la barbilla.

—Mierda… —jadeó Daniel, sujetándole el pelo y moviendo sus caderas— Sos una maldita diosa, Laura.

Ella lo mamó como si su vida dependiera de eso, jadeando, gemiendo, con los pezones duros de tanto deseo.

Él la levantó en brazos, la llevó a la habitación y la tiró en la cama. Se agachó entre sus piernas y comenzó a devorarle la vagina con una lujuria animal. Su lengua la recorría con hambre, saboreándola, chupando su clítoris con fuerza mientras ella gemía, arqueando la espalda.

—¡Así, Daniel! ¡No pares! ¡Me estás haciendo acabar!

La sostuvo con ambas manos, enterrando su rostro entre sus muslos hasta que ella se vino con un grito ahogado.

Pero no había terminado.

La puso sobre él, y la hizo rebotar sobre su pija dura. Laura lo montaba como una salvaje, sudando, gimiendo, moviéndose con desesperación.

—¡Sos mío, Daniel! —gritaba.

—No, putita. Vos sos mía.

Y sin previo aviso, la volteó, la puso de rodillas, y escupió entre sus nalgas.

—¿Querías esto, eh? ¿ Mi pija en tu culo? Vas a tenerlo, puta rica…

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La fue penetrando despacio por detrás, con firmeza, mientras ella gemía de puro placer y se agarraba de las sábanas.

—¡Sí…! ¡Metémela toda! ¡Rompeme el culo!

—Mirá la puta que tengo encima… —gruñó él, embistiéndola con fuerza, una y otra vez— Sos una joya, Laura. Un tesoro. No sé qué hice para que una mujer así se fije en mí.

—Sos el único que me hace acabar así… el único que me rompe toda… —jadeó ella.

Él le dio una nalgada, y siguió dándosela por atrás, sintiendo cómo su culito lo apretaba, cómo ella se derretía por él.

Se vino con un rugido, vaciándose dentro de su agujero mientras ella se retorcía de placer, temblando.

Quedaron abrazados, desnudos, sudados, con el corazón a mil.

Pero Laura sabía que esa noche no era el final. Solo estaba empezando a marcarlo… y Daniel ya no tenía escapatoria.

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Daniel dormía profundamente, exhausto después de haber pasado toda la noche cogiendo con Laura. Las primeras luces del amanecer entraban tímidas por las cortinas. Su respiración era lenta… hasta que algo cálido, húmedo, lo sacó de su descanso.

Sintió primero una lengua en la punta de su pija. Luego, una boca caliente que se la tragaba despacio, masajeándola con una suavidad experta.

Abrió los ojos.

—Buenos días, papi —murmuró Laura con la boca llena, mirándolo desde abajo con una sonrisa traviesa.

—¿Ya empezás, putita…? —gimió él, acariciándole el pelo.

Ella no contestó. Solo siguió mamándosela con devoción, chupando, succionando, bajando hasta la base y volviendo a subir con la lengua girando en círculos. Lo tenía completamente duro y a punto de estallar.

Cuando estuvo al borde, se detuvo.

—No todavía… Quiero coger en la ducha.

Daniel se incorporó y la siguió hasta el baño. El agua caliente ya corría. Laura se metió bajo el chorro, dejando que le cayera por la espalda. Se giró y lo miró con esa mezcla de ternura y lujuria que a él lo volvía loco.

Su cuerpo mojado brillaba. Los pezones erectos, las gotas resbalando por su vientre plano, y ese culo perfecto que parecía esculpido para ser tomado.

—¿Qué esperás? —susurró.

Daniel entró, la acorraló contra la pared de cerámica caliente, la alzó por las caderas y la penetró de una sola estocada.

—¡Dios! —gimió ella— ¡Sí, así, así!

El agua los envolvía como vapor ardiente. Él la embestía con fuerza, agarrándola del culo, mientras ella lo besaba con desesperación, con las piernas rodeándole la cintura. Cada embestida hacía eco en las paredes, cada gemido era una confesión.

—Sos perfecta —le susurró al oído mientras la seguía cogiendo sin piedad—. Una puta y un ángel. Mi perdición…

—Y tuya para siempre —jadeó ella, sintiendo cómo el orgasmo le subía por la columna como una descarga eléctrica.

Se vinieron juntos, con el agua cayendo, sus cuerpos temblando, abrazados, como si no existiera el mundo afuera de ese baño.

Después del estallido, se quedaron bajo la ducha, él detrás de ella, abrazándola con fuerza. Sus manos sobre su vientre, su boca en su cuello.

—Laura… —dijo él, en voz baja— Quiero que esto sea más que sexo.

Ella se giró sorprendida, con los ojos brillosos.

—¿Qué querés decir?

—Quiero oficializar. Quiero que seamos algo real. Que el mundo sepa que estás conmigo.

Laura lo miró, sin palabras por un momento. Luego sonrió, se subió de puntitas y lo besó.

—Ya eras mío desde la primera noche. Pero ahora, sos todo lo que quiero.

Y en medio del vapor, el sexo salvaje y el deseo incontrolable, algo más profundo comenzaba a nacer entre ellos.

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Daniel no podía seguir ocultándolo. Aquella relación con Laura había prendido un fuego que ya no podía apagar ni quería apagar. Pero había un paso que temía dar: hablar con el padre de ella, su amigo, su colega, el hombre que lo había visto crecer.

Cuando finalmente se encontraron, Daniel sintió que el corazón le latía a mil.

—Tengo que ser honesto con vos —comenzó, mirándolo a los ojos—. Estoy con Laura. No sólo de manera pasajera. La deseo, la amo, y quiero estar con ella sin secretos.

El padre de Laura frunció el ceño, la sorpresa y la incomodidad en su mirada.

—¿Vos con mi hija? ¿Y vos querés que yo lo acepte?

—Sí. Sé que soy mayor, sé que te chocará. Pero no puedo negar lo que siento ni esconderlo. Ella es única, me vuelve loco, y quiero hacer esto bien.

El hombre se quedó en silencio. Después de unos minutos, el brillo duro en sus ojos se suavizó.

—No me gusta la idea, pero si Laura es feliz, y si vos la respetás y cuidás, tenés mi apoyo. Pero si le haces daño, te arrepentirás.

Daniel asintió, aliviado. Ese era el permiso que necesitaba para entregarse a ella sin miedo.


Esa noche, Laura lo recibió en su departamento, con la bata roja abierta, sin nada debajo. Sus ojos ardían de deseo.

—¿Y? ¿Cómo reaccionó?

—Le costó aceptarlo —dijo Daniel, abrazándola—, pero me dio su bendición.

Ella sonrió, se acercó y empezó a desabotonar su camisa con manos ansiosas.

—Entonces esta noche te voy a hacer sentir que esto no fue un error.

Lo besó con hambre y pasión. Lo llevó al dormitorio, donde sus cuerpos se encontraron con urgencia.

Se desnudaron rápido, se tocaron sin vergüenza, y luego Daniel la tomó con intensidad feroz, metiendole la pija en la concha, embistiéndola sin contemplaciones.

Los gemidos de Laura se mezclaban con los suyos, el sudor y la piel chocando en un ritmo frenético.

Después de varias embestidas poderosas, Daniel la abrazó por detrás, sus cuerpos pegados, sus respiraciones entrecortadas.

—Quiero que esto sea oficial —susurró en su oído—. Quiero que seas mía, sin máscaras ni secretos.

Laura se estremeció, apretándolo fuerte.

—Soy tuya, Daniel. Siempre lo fui.

Y así, en ese abrazo sudado y cargado de promesas, sellaron un pacto que iba mucho más allá del deseo.

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La habitación estaba iluminada por la tenue luz de las velas. Laura, completamente desnuda, esperaba acostada sobre la cama, el cuerpo brillante de sudor, la piel ardiendo de deseo. Daniel entró con una copa de vino en una mano y un pequeño estuche en la otra.

Se acercó despacio, su mirada llena de una mezcla de lujuria y ternura que la hizo estremecer.

—Te he deseado cada día desde que te vi —dijo mientras se arrodillaba frente a ella—. Y no quiero que esta locura termine.

Abrió el estuche y mostró un anillo sencillo, pero perfecto.

—Laura, ¿quieres casarte conmigo?

Ella sonrió, sorprendida y emocionada.

—Sí, Daniel. Siempre quise ser solo tuya.

Él deslizó el anillo en su dedo mientras sus manos empezaban a recorrer su cuerpo una vez más.

Con un ardor que los consumía, Daniel la besó profundo, bajando por su cuello hasta sus tetas, luego más abajo, hasta su vientre.

Sus dedos trazaron caminos íntimos, hasta encontrar la humedad de su vagina que tanto anhelaba.
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—Esta vagina es solo para mí —murmuró, sus labios besando cada centímetro—. Solo yo puedo hacerte sentir así.

Laura gimió cuando su lengua recorrió su clítoris, sus dedos entrando suavemente para prepararla.

Él se deslizó dentro de ella con lentitud, hasta sentirla apretándolo con fuerza.

Los movimientos se hicieron lentos, intensos, llenos de deseo y amor.

—Te amo —susurró él mientras la embestía con pasión—. Solo tu, Laura.

Ella respondió con un gemido profundo, abrazándolo, sintiendo que ese era el final perfecto para su obsesión y el comienzo de su vida juntos.

Sus cuerpos se unieron una última vez en un clímax que los dejó exhaustos, con la promesa de un futuro donde nada ni nadie podría separarlos.

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Bonus: La noche de bodas

La habitación olía a sábanas limpias y a velas encendidas, el aire cálido y denso por la mezcla de nervios y deseo. Laura y Daniel acababan de sellar su compromiso con el anillo, pero la noche apenas comenzaba.

Ella se deslizó entre sus piernas, mirándolo con una sonrisa traviesa y llena de hambre. Con manos firmes pero delicadas, tomó su pija dura y comenzó a recorrerla con la lengua, chupando con pasión cada centímetro, haciendo que Daniel soltara un suspiro profundo.

Sus labios, húmedos y cálidos, subían y bajaban, mientras sus manos jugueteaban con sus testículos, provocándolo sin piedad.

—Laura… —jadeó él, con la mirada perdida en el placer que ella le regalaba—. Eres irresistible.

Pero ella no se detuvo. Lo mamó con entrega total, su boca apretando y su lengua danzando con habilidad. Daniel se dejó llevar, sus manos agarrándola del pelo con firmeza, casi perdiendo el control.

Cuando él sintió que estaba a punto de estallar, ella se apartó suavemente, sonriendo.

—Ahora me toca a mí —susurró, mientras la guiaba hacia la cama.

Daniel la tumbó boca arriba, acariciando su piel que vibraba de excitación.

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Bajó a besar su cuello, su tetas, hasta llegar a su concha, donde sus labios comenzaron a devorarla. Su lengua acarició cada rincón, chupando con ansias su clítoris y deslizando sus dedos dentro de ella, haciéndola gemir de placer.

—¡Sí, justo así! —gimió Laura, arqueando la espalda.

Cuando la sintió completamente húmeda y entregada, la tomó entre sus brazos y la montó sobre su pija dura como piedra.

Sus cuerpos chocaban al compás de un ritmo intenso, cada embestida era un grito contenido, un deseo que se hacía carne.

Pero Daniel no había terminado.

La volteó suavemente y la colocó de rodillas. Con una mirada llena de lujuria, la penetró por el culo.

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—¡Dios! —jadeó ella, sintiendo cómo la atravesaba por completo.

El placer se mezclaba con el amor, la intensidad con la ternura.

Los dos llegaron al clímax juntos, sus cuerpos temblando, sus corazones latiendo.

Abrazados, entre besos y caricias, Laura apoyó su frente contra el pecho de Daniel.

—Tengo otra noticia —dijo con voz baja, temblorosa—. Tengo un retraso.

Daniel la miró sorprendido, luego la abrazó más fuerte.

—Entonces esta locura que empezamos… será para siempre.

Y en esa noche donde el deseo y el amor se fundieron, Laura y Daniel sellaron su destino.

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