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133📑La Sugar Mami

133📑La Sugar Mami

Lucas tenía 22 años, recién egresado, con traje prestado y nervios de principiante.
Trabajaba como asistente administrativo en una de las oficinas más lujosas de la ciudad.

Y su jefa era una leyenda viva.

Verónica Salazar.
41 años. Empresaria exitosa. Divorciada. Dueña de la mitad del edificio.
Siempre impecable: blusa entallada, falda ajustada, tacones y una mirada que podía derretir acero.

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Él la miraba en silencio todos los días… hasta que un viernes por la tarde, ella lo llamó a su oficina.

—Lucas, cerrá la puerta. Quiero hablarte… a solas.

Él obedeció. Estaba nervioso. Pensó que algo había hecho mal.

—Tranquilo. No estás despedido —dijo ella con media sonrisa, sentada con las piernas cruzadas—. Todo lo contrario… tengo una propuesta que puede interesarte.

Lucas tragó saliva. Verónica se levantó, caminó despacio hacia él. El perfume la precedía.
Se detuvo frente a él, muy cerca.

—Sos joven. Atractivo. Y... obediente.
Yo estoy en una etapa donde prefiero lo práctico. Lo directo.
¿Querés ser mi... chico exclusivo?

—¿Mi qué…?

Ella deslizó su mano por su pecho y bajó hasta el cinturón.

—Mi amante. Mi sugar boy. Yo te pago. Vos me comés como a una diosa.
Y a cambio, te lleno de placeres.

Lucas estaba paralizado. Excitado. Incrédulo.

—¿Aceptás?

No dijo nada. Solo asintió.

Verónica sonrió, lo empujó contra el escritorio y se arrodilló frente a él.
Le bajó el pantalón y sacó su erección palpitante con una sonrisa de loba.

—Mmm… que buena pija, sabía que tenías algo rico escondido.

Y empezó a mamársela con una lentitud experta, saboreándolo como un caramelo caro.

—Tranquilo… aún no acabamos de firmar contrato —murmuró entre succiones.

Lucas gemía bajito, mientras ella lo miraba desde abajo, tragándosela hasta el fondo, sin prisa.

Luego se puso de pie, se subió la falda, y se sentó sobre él, aún con los tacones puestos.
Sin ropa interior.

—Ahora, nene, dame lo que es mío —susurró, guiándo su pija hacia él interior de su concha con una mano.

La penetración fue intensa. Estaba mojada, caliente, hambrienta.

—¡Eso! ¡Sí! ¡Rompeme, bebé!

Verónica cabalgaba como una diosa salvaje, clavándole las uñas, moviendo las caderas con fuerza.
Los pechos rebotaban dentro de la blusa abierta.
Lucas jadeaba, sujetándola de la cintura, sintiendo cómo lo exprimía con cada embestida.

—¡Me encanta tu pija joven! ¡Sos mío ahora! —gritaba ella, rozando el clímax.

Él acabó adentro de ella con un gemido brutal.
Y ella se quedó quieta, estremecida, con una sonrisa victoriosa.

—Perfecto, bebé.
Desde hoy… vas a tener todo lo que querés. Pero tu cuerpo me pertenece.

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Al día siguiente, tenía en su cuenta una transferencia de cinco cifras…
y una notita:

> "Gracias por la entrevista. Nos vemos esta noche. Lleva solo ganas.

Lucas llegó al restaurante sin saber qué esperar. Traje nuevo —pagado por ella—, zapatos brillantes, y nervios desbordados.
Verónica lo esperaba en la mesa privada del fondo, con una copa de vino en la mano y un vestido rojo que parecía pintado sobre su piel.

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Cuando lo vio, sonrió con la seguridad de una mujer que ya sabía lo que iba a pasar.

—Estás hermoso, bebé —le susurró al oído cuando él se inclinó a saludarla—. Te quiero ver así… pero sin ropa.

Durante la cena lo mimó con todo: platos caros, miradas atrevidas, un juego sutil de caricias bajo la mesa.
A Lucas le costaba concentrarse. Sentía su pie rozarle la entrepierna. Y el calor subía más que el vino.

—Vamos —le dijo finalmente—. Quiero mostrarte… mi mundo.

El ascensor los llevó directo al piso 45. Penthouse privado. Vista de la ciudad. Cristales, arte moderno, olor a madera, y lujo por todos lados.

—Este… es mi nido —dijo Verónica, dejando su cartera en el sillón y sacándose los tacones.

Se acercó a él despacio, acariciándole el pecho, desabrochándole el saco.

—Ahora… quiero verte como más me gustás.

Le sacó la camisa, el cinturón, el pantalón.
Y lo empujó hacia su cama: amplia, suave, con sábanas negras de seda.

Verónica se quitó el vestido, quedando solo con su ropa interior de encaje. Su cuerpo era de otro nivel: piel firme, pechos redondos, caderas generosas.

—¿Tenés idea de lo que me calentás? —dijo, subiéndose encima de él.

Lo besó con hambre, con fuego.
Lucas la desnudó por completo, acariciando cada centímetro, y cuando se inclinó a besarle las tetas, ella gimió bajito:

—Así… adorame, nene…

Él la recorrió con la lengua, desde los pezones hasta el ombligo.
Y cuando bajó más… la encontró con la concha empapada.

—¿Querés comérmelo? —le susurró, separando las piernas—. Hacelo bien, y te recompenso.

Lucas se lo lamió lento, profundo, con toda la lengua.
Ella se retorcía, se mordía los labios, le hundía la cabeza con una mano.

—¡Sí! ¡Eso! ¡Así me gusta! ¡No pares!

Cuando no pudo más, lo subió de nuevo sobre ella y el le metió la pija entera en su concha con un gemido salvaje.

—¡Ufff… sí! ¡Rompeme!

La cogida fue intensa, húmeda, salvaje. Lucas la tomó con fuerza, le besó el cuello, las tetas, la mordía mientras la embestía sin piedad.

Verónica gemía fuerte, se arqueaba, se lo pedía todo.

—¡Más! ¡Más! ¡Quiero sentirte adentro hasta el alma!

Se pusieron de lado, luego él la tomó por detrás, hasta que ella tembló bajo él, acabando con fuerza.
Lucas acabó dentro de ella, jadeando, mientras la abrazaba desde atrás.

Quedaron en silencio, respirando juntos, sudados, satisfechos.

Verónica lo miró, con una sonrisa suave, y le acarició el pecho con la palma.

—Gracias por aceptar. Me haces sentir… viva otra vez.

Lucas la besó en la frente.

Y pensó que eso apenas estaba empezando.
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Verónica le envió el mensaje un viernes al mediodía:

> "Cancelé tus días en la oficina. Te quiero para mí todo el fin de semana. Preparate: traje de baño, nada más. El resto lo pongo yo."


Lucas llegó al aeropuerto privado sin saber qué destino los esperaba.
Ella lo recibió con lentes de sol, pareo blanco, labios rojos.

—Te ves comestible, nene —le susurró antes de besarlo—. Vení, que te quiero sin camisa cuanto antes.

El jet privado los llevó a una playa exclusiva, privada, con cabañas abiertas frente al mar.

Horas después, caminaban descalzos por la orilla, el atardecer tiñendo de naranja el cielo.

Verónica se soltó el pareo, quedando en bikini negro.
Lucas, solo con short, la miraba con hambre.

—¿Querés jugar? —preguntó ella, metiéndose en el agua.

Lucas la siguió, y cuando estuvieron con el agua hasta la cintura, se besaron de nuevo.
Pero esta vez, con más hambre.

Las manos de ella bajaron por su pecho, su abdomen… y encontraron su dureza bajo el agua.

—Mmm… ya estás listo.
¿Querés cogerme… aquí mismo?

Lucas no respondió. Solo la alzó en brazos.
Verónica se sostuvo en su cuello y se lo metió dentro, con un gemido suave.

—¡Sí… así… cogeme, mi chico!

El vaivén del mar los mecía mientras él la embestía con fuerza.
Las olas les llegaban hasta el pecho, y sus gemidos se perdían en el viento.

Ella se aferraba a sus hombros, con el rostro hacia el cielo, el sol bañándole las tetas.
Lucas la tomaba con ambas manos, sintiéndola ajustada, caliente, salvaje.

—¡Sos mío! ¡Mi adicción! ¡No pares! —gritaba ella.

Cuando el orgasmo la recorrió entera, se estremeció entre sus brazos.
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—Acabá dentro… quiero sentirte llenarme toda, mi amor…

Y él obedeció, explotando dentro de su vagina con un gemido contenido, mientras las olas seguían acariciándolos.

Ya de noche, se ducharon juntos en la cabaña.
Lucas la lavaba con cuidado, acariciando su espalda, sus piernas, su cuello.

Verónica lo miró con una sonrisa tranquila.

—¿Te das cuenta lo que sos para mí?

—Decímelo —susurró él.

Ella le tomó la mano y la llevó a su pecho.

—Un lujo… que nunca más quiero dejar de pagar.



La noche había caído sobre la costa.
En la cabaña solo se escuchaban las olas de fondo… y las respiraciones entrecortadas.

Verónica caminaba desnuda por la habitación, con una copa de vino en la mano y fuego en la mirada.

—Quiero que te relajes, mi chico —dijo, sentándose en el borde de la cama—. Esta noche... vas a darme todo.

Lucas, también desnudo, se acercó con el cuerpo tenso. Ella lo detuvo con una mano y lo miró de abajo hacia arriba, admirando cada músculo.

—Me encanta cómo me mirás —susurró él.

—Y yo muero por saborearte —contestó ella, tomando su pija con delicadeza, como si acariciara oro caliente.

Lo lamió lentamente. Primero la punta. Luego el tronco. Con la lengua suave, con los labios cerrados.
Lucas arqueó la espalda, soltando un gemido.

—Dios, Verónica…

—Shhh… disfrutá.

Lo mamó con fuerza creciente, salivando sobre él, tragándolo sin prisa. Lo miraba desde abajo con esa mirada suya, de mujer que sabe lo que hace.
Lucas no pudo más y la sujetó de los cabellos, sin empujar, solo agradeciendo el placer.

—Quiero sentirte —dijo ella, parándose y subiendo a la cama.

Se montó sobre él sin guía. Se deslizó encima, recibiéndo su pija por completo con un suspiro profundo.

—¡Ufff… sí… eso! ¡Quedate quieto… yo marco el ritmo!

Lo cabalgaba con movimientos lentos, ondulantes, rotando las caderas.
Sus tetas saltaban, sus uñas se clavaban en su pecho.
Lucas no podía creer lo que estaba sintiendo.

—¡Tenés algo adictivo! —jadeaba ella—. ¡Me llenás de una forma que me vuelve loca!

Aceleró. Lo montó más rápido, con violencia dulce, con pasión desatada.

—¡No pares! ¡Rompeme la concha, bebé! ¡Quiero acabarte encima!

Se corrió temblando, gritando con el cuerpo entero, sintiendo cada latido dentro de ella.

Pero no se detuvo. Se inclinó, lo besó, lo lamió, lo acarició como si quisiera devorarlo.

—Dame más. Todavía no terminamos.

Se puso en otra posición, bajando lentamente sobre él, susurrando cosas al oído, mientras lo guiaba hacia otro ritmo más lento… más profundo.

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Lucas se entregó por completo. Gemidos, piel contra piel, manos desesperadas.

Al final, se vino con fuerza, apretando los dientes, estremecido, sintiendo cómo ella lo apretaba, lo recibía, lo abrazaba con todo su cuerpo.

Quedaron en silencio.

Sudados. Exhaustos. Conectados.

Verónica le acarició el pecho con una mano y apoyó la cabeza en él.

—Gracias por ser tan mío… No sabés cuánto me hacés bien.

Lucas la besó en la frente.

—No quiero estar en otro lugar que no sea acá. Con vos.

Ella sonrió. Se acomodó entre sus brazos.
Y la noche los envolvió en calma, después de tanto fuego.
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La relación entre Lucas y Verónica seguía ardiendo.
Escapadas secretas. Regalos caros.
Sexo salvaje en hoteles, oficinas, y hasta dentro del auto con vidrios polarizados.

Pero lo que empezó como un juego privado… pronto empezó a dejar huellas.

Una mañana, en la oficina, Mara, la nueva asistente personal de Verónica, lo miró con sospecha.
Lo vio salir del ascensor minutos después que ella.
Lo vio con la misma camisa de la noche anterior.

Y lo peor: lo escuchó sin querer en el baño, hablando con un amigo.

—Sí, me tiene loco. Me lleva a todos lados… y en la cama… uff. Es una bestia.
—¿Estás hablando de una mina mayor?
—Es mi jefa.

Eso bastó.


Dos días después, Verónica lo llamó a su oficina. Pero su tono no era el de siempre.

—Lucas… cerrá la puerta.

Él obedeció.

Ella no lo miró como antes. Tenía los brazos cruzados, el rostro serio.

—¿Le contaste a alguien?

—¿A qué te referís?

—No me tomes por tonta. Te escucharon hablar.
Y ya corren rumores en toda la empresa.
Algunos piensan que estás acá por… favores.

Lucas tragó saliva.

—Yo… no dije nombres. No conté nada concreto.

—Pero lo insinuaste. Y eso me jode más que cualquier otra cosa.

Se levantó de la silla. Su perfume aún lo volvía loco.
Pero ahora había distancia. Frialdad.

—Te cuidé, te di todo… y vos, en vez de callarte, te agrandás.

—Verónica, yo no quiero perderte.

Ella lo miró fijo.

—Entonces hacé algo.
Demostrame que no estás solo por el sexo… o por el dinero.
Porque si eso es lo único que te mueve, Lucas… esto termina acá.

Él se acercó. La tomó de la mano. Con sinceridad.

—No es solo eso. Me gustás. Me hacés sentir vivo. Deseado. Importante. Y sí, te deseo como nunca. Pero también me importás de verdad.

Verónica dudó. Su expresión se suavizó apenas.

—Si querés seguir con esto… vas a tener que manejarlo como un hombre.
Nada de hablar de más. Nada de tonterías.

—Lo juro.

Ella lo miró largo rato.

—Esta noche venís a casa. Pero no va a ser como siempre.
Quiero que me lo ganes. Que me lo ruegues.
Y si lo hacés bien… tal vez te perdone.

Lucas pensó que tenía todo bajo control. Verónica en la cima del poder, entre lujo, sexo y secretos.
Y Martina, su “noviecita”, la chica dulce del barrio que aún creía en él. O eso pensaba.

Hasta que una noche, mientras revisaba su celular en casa, recibió un mensaje inesperado:

> Martina 💔
“¿Querés explicarme de dónde sacaste el Apple Watch nuevo, el traje, o el viaje a Cancún? ¿O mejor te muestro esto?”


El corazón le dio un vuelco.

Segundos después, llegó una captura de pantalla.
Una publicación privada, sacada de una cuenta anónima.
Una foto suya saliendo del ascensor con Verónica.
Ella de vestido rojo. Él con la misma camisa del lunes.
Sonrientes. Íntimos.

Lucas no supo qué decir.

> “Me usaste como tapadera, ¿no?
Mientras te cogías a esa mujer rica… seguías durmiendo conmigo.
¿Te gusta jugar con nosotras?”


Y entonces vino el golpe final:

> “Le escribí. A tu Sugar Mami.
Le dije que existo. Que sé todo.
A ver si sigue queriéndote ahora, pedazo de basura.”


Horas después, Verónica lo llamó.

—¿Quién carajos es Martina?

Lucas se congeló.

—Verónica, dejame explicarte…

—¡No me expliques nada! ¡Me hablaste de sinceridad! ¿Y tenías a una nena escondida mientras te venías adentro mío?

El silencio fue largo. Pesado.

—No es lo que pensás… Estábamos mal, casi ni hablábamos.

—Pero seguías con ella. Y seguías cogiendo conmigo.
¿Qué sos, Lucas? ¿Un actor porno? ¿Un doble agente del amor?

Él intentó acercarse, pero ella lo detuvo con una mirada fría.

—Mirá, nene… estoy grande para estos jueguitos.
Yo soy una mujer que no comparte. No con otra. Y mucho menos con una mocosa despechada que me escribe por Instagram.

—Verónica…

—Tenés dos opciones. O vas con tu noviecita y tu vida común…
O venís esta noche, y me demostrás que soy lo único que querés.

Lucas tragó saliva.

—Voy a ir.

—No te equivoques, Lucas.
Esta vez… si no me convencés, te borro de mi vida y de mi cama.
Y te aseguro que vas a desear no haberme conocido nunca.

Click.

Esa noche, Lucas llegó a su puerta. Sin celular. Sin reloj. Sin camisa.

Solo con ganas de redimirse.
O de perderse para siempre.


Verónica lo miró desde el otro lado de la sala, con los brazos cruzados, envuelta en una bata de seda negra.
Había una copa de vino sobre la mesa… y fuego en sus ojos.

—¿Viniste a suplicar?

Lucas asintió.

—Pero no con excusas —dijo firme—. Vengo a decirte la verdad.

Ella no respondió. Solo lo miró, seria, con el orgullo herido.

—Martina me trató como basura —continuó él—. Cuando supo de vos, lo primero que hizo fue gritarme que yo no valía nada. Que solo te seguía por interés.
Que eras “vieja”, “una adinerada desesperada”.
Y yo me di cuenta de algo, Verónica: ella nunca me vio como vos me ves.

Ella levantó una ceja.

—¿Y cómo te veo yo?

Lucas dio un paso al frente.

—Como un hombre. Como alguien que vale. Me hiciste sentir deseado, respetado… importante.
Y sí, me diste cosas. Pero lo más fuerte que me diste fue esa mirada tuya… esa forma de tocarme como si me necesitaras. Como si fueras mía también.

Silencio.

Ella lo observó, sin moverse. Pero su respiración ya no era tan firme.

Lucas se acercó otro paso.

—Estoy acá porque vos me gustás. No por el dinero. No por el lujo.
Porque me volvés loco. Por tu cuerpo, tu carácter… por cómo me hablás y cómo me cogés.

—¿Y querés que te crea?

—No.
Quiero demostrartelo.

Ella dejó la copa. Lo miró largo rato… y luego se soltó la bata.
Cayó al piso, revelando su cuerpo desnudo, fuerte, maduro, deseable.

—Entonces callate… y hacelo.


Lucas se arrodilló frente a ella. Le besó las piernas. Le adoró cada centímetro.
Subió lento, besándole los muslos, el abdomen, las tetas.
Y cuando llegó a su boca, la besó con pasión de verdad.

—Sos mía, Verónica. Hoy… y siempre.

Ella lo empujó hacia el sillón, lo desnudó sin apuro y se subió encima.

—Demostrame que no mentís.

Él la sostuvo por la cintura, y ella se metió su pija en la concha con un gemido ronco.

La conexión fue distinta.
No era solo sexo: era piel con piel, deseo con entrega, fuego con verdad.

Verónica lo cabalgaba como si fuera suyo desde siempre.
Él la sujetaba como si no quisiera que se fuera nunca.

—¡Así… así me gusta! —jadeaba ella—. Sentime. Haceme tuya.

Se besaban entre gemidos, tocándose sin miedo, mirándose a los ojos como nunca.

Cuando ella sintió que iba a explotar, gritó su nombre.
Y él, temblando, acabó dentro de ella con un gemido ahogado, sujetándola fuerte.

Permanecieron así, entrelazados, sudados, besándose en silencio.

Y por primera vez… sin dudas.


Después, Verónica le acarició el rostro.
No sonreía, pero tampoco estaba seria.

—¿Sabés lo que esto significa, no?

—Que ya no soy tu juguete.

—No.
Que ahora… sos mío de verdad.

Y Lucas lo supo. Lo aceptó. Y lo deseó.

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Semanas después del reencuentro, Verónica lo miraba distinto.
Ya no era solo la Sugar Mami que lo devoraba en silencio.
Ahora lo invitaba a las reuniones, lo presentaba como “alguien especial” y le acariciaba la espalda en público sin ocultarse.

Una noche, mientras cenaban en su terraza, ella le susurró:

—Tengo ganas de sellar esto como se debe. Un viaje. Uno íntimo. Solo vos, yo… y ninguna distracción.

Lucas sonrió. —¿A dónde?

—Grecia. Isla privada. Todo pago. Solo nosotros.


El mar Egeo brillaba como un espejo de plata cuando bajaron del helicóptero.
La casa estaba en lo alto de un acantilado, con ventanales sin cortinas, piscina infinita y una cama tan grande que parecía flotante.

Lucas no preguntó nada.
Solo la tomó de la mano… y la llevó a la habitación.

Verónica se quitó la bata, dejando caer el encaje blanco al suelo.
Lucas se desnudó sin prisa, mirándola con hambre, pero también con ternura.

—Hacelo lento —susurró ella—. Esta noche no quiero dominarte…
Quiero que me hagas el amor como si ya no fueras mi chico.
Sino mi igual.

Él la besó de pie, desnudos, frente al mar.
Se acostaron sobre las sábanas frescas, y la acarició como nunca: sin apuro, sin juego, con pura devoción.

Le lamió el cuello, los tetas, el vientre…
Hasta encontrar su concha cálida, húmeda y dispuesta.
Le abrió las piernas y la besó allí, lento, profundo, hasta que ella se arqueó con un gemido que decía “no pares”.

—Ahora entrame —dijo con voz ronca—. Llename entera.
Pero no como antes…
Como un hombre que me ama.

Y Lucas lo hizo. La metió la pija lento, despacio, con cada centímetro como una promesa.
Sus cuerpos encajaban a la perfección.
Ella le envolvía la cintura con las piernas.
Él le acariciaba el rostro mientras la cogía con una ternura salvaje.

—Sos todo lo que quiero —murmuró ella, besándole el cuello—. Y no me importa lo que digan. Te quiero conmigo.

Lucas aceleró un poco. Sintió cómo ella apretaba, cómo gemía cada vez más fuerte.

—Entonces no me sueltes —dijo él—. Porque ya no soy tu chico. Soy tu hombre.

Y acabaron juntos. Ella aferrada a su espalda.
Él hundido en su cuerpo, pero también en su vida.

Horas después, desnudos en la piscina bajo las estrellas, ella le apoyó la cabeza en el pecho y susurró:

—Se terminó el trato.
Ya no te pago…
Porque ahora lo que me das… vale más que cualquier cifra.

Lucas la abrazó fuerte.

Y entendió que sí: el fuego que empezó como un juego, ahora era amor real.

Lujurioso. Salvaje. Verdadero. Y eterno.

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4 comentarios - 133📑La Sugar Mami

Kakaroto2017
uuuuuuffff muy bueno!!!imagine todo como si fuera alura Jenson!!!jaja doble calentura
Matias296929
Espectacular, hermoso relato más sentido imposible te mereces más q un 10