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117/2📑Mi amiga Milf - Parte 2

117/2📑Mi amiga Milf - Parte 2


Camila se había vuelto habitual.
Pasaba por la esquina. Se quedaba charlando con Dany. Le dejaba dulces en la mochila.
Le mandaba memes. Le hacía preguntas que iban más allá del aula.

Y lo miraba con una mezcla de admiración y picardía que a Dany le hacía temblar la voz.

Una tarde, después de clases, le dijo sin vueltas:

—Me gustás, Dany.
No sé qué tenés… pero me gustás.
Y quiero ver qué pasa si me dejás conocerte más.

Él no supo qué responder.
Pero sonrió.
Y eso fue suficiente para que Marizza lo viera desde la ventana, otra vez.


—¿Qué pasa con la nena? —preguntó Marizza esa misma noche, cruzada de brazos en la cocina.

—¿Camila?

—No. ¿La Virgen María?
¡Claro que Camila! —dijo con una sonrisa irónica—.
Te vi con ella. ¿Ahora salís con estudiantes?

—¿Te molesta?

—¿A mí? Para nada.
Solo me causa gracia que te alcance con un par de miradas para olvidarte de esta casa.

Dany se acercó.

—No me olvidé. Pero no puedo vivir esperando que vos tengas una tarde libre y sin marido.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿La querés ver en serio?

—No sé. Me gusta.

—¿Y lo nuestro?

—Lo nuestro… vos fuiste clara. Solo sexo. Sin reclamos.

Silencio.

Ella bajó la mirada. Apretó los labios.

—No sé si me gusta eso de vos.

—¿Qué cosa?

—Que me tomes al pie de la letra.

Y sin decir más, se acercó, lo besó fuerte.
Lo empujó contra la heladera.
Se agachó. Le bajó el pantalón.
Y sin rodeos, comenzó a mamarle la pija con furia.

Sus movimientos eran rápidos, intensos, desesperados.
Como si buscara marcar territorio con la lengua.
Como si quisiera borrar todo rastro de Camila.

Dany jadeaba. Se apoyó con las manos en la encimera.
Ella lo miraba desde abajo, con los labios ocupados y los ojos encendidos.

Cuando terminó, se limpió la boca, lo miró seria y dijo:

—Podés salir con quien quieras.
Pero cuando tengas ganas de que te chupen la pija como Dios manda…
sabés dónde tocar el timbre.

Y se fue, dejando a Dany en medio de la cocina, sin aliento, y con la cabeza… aún más confundida.

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Camila lo esperó a la salida de la facultad, sonriendo como siempre, pero esa vez… con un brillo distinto en los ojos.

—¿Te parece si vamos a caminar? Tengo algo que quiero hacer —le dijo, tomándole la mano sin pedir permiso.

Dany aceptó. Era fácil dejarse llevar con ella. Tenía esa mezcla de ternura y confianza que hacía que uno quisiera seguirla hasta el fin del mundo.

Caminaron un rato. Rieron. Compartieron una bebida. Se detuvieron bajo un árbol, con la brisa del atardecer jugando con su ropa.

—¿Y ahora? —preguntó él, viendo que ella se acercaba más de la cuenta.

Camila no respondió.
Solo lo miró fijo, le acarició el cuello con los dedos, y lo besó.

Fue un beso cálido, lento, dulce… pero cargado de promesa.
Y justo en ese instante —como si el destino jugara sucio— una sombra se detuvo al borde de la calle.

Marizza.

Lentes oscuros. Blusa blanca. El ceño fruncido. Detrás de los anteojos, los ojos brillaban como cuchillas.

Camila no la vio. Dany sí. Y se congeló.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, sin entender.

—Nada —dijo él, disimulando—. Vamos, te acompaño a casa.


Esa noche, Dany recibió un mensaje:
“Vení. Ahora. Solos.â€

Cuando llegó a la casa de Marizza, ella estaba en el patio, con una copa de vino, piernas cruzadas, y cara de pocos amigos.

—¿Buen beso? —preguntó, sin saludar.

—No lo planeé —intentó explicar él—. Solo pasó.

—¿Y después qué iba a pasar? ¿Un café? ¿Una noche? ¿Una relación?

—¿Y si así fuera?

Marizza se levantó.
Se acercó lentamente. Lo miró a los ojos.

—Sos un desagradecido.

—No te debo nada, Marizza.
Fuiste clara: “Solo sexoâ€. ¿Ahora querés otra cosa?

Ella no respondió. Solo lo tomó por los huevos, con una mano firme, como marcándolo.

—No sé si quiero otra cosa —dijo con la voz ronca—.
Pero lo que no quiero… es que otra me saque lo que yo hice crecer.
 
Lo solto —Podés besar a quien quieras, Dany.
Pero cuando tengas hambre real…
sabés quién te alimenta como a un hombre.

Y sin más, se giró y se fue a su cuarto, dejando la puerta abierta.

Una invitación silenciosa.
Una amenaza dulce.
Un juego que ya no tenía reglas.



Era sábado, pasadas las ocho.
El cielo se cubría de un naranja denso, y el aire estaba cargado de esa extraña energía de las cosas que terminan.

Dany recibió el mensaje en seco:
"Vení. Quiero hablar. A solas."

Cuando cruzó la puerta, ella lo esperaba en el living, sin maquillaje, en camisón de seda, descalza, y con los ojos rojos. No por haber llorado… sino por haberlo pensado demasiado.

—No voy a dar vueltas —dijo Marizza, sin rodeos—.
Lo tuyo con Camila va a crecer. Lo veo venir. Y me alegra.

Dany frunció el ceño.

—¿Te alegra?

Ella se acercó. Le acarició el rostro con la palma entera, como si intentara memorizarlo.

—Sí. Porque ella puede darte cosas que yo no puedo.
Y porque vos sos mejor de lo que creés.
Aunque… —bajó la mirada— me gustaría que no tuvieras que irte del todo.

—¿Qué querés decir?

Marizza tragó saliva. Le sostuvo la mirada.

—Quiero pedirte una última vez.
Una sola. Una que nos deje marcados.Una que me haga recordar con el cuerpo… lo que nunca voy a poder repetir.

Dany no respondió. Solo la besó.
Y esta vez no hubo prisa. Hubo hambre.


La llevó hasta su cuarto en silencio.
La desvistió con lentitud.
Le besó los hombros, la espalda, las tetas, la cintura, como si cada parte fuera un adiós.
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Ella lo desnudó a él como si fuera suyo por última vez. Y se entregaron con todo.

El encuentro fue salvaje, pero  también tierno.
Ella se aferraba a él con las piernas, guiaba su pene a su concha con las manos, le decía cosas al oído que jamás le diría a nadie más.
Dany la miraba, y por dentro… ardía.

—No me olvides —susurró ella, cabalgándo su pija con fuerza, con la concha mojada, las tetas brincando y los ojos húmedos.

—No podría, aunque quisiera —jadeó él, tomándola de la cadera.

En la última embestida, Marizza se arqueó con un grito suave, y él acabó temblando, mordiendo su hombro, sin poder contenerse.

Cayeron juntos, enredados.Silencio. Sudor. Respiración agitada.
Y un corazón latiendo donde antes solo había lujuria.


Minutos después, Marizza le acarició el pelo mientras él estaba recostado sobre sus tetas.

—Sos joven. Tenés todo por delante.
Yo fui un desvío en tu camino…
pero me alegra haber sido tu desvío favorito.

Dany no respondió. La besó con ternura.

Ella lo miró, seria, con una sonrisa melancólica:

—Cuando la vida te canse… o te aburras de las niñas que no saben lo que quieren…
acordate que yo voy a estar para vos.
Con los brazos abiertos.
Y la concha también.

Él sonrió. Y se fue.

Pero mientras caminaba, sabía que…
ese cuerpo, esa historia, esa mujer… no se olvidan.
Solo se guardan.
En la memoria… y en la piel.

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1 comentarios - 117/2📑Mi amiga Milf - Parte 2

garcheskikpo
tremendo, vienen lindas las historias