El gimnasio estaba cerrado. Solo las luces tenues de la sala de yoga seguían encendidas. Carla se había quedado sola, estirando frente a la pared de espejos. Llevaba unos leggings negros que le abrazaban las caderas como una segunda piel y un top corto, empapado de sudor, que dejaba sus pezones marcados por el frío.
Lucas entró sin avisar, con una camiseta ajustada y la mirada clavada en ella. Era el nuevo entrenador, diez años mayor, con una voz grave que le vibraba en el pecho cuando le hablaba al oído.
—Te quedaste sola —dijo, cerrando la puerta tras el.
—Estaba esperando que vinieras —respondió Carla sin girarse, inclinada hacia adelante, con el culo en alto y las piernas bien abiertas.
Lucas se acercó como un depredador. No dijo nada. Le levantó el top de golpe y dejó sus tetas al aire, redondas, duras. Las tomó con ambas manos, apretándolas fuerte mientras la lamía desde la nuca hasta la espalda baja. Carla gimió, arqueándose más.
—Te voy a coger frente a todos esos espejos —murmuró.
Se arrodilló detrás de ella, le bajó los leggings de un tirón y la dejó completamente expuesta. Su concha estaba mojada, brillante, chorreando entre los muslos. Lucas le abrió las nalgas y le escupió sin pudor, luego metió dos dedos, profundos. Carla soltó un grito ahogado.

—Mmm... así me gusta... —dijo entre jadeos—. Rómpeme.
Lucas se bajó el pantalón de entrenamiento, dejando caer su pija gruesa y palpitante. La colocó en la entrada de su vagina y la empujó de una embestida brutal. Carla se aferró al espejo, sudando, dejando marcas de sus manos mientras él la cogía con fuerza, con ritmo de bestia.
El sonido de sus cuerpos chocando retumbaba en la sala vacía.

—¡Más! ¡No pares! —gritaba ella.
Lucas le estiraba el cabello, la hacía mirarse al espejo mientras la cogia desde atrás. Sus tetas rebotaban con cada golpe, sus ojos vidriosos, la boca entreabierta, llena de saliva y placer.

Entonces se detuvo un segundo, la hizo arrodillarse frente a él.
—Chúpala. Quiero verla toda dentro de tu boca.
Carla le agarro la pija y se la tragó entera, con fuerza, hasta que él gemía y se tensaba. Lo miraba desde abajo, con los ojos brillantes, masturbándose mientras lo mamaba con hambre, con furia. Se la sacó, la escupió, volvió a metérsela hasta las amígdalas.
—¡Me vengo! —advirtió Lucas, pero Carla no se apartó.
Se la tragó entera, sin dejar una gota, relamiéndose como una puta feliz, jadeando, con la boca sucia y los labios hinchados. Se miró al espejo y se rió.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Lucas se agachó y le mordió el cuello.
—No he terminado contigo, preciosa.
El eco de sus gemidos aún flotaba en la sala de yoga. Carla se limpió los labios con la mano y le lanzó una mirada sucia a Lucas, que ya recuperaba el aliento con la pija aún dura, palpitante, brillando por su saliva.
—La sala de pesas está vacía —dijo ella, como si le lanzara un reto.
Lucas sonrió.
—Muéstrame el camino.
Caminaron desnudos por el pasillo oscuro. El ruido de la lluvia golpeando el techo de chapa acompañaba sus pasos. Al llegar, la sala estaba completamente vacía, solo iluminada por una tenue luz de emergencia que creaba sombras largas entre las máquinas. El olor a hierro, sudor y caucho se mezclaba con el de su sexo reciente.
Carla se apoyó contra una máquina de abdominales, arqueando la espalda, y separó las piernas. Su culo era una invitación descarada, firme, con la piel aún roja por los azotes de antes.

—Ahora me das por el culo —susurró—. Como un animal.
Lucas escupió de nuevo, untando la punta de su pija con saliva y los restos del sexo anterior. Le abrió las nalgas con ambas manos, apuntó y empujó. Esta vez no fue lento: entró de golpe, arrancándole un grito que se perdió entre las pesas. El culo apretado se abrió para él, caliente, pulsante, como si lo reclamara.
—¡Sí! ¡Así! ¡Cogeme más fuerte! —gritaba Carla, sucia, sudada, con el maquillaje corrido y el deseo en carne viva.
Lucas la sujetaba de la cintura y le daba con todo, con los huevos chocando contra ella, sin parar. El sonido era obsceno. Carla se mordía los labios, babeaba, se acariciaba el clítoris mientras él le desgarraba el culo con embestidas salvajes.
—¡Me encanta cómo lo tienes! —gruñó él—. Vas a hacerme acabar otra vez.
La sacó de repente, con la pija hinchada y enrojecida, a punto de estallar. Carla se dejó caer de rodillas sobre la colchoneta y se apretó las tetas con las manos, ofreciéndoselas como una puta entrenada.
—Aquí, papi… —jadeó—. Derrámalo en mis tetas.
Lucas no se aguantó más. Con un gruñido profundo, se la sacudió sobre ella, y la leche caliente voló en chorros espesos, cayendo sobre sus tetas, su cuello, su boca abierta. Carla lo miraba desde abajo, jadeando, manchada, preciosa, temblando todavía de placer.
—Te tengo adicto a mi culo ya, ¿verdad? —le dijo, riendo entre jadeos.
Lucas solo asintió, sin aliento, y se dejó caer junto a ella, rendido.
—Y tú... adicta a que te lo revienten.
El vapor llenaba los vestuarios. Las duchas abiertas dejaban correr el agua caliente como una lluvia infinita que chocaba contra las baldosas. Carla caminó desnuda entre la niebla con paso lento, las gotas resbalando por su piel sucia de semen, sudor y deseo. Cada paso que daba goteaba lujuria.
Lucas la seguía con la mirada encendida. Ella entró a una de las duchas y se apoyó contra la pared, dejando que el agua corriera por su espalda. Cuando él se acercó, lo recibió con una sonrisa cansada, pero ardiente.
—Una última vez —dijo ella—. Y hazlo memorable.
Lucas la abrazó por la espalda, pegando su cuerpo húmedo al de ella. Le mordió el cuello y le frotó el pene entre las nalgas. Su pija ya estaba dura otra vez, resucitada por el perfume de su piel mojada.
—Te lo voy a dar como no te lo han dado nunca —le dijo al oído.

Carla levantó una pierna, apoyándola sobre el banco de piedra dentro de la ducha. Su concha quedó abierta, en perfecta exposición, entre el vapor y el agua caliente. Lucas la penetró de un empuje certero, profundo, que la hizo gemir como una puta poseída.
—¡Dios… sí! —gritó—. Cogeme contra la pared, no pares…
La sujetó de los brazos, la estrelló contra los azulejos, y la cogió con fuerza brutal, como un último asalto a un cuerpo que ya era suyo. Las embestidas eran rápidas, húmedas, potentes. Cada golpe la hacía chocar las tetas contra la pared mojada. Carla gritaba, sin vergüenza, con los pezones duros por el agua caliente y el cuerpo tenso de placer.
Lucas sacó la pija de su concha chorreante, se arrodilló y le separó las nalgas. Le lamió el culo sin piedad, con la lengua larga, sucia, adicta a su sabor. Carla temblaba entera, con los muslos abiertos, goteando sobre su cara.
—Métela ya… por el culo… —rogó con voz rota.
Lucas se puso de pie, la escupió de nuevo, y la penetró por detrás, directo al infierno apretado que ya conocía. Esta vez fue lento al principio, como una tortura deliciosa, haciéndola gritar de frustración. Luego la empaló como una bestia, con toda la fuerza del deseo acumulado.
—¡Te amo cuando me la das así! —gritaba ella, ya delirando—. ¡Duro, sin parar… hasta que me rompas!
El agua seguía cayendo. El vapor los envolvía como una nube caliente, y el sonido de los cuerpos chocando se mezclaba con el eco de los jadeos y gemidos.
Lucas la embistió sin descanso, hasta que sintió que no podía más. La sacó, la giró, la hizo arrodillarse en la baldosa caliente y ella lo esperaba con la boca abierta y las tetas listas para el final.

—Ven aquí, córrete para mí otra vez…
Él se la sacudió con una mano fuerte, mientras Carla le chupaba los huevos con desesperación, hasta que explotó sobre su pecho y su cara, llenándola por última vez. Ella jadeó, lo lamió, se untó la corrida por las tetas y lo miró con una sonrisa obscena, brillante.
—Ahora sí —susurró—. Puedes decir que me tuviste.
Lucas se rió, exhausto, y la abrazó bajo la lluvia artificial, como si el agua pudiera borrar lo que acababan de hacer.
Pero los espejos, el banco, y cada baldosa… recordarían cada segundo.

Lucas entró sin avisar, con una camiseta ajustada y la mirada clavada en ella. Era el nuevo entrenador, diez años mayor, con una voz grave que le vibraba en el pecho cuando le hablaba al oído.
—Te quedaste sola —dijo, cerrando la puerta tras el.
—Estaba esperando que vinieras —respondió Carla sin girarse, inclinada hacia adelante, con el culo en alto y las piernas bien abiertas.
Lucas se acercó como un depredador. No dijo nada. Le levantó el top de golpe y dejó sus tetas al aire, redondas, duras. Las tomó con ambas manos, apretándolas fuerte mientras la lamía desde la nuca hasta la espalda baja. Carla gimió, arqueándose más.
—Te voy a coger frente a todos esos espejos —murmuró.
Se arrodilló detrás de ella, le bajó los leggings de un tirón y la dejó completamente expuesta. Su concha estaba mojada, brillante, chorreando entre los muslos. Lucas le abrió las nalgas y le escupió sin pudor, luego metió dos dedos, profundos. Carla soltó un grito ahogado.

—Mmm... así me gusta... —dijo entre jadeos—. Rómpeme.
Lucas se bajó el pantalón de entrenamiento, dejando caer su pija gruesa y palpitante. La colocó en la entrada de su vagina y la empujó de una embestida brutal. Carla se aferró al espejo, sudando, dejando marcas de sus manos mientras él la cogía con fuerza, con ritmo de bestia.
El sonido de sus cuerpos chocando retumbaba en la sala vacía.

—¡Más! ¡No pares! —gritaba ella.
Lucas le estiraba el cabello, la hacía mirarse al espejo mientras la cogia desde atrás. Sus tetas rebotaban con cada golpe, sus ojos vidriosos, la boca entreabierta, llena de saliva y placer.

Entonces se detuvo un segundo, la hizo arrodillarse frente a él.
—Chúpala. Quiero verla toda dentro de tu boca.
Carla le agarro la pija y se la tragó entera, con fuerza, hasta que él gemía y se tensaba. Lo miraba desde abajo, con los ojos brillantes, masturbándose mientras lo mamaba con hambre, con furia. Se la sacó, la escupió, volvió a metérsela hasta las amígdalas.
—¡Me vengo! —advirtió Lucas, pero Carla no se apartó.
Se la tragó entera, sin dejar una gota, relamiéndose como una puta feliz, jadeando, con la boca sucia y los labios hinchados. Se miró al espejo y se rió.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Lucas se agachó y le mordió el cuello.
—No he terminado contigo, preciosa.
El eco de sus gemidos aún flotaba en la sala de yoga. Carla se limpió los labios con la mano y le lanzó una mirada sucia a Lucas, que ya recuperaba el aliento con la pija aún dura, palpitante, brillando por su saliva.
—La sala de pesas está vacía —dijo ella, como si le lanzara un reto.
Lucas sonrió.
—Muéstrame el camino.
Caminaron desnudos por el pasillo oscuro. El ruido de la lluvia golpeando el techo de chapa acompañaba sus pasos. Al llegar, la sala estaba completamente vacía, solo iluminada por una tenue luz de emergencia que creaba sombras largas entre las máquinas. El olor a hierro, sudor y caucho se mezclaba con el de su sexo reciente.
Carla se apoyó contra una máquina de abdominales, arqueando la espalda, y separó las piernas. Su culo era una invitación descarada, firme, con la piel aún roja por los azotes de antes.

—Ahora me das por el culo —susurró—. Como un animal.
Lucas escupió de nuevo, untando la punta de su pija con saliva y los restos del sexo anterior. Le abrió las nalgas con ambas manos, apuntó y empujó. Esta vez no fue lento: entró de golpe, arrancándole un grito que se perdió entre las pesas. El culo apretado se abrió para él, caliente, pulsante, como si lo reclamara.
—¡Sí! ¡Así! ¡Cogeme más fuerte! —gritaba Carla, sucia, sudada, con el maquillaje corrido y el deseo en carne viva.
Lucas la sujetaba de la cintura y le daba con todo, con los huevos chocando contra ella, sin parar. El sonido era obsceno. Carla se mordía los labios, babeaba, se acariciaba el clítoris mientras él le desgarraba el culo con embestidas salvajes.
—¡Me encanta cómo lo tienes! —gruñó él—. Vas a hacerme acabar otra vez.
La sacó de repente, con la pija hinchada y enrojecida, a punto de estallar. Carla se dejó caer de rodillas sobre la colchoneta y se apretó las tetas con las manos, ofreciéndoselas como una puta entrenada.
—Aquí, papi… —jadeó—. Derrámalo en mis tetas.
Lucas no se aguantó más. Con un gruñido profundo, se la sacudió sobre ella, y la leche caliente voló en chorros espesos, cayendo sobre sus tetas, su cuello, su boca abierta. Carla lo miraba desde abajo, jadeando, manchada, preciosa, temblando todavía de placer.
—Te tengo adicto a mi culo ya, ¿verdad? —le dijo, riendo entre jadeos.
Lucas solo asintió, sin aliento, y se dejó caer junto a ella, rendido.
—Y tú... adicta a que te lo revienten.
El vapor llenaba los vestuarios. Las duchas abiertas dejaban correr el agua caliente como una lluvia infinita que chocaba contra las baldosas. Carla caminó desnuda entre la niebla con paso lento, las gotas resbalando por su piel sucia de semen, sudor y deseo. Cada paso que daba goteaba lujuria.
Lucas la seguía con la mirada encendida. Ella entró a una de las duchas y se apoyó contra la pared, dejando que el agua corriera por su espalda. Cuando él se acercó, lo recibió con una sonrisa cansada, pero ardiente.
—Una última vez —dijo ella—. Y hazlo memorable.
Lucas la abrazó por la espalda, pegando su cuerpo húmedo al de ella. Le mordió el cuello y le frotó el pene entre las nalgas. Su pija ya estaba dura otra vez, resucitada por el perfume de su piel mojada.
—Te lo voy a dar como no te lo han dado nunca —le dijo al oído.

Carla levantó una pierna, apoyándola sobre el banco de piedra dentro de la ducha. Su concha quedó abierta, en perfecta exposición, entre el vapor y el agua caliente. Lucas la penetró de un empuje certero, profundo, que la hizo gemir como una puta poseída.
—¡Dios… sí! —gritó—. Cogeme contra la pared, no pares…
La sujetó de los brazos, la estrelló contra los azulejos, y la cogió con fuerza brutal, como un último asalto a un cuerpo que ya era suyo. Las embestidas eran rápidas, húmedas, potentes. Cada golpe la hacía chocar las tetas contra la pared mojada. Carla gritaba, sin vergüenza, con los pezones duros por el agua caliente y el cuerpo tenso de placer.
Lucas sacó la pija de su concha chorreante, se arrodilló y le separó las nalgas. Le lamió el culo sin piedad, con la lengua larga, sucia, adicta a su sabor. Carla temblaba entera, con los muslos abiertos, goteando sobre su cara.
—Métela ya… por el culo… —rogó con voz rota.
Lucas se puso de pie, la escupió de nuevo, y la penetró por detrás, directo al infierno apretado que ya conocía. Esta vez fue lento al principio, como una tortura deliciosa, haciéndola gritar de frustración. Luego la empaló como una bestia, con toda la fuerza del deseo acumulado.
—¡Te amo cuando me la das así! —gritaba ella, ya delirando—. ¡Duro, sin parar… hasta que me rompas!
El agua seguía cayendo. El vapor los envolvía como una nube caliente, y el sonido de los cuerpos chocando se mezclaba con el eco de los jadeos y gemidos.
Lucas la embistió sin descanso, hasta que sintió que no podía más. La sacó, la giró, la hizo arrodillarse en la baldosa caliente y ella lo esperaba con la boca abierta y las tetas listas para el final.

—Ven aquí, córrete para mí otra vez…
Él se la sacudió con una mano fuerte, mientras Carla le chupaba los huevos con desesperación, hasta que explotó sobre su pecho y su cara, llenándola por última vez. Ella jadeó, lo lamió, se untó la corrida por las tetas y lo miró con una sonrisa obscena, brillante.
—Ahora sí —susurró—. Puedes decir que me tuviste.
Lucas se rió, exhausto, y la abrazó bajo la lluvia artificial, como si el agua pudiera borrar lo que acababan de hacer.
Pero los espejos, el banco, y cada baldosa… recordarían cada segundo.

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