Andrés llegó a Ciudad de México por trabajo. Una semana. Reuniones, almuerzos, calor, tráfico. Todo normal… hasta que entró a una pequeña plaza comercial a comprar una tarjeta SIM y la vio.
Lupita.
Atendía en el local 19. Una tiendita de regalos, peluches y dulces. Tenía el cabello negro, ojos grandes y tímidos, y un delantal que apenas lograba ocultar sus tetas enormes, apretadas bajo una blusa blanca con bordados. Cada movimiento suyo era una provocación involuntaria.
Ella lo miró, bajó la vista, y le dijo:
—¿Desea algo?
—Sí… bueno… un peluche —dijo Andrés, sin saber por qué.
Ella lo envolvió con delicadeza. Sus manos temblaban un poco.
—¿Siempre hace tanto calor aquí o soy yo? —dijo él, mirándola fijamente. Lupita sonrió, apenada.
—Depende… a veces el calor viene de adentro.
Andrés sintió cómo se le endurecía por dentro. Esa chica, tan tímida, lo volvía loco.
Durante tres días seguidos volvió. Cada vez un pretexto nuevo. Una taza. Un llavero. Una tarjeta para su "novia". Lupita se reía, y cada día se abría un poco más… hasta que, al cuarto día, mientras ella envolvía un regalo, él se acercó por detrás.
—¿Y si el regalo fueras tú?
Lupita se quedó quieta. La respiración se le agitó. Él rozó su cintura, le besó el cuello, y ella se estremeció.
—Estoy loca por usted, don Andrés. Pero… me da pena.
—No tengas pena, Lupita —le susurró al oído—. Lo único que me da pena… es no tenerte encima mío todavía.
Ella cerró la reja del local. Bajó la cortina, y lo llevó al cuartito del fondo. Pequeño, con un ventilador viejo y una cama improvisada.
Lupita se quitó la blusa. Sus tetas eran enormes, pesadas, suaves, perfectas. Andrés se las besó con devoción, mientras ella se mordía los labios.
—Hace años que nadie me toca así… —susurró ella.
Se arrodilló y comenzó a chuparle la pija con entrega. Lo mamaba con pasión contenida, como si cada segundo fuera un regalo. Se desnudo por completo, su concha peluda chorreaba, se subió sobre él, y se lo metió lentamente, gimiendo con los ojos cerrados.

—Está tan grande, patrón… me va a partir…
Cabalgó con el cuerpo temblando, jadeando, apretando con fuerza. Andrés la giró, la puso boca abajo y la tomó desde atrás, empujando con fuerza, hundiendole la pija en su concha, hasta que ella gritó mordiendo la almohada.
Acabaron sudados, abrazados, con el ventilador girando arriba.
—¿Vas a volver mañana? —preguntó ella, entre caricias.
Andrés no respondió. Solo le acarició el rostro y besó sus pezones lentamente.
Al día siguiente, Lupita abrió la reja del local 19 como siempre, con su pelo suelto y su blusa apretada… pero esta vez, él ya estaba allí. Esperándola. De traje. Sonriendo. Y con un ramo de flores silvestres en la mano.
—¿Para mí? —dijo ella, llevándose las manos al pecho.
—¿Ves a otra mujer con tu sonrisa? —respondió él.
Lupita se puso roja. Miró para los costados. Y bajó la vista como una colegiala.
—Hoy no vine por un peluche. Vine por ti. Te invito a cenar. Quiero verte con un vestido, no con ese delantal. Quiero verte caminar con tacos. Quiero… comerte con los ojos, y después, con la boca.
Esa noche, Lupita llegó puntual al restaurante. Vestido rojo, ajustado. Los pechos se le desbordaban con cada movimiento. Andrés casi no podía disimular su erección. Comieron, bebieron, rieron… y después fueron al departamento de él.
Apenas cerró la puerta, la puso contra la pared, le subió el vestido y se la devoró con hambre. La besó por el cuello, le bajó el sostén, y le besó las tetas, le mordió los pezones con suavidad.
—Tenía hambre de vos desde el primer día que te vi. Tus tetas me vuelven loco...
—Y yo de usted… pero me daba miedo.
—Hoy no tengas miedo, Lupita. Hoy te voy a hacer mía por completo.
La llevó a la cama, le quitó el vestido, la besó desde los labios hasta los muslos. Se detuvo en su vagina, y comenzó a lamerla con lentitud, haciendo que se retorciera.

Ella gemía bajito:
—Ay, no pare, por favor… así… me estoy mojando toda…
Andrés la hizo acabar con la lengua, mientras la miraba a los ojos. Después, se puso encima, se la metió entera, y empezó a bombearla mientras le apretaba las tetas.
Lupita se aferró a él. No podía parar de gemir. Hasta que Andrés le dijo al oído:
—¿Alguna vez te lo hicieron… por atrás?
Ella se quedó inmóvil.
—No… nunca… pero si es usted… quiero probar…

La puso de espaldas, la besó en la nuca, y le fue preparando el camino con paciencia. Le lubricó con los dedos, con la lengua. Y cuando ella se abrió completamente, le metió la pija en el culo despacio… profundo… hasta el fondo.
Lupita gritó de placer y de sorpresa.
—¡Ay, Dios mío…! ¡¡Me la está metiendo toda…!!
Andrés la tomaba con fuerza de las caderas, mientras ella se apoyaba en la almohada y se dejaba hacer. Era suya. Por completo. Su cuerpito, su alma, y su culito virgen.

Terminó acabando sobre su espalda, y luego la abrazó, mientras ella se acurrucaba en su pecho, jadeando.
—No sabía que se podía gozar así, don Andrés… usted me hizo otra.
—Y apenas estamos empezando.
La mañana siguiente, Lupita amaneció desnuda entre las sábanas revueltas del departamento de Andrés. Su cabello suelto, sus tetas marcadas por los besos de la noche anterior, y su culito todavía adolorido por la intensa cogida anal, la hacían ver como una diosa inocente y profana.
Andrés la miraba embobado. Pero Lupita… estaba seria.
—¿Qué pasa, preciosa? —preguntó él, acariciándole el muslo.
Ella dudó. Bajó la mirada. Luego lo miró a los ojos, con una mezcla de deseo, miedo… y decisión.
—Hay algo que no te dije, don Andrés.
—Dime.
—Yo no soy solo una chica de una tiendita… ni una pobre mexicana que se calienta con los extranjeros. Yo antes… era otra cosa.
Andrés frunció el ceño. Ella se levantó de la cama, desnuda, caminó hasta su bolso, y sacó una pequeña carpeta. La dejó sobre la cama.
Fotos. Recortes de prensa. Un nombre diferente: “Valeria Cortés”.
—¿Quién es Valeria?
—Yo. Hace unos años. Era actriz porno. Bastante conocida, pero siempre con máscara… “La Virgen Negra”, me llamaban. Por mis tetas naturales y mi culo virgen. Nunca me lo habían hecho por atrás… hasta anoche.
Andrés tragó saliva. Miró las fotos. Lupita con otras chicas, con hombres, en videos BDSM. Todo grabado. Todo real.
—¿Y por qué lo dejaste?
—Me enamoré de un pendejo que me prometió el cielo. Me grabó sin máscara y me traicionó. Me fui, cambié de nombre, me escondí… hasta que apareciste tú.
Andrés se acercó. La abrazó por detrás. Le besó el cuello.
—Eso no cambia nada, Lupita. Al contrario. Ahora me gustas más.
—¿No te da miedo? ¿No te da asco?
—¿Asco? Si después de anoche… estoy más adicto a tu culo que a mi propio aire.
Ella sonrió. Pero esta vez, su mirada era diferente. Más oscura.
—Entonces prepárate, Andrés. Porque si me aceptas como soy… te voy a enseñar cosas que jamás imaginaste.
Andrés la tomó del cabello, la empujó contra la mesa, y la cogio de nuevo, con fuerza y deseo renovado. Lupita gemía como una actriz… pero esta vez, era real.

Y mientras él acababa dentro de ella, ella pensaba en silencio:
"Si este hombre me traiciona… será el último orgasmo que tenga en su vida."
Lupita.
Atendía en el local 19. Una tiendita de regalos, peluches y dulces. Tenía el cabello negro, ojos grandes y tímidos, y un delantal que apenas lograba ocultar sus tetas enormes, apretadas bajo una blusa blanca con bordados. Cada movimiento suyo era una provocación involuntaria.
Ella lo miró, bajó la vista, y le dijo:
—¿Desea algo?
—Sí… bueno… un peluche —dijo Andrés, sin saber por qué.
Ella lo envolvió con delicadeza. Sus manos temblaban un poco.
—¿Siempre hace tanto calor aquí o soy yo? —dijo él, mirándola fijamente. Lupita sonrió, apenada.
—Depende… a veces el calor viene de adentro.
Andrés sintió cómo se le endurecía por dentro. Esa chica, tan tímida, lo volvía loco.
Durante tres días seguidos volvió. Cada vez un pretexto nuevo. Una taza. Un llavero. Una tarjeta para su "novia". Lupita se reía, y cada día se abría un poco más… hasta que, al cuarto día, mientras ella envolvía un regalo, él se acercó por detrás.
—¿Y si el regalo fueras tú?
Lupita se quedó quieta. La respiración se le agitó. Él rozó su cintura, le besó el cuello, y ella se estremeció.
—Estoy loca por usted, don Andrés. Pero… me da pena.
—No tengas pena, Lupita —le susurró al oído—. Lo único que me da pena… es no tenerte encima mío todavía.
Ella cerró la reja del local. Bajó la cortina, y lo llevó al cuartito del fondo. Pequeño, con un ventilador viejo y una cama improvisada.
Lupita se quitó la blusa. Sus tetas eran enormes, pesadas, suaves, perfectas. Andrés se las besó con devoción, mientras ella se mordía los labios.
—Hace años que nadie me toca así… —susurró ella.
Se arrodilló y comenzó a chuparle la pija con entrega. Lo mamaba con pasión contenida, como si cada segundo fuera un regalo. Se desnudo por completo, su concha peluda chorreaba, se subió sobre él, y se lo metió lentamente, gimiendo con los ojos cerrados.

—Está tan grande, patrón… me va a partir…
Cabalgó con el cuerpo temblando, jadeando, apretando con fuerza. Andrés la giró, la puso boca abajo y la tomó desde atrás, empujando con fuerza, hundiendole la pija en su concha, hasta que ella gritó mordiendo la almohada.
Acabaron sudados, abrazados, con el ventilador girando arriba.
—¿Vas a volver mañana? —preguntó ella, entre caricias.
Andrés no respondió. Solo le acarició el rostro y besó sus pezones lentamente.
Al día siguiente, Lupita abrió la reja del local 19 como siempre, con su pelo suelto y su blusa apretada… pero esta vez, él ya estaba allí. Esperándola. De traje. Sonriendo. Y con un ramo de flores silvestres en la mano.
—¿Para mí? —dijo ella, llevándose las manos al pecho.
—¿Ves a otra mujer con tu sonrisa? —respondió él.
Lupita se puso roja. Miró para los costados. Y bajó la vista como una colegiala.
—Hoy no vine por un peluche. Vine por ti. Te invito a cenar. Quiero verte con un vestido, no con ese delantal. Quiero verte caminar con tacos. Quiero… comerte con los ojos, y después, con la boca.
Esa noche, Lupita llegó puntual al restaurante. Vestido rojo, ajustado. Los pechos se le desbordaban con cada movimiento. Andrés casi no podía disimular su erección. Comieron, bebieron, rieron… y después fueron al departamento de él.
Apenas cerró la puerta, la puso contra la pared, le subió el vestido y se la devoró con hambre. La besó por el cuello, le bajó el sostén, y le besó las tetas, le mordió los pezones con suavidad.
—Tenía hambre de vos desde el primer día que te vi. Tus tetas me vuelven loco...
—Y yo de usted… pero me daba miedo.
—Hoy no tengas miedo, Lupita. Hoy te voy a hacer mía por completo.
La llevó a la cama, le quitó el vestido, la besó desde los labios hasta los muslos. Se detuvo en su vagina, y comenzó a lamerla con lentitud, haciendo que se retorciera.

Ella gemía bajito:
—Ay, no pare, por favor… así… me estoy mojando toda…
Andrés la hizo acabar con la lengua, mientras la miraba a los ojos. Después, se puso encima, se la metió entera, y empezó a bombearla mientras le apretaba las tetas.
Lupita se aferró a él. No podía parar de gemir. Hasta que Andrés le dijo al oído:
—¿Alguna vez te lo hicieron… por atrás?
Ella se quedó inmóvil.
—No… nunca… pero si es usted… quiero probar…

La puso de espaldas, la besó en la nuca, y le fue preparando el camino con paciencia. Le lubricó con los dedos, con la lengua. Y cuando ella se abrió completamente, le metió la pija en el culo despacio… profundo… hasta el fondo.
Lupita gritó de placer y de sorpresa.
—¡Ay, Dios mío…! ¡¡Me la está metiendo toda…!!
Andrés la tomaba con fuerza de las caderas, mientras ella se apoyaba en la almohada y se dejaba hacer. Era suya. Por completo. Su cuerpito, su alma, y su culito virgen.

Terminó acabando sobre su espalda, y luego la abrazó, mientras ella se acurrucaba en su pecho, jadeando.
—No sabía que se podía gozar así, don Andrés… usted me hizo otra.
—Y apenas estamos empezando.
La mañana siguiente, Lupita amaneció desnuda entre las sábanas revueltas del departamento de Andrés. Su cabello suelto, sus tetas marcadas por los besos de la noche anterior, y su culito todavía adolorido por la intensa cogida anal, la hacían ver como una diosa inocente y profana.
Andrés la miraba embobado. Pero Lupita… estaba seria.
—¿Qué pasa, preciosa? —preguntó él, acariciándole el muslo.
Ella dudó. Bajó la mirada. Luego lo miró a los ojos, con una mezcla de deseo, miedo… y decisión.
—Hay algo que no te dije, don Andrés.
—Dime.
—Yo no soy solo una chica de una tiendita… ni una pobre mexicana que se calienta con los extranjeros. Yo antes… era otra cosa.
Andrés frunció el ceño. Ella se levantó de la cama, desnuda, caminó hasta su bolso, y sacó una pequeña carpeta. La dejó sobre la cama.
Fotos. Recortes de prensa. Un nombre diferente: “Valeria Cortés”.
—¿Quién es Valeria?
—Yo. Hace unos años. Era actriz porno. Bastante conocida, pero siempre con máscara… “La Virgen Negra”, me llamaban. Por mis tetas naturales y mi culo virgen. Nunca me lo habían hecho por atrás… hasta anoche.
Andrés tragó saliva. Miró las fotos. Lupita con otras chicas, con hombres, en videos BDSM. Todo grabado. Todo real.
—¿Y por qué lo dejaste?
—Me enamoré de un pendejo que me prometió el cielo. Me grabó sin máscara y me traicionó. Me fui, cambié de nombre, me escondí… hasta que apareciste tú.
Andrés se acercó. La abrazó por detrás. Le besó el cuello.
—Eso no cambia nada, Lupita. Al contrario. Ahora me gustas más.
—¿No te da miedo? ¿No te da asco?
—¿Asco? Si después de anoche… estoy más adicto a tu culo que a mi propio aire.
Ella sonrió. Pero esta vez, su mirada era diferente. Más oscura.
—Entonces prepárate, Andrés. Porque si me aceptas como soy… te voy a enseñar cosas que jamás imaginaste.
Andrés la tomó del cabello, la empujó contra la mesa, y la cogio de nuevo, con fuerza y deseo renovado. Lupita gemía como una actriz… pero esta vez, era real.

Y mientras él acababa dentro de ella, ella pensaba en silencio:
"Si este hombre me traiciona… será el último orgasmo que tenga en su vida."
0 comentarios - 42📑Lupita