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31/1📑Propuesta Indecente-Parte 1

Kevin tenía 21 años, estaba en su segundo año de universidad y vivía en un pequeño departamento que apenas podía pagar. Trabajaba medio tiempo y comía fideos instantáneos más veces de las que le gustaban admitir.

Su vecina del piso de arriba, la señora Lorena, era otra historia.

44 años. Caderas anchas, tetas grandes, piernas de diosa. Siempre maquillada, siempre perfumada, siempre usando ropa ajustada que dejaba poco a la imaginación. Una MILF de catálogo.

Un día, ella bajó a tocarle la puerta.

—Hola, Kevin. ¿Tienes un minuto? Necesito hablar contigo… en privado.

Él la invitó a pasar, nervioso. No todos los días una mujer como esa entraba a su departamento. Pero lo que no esperaba era lo que ella iba a decirle.

—Sé que estás pasando por momentos difíciles —le dijo, cruzando las piernas, dejando ver un poco más de muslo—. Y yo… tengo necesidades. Mucho deseo… mucha energía acumulada.

Kevin la miró sin entender del todo.

—¿Qué me estás proponiendo?

Lorena se levantó, caminó hasta él, se sentó sobre sus piernas y le acarició la cara con una sonrisa peligrosa.

—Seré directa: quiero ser tu sugar mami. Te ayudo con el arriendo, te lleno el refrigerador… y tú me das lo que necesito. Tu cuerpo joven, tu lengua, tu pija.

Kevin tragó saliva. Su pene ya estaba reaccionando por instinto. Era una locura. Pero la idea lo prendía. Y ella… olía tan bien. Estaba tan cerca.

—¿Lo estás diciendo en serio?

Ella se inclinó y le susurró al oído:

—Quiero mamarte la pija hasta que me llenes la boca.


Él no pudo resistirse.

31/1📑Propuesta Indecente-Parte 1



Y esa misma tarde, lo llevó a su departamento. Le bajó el pantalon lentamente, se arrodilló, le agarro la pija y se lo metió entero en la boca, mirándolo desde abajo con esos ojos verdes intensos. Lo mamaba como si lo saboreara, como si lo necesitara más que el aire. Le lamía los huevos, lo escupía, lo tragaba.

Kevin no tardó en explotar.

—¡Me vengo! —avisó.

—Hazlo en mi boca —dijo ella—. Quiero saborearte entero, bebé.

Ella tragó cada gota y lo dejó temblando. Pero eso era solo el comienzo.


Esa noche lo desnudó por completo, lo acostó en la cama, se sentó sobre su pecho y le ordenó:

—Chúpame las tetas como si fueras un bebé hambriento. Las tenía suaves, enormes, con pezones duros que se le metían en la boca como caramelos.

Luego se deslizó hacia abajo, se abrió las piernas y le dijo:
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—Ahora tu lengua… aquí. Quiero que me limpies la concha entera con la boca.

Tenía la concha mojada, tibia, deliciosa. Kevin la lamió y chupo su clítoris, hasta dejarla temblando, hasta que Lorena le apretó la cabeza con los muslos y se vino gritando.

—¡Sigue! ¡No pares! ¡Dame otro!


Finalmente, Lorena se puso en cuatro, pero con una sonrisa distinta. Se acercó, le dio un beso y le susurró:

—Ahora me toca a mí cabalgarte… pero por atrás.

Kevin abrió los ojos.

—¿Anal?

—Sí, cariño. Quiero sentir tu pija en lo más profundo. Confía en mí.

Ella se montó con un gemido bajo, guiándose lentamente, abriéndose con paciencia, hasta que la tuvo toda adentro. Lo apretaba como un guante de cuero. Se movía despacio, luego más rápido, hasta que los dos gemían al unísono.

Kevin no podía creer lo que sentía. El culo de ella lo apretaba, lo dominaba, lo cabalgaba como una experta.

—¡Vente dentro! ¡Dámelo todo!

Y lo hizo. Con fuerza, con placer, con la sensación de que su vida acababa de cambiar para siempre.


Después, mientras le servía una cerveza fría, ella le guiñó el ojo.

—Ahora no tienes que preocuparte por el arriendo, bebé. Solo por mantenerme bien cogida.

Y Kevin… sonrió. Había hecho el mejor trato de su vida.
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El viernes a las cinco en punto, Kevin recibió el mensaje:
“Prepárate. Te quiero conmigo todo el fin de semana. Nada de ropa, nada de límites.”

Lorena pasó a buscarlo en su camioneta negra, vestida con unos jeans ajustadísimos y un top que apenas cubría sus tetas enormes. Lo recibió con un beso cargado de lengua y una cachetada en el culo.

—Este finde es solo para cogerte como mereces, amor. Te lo ganaste.

Manejaron una hora hasta una casa enorme en las afueras, con piscina, jacuzzi, terraza privada y sábanas de seda. Apenas entraron, ella lo empujó contra el sofá y le bajó los pantalones.

—No me aguanté todo el camino. Necesito tu leche ya.

Y se la tragó entera, de rodillas, como una puta elegante. Se lo mamó con hambre, haciéndolo temblar, masturbándolo con las tetas, hasta que Kevin explotó en su boca con un gemido largo y profundo.

—Mmm… eso —dijo ella, relamiéndose—. Ya me sentía vacía.


Después vino la primera sesión. En la cama de sábanas de seda.

—Hoy quiero que me folles como si fueras mi dueño.

Kevin le agarró las caderas, se la metió en la concha, con fuerza mientras ella le pedía más y más. La puso en mil posiciones: contra el espejo, de lado, sentada en su cara, abierta de piernas en la terraza mientras el sol se ponía. Ella gemía como una perra en celo, lo apretaba con las piernas, le pedía que la llenara una y otra vez.

—¡Llena esta concha de leche, mi niño! ¡Hazme sentir que me pertenezco a ti!

Y él se vació dentro de ella una y otra vez. Sin parar. La dejó con la concha chorreando, con los labios hinchados y el maquillaje corrido.

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A la mañana siguiente, Lorena se levantó antes que él y lo despertó con un regalo: un nuevo celular, zapatillas de marca, una billetera de cuero y cien dólares en efectivo.

—Porque me llenaste tan rico anoche, bebé.

Kevin sonrió. Estaba sudado, agotado… pero su pija empezaba a endurecerse otra vez.

—¿Y si te lo gano de nuevo?

Ella lo montó sin decir nada, directo. Se metió su pija hasta el fondo, su concha mojada, caliente, mientras se acariciaba el clítoris con la lengua afuera y las tetas rebotando en su cara. Lo cabalgó tan duro que Kevin tuvo que sujetarse de la cabecera.

—¡Cogeme fuerte! ¡Dame más leche! ¡Mía! ¡Mi semental joven!

Ella se vino gritando, y luego le ofreció el culo.

—Ahora quiero que me cojas por atrás, y que acabes ahí dentro. Quiero sentirte explotarme adentro.

Y Kevin la tomó con rabia, con fuerza, con deseo salvaje. Se lo metió entero en su culo perfecto, mientras ella gritaba y gemía como una diosa caliente.

La llenó de leche una vez más, jadeando.

Al final del fin de semana, cuando ya no podía más, ella lo abrazó, le dio un beso en la frente y le susurró:

—Eres el mejor vicio que he tenido. Y los vicios hay que mantenerlos.

Él sonrió. Le dolía la pija… pero le brillaban los ojos.

—La próxima semana tengo examen… pero puedo estudiar aquí.

—Desnudo, entre mis piernas. Y cada vez que termines un tema… te doy una mamada.

Kevin pensó que tal vez... era el mejor trato del mundo.

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2 comentarios - 31/1📑Propuesta Indecente-Parte 1

AldinGomez
no hubiera ni dudado en mamarle los senos ni un segundo
DnIncubus
Que Afortunado Es Kevin 😊👍