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Nosotros y el sobrino de mi hermano III, final

 
La casa respiraba en penumbra, sumergida en la quietud de un atardecer cargado de presagios. El aroma a jazmín del jardín se colaba por las ventanas entreabiertas, mezclándose con el leve olor a cera de las velas que Lucía había encendido en el salón. Las llamas danzaban en sus fuentes de vidrio, proyectando sombras movedizas sobre las paredes cubiertas de retratos familiares, testigos mudos de lo que estaba por ocurrir. 
Lucía, sentada en el sofá de terciopelo gris era el centro de aquel universo íntimo. Llevaba un vestido de gasa color rosado, tan ligero que parecía fundirse con la luz del ocaso. Las mangas anchas caían sobre sus hombros desnudos, revelando el contorno de sus clavículas, mientras el escote, amplio e insinuante, dibujaba la curva de sus tetas con cada movimiento. Su cabello, ondulado y suelto, brillaba con reflejos cobrizos cada vez que inclinaba la cabeza para mirar a Franco, sentado frente a ella en el sillón de cuero. 
El joven, de apenas diecinueve años, jugueteaba con el borde de su remera gris. Sus ojos, tras los lentes de montura fina, escapaban hacia los rincones de la habitación, evitando el magnetismo de Lucía. Una gota de sudor resbaló por su sien mientras intentaba responder a alguna pregunta trivial sobre sus estudios, su voz quebrada traicionando la agitación que le recorría el cuerpo. 
—¿Y las clases de anatomía? —preguntó Lucía, inclinándose, y en ese movimiento mostrarle la areola de su tetas derecha, para servirle más té, el vapor ascendiendo como humareda de incienso entre ellos—. Deben ser fascinantes. 
Franco asintió con rapidez, las orejas enrojecidas. —S-sí… aunque a veces son… intensas… 
—Intensas —repitió ella, saboreando la palabra—. Como ciertas sensaciones, ¿no? 
El chico atragantó el té. 
Desde el umbral de la biblioteca, yo observaba la escena, los dedos aferrados al marco de madera tallada. Cada risa de Lucía, cada gesto calculado de sus manos al ajustar el collar de perlas, era un recordatorio de lo que me había llevado a aceptar este juego. Su mirada se encontró con la mía por un instante, desafiante, antes de posarse de nuevo en Franco. 
—Daniel —llamó, alargando la sílaba como una caricia—. ¿No crees que Franco merece una clase práctica? Porque en teoría ya debe saber todo, ¿no?
El joven se incorporó bruscamente, derramando el té sobre la mesita de mármol. —¡Perdón! Yo… puedo limpiar… 
Lucía lo detuvo con un gesto, limpiando el líquido derramado con la punta de su pañuelo de seda. —Tranquilo —murmuró, rozando su mano al recoger la taza—. Los accidentes son oportunidades disfrazadas. 
Me senté al lado de Lucía, mi mente se rebelaba y los celos me consumían pero a la vez había algo dentro de mí que quería seguir, ver hasta donde llegaba mi mujer, hasta donde llegaba la situación. Pasé un brazo sobre el hombro de mi mujer y ella se volteó y me besó apasionadamente, como una adolescente. Su lengua y la mía jugaron en su boca, en la mía y fuera de ellas. Fue uno de esos besos lujuriosos que hacen que se te pare la pija…y me la hizo parar. Y no solo a mí, Franco no perdía detalle y a juzgar por su pantalón también estaba al palo. Ella me miró, lo miró a Franco, se sonrió y mirándonos dijo:- ¡Que bien! Tengo dos hombres excitados por mí…dos pájaros de un tiro..
La noche avanzó con lentitud deliberada. Durante la cena, bajo la lámpara de cristal que colgaba sobre la mesa de roble, Lucía tejió una red de complicidades. Sus pies descalzos, ocultos bajo el mantel, encontraron los míos primero, luego los de Franco. El chico saltó como si le hubieran aplicado una descarga, derramando el vino tinto que manchó el blanco inmaculado del mantel. Cada vez que podía se paraba a servirnos y se agachaba deliberante por demás mostrando buena parte de sus tetas. Por cualquier cosa se reía y con el movimiento se le sacudían las tetas por debajo del vestido. Este era particularmente de buena calidad ya que sus pezones estaban tan duros que hubieran perforado hasta una plancha de acero.
—Parece que hoy todo se derrama —comentó ella, limpiando la mancha con su servilleta mientras su pie ascendía por la pantorrilla del joven—. ¿Será el clima? 
Franco balbuceó una excusa para retirarse, pero Lucía lo detuvo con una mano en su brazo. —Quédate —ordenó suavemente—. Necesitamos hablar de tu… educación. 
El aire se espesó. En el jardín, el viento agitó las hojas de los tilos, arrastrando un susurro que parecía decir *«sí»*. 
El café lo tomamos en los sillones, pero antes Lucía con la excusa de estar incómoda se había ido a poner el camisón. Eligió uno negro de gasa transparente, debajo tenía un conjunto de corpiño y tanga de encaje. Ni bien la vimos se nos paró a los dos, se veía como una verdadera diosa…sexy, voluptuosa, segura de sí misma y de lo que quería. Vino caminando lentamente, a sabiendas de lo que producía vestida así, caminando como una gata, sus tetas y sus nalgas bamboleando al son del ritmo sensual de sus pasos. Se sentó a mi lado apoyando su cabeza en mi hombro mientras Franco estaba sentado en el sillón individual rojo como un tomate, mezcla de vergüenza y calentura.
-Vení a sentarte a mi lado- lo invitó Lucía- hay lugar de sobra y no muerdo…todavía.
Reímos casi de compromiso ya que la excitación reinaba en el living. Lucía tomó el control remoto y prendió la tele, pasaba los canales sin decidirse por ninguno hasta que llegó al pack de los condicionados. Entre risas preguntó: -¿De que tratará esta?- mientras en la tele dos hombres desvestían lentamente a una mujer de enormes tetas y ella acariciaba las entrepiernas de los tipos. Yo no lo podía creer, explotarse celos y de calentura, tenía la pija tan dura que ya me dolía dentro del bóxer. Lucía dijo: -Como me gustaría ser esa actriz…- mientras sus manos se apoyaron en los muslos de cada uno de nosotros y empezaron a subir hacia los bultos de ambos. Franco se paró como si un rayo lo hubiera atravesado y, colorado como un tomate, se fue a la habitación. En la tele la actriz ya les chupaba la pija a ambos actores…
-¿No te parece mucho?- le pregunté a Lucía. -¿Qué pasa? ¿ No te gusta? Mirá que veo como se te para la verga cada vez que juego así- me respondió y me dejó sin palabras.
Fuimos a la habitación, ambos calientes y un poco frustrados. De repente apareció Franco en la puerta, con su cabeza baja, como entregado a su destino.
En el dormitorio, iluminado solo por la lámpara de sal que Lucía había colocado en la mesilla, el tiempo pareció detenerse. Ella se sentó al borde de la cama, el camisón pegado a su piel transparentando lo necesario para imaginar el placer que escondía bajo la luz ámbar. Franco permanecía de pie junto a la puerta, paralizado, mientras yo cerraba las cortinas con manos que fingían calma. 
—Acercate —dijo Lucía al joven, estirando una de sus manos —Te voy a enseñar, no tengas miedo. 
El chico miró hacia mí, buscando una salida que no existía. —Tío, esto… no sé… 
—Nadie nace sabiendo —respondí, la voz más áspera de lo previsto—. Pero se aprende rápido. 
Lucía se levantó, se acercó al joven con la elegancia de quien pisa un escenario. Tomó la mano de Franco y la posó sobre su cintura. —Empezá aquí —susurró—. Y seguí hasta donde te atrevas. 
El joven tembló, sus dedos apenas rozando la gasa. Yo me apoyé contra la pared, sintiendo cómo los celos y la excitación libraban una guerra bajo mi piel. Cada caricia titubeante de Franco, cada jadeo que Lucía no lograba contener, encendía algo primitivo en mí. 
—Así no —gruñí cuando el chico intentó besarla con torpeza—. Lento. Como si temieras romper algo valioso. 
Lucía me lanzó una mirada cargada de ironía. —¿Y vos? ¿Vas a quedarte ahí como estatua? 
 
Me acerqué, atraído por una fuerza que superaba la razón. Mis manos encontraron la cintura de Lucía mientras las de Franco, guiadas por ella, aprendían el contorno de sus tetas. 
—Miralo —murmuré en su oído, sintiendo cómo se estremecía—. Está perdido. 
—Todos lo estamos —respondió ella, llevando mi mano hacia su pubis depilado, que latía como su corazón estuviese allí—. Estoy tan caliente…
La besé profundamente, ella giró la cabeza y besó a Franco del mismo modo, lentamente le quité el corpiño y bajé su camisón dejando al aire libre esas hermosas tetas que tiene. Entonces ella nos agarró de la nuca y nos guió las cabezas una a cada uno de sus pechos. -Cuanto deseaba esto, me encanta que me chupen las tetas…ahhh…así…más….-susurraba con la cabeza echada hacia atrás.
Mi mano se encontró con la de Franco en la de mi mujer así que la corrí y empecé a acariciarle el culo dejando a Franco que sintiera el calor y la humedad de su cuevita. Ella se derritió en un orgasmo brutal, que la hizo temblar de pies a cabeza.
Ella no se quedaba quieta, con sus manos nos tomó y nos empezó a pajear. Ver su mano intentaba rodear la verga de Franco, y digo intentaba porque no llegaba a rodearla por lo gruesa que la tiene, hizo que desaparecieran los celos y que solo me dedicara a disfrutar el momento y darle placer a ella.
Ella se agachó lentamente y nos empezó a lamer y a chupar con una delicadeza suprema. Iba de una a otra pija con devoción.
Le dije a Franco que se sentara y la empecé a penetrar desde atrás mientras lo seguía chupando. Ver como se bamboleaban sus grandes tetas mientras tenía otra verga en la boca era una obra de arte. Ella acabó otra vez entre gemidos.
Luego me miró y me dijo lo que yo quería y no quería oír a la vez:- Quiero sentirlo dentro mío, ¿me dejás?
Franco se acostó y ella lo montó, la gorda verga del joven fue abriendo y entrando centímetro a centímetro en la concha de mi esposa haciéndola delirar de placer. Me miró a los ojos y me invitó a ponerla en su boca.
-¡¡¡La tiene tan gorda Daniel!!!- cuando me decía Daniel era porque estaba muy caliente-me hace acabar otra vez…ahora te quiero dentro mío a vos también…
No necesité más invitación, busqué el aceite lubricante que usamos siempre, le unté el culo, apoyé la cabeza de mi pija y empecé a empujar. El grito de placer que salió de la boca de mi mujer es algo que jamás voy a olvidar, como así tampoco la sensación de sentir como mi verga rozaba con la de Franco dentro de Lucía. Ella se estremecía de placer, perdiendo la cuenta de sus orgasmos. Quiso invertirse así que se puso de frente a mi y con la pija del joven en su culo le empecé a bombear la concha. Fueron los instantes más placenteros que recuerdo. Duramos poco fundiéndonos los tres en un orgasmo tremendo. Al salir de ella los jugos de los tres se derramaban por sus piernas cual cascada. Nosotros seguíamos con las pojas duras así que ella se arrodilló entre nosotros, nos tomó y empezó a pajearnos hasta hacernos acabar nuevamente en sus tetas. Dormimos los tres juntos.
La mañana siguiente fuimos a despedir a Franco a la estación de trenes. Nos dimos un abrazo que el resto de la gente sintió como un acto amoroso de despedida pero nosotros sabíamos que sugería próximas visitas y encuentros.

3 comentarios - Nosotros y el sobrino de mi hermano III, final

nukissy4506
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manoglo1 +1
Uff qué escena final! Mmmm
homoeroticus99 +1
Me alegro que te haya gustado amigo