En el reino de Alhendra, el rey Aldric no solo gobernaba con sabiduría, sino con un fuego carnal que ninguna dama del castillo había logrado apagar. Al llegar el momento de escoger reina, impuso su propia tradición: una prueba de placer. Tres doncellas de sangre noble serían elegidas, y pasarían una noche con él cada una. Solo una se sentaría a su lado… y en su trono.
—No quiero títulos, ni alianzas —dijo el rey con voz grave—. Quiero la que logre doblegarme con su cuerpo.
La primera fue Lys, la morena de piel blanca y cabellera negra como ala de cuervo. entró a la recámara real en silencio. Pero sus ojos hablaban de hambre.

Él rey ya la esperaba desnudó, con la pija erecta.
Se desnudó y se acercó a el. Sin más, le agarro el pene, lo lamió de base a punta, lento, con lengua cálida. Se lo metió hasta la garganta, una y otra vez, mamandolo con lágrimas en los ojos y gemidos bajos.
El rey jadeó, sujetándola del cabello.
Luego la levantó, la puso contra la pared de piedra y la penetró con su pija en la concha con fuerza. Lys gritó de placer.
—¡Más, mi rey! ¡No me tomes con piedad!
Se la cogio de pie, le lamió los senos, y al final la tomó por detrás, enterrándole el pene duro por el culo mientras ella se mordía los labios para no despertar a todo el castillo. Se corrieron juntos, temblando.

Pero era solo la primera.
La segunda fue Nerya, la pelirroja de curvas generosas. Entró sin hablar, se desnudó sin vergüenza y se acostó sobre la cama de pieles.

—Haz de mí lo que desees —dijo—, pero yo haré que me recuerdes cada noche.
Se abrió de piernas y el rey bajó a lamer su vagina con hambre. Su sabor era dulce, suave. Ella le sujetaba la cabeza, temblando, corriéndose sobre su lengua. Luego montó su pene, cabalgándolo como una amazona salvaje, con las tetas saltando. La concha húmeda.
—¡Sujétame fuerte, rey mío!
Lo hizo venirse dos veces, y aún así se lo metió por el culo, sentándose con fuerza sobre su pija hasta que su cuerpo reventó de placer. Aldric casi se desmayó de tanto gozo.

La tercera fue Elira, la rubia de rostro angelical. Parecía tímida, pero al cerrar la puerta… se arrodilló y le besó los muslos.
—¿Puedo probarte, mi rey?

Lo lamió y mamo hasta poner su pija como piedra . Luego se dio vuelta, le abrió su culo y lo invitó a tomarla sin miedo.
—Dame fuerte… por donde nadie se atreve.
El rey la embistió por el culo mientras ella se tocaba la concha y jadeaba. Luego la tomó de frente, en posición de reina, comenzo a cogérsela por la concha, viéndola a los ojos, chupando sus tetas, gimiendo con ella hasta acabar como un volcán.

A la mañana siguiente, el rey convocó a las tres.
—Cada una de ustedes encendió un fuego distinto en mí. Pero solo una encendió mi alma.
Y eligió…
En la sala del trono, las tres doncellas esperaban de pie, vestidas de blanco, sin maquillaje, sin joyas. Solo sus cuerpos, su esencia… y lo que dejaron marcado en la carne del rey.

Aldric las miró una a una. Recordó la lengua hambrienta de Lys, la fuerza de Nerya, el fuego secreto de Elira.
Y entonces alzó la voz.
—La que ha doblegado no solo mi pija, sino mi alma… es Elira.

La rubia abrió los ojos, sorprendida. Bajó la cabeza, emocionada, mientras las otras dos se retiraban con respeto… y algo de rencor.
Ese mismo día se celebró la boda. No hubo cortejos ni nobleza extranjera, solo el castillo cerrado, los muros ardiendo de pasión contenida, y una promesa de noche interminable.
La luna estaba en lo alto cuando entraron en la cámara nupcial.
Elira llevaba su tocado blanco, desnuda, sus pezones erguidos y su trasero firme. Aldric cerró la puerta con violencia y la levantó en brazos como si fuera liviana como el viento.
—Esta noche… serás mía como nunca antes.
La arrojó a la cama y se desnudó frente a ella. Su pija estaba dura, palpitante, lista.
Ella se arrodilló sonriente. Le besó la punta, lo miró a los ojos… y se lo tragó entero con hambre, mamandolo intensamente haciendo gemir al rey.
—Tu boca es pecado, Elira…
Ella sonrió, escupió sobre su pene y lo siguió mamando con sonidos húmedos, desesperada por darle placer.
Él la sujetó del cabello y la usó, bombeando en su garganta mientras ella se tocaba la concha, mojada, goteando de deseo.
Cuando no pudo más, la tiró sobre la cama, le abrió las piernas y le lamió la concha como si comiera fruta prohibida.
Ella se vino sobre su lengua, temblando, gritando.
—¡Ahora cojeme! ¡Hazme tu reina con tu pija, no con tu corona!
Eso volvio loco al rey y la penetró con fuerza, con hambre acumulada de siglos. Empujó su pija hasta el fondo, haciéndola arquearse, mientras los muros del castillo temblaban.
La cabalgó con fuerza. Dandole duro una y otra vez, mientras apretaba sus tetas y mordía los pezones. La puso en cuatro, le abrió el culo y se lo metió también por detrás, con furia, con pasión.
Ella gritaba, se venía una y otra vez, su cuerpo sacudido, su alma entregada.
Cuando al fin él se corrió, lo hizo dentro de ella, profundo, largo, fuerte, llenándola con todo su ser.
Y en esa noche, entre sudor, gritos y carne palpitante, nació la nueva reina… y una era de fuego para el reino.
—No quiero títulos, ni alianzas —dijo el rey con voz grave—. Quiero la que logre doblegarme con su cuerpo.
La primera fue Lys, la morena de piel blanca y cabellera negra como ala de cuervo. entró a la recámara real en silencio. Pero sus ojos hablaban de hambre.

Él rey ya la esperaba desnudó, con la pija erecta.
Se desnudó y se acercó a el. Sin más, le agarro el pene, lo lamió de base a punta, lento, con lengua cálida. Se lo metió hasta la garganta, una y otra vez, mamandolo con lágrimas en los ojos y gemidos bajos.
El rey jadeó, sujetándola del cabello.
Luego la levantó, la puso contra la pared de piedra y la penetró con su pija en la concha con fuerza. Lys gritó de placer.
—¡Más, mi rey! ¡No me tomes con piedad!
Se la cogio de pie, le lamió los senos, y al final la tomó por detrás, enterrándole el pene duro por el culo mientras ella se mordía los labios para no despertar a todo el castillo. Se corrieron juntos, temblando.

Pero era solo la primera.
La segunda fue Nerya, la pelirroja de curvas generosas. Entró sin hablar, se desnudó sin vergüenza y se acostó sobre la cama de pieles.

—Haz de mí lo que desees —dijo—, pero yo haré que me recuerdes cada noche.
Se abrió de piernas y el rey bajó a lamer su vagina con hambre. Su sabor era dulce, suave. Ella le sujetaba la cabeza, temblando, corriéndose sobre su lengua. Luego montó su pene, cabalgándolo como una amazona salvaje, con las tetas saltando. La concha húmeda.
—¡Sujétame fuerte, rey mío!
Lo hizo venirse dos veces, y aún así se lo metió por el culo, sentándose con fuerza sobre su pija hasta que su cuerpo reventó de placer. Aldric casi se desmayó de tanto gozo.

La tercera fue Elira, la rubia de rostro angelical. Parecía tímida, pero al cerrar la puerta… se arrodilló y le besó los muslos.
—¿Puedo probarte, mi rey?

Lo lamió y mamo hasta poner su pija como piedra . Luego se dio vuelta, le abrió su culo y lo invitó a tomarla sin miedo.
—Dame fuerte… por donde nadie se atreve.
El rey la embistió por el culo mientras ella se tocaba la concha y jadeaba. Luego la tomó de frente, en posición de reina, comenzo a cogérsela por la concha, viéndola a los ojos, chupando sus tetas, gimiendo con ella hasta acabar como un volcán.

A la mañana siguiente, el rey convocó a las tres.
—Cada una de ustedes encendió un fuego distinto en mí. Pero solo una encendió mi alma.
Y eligió…
En la sala del trono, las tres doncellas esperaban de pie, vestidas de blanco, sin maquillaje, sin joyas. Solo sus cuerpos, su esencia… y lo que dejaron marcado en la carne del rey.

Aldric las miró una a una. Recordó la lengua hambrienta de Lys, la fuerza de Nerya, el fuego secreto de Elira.
Y entonces alzó la voz.
—La que ha doblegado no solo mi pija, sino mi alma… es Elira.

La rubia abrió los ojos, sorprendida. Bajó la cabeza, emocionada, mientras las otras dos se retiraban con respeto… y algo de rencor.
Ese mismo día se celebró la boda. No hubo cortejos ni nobleza extranjera, solo el castillo cerrado, los muros ardiendo de pasión contenida, y una promesa de noche interminable.
La luna estaba en lo alto cuando entraron en la cámara nupcial.
Elira llevaba su tocado blanco, desnuda, sus pezones erguidos y su trasero firme. Aldric cerró la puerta con violencia y la levantó en brazos como si fuera liviana como el viento.
—Esta noche… serás mía como nunca antes.
La arrojó a la cama y se desnudó frente a ella. Su pija estaba dura, palpitante, lista.
Ella se arrodilló sonriente. Le besó la punta, lo miró a los ojos… y se lo tragó entero con hambre, mamandolo intensamente haciendo gemir al rey.
—Tu boca es pecado, Elira…
Ella sonrió, escupió sobre su pene y lo siguió mamando con sonidos húmedos, desesperada por darle placer.
Él la sujetó del cabello y la usó, bombeando en su garganta mientras ella se tocaba la concha, mojada, goteando de deseo.
Cuando no pudo más, la tiró sobre la cama, le abrió las piernas y le lamió la concha como si comiera fruta prohibida.
Ella se vino sobre su lengua, temblando, gritando.
—¡Ahora cojeme! ¡Hazme tu reina con tu pija, no con tu corona!
Eso volvio loco al rey y la penetró con fuerza, con hambre acumulada de siglos. Empujó su pija hasta el fondo, haciéndola arquearse, mientras los muros del castillo temblaban.
La cabalgó con fuerza. Dandole duro una y otra vez, mientras apretaba sus tetas y mordía los pezones. La puso en cuatro, le abrió el culo y se lo metió también por detrás, con furia, con pasión.
Ella gritaba, se venía una y otra vez, su cuerpo sacudido, su alma entregada.
Cuando al fin él se corrió, lo hizo dentro de ella, profundo, largo, fuerte, llenándola con todo su ser.
Y en esa noche, entre sudor, gritos y carne palpitante, nació la nueva reina… y una era de fuego para el reino.
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