Tras el descubrimiento de Clara, la vida de Sofía y Matías se sumió en un torbellino de emociones contradictorias. El departamento, que antes había sido su refugio para esos encuentros secretos, ahora se sentía como una cárcel de paredes opresivas. Sin embargo, el deseo que los unía no desapareció; al contrario, la adrenalina del peligro y la necesidad de aferrarse el uno al otro frente al caos lo hicieron más intenso. Decidieron, en un acto mezcla de rebeldía y desesperación, seguir adelante con sus encuentros, pero bajo nuevas reglas y con un plan para lidiar con las consecuencias.
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### Los encuentros tras el descubrimiento
Unos días después de que Clara se fuera, el silencio del departamento era ensordecedor. Sofía y Matías apenas habían hablado, pero esa noche, mientras ella preparaba mate en la cocina y él fingía leer en el comedor, sus miradas se cruzaron con una intensidad que no podían ignorar. El vacío dejado por Clara parecía amplificar su necesidad mutua.
—¿Y si seguimos, má? —dijo Matías de pronto, dejando el libro y acercándose a ella con pasos lentos—. No me importa lo que diga la abuela… Te necesito.
Sofía dejó el mate sobre la mesa, temblando ligeramente. —Esto nos va a hundir, Mati… Pero yo tampoco puedo parar. Vení —respondió, tirando de él hacia el dormitorio sin cortina, donde ya no había nadie que los interrumpiera.
Esa noche fue distinta, más cruda y desesperada. Sofía se quitó la ropa sin ceremonia, quedando desnuda frente a él, su cuerpo maduro expuesto con una vulnerabilidad que lo enloqueció. —Haceme olvidar todo, mi vida… Quiero sentirte como nunca —susurró, acostándose en su cama y abriendo las piernas con una urgencia que no disimulaba.
Matías se desnudó rápido, trepándose sobre ella. —Sos mía, má, y nadie me va a sacar eso —gruñó, entrando en ella con un empujón profundo que la hizo arquearse y gemir sin restricción. No había necesidad de silencio ahora; el departamento vacío era su escenario, y se entregaron con una furia casi catártica. Él la tomó por las muñecas, inmovilizándola contra el colchón mientras la embestía, sus cuerpos sudando y chocando en un ritmo frenético.
—¡Sí, Mati, dame todo, rompeme si querés! —jadeó ella, clavándole las uñas en la espalda mientras él aceleraba, gruñendo palabras sucias contra su oído: —Te voy a llenar, má… Quiero que sientas cuánto te deseo.
El clímax llegó rápido y brutal, ambos temblando mientras se derrumbaban juntos, agotados pero vivos. Fue el primero de muchos encuentros en esos días; el dormitorio, la cocina, incluso el baño se convirtieron en espacios donde descargaban su pasión y su miedo. Cada vez era más intenso, como si quisieran borrar la culpa con el placer.
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### Cómo resuelven la situación
Sin embargo, la realidad no tardó en golpearlos. Los rumores en el barrio crecían, y Sofía empezó a notar miradas de desprecio en el hospital. Matías, por su parte, se enfrentaba a cuchicheos en la universidad. Sabían que no podían seguir así eternamente; Clara había hablado con vecinos y hasta con algún familiar lejano, y la presión social los estaba asfixiando. Decidieron actuar, aunque fuera con el corazón dividido.
Primero, intentaron hablar con Clara. Sofía la llamó una tarde, suplicándole que volviera al departamento para aclarar las cosas. Clara aceptó reunirse, pero en un bar cerca de la casa de la vecina donde se estaba quedando, no en el departamento. El encuentro fue tenso; Clara llegó con el rostro endurecido, sin un ápice de la calidez que solía tener.
—No quiero volver a esa casa mientras ustedes sigan con esa porquería —dijo Clara, cortante, tomando un sorbo de café—. Me da vergüenza haber criado una hija así.
Sofía bajó la mirada, las lágrimas quemándole los ojos. —Má, no te pido que lo entiendas… Solo que no nos hundas más. Necesitamos trabajar, vivir.
—Y yo necesito que paren. Si no, no vuelvo, y voy a seguir hablando —replicó Clara, implacable.
Matías, que había ido con Sofía, intervino: —Abuela, te juro que vamos a cambiar. Pero no nos dejes en la calle con esto… Ayudanos a salir adelante.
Clara los miró en silencio un rato, evaluándolos. Finalmente, accedió a un trato: no diría más, pero no volvería al departamento hasta que ellos "pusieran orden" en sus vidas. Era una tregua frágil, pero suficiente para ganar tiempo.
Con Clara parcialmente contenida, Sofía y Matías tomaron una decisión radical: mudarse. El departamento estaba demasiado marcado por los rumores, y necesitaban un nuevo comienzo. Sofía pidió un traslado a otro hospital en una localidad vecina, a unos 40 kilómetros, donde nadie los conocía. Matías, por su parte, decidió cambiar de universidad, aprovechando una sede más alejada. Juntos, alquilaron un pequeño monoambiente con sus ahorros y el sueldo de Sofía, un lugar donde pudieran empezar de cero, lejos de las miradas y las lenguas del barrio.
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### Sus vidas después
En el nuevo lugar, la dinámica cambió. Ya no compartían espacio con Clara, lo que les dio una libertad peligrosa. Los encuentros siguieron, pero ahora con una mezcla de cautela y resignación. El monoambiente era diminuto —una cama doble, una cocina mínima y un baño—, y cada rincón se volvió testigo de su relación. Sin embargo, el peso de lo que habían hecho los perseguía. Sofía empezó a beber más de la cuenta después de sus turnos, buscando apagar la culpa, mientras Matías se volcaba a sus estudios con una intensidad obsesiva, como si quisiera redimirse.
Con el tiempo, la pasión se fue desgastando bajo la presión de la realidad. Una noche, tras un encuentro particularmente silencioso, Sofía lo miró a los ojos y dijo: —Esto nos está matando, Mati… No podemos seguir así para siempre.
Él asintió, con el pecho apretado. —Tenés razón, má… Pero no sé cómo parar.
Decidieron buscar ayuda. Sofía empezó a ir a un psicólogo que ofrecía sesiones gratuitas en el hospital, mientras Matías se unió a un grupo de apoyo en la universidad para jóvenes con problemas familiares. No contaron toda la verdad, pero encontraron formas de canalizar el dolor y la confusión. Lentamente, los encuentros se espaciaron, y aunque el deseo nunca se apagó del todo, aprendieron a convivir con él sin dejar que los consumiera.
Clara volvió a sus vidas meses después, cuando la mudanza y el tiempo habían suavizado su furia. No preguntó demasiado, y ellos no ofrecieron explicaciones. Se instaló en un cuarto alquilado cerca, manteniendo una distancia prudente pero retomando un vínculo frágil. Sofía y Matías siguieron viviendo juntos, pero como madre e hijo, al menos en la superficie. El secreto quedó enterrado, un capítulo cerrado que ninguno mencionaba, aunque en las noches más oscuras, sus miradas aún se cruzaban con un eco de lo que habían sido.
Sus vidas continuaron, marcadas por cicatrices invisibles pero funcionales. Sofía ascendió en el hospital, Matías se graduó con honores, y Clara fingió que nada había pasado. El amor prohibido se transformó en una memoria agridulce, un fuego que habían apagado a fuerza de voluntad, dejando solo cenizas que, de vez en cuando, aún parecían arder en silencio.
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### Los encuentros tras el descubrimiento
Unos días después de que Clara se fuera, el silencio del departamento era ensordecedor. Sofía y Matías apenas habían hablado, pero esa noche, mientras ella preparaba mate en la cocina y él fingía leer en el comedor, sus miradas se cruzaron con una intensidad que no podían ignorar. El vacío dejado por Clara parecía amplificar su necesidad mutua.
—¿Y si seguimos, má? —dijo Matías de pronto, dejando el libro y acercándose a ella con pasos lentos—. No me importa lo que diga la abuela… Te necesito.
Sofía dejó el mate sobre la mesa, temblando ligeramente. —Esto nos va a hundir, Mati… Pero yo tampoco puedo parar. Vení —respondió, tirando de él hacia el dormitorio sin cortina, donde ya no había nadie que los interrumpiera.
Esa noche fue distinta, más cruda y desesperada. Sofía se quitó la ropa sin ceremonia, quedando desnuda frente a él, su cuerpo maduro expuesto con una vulnerabilidad que lo enloqueció. —Haceme olvidar todo, mi vida… Quiero sentirte como nunca —susurró, acostándose en su cama y abriendo las piernas con una urgencia que no disimulaba.
Matías se desnudó rápido, trepándose sobre ella. —Sos mía, má, y nadie me va a sacar eso —gruñó, entrando en ella con un empujón profundo que la hizo arquearse y gemir sin restricción. No había necesidad de silencio ahora; el departamento vacío era su escenario, y se entregaron con una furia casi catártica. Él la tomó por las muñecas, inmovilizándola contra el colchón mientras la embestía, sus cuerpos sudando y chocando en un ritmo frenético.
—¡Sí, Mati, dame todo, rompeme si querés! —jadeó ella, clavándole las uñas en la espalda mientras él aceleraba, gruñendo palabras sucias contra su oído: —Te voy a llenar, má… Quiero que sientas cuánto te deseo.
El clímax llegó rápido y brutal, ambos temblando mientras se derrumbaban juntos, agotados pero vivos. Fue el primero de muchos encuentros en esos días; el dormitorio, la cocina, incluso el baño se convirtieron en espacios donde descargaban su pasión y su miedo. Cada vez era más intenso, como si quisieran borrar la culpa con el placer.
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### Cómo resuelven la situación
Sin embargo, la realidad no tardó en golpearlos. Los rumores en el barrio crecían, y Sofía empezó a notar miradas de desprecio en el hospital. Matías, por su parte, se enfrentaba a cuchicheos en la universidad. Sabían que no podían seguir así eternamente; Clara había hablado con vecinos y hasta con algún familiar lejano, y la presión social los estaba asfixiando. Decidieron actuar, aunque fuera con el corazón dividido.
Primero, intentaron hablar con Clara. Sofía la llamó una tarde, suplicándole que volviera al departamento para aclarar las cosas. Clara aceptó reunirse, pero en un bar cerca de la casa de la vecina donde se estaba quedando, no en el departamento. El encuentro fue tenso; Clara llegó con el rostro endurecido, sin un ápice de la calidez que solía tener.
—No quiero volver a esa casa mientras ustedes sigan con esa porquería —dijo Clara, cortante, tomando un sorbo de café—. Me da vergüenza haber criado una hija así.
Sofía bajó la mirada, las lágrimas quemándole los ojos. —Má, no te pido que lo entiendas… Solo que no nos hundas más. Necesitamos trabajar, vivir.
—Y yo necesito que paren. Si no, no vuelvo, y voy a seguir hablando —replicó Clara, implacable.
Matías, que había ido con Sofía, intervino: —Abuela, te juro que vamos a cambiar. Pero no nos dejes en la calle con esto… Ayudanos a salir adelante.
Clara los miró en silencio un rato, evaluándolos. Finalmente, accedió a un trato: no diría más, pero no volvería al departamento hasta que ellos "pusieran orden" en sus vidas. Era una tregua frágil, pero suficiente para ganar tiempo.
Con Clara parcialmente contenida, Sofía y Matías tomaron una decisión radical: mudarse. El departamento estaba demasiado marcado por los rumores, y necesitaban un nuevo comienzo. Sofía pidió un traslado a otro hospital en una localidad vecina, a unos 40 kilómetros, donde nadie los conocía. Matías, por su parte, decidió cambiar de universidad, aprovechando una sede más alejada. Juntos, alquilaron un pequeño monoambiente con sus ahorros y el sueldo de Sofía, un lugar donde pudieran empezar de cero, lejos de las miradas y las lenguas del barrio.
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### Sus vidas después
En el nuevo lugar, la dinámica cambió. Ya no compartían espacio con Clara, lo que les dio una libertad peligrosa. Los encuentros siguieron, pero ahora con una mezcla de cautela y resignación. El monoambiente era diminuto —una cama doble, una cocina mínima y un baño—, y cada rincón se volvió testigo de su relación. Sin embargo, el peso de lo que habían hecho los perseguía. Sofía empezó a beber más de la cuenta después de sus turnos, buscando apagar la culpa, mientras Matías se volcaba a sus estudios con una intensidad obsesiva, como si quisiera redimirse.
Con el tiempo, la pasión se fue desgastando bajo la presión de la realidad. Una noche, tras un encuentro particularmente silencioso, Sofía lo miró a los ojos y dijo: —Esto nos está matando, Mati… No podemos seguir así para siempre.
Él asintió, con el pecho apretado. —Tenés razón, má… Pero no sé cómo parar.
Decidieron buscar ayuda. Sofía empezó a ir a un psicólogo que ofrecía sesiones gratuitas en el hospital, mientras Matías se unió a un grupo de apoyo en la universidad para jóvenes con problemas familiares. No contaron toda la verdad, pero encontraron formas de canalizar el dolor y la confusión. Lentamente, los encuentros se espaciaron, y aunque el deseo nunca se apagó del todo, aprendieron a convivir con él sin dejar que los consumiera.
Clara volvió a sus vidas meses después, cuando la mudanza y el tiempo habían suavizado su furia. No preguntó demasiado, y ellos no ofrecieron explicaciones. Se instaló en un cuarto alquilado cerca, manteniendo una distancia prudente pero retomando un vínculo frágil. Sofía y Matías siguieron viviendo juntos, pero como madre e hijo, al menos en la superficie. El secreto quedó enterrado, un capítulo cerrado que ninguno mencionaba, aunque en las noches más oscuras, sus miradas aún se cruzaban con un eco de lo que habían sido.
Sus vidas continuaron, marcadas por cicatrices invisibles pero funcionales. Sofía ascendió en el hospital, Matías se graduó con honores, y Clara fingió que nada había pasado. El amor prohibido se transformó en una memoria agridulce, un fuego que habían apagado a fuerza de voluntad, dejando solo cenizas que, de vez en cuando, aún parecían arder en silencio.
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