PDB 36 Noche de “las madres” …(III)




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Compendio III


Una vez que Emma me liberó de su abrazo sexual, con nuestros jugos escurriendo fuera de ella, Marisol chupó ansiosamente mi pene hasta dejarlo completamente limpio.

PDB 36 Noche de “las madres” …(III)

Por la manera de hacerlo, podía darme cuenta de que los jugos de Emma le sabían a gloria. Sin embargo, al mirarme, sus ojos me saludaron amablemente. Mi esposa sabía que ahora era su turno y sintió un estremecimiento de anticipación cuando mi pene presionaba su entrada.

Cabe mencionar que, al igual que durante el embarazo de Alicia, Jacinto (porque en esta oportunidad, será un niño…) tampoco se nota ostentosamente en el vientre de mi mujer. Pero, aun así, tanto ella como yo hemos tenido cuidado.

En realidad, ni siquiera le dijimos a Emma que Marisol estaba embarazada, ni sabemos si se dio cuenta de aquello.

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Pero independiente de ello, mi esposa sintió cómo estiraba nuevamente sus tejidos internos mientras la iba penetrando, llenándola de una manera que parecía imposible. Rodeó mi cintura con sus piernas, con su suave y deliciosa piel resbaladiza por el sudor y el deseo, y fue arqueando su espalda a medida que recibía las embestidas. Su respiración se entrecortaba, a medida que nos íbamos moviendo juntos, perdidos en el calor del momento.

Cuando nuestra pasión alcanzaba nuestro tope, Marisol fue sintiendo cómo su propio orgasmo se iba formando dentro de ella, y sabía que esta vez, sería algo verdaderamente especial.

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Me miró a los ojos y no pude ver nada más que aceptación y amor. A medida que se estiraba a si misma, sintiendo una interminable cadena de orgasmos que le estaba haciendo sentir, cerró los ojos y suspiró, al sentir mis tibias manos estrujar sus pechos.

Emma, en cambio, no podía creer sus ojos. Que yo, que acababa de llenarla con tanto placer, estirando sus entrañas hasta el límite, tenía el aguante suficiente para hacer lo mismo con otra mujer tan pronto, le llamaba mucho la atención.

Pero, aun así, aún estaba ella, mirando con asombro cómo Marisol viéndose tan hermosa mientras cabalgaba a su marido con tanta pasión. Mi esposa me embestía con fuerza, con movimientos expertos y femeninos, refinados por años de matrimonio, moviendo sus esplendorosas caderas a un ritmo hipnótico.

En la manera que Marisol se acercaba a su propio clímax, con sus pechos agitados y su piel enrojecida por el deseo, podía darme cuenta en la oleada de admiración que Emma sentía por mi esposa.

Había algo que denostaba confianza mutua. Un entendimiento sin necesidad de palabras. Y que, en esos momentos que las contemplaba a ambas, podía sentir yo que se deseaban mutuamente la felicidad. La posibilidad de compartir esa conexión y ese tipo de amor.

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Incluso, mi ruiseñor derramó una lágrima al verme, viendo nada más que su mismo amor y sentimiento reflejado hacia ella.

Me confesó que nunca se había sentido así antes. Este sobrecogedor deseo de proteger y cuidar a la mujer que compartía con su marido. Pero ahí estaba, y mi esposa sabía que solamente se volvería más fuerte con el pasar del tiempo.

Y, aun así, cuando mi esposa dejó salir sus gritos de éxtasis, con su cuerpo tensándose alrededor del mío, que seguí embistiendo casi imperturbable.

Mi ruiseñor fue sintiendo, orgasmo tras orgasmo, una cantidad de placer que no podía cuantificar, mientras que yo seguía embistiendo sin reposo dentro de ella. Sus movimientos de cadera y su rostro parecían suplicarme que me liberara, pero yo tenía demasiada convicción para obedecer.

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Emma nos contaría después que me contemplaba asombrada, al ver que el tipo que era tan cariñoso de su hijo, un hombre leal y honesto, pudiera contenerme a mí mismo perfectamente. Y una vez más, empezó a masajearse su húmeda vagina, deseando poder cabalgarme una vez más.

Nos decía que nos veía con su corazón acelerado, con su propio cuerpo deseando aliviarse de nuevo. Que quería sentir mi pene dentro de ella una vez más, de ser una parte de esa intensa conexión que estábamos compartiendo. Pero que, en esos momentos, tendría que contentarse con verme a mí y a mi esposa, con una mezcla en su corazón llena de celos, admiración y algo más que no podía identificar.

Cuando Marisol colapsó finalmente sobre mí, con nuestros cuerpos entremezclados, Emma nos sonrió. Nos encontraba una pareja bonita y se sentía agradecida por el rol que tomaba en nuestras vidas.

Algo dentro de ella le decía que, aunque las cosas no serán fáciles, podía saber que estaríamos los tres juntos, y que eso haría las cosas un poquito más brillantes.

Mi ruiseñor me besó agradecida. Mientras suspiraba, tratando de recuperar el aliento, Marisol sabía que no había otro hombre para ella.

Por supuesto, otros hombres podrían tener más dinero o ser más atractivos. Pero la conexión que ella comparte con su único mejor amigo es irremplazable.

+       ¡Te amo, mi amor! – me susurró al oído, sintiendo una sensación de paz y contentamiento invadiéndola.

Y una vez más, se miraron junto con Emma, cuyas miradas se encontraron por un momento, y mi esposa sabía que su comprensión y conexión iba mucho más profundo que lo físico. Era un vínculo que trascendía los celos y la posesividad. Era un vínculo fundamentado en la confianza, el apoyo y el amor incondicional. Y en esos momentos, mi esposa no podría haber pedido nada más.

Pero Emma le sonrió de vuelta, con una mirada que mostraba una mezcla de deseo y cariño y que mi esposa sabía que encontrarían una manera de navegar esta compleja red de emociones.

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Mientras descansábamos, Marisol contaba bromas, haciendo la experiencia incluso más exquisita para Emma.

Incluso, su nivel de confianza y comodidad fue tal, que nos confesó que me consideraba increíble en la cama; que yo era agradable, atractivo y considerado…

El tipo de persona que le habría gustado conocer antes de tener a Karen…

O en el mejor de los casos, fuera el padre de Karen.

Pero, así y todo, una vez que me pude liberar de Marisol, miré a Emma y le sonreí.

A medida que la embestía profundamente dentro de ella, puesto que esta vez, iba arriba de ella, nos dijo después que sentía tanto lástima como envidia por Marisol, al tener un marido tan molesto que la taladrase de esa manera cada noche.

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Pero irónicamente, Marisol sentía lástima por Emma. Simplemente, ella no estaba acostumbrada a mis tratos todavía. A pesar de aquello, me esperaba con paciencia, ya que sabe que soy de corazón justo y que una vez que terminara con Emma, sería su turno otra vez.

Aprovechó de mirar a Emma como una niña con su juguete nuevo: sus pechos firmes sacudiéndose como gelatina, su cintura delgada y seductora, su redonda y carnosa retaguardia…

Reconocía que había un gran potencial en ella.

Pero no pudo evitar sentir admiración por cómo Emma lo iba aguantando, la manera que movía su cintura en sincronía con la mía. Para mi esposa, era claro que ella lo estaba disfrutando bastante y eso hacía que su corazón se hinchara en orgullo.

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Para mi esposa, escuchar a Emma gemir y ver su cuerpo arquearse con mis embestidas, le confirmaba lo que siempre supo, desde el momento que hicimos el amor por primera vez: que su mejor amigo era increíble en la cama.

Que pudiese complacer a una mujer, fuera quien fuera. Y saber que era ella misma quien tenía el poder para compartirlo, la que tenía que ver cómo le daba ese placer a otra mujer, le parecía tremendamente estimulante.

Cuando los gemidos de Emma se volvieron más agudos, Marisol no pudo aguantar su sonrisa. Los conocía bastante bien. Mi esposa los había hecho varias veces. Eran los sonidos de su esposo llevando a una mujer al éxtasis. De darle una experiencia inolvidable. Y de saber que era ella la que lo compartía con Emma, de mirar cómo su esposo le daba ese enorme gozo, le parecía intoxicante.

Porque mi ruiseñor, mejor que nadie, sabe lo adictivo que es el sexo entre nosotros. Y que no importa la cantidad de años que pasen o parejas sexuales que pudieran tener después, mi esposa me encuentra único. Y por ese motivo, se siente extremadamente afortunada.

Cuando finalmente llegué a mi orgasmo, Emma estaba al punto de volverse loca. Nos contó a la mañana siguiente, al desayuno, que se sentía como si nunca se hubiera corrido tanto en toda su vida y que fui yo, su dulce Marco, que le dije tantas cosas tiernas y la había alentado con mis buenos consejos, la estuviera haciendo acabar de una forma tan cautivante, la terminó rompiendo.

Se disculpó por adelantado con Marisol, pero ella ya sabía que no volvería a experimentar placer sexual si no era conmigo. Y mientras recuperaba el aliento y calmaba su corazón, se daba cuenta que, a partir de ese momento, podía hacer lo que quisiera con ella.

Y que ella estaría feliz de hacerlo por mí, también.

Pero en esos momentos, se miraron de nuevo con Marisol, con su cara enrojecida y su respiración entrecortada.

o   ¡Gracias! – logró esbozar casi en un susurro, con su voz apenas escuchable por encima del sonido de su pesada respiración. - ¡Gracias por compartirlo conmigo!

Para mi esposa, esas palabras eran tragos de Ambrosia para su espíritu.

Marisol le sonrió cálidamente, estirando su mano para acariciar la mejilla de Emma.

+       ¡Me alegra que lo hayas disfrutado! - Le respondió mi mujer, en una voz sedosamente suave y cautivadora. – Y tú sabes que nosotros estaremos siempre esperándote, para compartirlo… o lo que seas que tú necesites.

Y entonces, aconteció algo impresionante: Emma le sonrió de vuelta, sintiendo que la conexión se volvió a fortalecer. Acercó el rostro a mi esposa y presionó sus labios sobre los de mi ruiseñor, en un suave y suculento beso.

A medida que sus lenguas danzaban juntas, Marisol sabía que era el inicio de algo bellísimo. Algo que podía ser compartido solo entre ellas, como 2 mujeres enamoradas del mismo hombre.

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Mientras recuperaba el aliento, no dejaba de maravillarme la visión frente a mí: mi esposa y mi amante, con sus miradas fijas apasionadamente a sus ojos, con sus labios entrelazados en un tierno abrazo.

Era un momento de belleza pura y majestuosa. Y me sentía agradecido de tenerlas a las 2 en mi vida.

Una vez que dejaron de atenderse mutuamente y recordaron que yo estaba con ellas, me volvieron a sonreír.

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Y una vez que pude liberarme de Emma, la empujé suavemente para atender a mi esposa de la misma manera que acababa de hacerlo con ella.

Los ojos de Marisol se dilataron en sorpresa, al sentir cómo me acomodaba entre sus piernas.

Me incliné a ella y la besé suavemente, mientras mi erección presionaba sus húmedos pliegues.

-         ¿Estás lista? – le susurré en una voz ronca e íntima, llena de deseo.

Mi ruiseñor asintió, con el corazón acelerado.

+       ¡Sí! – respondió suspirando ansiosa, sintiendo una mezcla de amor y anticipación cruzando por sus venas.

A medida que la iba penetrando, gemía mi nombre, con su cuerpo encontrando mi movimiento con igual pasión.

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Mi esposa recuerda que se sentía tan bien estar conmigo, de sentir su piel contra la mía. De saber que yo era suyo y ella era mía.

Emma nos contemplaba con admiración a medida que penetraba a Marisol nuevamente, con mis potentes embestidas sacudiendo completamente la cama.

Nos contó que me encontraba absolutamente sorprendente: nunca había conocido a un hombre que pudiera aguantar tanto o que le hiciera el amor a una mujer de una manera tan apasionada. Para Emma, era una visión que aceleraba su corazón y hacía su cuerpo doler por deseo.

A medida que Marisol gemía y pedía por más, sus ojos se encontraron con los de Emma y por un breve momento, tuvieron un diferente tipo de significado: era como si le dijeran a Emma “¿Entiendes ahora? ¿Entiendes lo que él puede hacerme? ¿Y lo que yo puedo hacer por él?”

Marisol gimió aún más fuerte. Como su experiencia le ha enseñado, mientras más y más tiempo me cuesta llegar a mi orgasmo, significaba que ella o la mujer con la que estuviera podían sentir descargas de decenas de ellos.

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Y era precisamente lo que ella estaba experimentando.

Mientras que la iba penetrando profundamente en su interior, alcanzando sus lugares más delicados, mi esposa literalmente babeaba del éxtasis, sin ser capaz siquiera de distinguir el paso del tiempo, puesto que su mejor amigo, amante y marido sólo estaba concentrado en darle más y más placer.

Con cada embestida, sus orgasmos se volvían más fuertes e intensos, al punto que sentía estar al borde de explotar.

Pero justo cuando pensó que no podría aguantarlo más, la agarré fuertemente de la cintura, aceleré el paso y ella sintió mi caliente corrida derramarse profundamente dentro de ella, llenándola y haciendo que todo su cuerpo se sacudiera en éxtasis.

Arqueó su espalda, gimiendo mi nombre mientras su propio orgasmo se abatía sobre ella, oleadas de placer bañando su cuerpo.

Cuando su visión se aclaró, miró una vez más a Emma y sus ojos volvieron a encontrarse. Esta vez, no había celos, ni anhelo, ni admiración. Solamente, había amor, comprensión y una conexión compartida que iba mucho más allá que las palabras pudiesen expresar.

Emma le volvió a sonreír, con una sonrisa que decía todo lo que necesitaba saber.

o   ¡Ahora veo! – le susurró, en una voz apenas más alta que la respiración agitada de mi ruiseñor. - ¡Entiendo lo que querías decir!

Y finalmente, los 3 colapsamos juntos en la cama, exhaustos y sin aliento. Por un rato, permanecimos tumbados, con los cuerpos resbaladizos por el sudor y el placer.

Pero cuando ya empezaba a clarear el alba y me perdía en la mirada maravillosa de mi mujer, mientras que Emma intentaba dormir, mi preciosa esposita, habiendo recuperado parte de sus fuerzas, me dio una coqueta sonrisa…

Y dándose vuelta, se puso boca abajo, levantando su tierna colita, puesto que quedaba un tierno agujerito por complacer…


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1 comentario - PDB 36 Noche de “las madres” …(III)

eltrozo896 +1
Ufff !!!
Muy excitante
metalchono +1
Gracias por comentar. Ahí posteé la última patita de esta cueca. Saludos