En el ascensor

Cualquier lugarse permite ser un escenario. Cualquier lugar en donde se pueda hacer fuego.Donde la hechicería del calor haga vibrar las pieles. A veces, sin contacto.Solo dos entrabamos en el ascensor. Las normas deben cumplirse y esa supresiónes la que libera a los animales enjaulados. No podía evitar mirarlo. Sus ojosse clavaban oblicuamente hacia el rincón frente a mí. Yo ya estaba excitado consolamente imaginarlo moverse. Con pensarlo viniéndoseme encima. En todos lossentidos. Quizás lo hizo. O no. Su mano se cruzó delante de mi cara. Su brazoquedó rígido y su cara a una estirada de lengua de distancia. Lo sé porque eslo que hice. Lamí el costado de su nariz y su pómulo. Con la mano libre, élagarró mi cintura y la apretaba con pequeños espasmos. Mi mano tambiénreaccionó. Girando el cuerpo la apoyé sobre su pija que ya estaba dura.Quedamos enfrentados. La trasmisión de calor a través de mi mano, hizo que mequitara el saco. Él ni se inmutó. Con un solo paso me puse atrás de él. Le olíel cuello y el pelo. Imaginaba agarrándoselo con fuerza mientras mordía suoreja, su cara. Su todo. El metal hacía una cápsula hirviente. Un horno a basede carne humana. Ambos suspirábamos sintiendo quemarnos. Con la espalda meempujó hacia la otra pared. Había que sostener la distancia. Él, en su pared enllamas, quedó mirándome un instante casi inexistente. Se agarraba la pija. Semasturbaba. Me asfixiaba. Como bocanada de aire mi mano se metió en mi pantalón.Era una brasa encendida. Un bloque de cuero rígido ardiendo. Mi cabezaexplotaba de fantasías. El deseo era el único aire respirable. Imaginé. Meaproximé a él. A mi presa. A mi lobo apresado. Una sola de sus piernas alcanzópara rodearme y atenazarme. Adherirme a él. Pegar mi pija desnuda a la suya queaún estaba cubierta por telas que todavía no se habían quemado. Nosrespirábamos el aliento. Buscaba su cuello, sus orejas. Chupaba su piel salada.Como si hubiese aparecido una nueva fuente de aire, comenzó a frotarse por mipecho mientras caía la camisa. Me volvió a separar y estrujó mi pene con sumano sin dejar de mirarme. Ni un segundo. Yo ya dejaba de ser cazador y él deestar enjaulado. Me pajeaba con fuerza. Apretaba y deslizaba quemándome tambiénla piel. Cuando estaba a punto de acabar volvía a empujarlo. Caminamos encírculos. Ambos nos masturbábamos. Yo lo imaginaba de rodillas con su mandíbulacomiéndomela toda. Hasta el fondo. Yo cogiéndole la garganta. Él, por su parte,seguramente, me imaginaba de espaldas contra la pared. Metiéndome la pijaenvuelta en pelos por el culo. Sintiendo la fricción. El entrar áspero. Él laescupía y volvía a meterla. Yo me agarraba de los fierros del ascensor quesentía que caía precipitadamente al vacío. Pero no. Los dos seguíamostocándonos uno enfrente del otro. Nos acercábamos hambrientos, nos recorríamoscon las lenguas y volvíamos a nuestros rincones. Jadeábamos. No de agotamiento,sino que de desesperados. Ahora yo sí lo pensaba apretado a mi culo y yoestrujándole los muslos pesados. Afirmados al piso y con su abdomen traspiradochorreando mi espalda. Mis manos rozando el piso y mi saliva baldeando todareprimenda. Sus manos sumergidas en mi cintura. Yo; ciego de la sangre empujadadesde adentro. Con la estaca al rojo vivo liberándose para llenarme. Nosjuntamos nuevamente sabiendo que era la última. La respiración marcaba eltiempo. Las manos empuñando ambas pijas: la intensidad. Nos apretamos con lanecesidad de alimento de dos lobos hambrientos. Babeábamos. Con el cabello erizado.Mostrando los dientes y apretados dependiendo uno del otro. Su mano en mi pijay la mía en la de él. El ascensor cargó el peso que antes había existido encada uno. Volví a vestirme. Él a arreglarse. Ambos con la indiferencia de nuncahabernos imaginado. Como si hubiésemos sido dos actores en representación de unacto, en un escenario. Saludando al público, pero no entre nosotros. Aunque, adecir verdad; los dos habíamos quedado saciados y destruidos, cada uno en suporción del ascensor.

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