Una fiesta de verano...

Recordaban hoy mis pensares una anécdota acontecida un verano de mi adolescencia, la cual con respeto, traslado hoy a mis amigos poringueros.
Érase un verano, de aquellos tórridos del centro de españa cuando mis amigos y yo planeabamos una fiesta nocturna para despedir a unas amigas gemelas que teníamos, las cuales se iban de viaje a Canadá y no volverían hasta bien entrados el invierno peninsular.
Estas amigas nuestras, Sonia y Elena, gemelas como comentaba, eran la noche y el día; donde una rubia, la otra morena, donde una más alta, la otra más baja, donde una con más pecho, la otra con menos, donde una custodiaba grandes posaderas, la otra algo menos. Igualmente, ambas tenían en común algo, y es que aunque diferentes eran sus atributos igual era su buen parecer. Eran dos muñecas de porcelana que bien, si yo hubiera podido ántes, a ambas hubiera profanado.
Yo por mi parte era un chaval normal, un adolescente con hormonas revolucionadas, eso sí una cosa tuve durante toda aquella época y era que me gustaba gustar. Siempre andaba bien depilado por todas partes, nunca padecí de granos y siempre fuí bien aseado, oliente y con cuidada vestimenta.
Mis amigos eran más puberteros, pelos crecientes en distintas zonas donde no debían crecer, granos y distintaa vestimentas; uno rapero, otro reguetonero, otro rockero.... en fín, mil pareceres distintos.

Hallóseme pues , buscando los preparos con mis amigos para aquella fiesta, mucha bebida y poca comida, por cierto, cuando rebuscando en mi memoria recordé una anécdota, algo tonta por qué no decirlo, pero para las épocas ardientes en las que me andaba, dificil de olvidar.

-Era años antes, cuando conocía aquellas gemelas, fue al principio de curso, desde el primer momento he dedecir que me volvió loco, no sexual por lo pronto, pero si amoroso, Sonia. (Sonia era la recatada de las hermanas, la que menos pecho, la que menos posaderas, la mas alta y la rubia.)
Recuerdo que cada día volvía del instituto con ellas, pues vivíamos en el mismo camino y fue uno de aquellos medios/días cuando Elena, (la morena, la más bajita, la de más pecho y más posaderas)le preguntó a Sonia si estaba rasurada, a lo que ella contestó -Mmm, creo que me depilé la semana pasada. -¿La semana pasada? -Respondió Elena. -Creo que sí -reafirmó Sonia. Y fue el momento en el que esta muy humilde persona que cuenta el relato presenció un acto sin precedentes en aquela corta vida mía; Sonia desplazó de su cuerpo las mallas que llevaba, y yo como perseguidor, conseguí atisbar de un solo fotograma el sexo que tras sus tangas guardaba. Fue sin duda el momento en el que me di cuenta que era yo heterosexual.
Aunque como comentaba fue solo un frame, lo llevo guardado bajo mi cabellera y procedo a describirlo; Mi visión fue superior, por lo cual alcancé a ver un monte de venus recatado, con un pequeñísimo rastro de bello rubio que se formaba como un carril estrecho. Justo debajo de aquel monte, que para mí, pasó a ser del olimpo, la vista me dio a comprobar la bifurcación de sus labios vaginales, que se tornaban posteriores, pero como si de la cima de aquella colina del deseo, q sus pies no existierq diferencia alguna. Sentí una perfección en aquel sexo, similar al de un ángel y seguro estoy de que su sabor sería como el del algodón de azúcar.-

Terminaba yo de echar al carro los últimos preparos necesarios con mis amigos y nos dirigíamos a la caja a pagar. Luego, fuera en el aparcamiento, dividimos la mercancía entre los coches y nos dirigíamos al amplazamienyo de la fiesta para preparar tinglado.
Pasamos la tarde montando todo y poco a poco empezaban a llegar amigos, amigas y las gemelas Sonia y Elena. La noche se desarrolló con normalidad y pasaron cuantas cosas chistosas que pudiese escribirse tres libros sobre aquella noche, pero rondaban no se si fuesen las cuatro, las cinco o las tres de la mañama cuando Elena, la gemela morena de turgentes senos y grandes posaderas me agarró de la mano y consiguió hacernos escabuir del guateque a ambos. Caminamos unos 300 o 400 metros que había desde la fiesta hasta una extensa pradera verde, regularmente iluminada. Una vez llegamos a la pradera, Elena, que no era la que más ferbor causaba en mis sentidos, como sí lo hacía Sonia, declaró su amor hacia mi persona. Me quedé algo atónito, pues si bien llevaba años tirando fichas a la hermosa hembra a la que vi desnudo su secreto, a ella simplemente la trataba como una amiga más, aunque bien es cierto que la miraba cuando venía con aquellos tops que dejaban a la vista su brutal canalillo formado por sus dos ingentes senos.
No se quedó ahí la cosa, pues ella viendo mi estupor decidió por su cuenta y riesgo, agarrarme la polla. Fue ese el momento que pasé del no saber qué decir a calentarme como una olla en el número 9 de la inducción.
No pude resistirme, tras notar su mano en mi entrepierna a besarle en los labios, de la manera más guarra que supe. Noté en ese momento como, no se cuando, se había puesto un piercing en la lengua y me fue imposible quitarme el pantalón y ponerla de rodillas para que hiciera uso de aquella su herramienta sobre la punta de gordo y enorme sable.
Tras unos 5 minutos de mamada, ella misma bajó su tanga blanco por debajo de su falda y se la levantó. Apolló su pierna derecha sobre un tronco de madera y, de pie, le dí tan duro como pude y supe. Ella gritaba tanto de placer que sentía poder ser escuchado por mis amigos, pero había tanta distancia que de nada se enteraron. No cambiamos de postura, seguimos dándole sin parar de aquella manera hasta que llegó un momento que sentía como su coño cada vez se volvía más y más aguado, no llegó al squirt, pero estaba ella más caliente de lo que pudo estar en su vida.
Aquél coño mojado, lo que aconteció fue un orgasmo sin medida por su parte. Recuerdo aún como encogió las piernas y el grito que soltó por aquella gargantita suya de recien cumplida los dieciocho, jamás podré olvidarla. Fue tanto el orgasmo que cayó derrotada al suelo, roja como un tomate y yo me acerqué a ella y cuando vi sus piernas anchas y esa falda corta me di tan fuerte, que no tarde ni treinta segundo en correrme encima de aquella falda.

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