Cabalgando a su profe particular

Acá otra historia verídica, de esas que se asoman con los recuerdos que sopla el viento y que revalorizan la experiencia de quien creías en ese momento que era "una boluda". Maestra jardinera ella, 32 años, metro setenta. Tímida y con carisma simpático. Un poco rayada, simple en su aspecto pero la virtud de su belleza radicaba ahí: flaquita, castaña, voz de caramelo y un tinte de inocencia que resultó ser tan solo un prejuicio. Ella tenía que rendir una materia para el profesorado y yo, menor que ella, acudí a su rescate. Al principio, sin otras intenciones (soy un profesional "relativamente serio"). Le empezó a ir bien y se ve que le atrajo mi manera de transmitir conocimiento. De repente nos encontrábamos rozándonos las piernas por debajo del escritorio mientras estudiábamos a Lacan. Otra vuelta, para celebrar, decidimos salir a tomar unas birras a un bar siendo esta la primera vez que salíamos juntos. Así se fueron dando las cosas, y como reza un famoso rock del Indio "Yo no la cambio por nada cuando empieza a cabalgar". Tímida en la cama (se ve que la sexualidad no es su fuerte, aún teniendo aura de seductora serial), quedó maravillada porque estaba acostumbrada a un orgasmo. Bueno, fueron dos, tres y hasta cuatro. En un momento los buscaba ella ya y era un espectáculo verla arriba buscando movimientos y cambiando de ritmo. De tetas medianas y aureolas simétricas, hoy estoy en condiciones de aseverar que fue una de mis mejores experiencias, más allá de que después las confusiones terminaron por invadir nuestro vínculo (algunos reclamos fuera de contexto, demandas irracionales por parte de ella, presiones morales por su carácter evangélico, etc). Lo más lindo de todo en este negocio donde jugamos al amor y siempre perdemos es que se reservaba cada viernes para compartirlo (llámese garchar) y dormir juntos. Gemiditos estilo otaku por momentos, griterío de pantera en otros tantos. Me quedó archivado en la memoria el rechinar de la cama cuando me movía toda la concha en su búsqueda por acabar violentamente. Le gustan los chirlos suaves y después del orgasmo se tarda un ratito en volver, aunque siempre dispuesta a algo más. Ahora le escribí a ver en qué anda, con la modesta expectativa de que haya una segunda carrera para esa yegua que, según pude comprobar, siempre termina a la cabeza.

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