Irene, la hija de Ágata

Capítulos anteriores: Conocí a Ágata en Tinder (I), En casa de Ágata (II)

Mientras Ágata se recuperaba del orgasmo, yo intenté procesar aquello. Su hija nos había visto follando… y se había puesto lo bastante cachonda como para meterse los dedos mientras miraba. No sabía cuánto podía ver desde su posición. A mi, desde luego, me había visto entero. Y por supuesto, nos habría escuchado. Joder, había llamado “puta” a su madre. Aquello podría ser un problema. O tal vez no… Tendría que hablar con ella. Aunque aún no sabía cómo. Por suerte, mi amiga no se había dado cuenta de nada.

Estuve menos centrado durante los dos polvos siguientes que echamos. Le ordené primero que cabalgase encima de mi, y ella se entregó perfectamente a mis órdenes. Me distraje un poco viendo sus tetas moverse. Luego cerramos la noche con un 69, y logré que se corriera. Pero en mi cabeza regresaba la imagen de Irene. Maldición. La joven estaba muy buena… y estaba en la edad permitida. ¿Qué estás pensando, idiota? Céntrate. Te ha visto follarte a su madre, me tuve que recordar.

“¿Quieres echarme otro?”, preguntó Ágata. La notaba cansada… y yo mismo estaba al límite.

“Por una noche ya está bien”, le respondí. Y en ese momento, se tumbó sobre mi. Pasó una mano encima de mi pecho y una pierna sobre las mías. “¿Y esto?”, dije, sorprendido.

“Me has hecho el amor. Tengo derecho a ponerme mimosa”, dijo con un mohín.

“Claro que sí. De hecho a mi me gusta más así”

“Tonto”, dijo, sin atreverse a mirarme. “Tonto que me gusta mucho”, susurró.

Nos quedamos dormidos al final.

Por la mañana, algo me despertó. Algo muy agradable. Algo húmedo y caliente alrededor de mi polla. Abrí los ojos. Ágata me la estaba chupando, con la mirada dirigida hacia mi.

“Buenos días”

Gon tu poia en mi boca shí gue lo shon”, balbuceó ella, sin separar mi falo de su lengua.

“Me gusta despertar así”, le dije. Miré la hora. Temprano para un sábado. “¿Y si me pones el coño en la boca y te lo como?”

Shi me dash mi vashito de leshe, shí”, bromeó Ágata.

Se tumbó encima de mi, ofreciéndome su rajita mientras seguía chupándomela. Empecé a devolverle el oral. Empezábamos despacio. Yo tenía que despertarme, algo que mi picha solía hacer antes que yo. Ella debía ya llevar un buen rato, porque me la chupaba con intensidad. Pero pronto logré alcanzar su ritmo, aunque eso no evitó que me corriera antes que ella. A punto estuvo de desmontarse de mi, pero yo la sujeté del culo y continué chupando su chochito. Conseguí que se corriera, y disfruté de su salado sabor.

“Ay, perdón…”, suspiró.

“¿Perdón?”

“Te he pringado toda la boca”, me dijo.

“¿Y acaso no te hago yo eso?”

“Pero yo soy tuya”, bromeó.

“Y yo soy tuyo”, le recordé.

Se dio la vuelta hacia mi.

“¿De verdad eres mío?”

“Claro que sí. Sabes que juego a eso que te gusta por ti. ¿Quieres un amo? Soy tu amo”

Se giró y se echó encima de mi. Sacó la lengua y la pasó por mis labios, probando el sabor que me había dejado, antes de darme un beso lento mientras me sostenía por las mejillas.

“Deja de decirme esas cosas o al final me enamoro de ti”

“A lo mejor debo intentar enamorarte”, la provoqué.

“No te convengo”

“Pero yo a ti si”

Ágata asintió.

“Sí. Me vienes muy bien. Es más, creo que tenías razón anoche con lo de hacer el amor. Quizá, y solo quizá”, recalcó, “hoy lo hagamos de nuevo. Pero ahora necesito una buena follada”

“Vaya. Yo necesitaba una ducha”, le respondí, pícaramente.

Y entendiendo mi idea, se bajó de encima mía, y nos dimos prisa en llegar a su cuarto de baño. Abrió el agua de la ducha y reguló la temperatura mientras yo refrotaba mi polla contra su culo y le sobaba las tetas. Casi tiró de mi, o casi la empujé yo al interior de la ducha. Le comí la boca mientras mi falo se frotaba contra su rajita, y Ágata levantó una pierna, facilitándome el acceso. Se la metí de un movimiento brusco, pero ella gimió de placer. No necesité en ese momento decirle esas guarradas que tanto le ponían. La follaba duro, movimientos rápidos y firmes. Intercambiábamos besos fugaces, hasta que invadí toda su boca con mi lengua. La sentí respirar fuerte mientras aumentaba el ritmo de mis embestidas. Me sujeté a la barra de seguridad y seguí metiéndosela. Me corrí dentro.

“No me la saques aún”, me pidió, abrazada a mi. “Me gusta cómo se siente”.

“Y a mi cómo se siente tu coño. Pero deberíamos lavarnos”

“Lo sé…”

“¿Qué te pasa?”

“Adoro a Irene. Pero me jode un poco que no se haya ido el fin de semana. Tenía algo especial preparado. Quería ser completamente sumisa a ti”

Agradecí en ese momento que Irene no se hubiera marchado. Me daba la impresión de que Ágata tenía problemas de obsesión con la dominación y eso no me convencía para follar.

“Bueno. Podemos follar mientras ella sigue en su dormitorio, ¿no?”, le respondí. Aunque yo tenía una conversación pendiente con su hija.

“Sí. Eso estará bien”, me respondió. Y se la saqué en ese momento. “Venga. Vamos a lavarnos. Tenemos que desayunar y reponer fuerzas”

Así que nos aseamos y nos tapamos antes de salir de la habitación. Me di cuenta, al salir, de que el suelo seguía manchado por los jugos de Irene. Por suerte, Ágata no se fijó.

Bajamos a la cocina, y ella ya estaba allí. Nos saludó con un tímido “buenos días”, y yo fui sirviendo los cafés mientras Ágata calentaba pan para hacernos unas tostadas. Irene ya había preparado zumo. Me di cuenta de que apartaba la mirada. Pobrecilla. No sabía disimular. Por suerte, Ágata no parecía fijarse. Y apenas estábamos terminando el desayuno, recibió una llamada.

“Perdonad”, dijo. Se había enfadado de pronto. Y salió de la cocina, para volver tres minutos después. “¡Joder! ¡Me cago en la hostia!”

“¿Qué ha pasado?”, pregunté. Irene también la miró, pero sin decir nada. Tal vez por las mañanas era muda.

“Mi madre. Que quiere que vaya a verla, que me tiene que dar no se qué y que está muy sola…”

“Las personas mayores suelen sentirse solas”, dije.

“Pero mi madre no es una persona mayor. Es una bruja insufrible”, gruñó Ágata.

“Muy insufrible”, reconoció Irene. “¿Quieres que vaya contigo?”

“No, no. Como vengas tú no nos dejará irnos hasta la hora de cenar. Quedáos… yo no tardo”

Me dio un beso rápido.

“Pórtate bien con él”, bromeó, mirando a Irene. “Y tú, estás en tu casa. No tardo. Espero”

Y marchó dando grandes zancadas. Me quedé a solas con Irene. Ella apuró su café y su tostada, y me dejó solo antes casi de poder dirigirle la palabra.

Cuando terminé, fui al salón. No estaba allí. Me asomé al jardín. Tampoco. Pues nada. Vería un rato la tele. Me acoplé en el sofá. Pero al darme cuenta de que no había nada interesante, decidí bajarme a ver a la nena. Llamé a su puerta con cuidado. Escuché ruido dentro. Y luego abrió la puerta, sin darme acceso.

“¿Necesitas algo?”, preguntó con su voz tímida.

“Quería hablar contigo. ¿Puedo entrar?”

“No. Es decir, mejor subimos al salón…”

Salió rozándose con la puerta y el marco, sin permitirme ver el interior. Y me di cuenta de que llevaba el pantalón del pijama al revés. Supuse que se estaba masturbando. Ahora quería saber si tenía juguetes. En fin. Subimos de vuelta. Se sentó en el sofá. En uno de los extremos. Yo no quería invadir su espacio tampoco, pero tampoco impersonar la conversación, así que me senté a una distancia que consideré correcta.

“Dime”, dijo Irene. Y creo que hizo un gran esfuerzo por mirarme.

“Anoche me di cuenta de que nos mirabas. A tu madre y a mi, cuando estábamos follando”

Se le puso la cara colorada muy rápidamente.

“E-E-Eso no es verdad…”

“Te vi metiéndote los dedos”, continué, “y esta mañana el suelo seguía sucio de cuando te corriste”

Se le empezó a agitar la respiración.

“JP… lo siento… no debí mirar, estuvo mal… Pero por favor, no me obligues a…”

“¿Obligarte?”

“Me vas a chantajear, ¿verdad? Tratas a mi madre como una puta y ahora me quieres hacer lo mismo a mi…”

“Eso no…”, me callé. El fetiche de su madre por tratarla así no tenía por qué saberlo Irene. “¿Estuviste todo el rato mirando?”

“No, yo… subí a por un vaso de agua y escuché la puerta del dormitorio… me asomé, y te vi salir del servicio… luego la puerta no se cerró… No sé qué me pasó, no debí mirar, pero…”, casi se puso a llorarm

“De acuerdo. ¿Alguna vez te han chantajeado?”, pregunté. Irene negó con la cabeza. “Vale. Hoy no va a ser el primer día. Tú eres sagrada. Ágata es mi amiga, y me preocupo por ella. Y también por ti”

“No me conoces de nada…” susurró Irene.

“Eres importante para Ágata. Con eso me vale”

“Qué tío más raro eres”, suspiró.

“Eso dicen. Pero me da igual. Tu madre no sabrá que nos espiaste anoche. Aunque deberías limpiarlo antes de que vuelva”, le dije. Ella asintió. Le quedaba una lágrima recorriendo la mejilla. “Tendrías que saber que… hay algo que le preocupa a tu madre. Sobre tí”

“¿El qué?”

Tal vez no debí decir nada, pero en ese momento no podía callarme.

“Le preocupa que no sabe nada sobre… tu vida sexual. No sabe si te gustan los chicos, las chicas. No sabe si sigues siendo virgen. No tienes que contármelo a mi. Pero deberías hablar con ella”

Le tembló la voz al hablar.

“¿Y por qué quiere saberlo?”

“Se preocupa por ti. Quiere asegurarse de que estás satisfecha con eso. Y sé que es verdad, porque mis padres jamás se interesaron por la mía. Solo por prohibirla. O por intentar prohibirla… ¿Irene?”

Ahora sí había empezado a llorar fuerte.

“Irene…”, y en ese momento se apoyó sobre mi hombro. “¿Qué te pasa?”

“Claro que soy virgen… joder… me… me gustan los chicos, pero yo a ellos no… a ellos solo les gustan… esos pibones que van enseñando medio culo y las tetas con la ropa… yo solo soy la frígida, la santurrona que vista como una monja…” sollozó. “Y los tíos además pasan de vírgenes… y mis antiguas amigas se reían de mi por serlo aún…”

“Pero no es malo eso, Irene… si tú has querido…”

“¡No! ¡Yo quiero sentirme mujer de una vez!”, gritó. Estaba llena de pena y rabia. “¡Quiero follar! ¡Quiero sentir una polla dentro de mi! ¡Quiero correrme mientras me follan! ¡Quiero aprender a chuparla y…!” y en ese momento se calló. Su expresión cambió a pánico. “Mierda mierda mierda, no… ah…”

Se apartó de mi.

“Te he pringado el hombro, espera…”

“Irene”, la interrumpi, “lo de mi hombro no importa. Y lo otro, es normal tener deseo sexual y sentirte así. Eso también forma parte de nuestro secreto, ¿vale? Suelta todo lo que tengas dentro…”

“Si es que no quiero soltarlo… lo que quiero es dejar de ser virgen…”. Ahora estaba frustrada.

“Aparecerá alguien que quiera follar contigo. Y te desvirgará”

“Ja”, dijo a desgana. “¿Quién querría follar con una fea como yo?”

“No eres ninguna fea. Y a mi me gustaría”, le solté.

Se me quedó mirando. Se alargó el silencio. Me di cuenta de que se lo había dicho. Y me decidí a no recular.

“No tiene gracia”

“No estaba de broma. A mi me gustaría”

“¿A ti? ¿Por qué?”

“¿Por qué no? Mira, tú eres guapa. A mi me trae sin cuidado como vistas. Estoy seguro de que bajo esa ropa discreta tuya tienes un cuerpazo. Y la idea de desvirgarte… admito que es muy tentadora”

“Eres un guarro…”, comentó. Pero no había desprecio en su voz. “Entonces, en vez de chantajearme para follar, te ofreces sin más”

“Sí. Y no quiero que te sientas presionada. Yo te lo ofrezco. Me da igual si aceptas ahora mismo, la semana que viene, o nunca”

“¿Y mi madre? ¿Le pondrías los cuernos conmigo?”

“No son cuernos. Ella y yo solo somos amigos que follan”, le recordé.

“No me creo yo eso…”

“Con la mentira no se va a ninguna parte, y no me gustaría que me mintiera a mi. Yo se lo contaría, y asumiría que yo te lo ofrecí”

“Se enfadaría. El día que no pudisteis quedar ella se lo tomó muy mal. Le gustas de verdad, creo… perdona. Eso también tiene que ser secreto”

“Por supuesto”, le aseguré, aunque no me sorprendía del todo. Ágata recalcó durante mucho tiempo que lo nuestro solo era una amistad con privilegios. Algo me decía que quería dar el paso, aunque no se atrevía. No me di cuenta hasta ese momento de que yo estaba más cerca de Irene. Y ella también se había aproximado a mi.

“JP… admito que estás muy bueno. Lo que vi anoche… me puso cachonda, sí”, reconoció colorada. “Pero no puedo perder mi virginidad así… follada sucio. No puedo”

“No sería así. Me adaptaría a ti”, le ofrecí. Maldición. Mi oferta me estaba excitando demasiado. No quería coaccionarla, pero por dentro estaba deseando que aceptase.

“¿Funcionarías como un gigoló?”, bromeó.

“Como un amigo con el que podrías follar”

Se acercó más a mi. Sus piernas tocaron las mías. Y en ese momento le aparté un mechón de pelo. Me miró directamente a los ojos.

“No tienes ni que pedírmelo. Solo tienes que decir

“… Sí”

Y antes de poder reaccionar, sentí sus labios contra mi boca. Nos besamos. Muy despacio. Me gustó mucho. Se notaba su falta de experiencia, y eso lo encontraba encantador. Se dejó guiar por mi. Iba a ir despacio. Ni siquiera pensaba en ese momento en que si Ágata aparecía, yo no tenía excusa. Tal vez le tocaría enfrentarse a la realidad. Yo no me había ido con ninguna otra porque no me había dado la gana, pero ella no me reclamaba como suyo. Recordé sus palabras sobre Irene. Que no le importaría si era yo quien se lo hacía.

Y probé a meterle un poco la lengua. La escuché gemir. Su lengua acudió a la mía. Se frotaron un poco. Se la chupé con mis labios, y la mordisqueé juguetón. Irene se subió sobre mis piernas en ese momento y seguimos besándonos. Yo la rodeé con los brazos, y tiré con suavidad de la camiseta. Con cuidado, le acaricié el vientre. Sentí que tenía un escalofrío. Y en ese momento lo pensé. Yo era el primero que tocaba lo suave que era su cuerpo. Así que disfruté de la experiencia. Irene no me puso impedimentos mientras no me separaba los labios. Mi mano empezó a subir, lentamente.

Le toqué una teta. Y entonces pasaron varias cosas. Ella gimió. Un sonido de placer cuando le rocé el pezón con los dedos. Y al romper el beso me miró. Parecía asustada.

“No… no, para…”

Le saqué la mano de inmediato. Ella se puso de pie y se alejó un par de pasos.

“¿He hecho algo mal?”, pregunté confuso.

“No… no, es mi culpa, JP…”, dijo, un tanto aturullada. “Perdóname, no… no te quería calentar. Esto no está bien”

“¿Eso es lo que crees?”, le pregunté.

“Tú eres de mi madre… pero gracias. Me… Me he sentido muy bien con el beso”

“Irene…”

“Voy a ir a limpiar lo de arriba”

Y me dejó allí solo. Reconozco que me había dejado con el calentón. Pero supuse que aún no estaba preparada. Así que me limité a sacar el teléfono y mirar las redes sociales en lo que esperaba que Ágata regresara. Irene tardó unos cinco minutos en aparecer de nuevo.

“Ya está limpio lo de anoche”, me dijo. Intenté hablar, pero se me adelantó. “Lo de antes…”

Y alguien la interrumpió a ella. La puerta de la entrada se abría. Ágata había vuelto, por fin. Me fijé en ese momento en el reloj. Era casi la hora de comer. Y venía cargada con unas bolsas que olían que alimentaban.

“Hola”, saludó, y me apresuré en ir a ayudarla.

“¿Qué tal con tu madre?”, pregunté.

“Un aburrimiento, como siempre. Irene, ¿estás bien?”, preguntó.

“Sí… ¿me avisas para comer?”, preguntó en tono lúgubre.

“Claro… pero vamos. En media hora, más o menos”

Irene asintió, y nos dejó a solas. Ágata me miró.

“¿Ha ocurrido algo?”

“No”, mentí sin problemas mientras ayudaba a mi amiga a colocar las bolsas. “Lo del sushi me encanta, pero estas croquetas huelen de maravilla”, bromeé.

“Pensé que te gustarían”, dijo ella. “Sé que teníamos intención de hacerlo todo el fin de semana, pero ¿esperamos ya a después de comer?”

“No hay problema”

Así que sacamos un par de cervezas y unas patatas y fuimos al jardín a disfrutar del día que hacía. Nos echamos unas risas. Estábamos tranquilos. Cuando nos acabamos la bebida nos volvimos a meter dentro y empezamos a poner la mesa. Ágata llamó a Irene, que subió de nuevo. Era extraño. A pesar de cómo se había ido, ahora parecía más animada. O al menos, menos triste.

Nos pusimos a comer. Ágata aprovechó ese momento para presumir un poco de hija. Ella parecía avergonzada por los halagos que vertía su madre sobre ella. Estaban animadas. La comida nos sentó de maravilla. Y cuando nos estábamos terminando el flan del postre, y contaba con que me subiría al dormitorio a follar con Ágata, Irene dijo una frase que me dejó helado.

“Mamá. ¿Qué hay exactamente entre JP y tú?”

Ágata pareció quedarse sin saber que decir por unos momentos.

“Somos amigos, ya lo sabes. Y nos acostamos. Te lo conté”, respondió, extrañada.

“¿No es tu novio?”, insistió Irene.

“No… ¿Por qué me preguntas eso?”

Irene me miró a los ojos. Y adiviné lo que iba a hacer antes de que empezase a hablar. Se lo contó todo. Que nos vio por la noche. Que se había masturbado mirando. Que le gustaban los hombres, que era virgen y lo que eso le frustraba. Que yo me había portado bien al prometer guardar el secreto. Y finalmente, que me había ofrecido para desvirgarla. Ahí me temí lo peor. Pero Ágata simplemente se limitó a escuchar.

“Le besé… y me sentí bien”, reconoció. “Pero antes de pasar a más le pedí parar. No es justo que me quede con tu amante… JP, te agradezco lo que me ofreciste, de verdad. Pero tú eres de mamá. Ya encontraré a alguien, ¿verdad?”

“… Claro que sí”, le dije cuando me di cuenta de que me preguntaba a mi y no a su madre. “Ágata… creo que tenéis que hablar de esto. Será mejor si me voy y luego… bueno. Si te has enfadado lo entenderé, pero…”

“No, JP, espera”, dijo Ágata. “Gracias. Yo jamás me habría atrevido a preguntarle nada de eso a Irene. Y ahora por fin lo se”, miró a su hija, estaba un tanto avergonzada. “Me duele mucho saber que te sientes así”, habló ahora a Irene. “Supongo que no es fácil contarme estas cosas”

“No mucho…”, dijo Irene.

“Cielo, si algún día tienes novio, o decides que prefieres probar con chicas, no te prohibiré traerlos aquí, ¿vale? Prefiero que tengas un sitio seguro”

“Gracias, mamá”

“Y sobre tu virginidad…”, Ágata me miró. “Si JP quiere, y tú quieres… yo no tengo por qué oponerme”, añadió con calma.

“¡Mamá!”

“Ágata, oye. Me agrada que seas tan liberal, pero no tienes por qué aceptar que…”

“Te lo dije anoche. No me importaría que le enseñaras sobre sexo. ¿Mi hija es lo bastante atractiva para ti?”, me preguntó.

Miré a Irene. La pregunta era una trampa. Pero la respuesta sincera estaba clara.

“Claro que sí”, ella se puso colorada.

“Pues entonces… quizá ha llegado el momento de perder era losa, hija”, dijo Ágata.

“Pero mamá… él es tuyo. O sea, vale que no sois nada serio, pero él ha venido a… contigo. No puedo…”

“Claro que puedes. Si follar con él te hará feliz, quiero que folles con él”

Creo que nos faltó iniciativa a Irene y a mi, pues Ágata nos tomó a ambos de la mano y nos acompañó al salón. Se ofreció a dejarnos a solas, pero Irene le pidió quedearse. Aquello aumentó mi morbo. Iba a follarme a Irene delante de su madre. La tumbé sobre el sofá. Y sobre la cabeza de Irene, estaba Ágata. No se quiso perder nada del espectáculo.

Pero yo me centré en Irene. La besé. Con más firmeza que antes. En el primer beso solo estaba experimentando. Ahora yo llevaba la voz dominante. Ella se dejó llevar. Mi lengua tomó el poder sobre la suya. Con menos lentitud que antes, metí las manos bajo la camiseta de su pijama. Acaricié todos los poros de su piel, hasta que llegué a sus tetas. Ahí empezó a gemir. Yo jugaba con sus pezones. Y le quité la camiseta para hacerlo con más libertad.

“Joder, Irene… Sabía que tendrías unas buenas tetas”, le solté. Quizá precipitado.

“¿Te gustan?”, preguntó con voz dulce. “¿De verdad te gustan mis tetas?”

“Son preciosas. Como toda tu”, le dije. Eso la animó.

Empecé a chupárselas. Su voz gimiendo llenó el salón. Con la otra mano le acaricié la otra teta, y fui bajando despacio, otra vez por su vientre, y pasé por debajo de la tela de su pantalón. La escuché respirar agitada. Rocé su coñito.

“JP… aaaah… me gustaaaaaaah…”, gimió. Había empezado a estimular su rajita. “Se siente bien… me gusta…”

“Se va a sentir mejor, nena”, le dije. Le quité el pantaloncido, y me acomodé entre sus piernas. Antes de que me pudiera detener, empecé a comerle el coñito. Muy suave. Mi lengua recorría su rajita salada arriba y abajo. Me aferré a sus piernas mientras le daba placer.

“¡JP! ¡Espera! ¡Aaaah, qué rico…! ¡Espera…! ¡Aaaaah…! ¡Ahhh…! ¡JP!”

“¿Quieres que pare?”, le pregunté, aún con la barbilla sobre su pubis.

“No… es que… sabes lo que quiero…”, dijo, suplicante.

“¿Ah, sí? ¿Lo sé?”, jugué con ella.

“Fóllame… por favor, fóllame…”, me pidió.

Me incorporé. Rápidamente me deshice de mi camisa, y me desabroché el pantalón. Muy despacio, me quité el boxer, desvelando mi polla dura ante ella. Se la acerqué un poco a la cabeza.

“¿Te… Te la chupo primero?”

“No… solo hazme una paja”, le indiqué. Con cuidado lo hizo. Me gustó el tacto de su mano. “¿Te gusta cómo se siente?”, pregunté. Ella asintió. Sonrió tímida. “Voy a follarte… mi polla va a estar dentro de ti. ¿La quieres?”

“Sí… me gusta cómo se siente… JP… hazme tuya…” me pidió.

Con suavidad aparté su mano. Retrocedí y me situé entre sus piernas. Apoyé la punta en su rajita. La miré. Ella parecía aguardar. La sujeté por la cintura. Y di un suave empujón con mis caderas.

“¡Aaah… aaah…!”, gimió Irene. “¡JP… me la estás metiendo…!”, suspiró. “¡Más… sigue…!”, empujé un poco más. “¡Ah, sí! ¡Ah! ¡Ah!”

Apenas se la metí entera, sentí mucha humedad entre mis piernas. Irene se había corrido solo con eso. Le sonreí. Ella tenía la respiración agitada.

“Dios… qué bueno…”, gimió.

“Voy a seguir, ¿vale? Apenas hemos empezado”

Ella asintió. Empecé a follarla. Muy lentamente. Irene bajó la mirada, mirando el punto en que mi polla se hundía dentro de ella. Su coñito se sentía genial. Apretadito, y muy mojado. Su cuerpo se mecía con mis embestidas, y sus tetas acompañaban el movimiento. Me agaché para volver a besarla y le acaricié los pezones mientras lo hacía. Sus gemidos se ahogaron contra mi boca.

“¿Te gusta, Irene? ¿Te gusta follar?”

“Sí… se siente bien… tu polla es estupenda… ¡Ah!”, protestó. Le había pellizcado un pezón.

“A mi me encanta tu cuerpo… estás buenísima…”

“Aaaah…”, había empezado a embestirla con más ganas. “Me siento bien, JP… sigue… quiero más…”

Seguí metiéndosela. Había aumentado el ritmo al principio con más cuidado, pero ahora empezaba a dejarme llevar. Irene se dejaba llevar a la perfección. Se acarició las tetas mientras se la metía repetidamente. Yo me apoyé mejor sobre las piernas, tirando suavemente de su cuerpo hacia arriba, y follándola más fácilmente. Sentí una presión en ese momento. Mi cuerpo me avisaba de que iba a acabar.

“Me… me corro, Irene”, le dije. “Voy a correrme…”

“¡Acábame dentro! ¡JP, necesito sentirlo!”

Y lo hice. Me corrí dentro de ella. Solté mis chorros en el interior de su coñito Y ella misma empezó a chorrear. Se corría al mismo tiempo. Su cuerpecito se agitó debajo del mío. Yo la sujeté y se la seguí metiendo mientras bajaba el ritmo hasta que finalmente no pude más. Se la saqué suavemente. Y en ese momento, le cayó una lágrima.

“¿Irene?”

“Gracias… gracias, JP… gracias por follarme…”

“No me des las gracias. Para mi ha sido un privilegio que me dejaras hacerlo”, le dije.

“Ya no soy virgen”, sonrió. Eran lágrimas de alegría. “Mira… mira cómo me has dejado el coño”, suspiró. Mi lefa empezaba a resbalarle fuera. Y en ese momento empezó a acariciárselo, jugando con mi semen. “Oh… el sofá…”

“No te preocupes. Así tengo la excusa para cambiarlo”

Eso lo había dicho Ágata. Nos habíamos olvidado de que estaba ahí con nosotros. Tanto que ni nos dimos cuenta de que se había desnudado por completo, y se estaba acariciando el clítoris mientras me miraba desvirgar a su hija. Ella misma tenía el coño mojado, y varias gotas caían sobre el asiento.

“Mamá… gracias a ti también… por permitir esto…”

“De nada, hija… solo espero que JP aún tenga energía…”

“Para ti siempre la tengo”, sonreí.

“¿Te importa si me lo follo delante de ti? No creo ni que llegue al cuarto sin tirarme encima…”, gimió sin dejar de tocarse.

“Hacedlo… así puedo aprender de vosotros…”, sonrió Irene.

“No, hija. No aprendas esto de mamá”, dijo Ágata. “Vamos, JP. Tengo hambre de polla…”

Me bajé del sofá y me acerqué a ella. Puse una pierna sobre el asiento, y le acerqué mi falo a la boca. Ágata me lo chupó, completamente desatada. Hacía ruidos y gemía mientras lamía mi polla, cubierta además por los chorros de Irene. Yo bajé la mano y empecé a meterle los dedos. Estaba realmente mojada. Pero ella negó con la cabeza, aún con mi polla entre sus labios. Así que le sujeté por la cabeza y empecé a follarle la boca. No muy fuerte. Lo había hecho con más ahínco otras veces, pero delante de Irene debía moderarme un poco. Incluso así le estaba gustando. Me miró a los ojos mientras me la mamaba. Un mechón le caía sobre los ojos y se lo aparté.

“¿Quieres que te folle?”, le pregunté, deteniendo mis caderas con mi polla aún en su boca. Ella asintió sin sacársela. Le acaricié la mejilla y se la saqué lentamente. A continuación me puse de rodillas en el suelo y tiré de ella en el asiento, acercando su coño a mi. Le hundí me polla en un suave movimiento, fácil gracias a lo húmeda que estaba. Ella me pasó las manos por detrás de la cabeza mientras yo la tomaba sujeto a sus caderas. En ese momento me di cuenta de que Irene nos miraba, fijándose con detalle. La forma en la que me estaba follando a su madre era mucho más ruda que como lo había hecho con ella.

Pero Ágata no me dejó tomarlo con calma. Con sus piernas alrededor de mi cintura me instaba a hacérselo con fuerza. Empecé a estrujarle las tetas como solía hacer. Ágata suspiraba y gemía, gozando de tenerme dentro de ella. A mi me volvía loco. Me incorporé un poco, aumentando el movimiento de mis caderas, e Irene aprovechó para apoyarse sobre su mano y mirar atentamente cómo mi polla se hundía en el coño de su madre. Uf, lo que me hubiera gustado verla tocarlo. Pero en ese momento solo parecía hipnotizada por la técnica que le daba.

Ágata terminó chorreando mientras me corría dentro de ella. Sonrió satisfecha. Se la saqué, y froté un poco más mi picha contra su rajita, terminando de correrme. Mi lefa resbaló por su coñito.

“Irene…”, suspiró Ágata. “Siento que me veas así… pero a mi me gusta follar como una perra en celo. Espero que no te avergüences de mi…”

“No, mamá… a ti te gusta… y entiendo que te guste hacerlo con JP”, sonrió la pequeña. “Nos has dejado los coños empapados”, me bromeó.

“Es muy fácil con vosotras. Tenéis unos cuerpos de escándalo”, le respondí.

“El de mamá está más desarrollado”

“Tranquila, mi niña. Aún te crecerán un poco más esas tetas. Y ese culo. Vas a ser una diosa”

“Para mi ambas lo sois”, les dije. Me senté en ese momento entre ambas en el sofá, dispuesto a relajarme un poco. Y en ese momento las dos se juntaron más a mi. Con todo el descaro, pasé los brazos por detrás de sus espaldas, y empecé a acariciarles las tetas a las dos. “Qué suaves las tenéis…”

“Jo, JP… no me hagas eso…” suspiró Irene. “Tengo los pezones sensibles”

“Por eso me gustan”, le dije, jugando un poco más con ellos.

“Nosotras también podemos jugar a eso”, dijo Ágata y empezó a hacerme una paja. “Y somos dos contra uno”

Irene tanteó y empezó a acariciarme las pelotas. Eso sí que era placer. Estuvimos un buen rato así. Yo seguía acariciándoles las tetas. Empecé a volverme a ambas, y me pasaba largos segundos intercambiando un beso con cada una mientras, con las manos entrelazadas, me hacían una deliciosa paja entre ambas.

“Empiezas a gotear”, comentó Ágata. Miré mi polla. Sí, empezaban a salir unas gotitas. “Acaríciala, Irene…”

Su hija obedeció, y empezó a pasar un dedo por la punta de mi rabo mientras Ágata continuaba con la paja.

“Se siente muy bien”, les dije.

“Pues venga. Irene te necesita dentro”, dijo Ágata.

“¿O-Otra vez?”, preguntó ella, un tanto cortada. “Pero si… ya no soy virgen…”

“¿Y solo con eso estás satisfecha?”, inquirió su madre.

“… No…”

“Adelante entonces. Este fin de semana JP tendrá que satisfacernos a ambas”, sonrió Ágata.

“¿Puedo opinar sobre eso?”, dije.

“¿Estás en contra?”

“Claro que no. Mi opinión es que estoy encantado”, le dije. Sonreímos los tres. “Irene… ¿te gustaría llevar esta vez el ritmo?”

“¿Yo arriba?”, preguntó.

“Sí… así tendrás el control y hacerlo como más te guste”

Ella asintió. Yo me tumbé en el sofá, con mi picha dura. Irene se subió sobre mi, y empezó a frotar su coñito contra mi polla.

“Uf, nena… esto me gusta mucho”, le dije.

“No juegues mucho con él”, dijo Ágata. De pronto se había situado detrás de Irene. “¿Te sientes bien haciendo eso?”

“Sí… me estoy mojando”, reconoció Irene. “¿Me ayudas?”

Ágata sonrió. Irene se apoyó en sus rodillas mientras Ágata me sujetaba la polla y la dirigía al coñito de su hija. Esta empezó a descender, muy despacio. Estuve de nuevo dentro de ella. Irene suspiró. Se detuvo a la mitad.

“Es muy grande”, suspiró. Y en ese momento, Ágata le acarició las tetas y le dio un beso en el cuello. Eso la hizo flaquear y se dejó caer un poco más. “Aahh… me gusta… Uuuuuh… mmmm…” murmuró cuando estaba por completa apoyada sobre mi. “Me vas a romper, JP…”

“Ve despacio, mi niña. Tu cuerpo aprenderá”, le susurró Ágata.

Verla ahí, acariciando el cuerpo de Irene despacio mientras ella empezaba a cabalgarme era muy excitante. Se movía lentamente, acostumbrándose a tener mi polla dentro de ella. A mi me gustaba sentir lo apretada que estaba. Me chupé el pulgar y empecé a acariciarle la rajita mientras ella seguía montándome. Irene gimoteó.

“Mira cómo le gusta…”, le susurró su madre. “No hace más que mirarte las tetas”, rió.

“Eres un… pervertido… JP…”, suspiró Irene. Y gimoteó un poco más cuando empecé a moverme debajo de ella. “Eso no vale…”

“Claro que vale”, le respondí. “¿Te gusta?”

“Mucho… sigue… por favor, sigue…”, suspiró, aunque lo cierto era que ella misma empezaba a llevar un buen ritmo mientras me montaba. Su culo chocaba contra mis piernas, y Ágata la sujetaba por las caderas, ayudándola a moverse. Aquella joven iba a hacer que me corriera y simplemente dejé a mi cuerpo seguir el placer.

Esta vez me corrí yo primero, aunque ella misma dejó escapar sus chorros unos momentos después. Nuevamente su coñito estaba completamente mojado por la mezcla de nuestros fluidos. Se había sacado mi picha y había apoyado su rajita encima. Parecía satisfecha.

“Me das envidia, hija. Lo que hubiera dado yo porque me desvirgase un tío como JP”, dijo Ágata.

“Espero que te hayas puesto cachonda”, le dije. “Porque ahora voy a follarte a ti”

“Sí, por favor…”, pidió Ágata. Irene me desmontó por completo y yo me incorporé.

“Ponte en cuatro…”

“Dímelo. No importa, Irene ya lo sabe”, me urgió Ágata.

“Ponte en cuatro para mi, puta”

Irene se había sentado en el respaldo del sofá. Delante de ella, Ágata se puso a lo perrito. Y mientras recuperaba la erección, me chupé los dedos y empecé a acariciarle el ojete. Con cuidado le fui introduciendo un dedo. Nuevamente, su hija contemplaba todo desde el silencio y un poco de admiración. Le metí un segundo dedo a Ágata, dilatándola lo suficiente como para facilitar la penetración mientras sentía lo apretado de su culo.

Dejé caer un buen chorro de saliva en su ano y suavemente empujé mi polla dentro de ella. Muy despacio. A la mitad noté un poco de resistencia, se la saqué y volví a metérsela. Un poco más fácil. Le cupo entera. Se la dejé dentro por unos momentos. Se la saqué, volví a dejar que mi baba cayera en su culo y empecé a bombear dentro de ella con más ganas. Cómo me gustaba follarle el culo.

Vi a Irene acariciándose el clítoris mientras enculaba a su madre. Le sonreí. Y ella me devolvió la sonrisa.

“Haz… haz que se corra…”, me pidió. “Haz que mamá lo goce…”

“Siempre lo hago”, le aseguré y empecé a follarla con más ganas.

¡Plas! Por inercia, le di un azote. Irene dio un brinco por la sorpresa, pero Ágata gimió.

“¡Ah, sí! ¡Me gusta! ¡Más…!”

Miré a Irene, y me puse más cachondo. ¡Plas! Le di un segundo azote. Ella miraba asombrada cómo “castigaba” el culo de su madre, poniéndolo rojo.

“Por favor, JP”, empezó a gemir Ágata. “Necesito un poco más…”

“¿Quieres que te folle?”

“Sí… mi coño está listo…”

Se la saqué del culo y en un rápido movimiento estaba dentro de su mojado coño. Resbalaba con facilidad. Me había distraído mirando a Irene pero era obvio que Ágata se había estado tocando mientras la daba por el culo. Mejor entonces, nos correríamos antes. Sujeté su cadera y empecé a follarla con ganas. Ágata solo gemía y me pedía más. Sentí sus chorros contra mi pelvis cuando se corría. Y justo antes de acabar yo, se la saqué. Me hice una paja apuntando hacia ella, y me corrí. Manché sus nalgas, su ano y su coñito con mi semen. Increíble lo que me pude correr.

“Guau, JP… me ha gustado mucho…”, suspiró Ágata, aún a lo perrito y con mi semen goteando.

En ese momento Irene bajó del respaldo y se sentó a mi lado. Miró embobada el culo de su madre. Enrojecido por mis azotes y completamente manchado de lefa. Estiró la mano, y lo acarició con suavidad, manchándose de mi lefa.

“Yo… no creo que pueda hacer esto…”, susurró.

“No quiero que lo hagas. Solo que disfrutes con lo que hagamos”, le dije.

Mi siguiente polvo fue con ella de nuevo. Se puso de rodillas en el sofá, apoyada en el respaldo. Yo me puse tras ella, y le follé el coñito. Me turnaba para acariciarle el culo y las tetas, según me apetecía. Y Ágata me excitó también, cuando le pedí que empezara a lamerme el culo. El annilingus me puso a mil mientras yo me follaba a Irene. Me dejé llevar. Estaba a punto de correrme, pero ella me pidió parar. Se la saqué, extrañado, y en ese momento empezó a hacerme una paja. Mi lefa salió a chorros, cayendo sobre sus tetas, su vientre y su coñito.

“¿Te gusta si hago estas cosas?”, me preguntó.

“Mucho, pero ¿te has corrido tú?”, le pregunté.

“Sí… esta vez sin chorro pero sí…”, dijo, y empezó a tocar y extender el semen que le había caído encima.

“Antes de cenar habrá que darnos una ducha”, suspiró Ágata.

Pero ella no se iba a escapar. Se sentó sobre mi, y empezamos a follar lento. Intercambió besos conmigo, nos acariciamos mientras se movía sobre mi polla. Besé todas las partes besables de su cuerpo mientras me exprimía y volqué todo mi semen dentro de ella.

“Hacéis muy buena pareja”, comentó Irene. Nos habíamos turnado para entrar en la ducha, y ya limpitos nos habíamos sentado a cenar. Nada muy elaborado. Una tortilla del supermercado y una selección de buenos embutidos.

“Quizá me deba plantear cosas con JP”, dijo Ágata. Yo la miré, sorprendido. “Siempre que los dos estemos de acuerdo con eso”

“No creo que él te rechace… soy yo la que no debería hacer más cosas con él”

“Tonterías. No creo que él acepte además rechazar a tenernos a las dos hoy, ¿verdad?”, me preguntó Ágata.

“Ni de coña”, respondí. No tenía sentido hacerme el santurrón cuando me lo pasaba de lujo con ambas. Y si aquello duraba solo ese día, esperaba poder disfrutar también después de la cena.

Y para mi sorpresa, subimos los tres al dormitorio de Ágata.

“Sinceramente, yo estoy un poco cansada…”, dijo mi amiga. “Pero hay algo que seguro que podemos hacer los tres”

“Lo dices como si ya lo tuvieras pensado”, le dije.

Ella asintió. Y en ese momento, se acercó a Irene. Le dio un abrazo y me la puso dura casi de inmediato ver cómo se daban un beso. Eran casi igual de altas, y sus tetas se estrujaron entre sí. Irene se dejó llevar por su madre, y cayó sobre ella en la cama, sin dejar de besarse. Se escurrieron al interior del colchón, y de pronto, Ágata metió sus piernas entre las de Irene y se las separó.

“Ahora JP decide a quién se va follando de las dos”, dijo, juguetona. “¿Te parece bien?”

“Sí… JP manda…”, respondió Irene. Yo, encantado, me subí a la cama y me coloqué entre las piernas de las dos. Vi que Ágata le abría bien el culo a Irene. Una invitación demasiado tentadora. Apoyé mi picha en su rajita y se la metí. “Ay… JP… qué brusco…”, protestó. Quizá sí se la había metido con un poco de fuerza, pero pronto empezó a gemir por el placer.

Aguanté unos minutos con mi polla dentro de ella y le di un respiro. Se la saqué para empezar a follarme a Ágata. Ella recibió mi polla con sorpresa y empezó de nuevo a besarse y manosearse con Irene. Yo no tenía muy buena vista del espectáculo, pero disfrutaba mucho de lo húmedo de su coño. Luego se la saqué y volví a metérsela a Irene. Y después de varias embestidas, regresé a Ágata.

Logré hacer que Irene se corriera. Y unos segundos después hice que Ágata chorrease también. Y a mi, que me quedaban unos segundos para acabar, empecé a meterla entre las rajitas de las dos. Me corrí, empapándolas a las dos a la vez con mi lefa.

“Es caliente… me gusta…” comentó Irene, apoyándose en sus rodillas. “Mira, mamá… al final nos ha follado a las dos a la vez”

“Sabía que le gustaría vernos así”, sonrió Ágata.

“Sois una tentación peligrosa”, les dije.

Irene se levantó en ese momento.

“¿Irene?”, pregunté.

“Yo… me lo he pasado genial. De verdad. JP, gracias por lo de hoy”, dijo. Me abrazó y me dio un beso. “Pero… por hoy ha sido suficiente. Muy intenso… Mamá, gracias también a ti… pero os voy a dejar acabar la noche juntos”

“Puedes quedarte, Irene”, dijo Ágata. “En realidad… yo estoy cansada también”

“No… no, tenéis que dormir los dos juntos”, insistió Irene. “Buenas noches”.

Se despidió de nosotros con una sonrisa y nos dejó a solas. Ni cerré la puerta de la habitación antes de tumbarme con Ágata. Tomamos posición en la cama, y se apoyó sobre mi.

“Gracias por ayudarme con mi hija”, susurró Ágata.

“¿Estás bien? Después de lo que hemos hecho hoy”

“Me siento más unida a ti, en realidad. He notado… cuando me follas a mi disfrutas más. Porque cuando estabas con Irene te preocupabas más de que ella gozara. Eso me ha gustado. Que te preocupases por ella”

“Era lo mínimo. Que al menos su primera vez se sintiera bien”

“Eres un gran amigo. Sé que para ti lo de hoy ha sido un premio, pero no has abusado de ello”

“Por eso te dije que somos amigos”

“Lo sé. Me alegro de tenerte en mi vida…”

Y en ese momento se quedó dormida.


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