¿No que no?

Trinidad fue recuperando la consciencia y conforme su vista se aclaraba pudo percibir movimiento en su zona baja. Trató de enfocar hasta poder distinguir con claridad, y lo que vio fue esto:

¿No que no?


La cabezona de un glande patinaba en la entrada de su propia vagina, la cual parecía la boca de una niña cuyos delgados labios saboreaban una ensalivada y gorda paleta.

“No, no, no por favor Alberto, soy una mujer casada”, dijo Trini a su atacante, pues bien lo conocía. Hacía unos minutos tan solo, la había invitado a comer y... de seguro algo le había puesto en la comida o en la bebida. ¡La había drogado!, fue entonces que lo supo.

Por su parte, Eulogia notó que aquella no estaba en su área de trabajo y se imaginó en dónde podía estar su amiga y comadre. ¡Carajo!, si bien se lo había advertido:

—Ten cuidado comadre, yo sé lo que te digo. Sánchez Medina te trae ganas, se ve a leguas, y si no le pones un alto atente a las consecuencias. Cuando a él se le antoja una trabajadora..., uy comadre, ni te cuento. Como es Jefe de personal él se aprovecha. Muchas han preferido irse nomás por evitar el escándalo. Tienes que ponerle un freno antes de que... antes de que te pase algo. Si supieras cómo les ha ido a las que han caído en sus manos. Y más por el chismerío y el escándalo, si te lo advierto es porque eres casada, si estuvieras soltera, bueno..., allá tú, la cosa podría ser diferente. Tiene un buen puesto, y entendería que tú...

—Ay, cómo crees que voy a estar interesada en él.

—Bueno, por eso lo digo. Muchas caen en sus redes porque les habla bonito, pero ni creas que él va en serio. No es un príncipe azul como muchas creen. Él sólo busca hembra pa’ saciarse, ya luego ni las pela. Aquél es un verraco, nada más se las aprovecha y listo. ‘Ora que si a ti se te antoja y quieres darte el gusto pues...

—No, cómo crees qué se me va a pasar por la cabeza algo así. Jamás, ¿me escuchas?, ¡jamás haría algo así! —le respondió Trinidad muy indignada.

—Si es así lo mejor que puedes haceres pedir tu cambio. Deberías irte pa’ la fábrica  de Naucalpan. Allá estarías a salvo de ese cabrón.  Hasta estarías más cerca de tu casa —le aconsejó Eulogia.

—Pero es que no es tan fácil. Para que me den el cambio hay que meter permuta, y luego ver si hay alguien de allá que se quiera venir pa’ cá. Está muy difícil.

—¡Pues haz algo comadre!, antes de que pase alguna cosa grave... ¡ay Trini, donde se enteré Casimiro! Donde se entere que aquél te está echando los perros se arma la de Dios Padre. Ya sabes cómo es tu marido, bien prontito que se encabrona por cualquier pendejada. Y...no se vaya a comprometer poniéndole una madriza a aquel desgraciado. Que la tiene bien merecida el sinvergüenza, que ni qué, pero Casimiro puede perder el trabajo... o hasta pior, ¿qué tal si lo meten a la cárcel...? ¡...nomás por defenderte! —concluyó Eulogia.

Al oír las palabras de Eulogia, a Trini le vino a la mente su esposo. Su comadre tenía razón, si Casimiro la veía siendo “cortejada” por el Jefe de personal de la fábrica poco le importaría el cargo de aquél y su propio trabajo. De seguro Casimiro se le iría directamente a  los golpes a Alberto. Y, quizás, hasta a ella misma por dejarse.

Pero qué podía hacer para que aquelpatán la dejara en paz. Tan sólo se le caía la cara de vergüenza al recordar suúltimo encuentro con el mencionado. De hecho ni se lo había comentado a sucomadre, ni a nadie, le abochornaba.

El Jefe de personal había coincididocon ella en el estrecho pasillo que llevaba a los servicios. Ella salía delbaño de damas y él se dirigía al de hombres.

Como otras ocasiones, al sólo verlo,Trinidad se sintió acalenturada. Se daba perfecta cuenta de que aquél algoquería con ella, y eso la hacía sonrojarse, entre otras sensaciones. El hombrela estimulaba instintivamente de tal forma que le espoleaba las hormonas. Eracomo si su ser requiriera saciarse de una necesidad que sólo él pudieraaplacar.

Por su parte, Alberto SánchezMedina, como cada vez que estaba ante una nueva “víctima”, exhibió unaparticular caballerosidad.

—Pase usted —le dijo en el tono másamable, brindándole indiscutiblemente el paso por el angosto pasaje.

Trinidad aceptó la cortesía yprocedió a avanzar, no obstante, y pese a lo dicho, Alberto también avanzó tanrápido que fue inevitable que ambos cuerpos colisionaran en terrible encontrón.El hombre procuró colocarse de tal forma que su bulto se resguardó justo enmedio de las nalgas de Trinidad, sacando lo mejor de la situación.

El tamaño y suavidad de las ancas femeninasse le hicieron sentir deliciosamente al hombre, mientras que a la mujer le fuepatente la dureza y el grosor del pene de su atacador, quien hasta movió lapelvis como copulando, aunque había ropa de por medio.

La Señora ni protestó ni reclamó,sólo pujó en reacción involuntaria y se desatrancó como pudo. Se alejó de ahísin decir nada, como si no hubiera pasado. No se lo confió a nadie, ni en esemomento ni después. Y es que hubo otras ocasiones en las que Sánchez Medina leexpresó físicamente sus deseos de aparearse con ella, pero ese era el problema,Trinidad no pronunciaba queja alguna. Ni concedía ni se negaba, simplementehacía como si no pasara nada. Ella nunca se quejó de las acciones de aquél, nimucho menos se lo dijo a su esposo. No quería que, por soltarse de la lengua,Casimiro se viera metido en problemas. Pero quizás había algo más. Era como unplacer culposo. Aunque aquello no lo aceptaba ni sí misma.

“No, ese hombre no me gusta.Además... ¡soy casada! ¡Por Dios!”, le decía a su comadre Eulogia, engañándosecon sus propias palabras. En el fondo algo sentía por aquel hombre.

Trinidad se auto engañaba diciéndoseque Alberto no llegaría a más, pese a que era evidente que aquél era uno deesos “vergas sueltas” que no se detiene si no lo detienen. Alberto SánchezMedina se cogía toda hembra que se dejara. Aunque en el caso de Trini la cosaera más arriesgada, ya que su esposo laboraba en la misma empresa, eso a aquélno le importaba. Si se la quería coger se la iba a coger, aunque fuera frente alas narices del marido.

Por algo bien se lo había advertidoEulogia, “O te interesa el Jefe de personal, y sacias tu deseo cuidándote deque tu marido no se entere; o le pones un hasta aquí y se lo dejas bien claro aese cabrón, para que no tengas problemas”. Pero Trinidad no parecía sercoherente con su propio sentir; ni se alejaba de las intenciones de SánchezMedina ni las aceptaba abiertamente, así que todo siguió su curso. Trinidadhizo lo que las personas que no quieren cargar con la responsabilidad de vivirhacen: dejan todo a la voluntad de Dios diciéndose, “Que sea lo que Diositoquiera”.

Y así fue, en vez de decidir por supropia cuenta Sánchez Medina decidió por ella.

—Ahí va ese pinche barbero deSánchez Medina —expuso Casimiro, expresando los sentimientos que el mentado leproducía en las entrañas.

Aquel día fue justo el día en el quepor fin ocurrió lo que tenía que pasar.

Alberto seguía los pasos del Patrónhacia su oficina.

Casimiro, por su parte, le estabarevisando la máquina de coser a su esposa, pues tal aparato, según parecía, sehabía estropeado.

—Hasta parece que le encanta olerlelos pedos al viejo; pinche lambiscón, siempre detrás del patrón —siguiócomentando el esposo de Trini mientras continuaba su trabajo.

Ella vio a Alberto sin compartir lossentimientos de su marido.

—Ay, tú ni te metas. No te vayaescuchar y te busques un problema —comentó Trinidad.

—¿Y qué...? ¡¿Crees que le tengomiedo?! —le respondió en tono brusco Casimiro.

Le pareció que su mujer defendía aaquél y aquello le molestó. «¿Por qué defiende a ese güey?», pensó.

Una vez estuvo reparada la máquina,Casimiro se fue dejando a su esposa Trinidad cumpliendo con su jornada laboral.Como era habitual la mujer se enfocó en su labor sin percatarse de lo quesucedía a su alrededor.

—¿Qué tal Trinidad, cómo te va?—dijo la voz masculina sobre el hombro de la trabajadora.

Trini sorprendida volteó, y vio aAlberto Sánchez Medina, el Jefe de personal, justo detrás de ella.

El hombre estaba allí plantado yaquella temió que los viera su marido. Miró a su alrededor en su busca pero nolo halló.

Sánchez Medina continuó hablando. Susola presencia producía reacciones químicas en el cuerpo de la mujer quien nolograba comprender aquello. Apenas si cayó en la cuenta de que su corazónpalpitaba más rápido.

—Oye. Ya casi es hora de comer y megustaría invitarte.

—Ah... disculpe... Don Alberto, peromi esposo y yo comemos juntos y él... —inmediatamente objetó Trinidad.

—Sé que es así pero hoy no estarápara hacerlo. El patrón me dijo que lo necesitaban en Naucalpan y lo envié. Alparecer el técnico de allá se reportó enfermo y según sé tu marido estará muyatareado. No podrá comer contigo, así que, qué te parece si sólo por hoy nosacompañamos. Permíteme esta vez, sólo ésta.

Trinidad no podría ser tan ingenuacomo para no darse cuenta lo que aceptar tal invitación significaba, noobstante lo hizo.

Sánchez Medina la llevó a unrestaurante bastante agradable. Trini, acostumbrada a comer en el humildemercado al que iba con su marido, salió completamente de lo convencional. Ellugar se veía de buen gusto; limpísimo y hasta tenía música en vivo. Losalimentos a la carta eran de considerable precio pero su acompañante le recalcóque él pagaría la cuenta.

Trinidad se sintió extraña allí.Tuvo la sensación de estar siendo cortejada por un pretendiente que seesforzaba por complacerla. Su propio marido nunca la había llevado a un sitioasí, ni cuando novios. Claro que no contaba con los recursos como para hacerlode manera frecuente, pero...

“...de vez en cuando... una vez alaño, ya de perdis”, pensó para sus adentros Trini.

La mujer degustó pescado y mariscos,mientras que él comió un corte de carne tipo argentino.

Sánchez Medina tuvo el buen tino deno molestarla a la hora de saborear los alimentos, y la única conversación quehubo entre plato y plato sirvió para que el Jefe de personal conociera mejor ala Señora, pues discretamente le preguntó sobre su vida personal.

—Así que tienes dos hijas.

—Sí, una en la primaria y otra en elkínder.

—Ah, pues me gustaría un díaconocerlas, deben ser tan bonitas como tú —le dijo él, halagándola.

Ella se sonrojó y Sánchez Medinasonrió confiado mientras que a Trini se le vino la sangre a las mejillas. Sesintió incómoda al ser adulada por un hombre que no fuera su esposo, aunque ala vez, Alberto la hacía sentir especial con sus palabras. Realmente parecíainteresado en ella. Después de toda una vida de casada, Trinidad volvía asentirse una mujer atractiva, deseada, y en su interior eso le agradaba.

Mientras continuaron comiendo ycharlando, Trinidad estaba bien consciente que estaba disfrutando de aquellomientras que su esposo estaba trabajando lejos de ahí.

Sánchez Medina, después de todo, noparecía tan desagradable como su marido creía, o tan aprovechado como sucomadre opinaba. Es decir, más allá de su evidente atractivo de hombre, Albertoera alguien con quien le era grato estar.

Luego de la comida Trinidad saliódel restaurante junto con Alberto. Ella se sentía tan bien, era como si sucuerpo se aligerara. Parecía que caminaba entre las nubes. Se sintió tanligera, tan despreocupada como nunca antes. El hombre le brindó su brazo y ellase agarró pues en realidad necesitaba tal soporte. Se sentía tan liviana comouna pluma. Temía que si no se sujetaba de él sus pies perderían el piso.Aquella se dejó llevar a la fábrica apoyada en ese hombre, quien no era sumarido, a pesar de que sus compañeras la vieran así y probablemente lacriticaran. De seguro eso harían, o aún peor, bien le pudieran ir con el chismeal marido.

No obstante, se dejó llevar sin preocuparse de nada.

La jornada continuó, pero se sintió bastante somnolienta.Fue a los servicios con el fin de lavarse la cara y así obligarse adespabilarse.

Cuando levantó la cabeza y se miró en el espejo se sintiócomo en un sueño. Su propia imagen no la podía ver con claridad, se le nublabala vista. Luego, suavemente, se desvaneció.

Al volver en sí, Trinidad se descubrió desnuda. Lacabezona punta de un falo notablemente hinchado patinaba lúbricamente por lahendidura vertical de su sexo, ¡amenazaba por entrar! ¡Y su sexo estaba...estaba depilado!

Trinidad nunca se había depilado de allí en su vida.¡¿Qué había pasado?!

Ella nunca sabría lo que había ocurrido minutos antes:Aquel hombre, una vez la hubiese cargado del sanitario a aquella bodega latendió en un montículo de retazos de tela. Ya teniéndola tendida la desnudó.Luego de contemplarla le puso su mano sobre el vientre, saboreando la calidezque la mujer desprendía. Animado, presionó más su palma contra el cuerpofemenino al mismo tiempo que con la otra le introducía un dedo en la raja. Pocoa poco la piel y el músculo que masajeaba se aflojaron respondiendo así a suscaricias.

Trini, inconscientemente, comenzó a reaccionar. Su bajovientre se movió de forma espasmódica como en respuesta a la manipulaciónmasculina.

Como a la vez la besaba desde detrás de la oreja, hastabajarle por el cuello, Alberto la escuchó gemir. Él comenzó a frotarse  el miembro desnudo en una de las piernas deella y éste se le puso duro, enderezándosele al máximo.

Literalmente se le hizo agua por la boca de su verga; yadeseaba hundirse en ella. Pero antes, sintiéndose con la confianza total,Sánchez Medina se tomó el tiempo para rasurarla de ahí abajo (le gustaban lashembras afeitadas), quería sentirla recién rasurada y lavada; suave comotersura de bebé. Y así fue. Tras haberle quitado el excedente velludo, el jabónusado le había dejado un agradable olor a la zona púbica de la inconsciente dama.

Aquél relamió a la mujer pero ésta no despertó, sólo gimió.Luego la dedeó nuevamente, dilatando así la cada vez más jugosa gruta vaginal.Pero aún con eso no despertaba.

Pese a que su contraparte aún permanecía en el limbo,Alberto hizo contacto sexo con sexo por vez primera con la Señora. Estaba a sumerced.

Cuando él deslizaba juguetonamente la brillosa cabeza poraquellos labios fue cuando ella despertó.

Por su parte el hombre sonrió parasí. Su plan había ido tan bien como quería. Bien sabía que aquel mismo díaaquella hembra (pese a ser casada y ser madre, cosa que le daba sabor alasunto) lo resguardaría en su intimidad. Él ya había hecho su trabajo, la había“cortejado” y ahora era tiempo de cosechar.

Echados sobre ese montón de retazosde tela, era lo bastante mullido como para servirles de cama.

Todo era suavidad y confort, sinembargo, a la mujer le pesaba aquella realidad. Tenía a Alberto Sánchez Medina,el Jefe de personal, encima de ella y completamente desnudo. ¡Por Dios, ellaera una mujer casada! ¿Cómo podía haberse dejado llevar hasta ese punto?

¡¿Cómo le explicaría a su esposo quele hubiese desaparecido su pelambre?! ¡Él inevitablemente se daría cuenta deeso!

Trinidad veía el asta de carneresbalar lúbricamente, amenazando con ingresar a su cuerpo. Aquella hendidurase le abría de manera natural.

¡No, no, no por favorAlberto, soy una mujer casada! —gritó laseñora.

—Olvidaste la palabra clave. Debistedecir, soy una mujer “felizmente” casada —dijo aquél—. Si lo hubieras dicho yono haría esto —y el hombre procedió.

La mujer sintió el ingreso delinvasor a su cuerpo. Era notablemente mayor que el de su marido. A excepción delas veces que parió, su intimidad nunca se había abierto tanto.

Aunque le era incómodo, en esemomento tuvo plena consciencia de que su cuerpo en verdad lo deseaba, pues seabrió y adaptó al tamaño y espesor del ocupante.

Desnuda y pelada de ahí abajo,echada sobre aquel montículo de sobras de tela, Trinidad estaba abriéndose aotro hombre. Uno que la deseaba más que su propio marido. Ella no se habíasentido tan deseada desde su adolescencia.

Sánchez Medina la estaba penetrandocon su tiesa y maciza carne, y si ésta estaba en esa condición de dureza erasólo porque ella provocaba tal excitación. Evidentemente Trinidad le ponía durala verga a ese hombre, y al tener eso en consciencia se sintió extrañamenteexcitada.

—¡Qué rico! ¡Qué rico! ¡Qué rico melo haces Alberto...! Sigue, sigue —consintió entre gemidos de evidente placerla dama complacida. Era innegable que para esas alturas ella aceptaba elencuentro.

Alberto le puso una mano sobre elvientre y presionó con intención de sentir su propio pene a través del abdomenfemenino, y en efecto, lo sintió. El miembro era lo bastante largo y gruesopara así percibirlo.

Trini misma se sorprendió y comenzóa reaccionar al tamaño y a los bríos de la arremetida. Su bajo vientre se movíade forma espasmódica, como en respuesta a la ocupación fálica.

Él la besaba y ella gemía.

La hendidura recibía y tragaba congusto el gordo pescuezo. Sánchez Medina se abría paso sintiéndola casi tanestrecha como señorita, pese a que aquella ya era madre de dos. Trinidad biensabía que Casimiro, su marido, no la había dilatado tanto nunca; él jamáspodría hacerlo, y el sólo pensarlo provocaba que sus fluidos de mujer brotaransirviéndoles a ambos de lubricante necesario para la faena.

El brillo que podía verse a lo largodel fuste de Alberto, mientras entraba y salía, provenía de la propia Trinidad.Percibiendo la temperatura, movimiento y grosor del invasor, el cuerpo de Triniexpulsaba aquellos jugos de forma espontanea, reaccionando de acuerdo al placerrecibido. Su vibrante reacción a cada arremetida era como un estallido deéxtasis, parecía invitar a una fricción más constante y vigorosa. Ella lotragaba abrazándolo contra las paredes de su túnel, que le quedaba tan estrechoal macho que parecía guante para su falo.

Trinidad también se abrazaba con susbrazos a la espalda de Alberto, pues en ese momento lo amaba. Pero para Albertoaquel acto no era precisamente amoroso, así que sin pensar en su compañera deapareamiento, ni mucho menos consultarle, la volteó con brusquedad, como si deun juguete sexual se tratara, y la colocó en cuatro, mostrando su interés encogérsela de a perro.

Pocos segundos más tarde ambosparecieron convertirse en máquinas de “coger”. Así como, a unos cuantos metros,las máquinas de coser no paraban en su traquetear productivo, así ellos semantuvieron cogiendo y cogiendo en un continuo movimiento de mete y saquerítmico, acelerado. Tan coordinado que parecían pareja de hace tiempo. Cada unose ocupaba del movimiento que le correspondía, uno arremetía y la otra recibía;luego soltaba para inmediatamente volver a recibir. La ejecución se realizabadiestramente; restregándose uno contra el otro entre suspiros y jadeos; moviéndoseconstantemente; chocando sus vientres y meneando febrilmente sus caderas;siguiendo un compás marcado por sus propósitos. El de Alberto era disfrutarsexualmente de la hembra hasta saciarse; el de ella era amar y ser amada. Loúnico en lo que en realidad coincidían era en el acto sexual, pues susobjetivos eran muy distintos.

Como fuere ambos se consumían en elfuego sexual del adulterio.

Cuando por fin llegó el tan anheladoorgasmo para Trini, la sudorosa mujer se encorvó y tiritó de placer. No obstante,su amante, quien la tenía bien sujeta de sus caderas, la siguió horadando sinsiquiera pensar en detenerse para brindarle una pausa en la que ella pudierasaborear su venida. Para él aún le faltaba bastante para llegar al clímax, asíque no dejó de bombearla.

«Cómo aguanta», pensó ella, teniendocomo única referencia previa a su esposo, distinto que aquél, quien en esemomento la penetraba, lucía como un súper cogelón insuperable.
Alberto la embestía con un frenesíque nunca le viera a Casimiro. Cada choque del pubis masculino contra sutrasero femenino, y el agarre de esas fuertes manos en sus caderas, demostrabanpara Trini que aquel hombre que tenía detrás en verdad sentía algo por ella.Creyó que Alberto Sánchez Medina la amaba con una pasión desbordada, y que asíse lo estaba demostrando. Sin embargo, lo que para la mujer era amor, para elmacho era puro ardor sexual, deseos de desahogarse.

Poniéndose en cuclillas previamente,la entrada y salida del miembro masculino se volvió aún más violento y bestial,parecido a un férreo pistón entró y salió en rápida fricción que produjo uncalor intenso en la vagina a la mujer no acostumbrada a tal trato. Esto llegó aserle ardoroso.

—¡Aaaayyyy....! ¡Para, para! ¡Mearde! ¡Me lastimas! —gritó ella.

Pero el hombre no cesó. La cópula sehabía vuelto terriblemente violenta y, como remate de ello, Sánchez Medina usósus manos para cachetearle varias veces las nalgas a la señora que empalaba ensu asta de carne.

Los terribles manotazos prontorompieron vasos capilares que le confirieron un tono más oscuro a las morenasnalgas de Trinidad. Aquellas nunca habían sido tratadas así.

Alberto colocó a la Señora bocaabajo, con una de sus piernas estirada y la otra flexionada. Así siguiópenetrándola y amasándole las nalgas, que ya exponían el maltrato recibido.

Sin dar muestras de cansancio,aunque sí bañado en sudor, la colocó luego encima de él para que ella locabalgara.

La mujer, a pesar del tratorecibido, hizo lo que estaba en su naturaleza, sin necesidad de mayor instrucciónmeneó sus caderas instintivamente. Empotrada en el poste de carne, cualsuripanta ejerciendo su oficio, batió su pelvis como si su vida dependiera deello, lo meneó con la mayor de las fuerzas. Terrible montada brindó aquellamujer casada a su improvisada yunta sexual.
Alberto la tomó de las pantorrillas,deslizó las piernas de Trini hacia el frente haciendo que ella quedara encuclillas. Luego la exhortó a que hiciera sentadillas sobre su vergazo.

Ella estaba cansada, pero a pesar deeso lo hizo. Sánchez Medina le ofreció sus manos como apoyo entrelazando susdedos con los de ella. Esto Trini lo tomó como otro gesto amoroso que lebrindaba seguridad para no caer. No obstante, aquél pronto le retiró talsostén, pues usó sus manos para pellizcarle los oscuros pezones. De formaextraña, Trinidad sintió un doloroso placer. Sujetando tales remates de lastetas de la Señora Alberto los meneó con tal fuerza que las dos mamastemblaron. Sus senos jamás habían padecido tal tipo de trato.

Para cuando aquél se le vinodisparándole su semilla dentro (no se había preocupado por ponerse condón), lamujer vibraba; su sudor la recorría desde la cabeza hasta deslizarse por elsurco de la espalda y llegarle al canalillo en medio de sus nalgas. TrinidadGómez Hernández se sentía consumida de placer y consumada como mujer.

Se dejó caer sobre el hombre que lahabía poseído, y así ambos amantes se abrazaron; ella pensando que aquél laamaba, él satisfecho de haberse chingado a otra más a cuyo marido había quitadode en medio.

Minutos después, la antes recatadaseñora, le mamó el miembro al Jefe de personal, lo hizo a pedido de él, quienno se quedó pasivo ya que le metió dedo en el apretado anillo, un orificio quea la mujer le servía exclusivamente de salida de sus excrementos. Ahora, sinembargo, se convertiría en entrada para aquello que ella mamaba; aunqueTrinidad aún no lo sabía.

Conociendo de hembras, el Jefe depersonal ejerció un especial trato al área clitoral para que ella estuviesesusceptible. Con dedicación y tiempo, logró poner en marcha la propia lujuriade la dama a quien estaba dispuesto a empalar por el ano. Trinidad, por propiamano, siguió masturbándole.

Sin que ella lo advirtiera, elhombre tomó posición, colocándose detrás suyo. Trinidad supuso que simplementele volvería a “hacer el amor” desde detrás. Alberto, sin embargo, manipuló supropio miembro hasta que éste estuvo sobre el asterisco bien cerrado de la damaa penetrar. Esto dio aviso a la mujer de que aquél pretendía...

—¡No, por ahí no! —gritó.

Trató de detener a su invasorempujándole el pubis con una mano, pero no pudo, fue inútil, Alberto era másfuerte y se abrió camino por el túnel estrecho. El miembro fálico expandió eloscuro canal cual embutido, alojándose ahí por unos segundos.

La mujer chilló, pero su atacante nodejó de asediarla. En cambio dio fuerte cachetada en una de las mejillastraseras. Alberto no la amaba, no le hacía el amor, sólo quería saciar suapetito sexual, pero ella aún no lo entendía.

Tras un momento Sánchez Medina sepuso en cuclillas e inició el bombeo; parecía como si estuviese haciendosentadillas, con la peculiaridad de estar conectado con la Señora vía fálica -anal. Su talega testicular daba constantes chasquidos al pegar incesantementecon el perineo de la mujer.

Sánchez Medina la tomó de ambosbrazos para cruzarlos tras su espalda, haciendo que ella cayera directamentesobre su cara en los retazos de tela, mientras la seguía penetrando analmente.Pese a intentarlo Trinidad no podía zafarse.

El hombre siguió así por variosminutos. Las vigorosas sentadillas parecían una rutina de ejercicio que élejercía con disciplina. La dama lo continuó recibiendo con evidente dolor porel ano.

Las otras trabajadoras de lafábrica, sus compañeras, estaban por concluir su jornada laboral. Algunassabían lo que le estaba ocurriendo a Trini, no eran tontas. Al no verla en sulugar, y haberla visto anteriormente con el Jefe de personal, era lo más obvio.Por ello no faltaron los habituales cuchicheos.

Eulogia también lo sabía y lo lamentaba.Lamentaba que no le hubiese hecho caso Trinidad. Ahora se venía lo peor cuandoCasimiro se enterase de que el Jefe de personal se había chingado a su propiaesposa. Con tanto chismorreo eso era prácticamente inevitable.

Cuando llegó la hora de la salida,como buena amiga, en vez de irse a su casa, decidió esperar a Trinidad afuerade la fábrica. Rogaba porque Casimiro no llegara.

Eulogia no sabía si esperarla aún, oya de plano irse. Hacía mucho que sus demás compañeras se habían marchado yella todavía estaba ahí, a la salida de la fábrica esperando. Ya debería ir encamino a casa, tenía mucho que hacer: preparar comida; lavar ropa; además...¿qué necesidad de estar ahí perdiendo el tiempo? Pero Trinidad era su amigadespués de todo. Se sentía responsable de verla salir con bien de allí pese a...

...en fin, pese a lo que hubiese hecho.Corría un gran riesgo si su esposo la descubría, ¡qué va!, de seguro aquél seenteraría por cualquiera de las compañeras que le fuesen con el chisme. Loharían sólo por chingar, ni hablar, así son, bien las conocía.

Los minutos le parecieron horasmientras aguardaba a su comadre hasta que ésta apareció.

Se le notaba exhausta, agotada, sediría que abatida.

—¡¿Qué pasó comadre?! —le inquirió preocupadísima Eulogia.

Pero Trinidad se quedó en silencio, no contestó y comouna autómata caminó lentamente y con dificultad alejándose de la fábrica. Sucomadre la siguió.

—No me digas que aquel maldito te violó.

Trini, sin voltear a verla, negó ligeramente con lacabeza.

—¡¿Entonces...?! —preguntó Eulogia tomando de los hombrosa su amiga para que ella la viera a los ojos.

Y tal cuestionamiento inició una ola de pensamientos enTrini. Todo aquello le parecía muy confuso. Niella misma sabía cómo explicarse lo ocurrido. ¡Quiso impedirlo!,¿no? Por lo menos lo había intentado; le había dicho “no”, le había dicho que“era casada”. Pero, por otra parte, llegado el momento, no podría negar que lodisfrutó, y eso no podría ocultarlo para sí misma.

Y en ese momento Alberto, el Jefe depersonal, salió de la fábrica por otro lado, por el estacionamiento en su auto.Trinidad lo volteó a ver. Eulogia también, pero luego vio a su amiga, observócómo aquella lo miraba, y así creyó comprenderlo todo.

—Ah... ya entiendo—dijo Eulogia.

Al oírla, Trinidad la miró a los ojos como ofendida. Ella amaba a su marido, ¿cómo podía creer Eulogia quefuese capaz de...?

Pero, después de todo, eso es lo que había hecho.

—¿No que no comadre? —terminó por decir Eulogia.

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