Corriéndo(me) con mis hermanas 12

BUENAS MIS LECTORES. Espero que estén disfrutando está historia bastante caliente entre nosotros los hermano



. Hoy por falta de tiempo es un poco más corto el relato pero no afecta el contenido. A DISFRUTAR








Alguien no se podía aguantar y hacer caso a su hermana mayor, ¿verdad?

- ¿Puedes culparme? –dije tragando saliva.

- No quería que te viera mi compi de piso… porque a lo mejor le parecías guapo.

Se plantó delante de mí, inclinándose hacia delante hasta que nuestros cuerpos se tocaron por la cintura y me pasó los brazos por detrás de los hombros. Podía oler su sudor, y la tenía tan cerca que podía besarla. Pero disfrutaba también de la tensión previa.

- Ya me ha visto. Y creo que sí, le he gustado –me atreví a tirarme aquel farol.

- Esa bruja… llevo toda la semana pensando en esto –dijo, moviendo su mano para agarrar el bulto de mi pantalón.

Ni corta ni perezosa, no tardó en despegarla de mi paquete para desabrocharme de forma experta y sacármela del calzoncillo. Empezó a hacerme una paja con movimientos lentos y provocadores. Por el ángulo de su brazo, su cuerpo se había desplazado hacia un lado y sentía cómo se aplastaba contra mí. Me miraba la boca, relamiéndose los labios.

- ¿La Tarada quiere polla? –le pinché.

- Tu her-ma-na-ma-yor… –corrigió ella estrujándome el pene de forma ligeramente dolorosa, recalcando cada sílaba– …quiere la polla de su hermanito pequeño. Ahora.

La tenía tan cerca y estaba tan cachondo que sólo quería comérmela. Saqué la lengua e intenté besarla, lamerla, yo qué sé. Ella se echó atrás con una experta cobra.

- No soy tu novia, Mamoncete. Nada de besitos.

- ¡Pues otras veces bien que me has metido la lengua! –protesté cabreado.

- Tú has querido que tu primera vez sea conmigo. No hay besos en tu primera vez –anunció, claramente orgullosa de sí misma.

Ingenua de mi hermana. Casi quise corregirla en aquel momento para quedar por encima, pero conseguí callarme a tiempo. Era todo parte del juego. Cuando la tuviera bajo mi control seguro que no se ponía tan tiquismiquis.

Decidí acelerar aquello y la agarré bien de una nalga, y me puse a estrujar su culo. Luego pensé que era absurdo que me quedara a medias tintas y la empujé lo bastante para separarla de mí y de mi polla y la agarré de los brazos, dándole la vuelta. Ella pegó un gritito de sorpresa y apoyó las manos en la pared mientras yo le bajaba los pantaloncitos cortos y las bragas, y me ponía a lamerle aquella maravilla de culo por todas partes. La piel de los cachetes, la raja, su chochito que estaba algo húmedo por el sudor… Todo. Le separé bien las nalgas para verle el ojete, y me lancé sin pensarlo a lamer aquella estrellita oscura.

Mi hermana dio un grito de sorpresa.

- ¡Ah! ¡Guarro! –pero volvió a relajarse contra la pared y no hizo intento de apartarme.

Envalentonándome, me lamí un dedo y empecé a acariciar su ano, y sin previo aviso le metí una falange.

- ¡Oye! ¡Qué haces!

- Con este culo que tienes… me vas a decir que no te has metido nunca nada por aquí –dije, probándola.

- Nnh… no. Ahora no. Ese agujero es… no es para tu primera vez. Quita –dijo, intentando darme un manotazo, pero en su lugar atrapé sus dedos y empecé a chuparlos mientras le penetraba el ojete con los míos. Ella empezó a gemir–. Mmh… que nnnooo…

En ese momento, sonó un pequeño ruido ambiental, como un crujido de una puerta o una bisagra. Tara salió automáticamente de su ensoñación placentera para mirar alrededor, asustada.

- ¿Qué ha sido eso? ¿Hay alguien aquí? –dijo entre susurros, girándose para mirarme–. Carlota se ha ido, ¿verdad?

Recordé que Anita seguía escondida en el cuarto de nuestra hermana y que seguramente se estaba impacientando. Quizás era ella quien había intentado investigar qué hacíamos, ansiosa.

- Sí… pero anda, vamos a tu cama. Puedes cerrar la puerta con llave si tienes miedo de que vuelva.

Le agarré de la mano y, deshaciéndonos ambos de la ropa que nos arrastraba por los tobillos, entramos allí. Ella cerró la puerta con pestillo y se giró para mirarme, desnuda a excepción de ese sujetador deportivo. Veía en su cara la excitación del momento y el breve recordatorio de lo malos hermanos que estábamos siendo.

- Quiero verte las tetas –me encontré diciendo en voz alta.

- Pues hala, ¿a qué esperas? –dijo, meneando las caderas en una pose–. Si me puedes desnudar a medias, me puedes desnudar entera.

Me lancé a por ella, agarrándola de los costados y dándole besos por el cuello y la clavícula. Ella se echó a reír, probablemente porque le hacía cosquillas. En el proceso intentaba subirle el sujetador, demasiado cachondo para quitarlo bien y prefiriendo arrancárselo como un animal.

- ¡Tonto! ¡Así no! Hay que deslizar los brazos por aquí…

Procedió a enseñarme cómo pasar los brazos por los elásticos hasta que la prenda quedó sujeta únicamente por la presión que ejercía su busto contra el tejido. Ella alzó los brazos por completo en una pose sugerente, invitándome a que yo hiciera los honores. Cosa que me apresuré a hacer, subiéndoselo por encima de la cabeza. Cuando me separé para contemplarla, me quedé con la boca abierta.

- No sabía… que tuvieras piercings en los pezones…

- ¡Sorpresa! –chilló ella con deleite, acariciándoselas.

Nunca le había visto las tetas de frente. Sólo se las había magreado sin ropa de por medio aquel día en el pozo, pero entre que estaba detrás de ella y cachondo perdido, apenas me daba cuenta de lo que estaba haciendo.

- Dios… ¿Cuándo… cómo…?

- Jajaja… esto lleva mucho tiempo, hermanito. En cuanto me mudé aquí el año pasado, no me pude aguantar. ¿Te gustan? –dijo agarrándose los pechos desde abajo y apretándolos entre sí.

- Son… magníficas –conseguí decir, embobado.

Y como un resorte, llevé las manos automáticamente a ellas. Eran tan suaves y blanditas como recordaba, pero verlas ahora entre mis manos mientras Tara componía caras de placer era mucho mejor. Jugueteaba con sus pezones y las bolitas de metal a sus lados, y cada vez que lo hacía sentía que ella se retorcía y le fallaban las piernas.

La llevé hasta la cama y la planté allí para dedicarme por entero a su cuerpo. Me lancé a lamerle las tetas, mordisquearle y chuparle los pezones. Ella gemía y la notaba moverse bajo mí. Me tiró de la camiseta con urgencia hasta que me la saqué de encima y entonces notamos toda nuestra piel desnuda en contacto.

- ¿Te gustan? –me volvió a preguntar, mirándome.

- Clarooh… –dije sacándome su teta de la boca lo justo para poder contestar, y volviendo a amorrarme a ella con urgencia.

- ¿Más que las de Anita?

Pausé mi succión. No había olvidado que mi hermanita pequeña estaba allí en alguna parte, y sería poco caballeroso tirarla a la cuneta sólo porque Tara pensaba que estábamos a solas.

- Ella… las tiene más grandes que tú –dije, agarrándoselas y estrujándoselas con fuerza.

- Serás cabrón… –me dijo, su voz rompiéndose un poco al final mientras yo la tocaba– Ah…

- Pero tú tienes otras cosas –dije para arreglarlo, y llevé mi mano a su chocho.

Tenía una pelambrera cuidada y recortadita en la que no me había fijado. Nada muy elaborado, simplemente estaba depilada lo bastante como para que los pelos tuvieran la misma longitud y no fuera un felpudo desigual, que era lo que le pasaba al coño salvaje de Anita. Jugueteé un poco con sus pelillos antes de bajar la mano por su clítoris hasta su entrada. Había ya humedad y probé a meter un par de dedos.

Mi hermana gimió, y su delicioso pecho con las puntas de metal brillando en los extremos se alzó en una contorsión de placer bajo mi cuerpo. Le estuve masajeando la esponjita dentro de su vagina rítmicamente, y empezó a jadear. Giraba la cabeza de un lado a otro con los ojos cerrados, la boca abierta. A medida que se acercaba al orgasmo, sus gemidos se hicieron más entrecortados y finalmente llegó un chillido de liberación. Noté que se me empapaba la mano.

Antes de que abriera los ojos, aproveché aquella boquita abierta para cubrirla con la mía. Se dejó llevar por el ritmo de mi lengua hasta que terminó abriendo los ojos y separándome de un empujón.

- ¡No! ¡Mamoncete! ¡Tienes que hacerle caso a tu hermana! –dijo dándome manotazos en el brazo.

- Qué rápido te saltas tus reglas cuando estás cachonda, Tarada. Anda, chupa esto.

Y le planté mis dedos con sus jugos vaginales en la boca. Ella los aceptó con sorpresa, tardando en darse cuenta de lo que eran. Cuando lo hizo, me miró, extrañada, pero empezó a chuparlos con naturalidad, como si ya lo hubiera hecho antes.

- Anita hizo lo mismo cuando le metí los dedos –expliqué.

Quería picarle un poco con algo de sana competición entre hermanas, y supongo que algo conseguí. La mirada le cambió a una más fría y llena de determinación, y de un empujón me puso boca arriba en el colchón, con ella encima a horcajadas. Era similar a como lo había hecho con Anita en el sofá, pero esta vez yo estaba tumbado, y Tara estaba girada hacia mí de forma que podía ver sus apetitosas tetas y su cara de viciosa.

Sin dejar de mirarme, llevó una mano hacia atrás a donde tenía sujeta la coleta y se soltó el elástico, sacudiendo su larga melena castaña que ya le llegaba hasta la cintura. Parte del pelo le caía sobre la cara y un pecho dándole un aspecto salvaje, de guerrera amazona.

Llevó la mano hacia atrás de su culo, tanteando hasta que encontró mi erección y se levantó sobre sus rodillas lo suficiente para encajarla en su entrada… y la dejó ahí. Mi verga, durísima, notaba el delicado beso de unos labios de terciopelo que la acogían en apenas una diminuta fracción de su puntita. La parte más sensible de mi capullo se sentía genial y ansiaba moverme cuanto antes dentro de ella.

- Es mejor de esta forma, porque si no te cansarías muy pronto. Tú intenta disfrutar, porque no creo que vayas a durar mucho...

- Ah… no sé… no te prometo nada –dije, alzando los brazos para agarrar otra vez sus tetas y tenerlas entre mis manos–. No me quejo, pero ¿no me vas a poner condón?

Ella atrapó mis manos con las suyas, manteniéndolas en sus pechos, y guiándolas hacia sus pezones y las bolitas de metal a los lados, que mis dedos manosearon con curiosidad. Bufó al contestarme.

- Pfft. No, niñato. No me gustan las gomas, y seguro que a ti tampoco. Tomo la píldora, así que relájate y córrete dentro de tu hermana mayor cuando quieras.

Antes de terminar la frase, se dejó caer sobre mí… engullendo con su coño cada centímetro de mi polla.

Fue una sensación increíble, de alguna forma mucho más erótica que cuando lo había hecho con Anita. Quizás era por estar tumbado, por estar totalmente relajado sin nadie que nos pudiera pillar… o quizás porque la tenía ante mí desnuda, como una diosa, con nuestras cuatro manos en sus tetas, mirándome desde arriba con esa cara de suficiencia y superioridad que muchas veces ponía mi hermana mayor.

Solo que esta vez, no se estaba poniendo chulita. Se estaba empalando en mi polla tiesa, con una cara de guarra que no le había visto nunca. Y encima, con nuestra hermanita pequeña espiándonos desde una esquina del cuarto.

- No tengas miedo, puedes apretármelas más –insistió ella, enseñando a mis dedos la presión exacta–. Me gusta más así…

Mi atención estaba en otra parte, porque jamás me había sentido en mayor gloria. Su chochito me apretaba mientras ella se movía y me ayudaba a estimularle los pezones con delicadeza. Tuve que desviar la vista hacia un lado, más allá de ella, por miedo a que aquello fuera demasiado… y me encontré a Anita. Había aprovechado estar a espaldas de nuestra hermana para salir de entre las cortinas y darme su propio espectáculo. Se había desabrochado el pantalón y tenía una mano metida en la entrepierna, y con la otra se masajeaba un pecho; su cara tenía una expresión de deseo y envidia que no le había visto nunca.

- Joder… –mascullé.

Había sido peor el remedio que la enfermedad, y tuve que cerrar los ojos. Cuando los volví a abrir, me encontré a Tara mirándome con unos morritos de preocupación.

- ¿Tu pequeño soldadito no lo aguanta? –preguntó cabalgándome a un ritmo suave.

- No… puedo aguantar un poco. Es que… joder, estás muy buena…

- Tampoco tienes que aguantar una maratón –concedió, y con una voz melosa y dulce añadió–: Tú déjate llevar, venga…

Por toda respuesta, intenté embestirla desde abajo con mis caderas, pero aquello no resultó realmente en nada. Ella sonrió, divertida, y empezó a mover mis manos por su cuerpo, restregándoselas de cabo a rabo como si quisiera que yo le dejara mi marca. Embobado, me rendía ante su control sin creerme lo que estábamos haciendo aún.

- Llevas pensando en follarme desde que salimos el primer día a correr –afirmó.

- Sí… –gemí.

Ella me liberó las manos, pero yo no solté su cuerpo porque aún me lo estaba bebiendo. Volví a sus tetas, hipnotizado. Le gustaba que se las apretara duro, mucho más que a Anita y de lo que hubiera pensado que una chica normal aguantaría. ¿Era por eso lo de los piercings? ¿Le iba un poco de dolor también?

Al reanudar su discurso se apartó el pelo a un lado para mirarme mejor, y entonces apoyó las manos en mi pecho, para incrementar el ritmo de sus subidas y bajadas mientras pegaba su cuerpo más.

- Y seguro que no te imaginabas que fuera a pasar esto.

- No… jamás…

- Serás cabrón. Has pervertido… a tu hermana mayor. Qué coño… ¡has pervertido a tus dos hermanas! –dijo sonriéndome mientras botaba en mi polla.

No pude ni contestar. Miré hacia Anita, que se había deshecho y acabado en el suelo, las bragas y los pantalones cortos a un lado, y su mano hecha un borrón sobre su coño desnudo. Su cara tenía una expresión de placer tan intenso que era inabarcable.

- Tú… me costaste más… –atiné a decir.

- Bueno, ya sé que Anita es más guarra… Pero… jamás pensé que yo me lo montaría contigo… Mamoncete. Ah, ufff… Mmmh… ¿Qué me has… hecho?

Y se inclinó sobre mí para empezar a pasar su lengua por mis pectorales, mi clavícula y mi cuello. Me empezó a lamer allí y noté que me ponía aún más burro… Ella hacía unos intentos juguetones de darme un chupetón, pero paraba antes de llegar a empezar siquiera. Luego posó su lengua sobre mi barbilla y mi nariz. Intenté atraparla para otro beso, pero ella volvió a hacerme la cobra. Yo tenía ahora mis manos en su culo, sujetando cada uno de sus meneos, y noté como me las aplastaba ligeramente al volver a incorporarse y asumir la postura previa.

La pregunta que había hecho antes era retórica, pero decidí contestarla.

- Será… que te pone… follarte a tu hermano… –noté que su cabalgada adquiría de pronto una gran velocidad, y sentí entonces que no podría durar mucho más– …eres más puta que Anita…

- Ah… mmhmh… creo… que tienes razón… ¡Oh! Mmmhh…

Tara fue perdiendo la coherencia a cada jadeo a medida que nuestro polvo subía de intensidad y ella alcanzaba su segundo orgasmo. Yo intentaba contenerme, pero dividido entre las sensaciones físicas, el hecho de que mi hermana mayor se estaba retorciendo de placer sobre mí, y que mi hermanita pequeña se corría al unísono unos pocos metros más allá, ya no pude aguantarlo más. Noté que los huevos se me tensaban y empecé a disparar chorros de lefa dentro del coño de mi hermana sin ningún tipo de control.

Me incorporé para abrazar su cuerpo desnudo y sentir sus tetas contra mí mientras los dos bajábamos de nuestro clímax. Aferrando su espalda, sus hombros, su cara… y de repente nos estábamos besando otra vez, su lengua contra la mía y un jadeo de urgencia en ambas bocas. Esta vez se dejó hacer sin pelear; yo aún dentro de ella y mis manos en su cara, sus manos en mi cuello, nos entregamos a la clase de beso lascivo y desesperado reservado para dos amantes en celo.

No sé cuánto estuvimos, pero debieron de ser varios minutos porque noté que mi pene flácido se escurría de su interior mucho antes de que dejáramos de comernos la boca.

- ¿Ahora… no te quejas? –resoplé.

Tara se encogió de hombros.

- Pensé que te merecías un premio. No esperaba que me hicieras correrme hasta… la tercera o cuarta vez.

- ¿Tercera… o cuarta vez? –pregunté, enarcando una ceja.

- Cállate, idiota –y me obligó a hacerlo besándome un buen rato más–. Aún tienes que follarme en muchas posturas más…

Yo sonreía de oreja a oreja, complacido por aquella confirmación de nuestra continuidad sexual. Bueno, quedaba mucho día por delante…

Pero entonces, un ruido poco discreto nos distrajo. Era mi otra hermana, que intentaba ponerse en pie c
on las piernas aún temblorosas de su orgasmo. Supongo que para intentar esconderse… pero no fue lo bastante rápida.

- ¡Anita! –exclamó Tara sorprendida, desmontándome de golpe.
Corriéndo(me) con mis hermanas 12

rubias

6 comentarios - Corriéndo(me) con mis hermanas 12

ohhohhohh
Muy bueno m quede al palo lastima fue muy corto está ves espero q la continuación sea más próxima gracias genio van 10
panchiiro
deseo que consiga el tiempo para siguir desarrollando este excelente relato, van puntos y segui asi.
marcos-diaz94
Que tú final no sea como el original bro tú si ponle que les da por el culo….. porfa