En la furgoneta del mercadillo

Como habréis deducido soy una mujer felizmente casada desde hace veinte años Ahora tengo 47 años y la edad no perdona (aunque he observado que hay muchos seguidores de las mujeres maduras en este invento de internet). Mis pechos, bastante abundantes, hace tiempo que dejaron de mirar al frente, igual que mi trasero bastante ancho, pero aun firme. Soy muy morena de piel y tengo unos bonitos ojos marrones y el pelo corto. Estoy algo rellenita y tengo una frondosa mata de pelo que arropa mi conejito. A mi edad y nunca le había puesto los cuernos a mi Paco, pero todo se fue al traste hace unas semanas. Como todos los viernes acudí al mercadillo que hacen cerca de mi casa.

Un mercadillo de ropa y alimentación donde suelo hacer las compras de la semana y conseguir algún vestido a muy bajo precio. En uno de los puestos elegí varios vestidos y un bikini que estaban bastante bien de precio, pese a ser tallas menores a la mía. Dudaba entre comprarlos o dejarlos para otra ocasión cuando el vendedor, un gitano de unos cuarenta años que regentaba el puesto junto a su mujer y sus hijos, me sugirió que podía pasar a la furgoneta y probármelos tranquilamente en su parte posterior.

Como necesitaba el bikini para ese verano y era una autentica ganga, entré por la puerta de atrás y pase a una especie de probador que tenían colocado en la furgoneta, bastante amplia y con una cortina que separaba la cabina de la parte trasera.

A mi lado había un espejo, y comencé a desvestirme no sin antes asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada y que nadie podía espiarme desde fuera.

Cuando me quité el vestido que llevaba, noté que había una pequeña abertura en la cortina y un ojo observaba nervioso a través de ella. Era el hijo de los dueños, que al parecer había decidido darse una buena razón de vista esa mañana. Pensé en marcharme y formar un escándalo, pero algo en mi interior me frenó y seguí como si nada. Mientras me probaba el primer vestido una sensación extraña me invadió, y note como se me humedecía el coñito con la idea de pensar que alguien me estaba mirando y que estaba gozando con mi cuerpo.

Decidí ofrecerle un espectáculo que no iba a olvidar fácilmente. Tras quitarme el vestido preparé el bikini para ponérmelo. A simple vista, una mujer como yo, en un bikini tres tallas menor no era fácil de introducir. En ese momento yo estaba en bragas y sujetador, y fui quitándome el sujetador, dejándolo caer hacía adelante mientras mis grandes tetas eran liberadas de su prisión. Lo dejé a un lado y me sopesé los pechos hacía arriba, como había visto en alguna película porno que mi Paco solía ver los sábados por la noche, antes del polvo.

Después, me coloqué de espaldas a donde estaba mi joven voyeur y me fui bajando las braguitas dejándole ver una fantástica panorámica de mi culazo. Incluso me abrí un poco de piernas para que pudiera apreciar parte de mi prominente vulva peluda. Mmm, estaba muy mojada, y dejé que un dedo recorriera mi rajita en un movimiento imperceptible para mi espía. Me abrí un poco más y dejé que el agujero de mi culito asomara entre la carne de mis glúteos. Me sentía como una perra, os lo aseguro, pero no podía contenerme.

Me puse las dos prendas y me miré al espejo. El sujetador del bikini apenas podía retener mi masa pectoral, y mis pezones se salían de la tela, mostrando su dureza. En la parte de abajo, los pelillos de mi pubis marcaban escandalosamente el triángulo del tanga blanco del bikini.

De repente oí un gemido a mis espaldas. Descorrí (nunca mejor dicho) la cortina y me encontré con mi admirador.

Estaba sentado sobre sus rodillas y aferr

aba su polla semierecta entre sus manos manchadas de semen. El chaval se había corrido a gusto mirándome e incluso alguna gota de su leche descendía por la cortina. Vaya potencia.

– ¡Serás pervertido!, le grité haciéndome la escandalizada.

– Lo siento, gimoteaba el chico, nunca me había pasado.

Aquello me hizo sentir halagada, lo había puesto tan caliente que no había podido contenerse y se había hecho una paja a mi salud, pero decidí seguir con el juego.

– Por supuesto, cuando se enteren tus padres te vas a enterar. Incluso puede que te denuncie a la policía.

El chico comenzó a ponerse pálido y a gimotear suplicando perdón, clemencia, que sus padres no se enteraran o le darían una paliza. El chico era jovencito pero muy atractivo y su timidez me proporcionaba una perfecta coartada para mis planes.

– Bueno – dije cambiando el tono – quizá allá un modo de reparar tu falta.

Mientras decía esto me fui tumbado frente a él en el suelo de la furgoneta.

– Ya que tú te lo has pasado bien a mi costa, ahora es justo que sea yo la que disfrute, ¿no?.

Y diciendo esto me fui bajando el tanga dejando mi peludo felpudo libre de toda presión. Con dos dedos me abrí mi húmeda rajita y esperé que el chico reaccionará. No tardó en reponerse de la sorpresa, y gateando se fue acercando hasta mi entrepierna, que estaba ardiendo, os lo juro, y pareció olisquear el material que le ofrecía. Me abrí aún más al notar su aliento en mi gruta.

– ¿A que esperas para comerme el coño, mi niño?. Quiero que me lo dejes limpio.

El chico pasó la punta de la lengua por mis labios vaginales y un espasmo de placer me traspasó la piel. Luego bajaba y subía su lengua, recorriendo la raja desde el ano hasta el clítoris. Parecía querer meterse entre mi almeja.

Yo le cogía de la cabeza y lo atraía hacía mí mientras gritaba más y más y me sentía en el cielo. Mmmmm, solo de recordarlo me pongo húmeda otra vez.

Tras un rato de lameteo sentí que necesitaba algo más entre mis piernas y haciéndole parar me acerqué a su polla para calibrar el material. Al menos 18 cms. de carne semiflácida oscilaban entre sus testículos.

– Estás muy bien dotado cariño., le dije mientras sopesaba aquella maravilla que estaba deseando tener en la boca.

Dicho y echo, me la introduje unos centímetros, solo el glande y pude notar como aún quedaban restos de su anterior corrida. Un semen dulce y poco espeso, muy diferente al que solía darme de beber mi marido. Me relamí y me la tragué hasta que noté sus testículos rozando mis labios. Luego comencé el sube y baja muy, muy lento, notando como su pija iba creciendo en mi boca y como cada vez me costaba más respirar y tragar aquella tranca de ensueño.

Cuando noté que el chico estaba a punto de correrse por segunda vez, paré bruscamente.

– Todavía no he terminado yo – le espeté – no te correras hasta que yo te lo diga.

Asintió con la cabeza, mientras yo volvía a colocarme abierta de piernas frente a él, notando como el frío suelo de la furgoneta erizaba el vello de mis piernas y como mi esplendoroso culo se amoldaba al los huecos que había en la superficie.

Luego me abrí todo lo que pude de piernas y le indiqué que se acercara. Agarré su verga, la más dura que nunca había tenido en las manos y la conduje a la entrada de mi cueva, rezumante de flujos que daban la impresión de que me había orinado encima. El chico fue introduciéndose lentamente en mi interior y su cara reflejaba una mezcla de éxtasis y sufrimiento por tener que aguantar para correrse.

– Fóllame, cabrón. Quiero correrme en tus cojones. Rómpeme el coño.

El chico no se hizo de rogar y comenzó a bombear con fuerza, y el sonido de los caldos de mi coño entre su polla ( un chop, chop escandaloso) me ponía aún más excitada si cabe. Cada clavada me hacía ver las estrellas y le clavaba las uñas en la espalda mientras él se aferraba a mis tetas como un bebe. Mordía y chupaba al ritmo de la cabalgada que me estaba dando. Nuestras piernas enlazadas, enredadas en sexo.

Yo le decía obscenidades en la oreja a fin de provocarlo aún más.

Lindezas del tipo de "te voy a enseñar lo que es una puta de verdad", "te voy a dejar la

polla tan seca que no te vas a poder correr en una semana", "clávale bien a tu mamaita esa polla tan hermosa que tienes".

Mientras profería esas barbaridades le amasaba los huevos o le llevaba a la boca los líquidos que chorreaban entre los pelos de mi coño, a lo que él correspondía limpiándomelos sin demora.

Sentí que me iba a correr como nunca antes y le apreté el culo contra mí y le ordené que se corriera ya, que llenara a su puta con toda la leche que tenía en los huevos.

Entre las fuertes contracciones del orgasmo, noté como un chorro de semen ardiente me quemaba las entrañas y me dejaba sin respiración. Parecía no acabar nunca de soltar leche y tuve que introducirle mis bragas en la boca para evitar ser descubiertos por sus alaridos de placer.

Los dos nos quedamos unos instantes uno dentro del otro, mirándonos a la cara como dos chiquillos y le llevé mis tetazas a sus labios para que calmara su ansiedad. Mis pezones, duros como granito, recibieron su lengua que poco a poco fue regodeándose entre el semen y los flujos con los que mis manos untaban mis senos. Nos quedamos medio adormilados y al rato me saqué la polla, ahora flácida, del coño y me vestí, no sin antes pasarme las bragas por entre las piernas, limpiando el sexo de leche y demás fluidos y se las dejé al lado de mi amante, saliendo sin despertarlo.

Al salir le entregué los vestidos al padre del chico y le dije que ninguno me convencía, pero que volvería otro día a ver si había más suerte.

El hombre sonrió y mirándome descaradamente, me saludó y me guiñó un ojo, haciéndome un gesto de que tenía algo en la mejilla. Me llevé la mano a la cara y recogí una gota de semen que se escurría cerca del labio. Sonreí y me recogiendo la gotita me la llevé a la boca, mientras abandonaba el mercadillo más contenta que unas pascuas y pensando en el futuro tan excitante que la familia de gitanos me podía ofrecer

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